RAFAEL SEGURA OLMO. PRIMERA PARTE




Hace algunos años, llegó a mis manos una copia de un manuscrito, que se guarda en el Archivo Histórico de Campillos, en el que se recogen unas memorias escritas por una persona llamada Rafael Segura, nacido en Campillos.

Las mismas se inician con anterioridad a la guerra civil, cuando aún era un muchacho; prosiguen con los prolegómenos de la guerra civil, en que se afilia a las Juventudes Socialistas, y continúa con lo que fue la guerra en Campillos, su huida a Málaga cuando entran las tropas nacionales en el pueblo, el 13 de septiembre de 1936, y su alistamiento en el Batallón Metralla, con el cual estuvo combatiendo en algunos frentes malagueños.

Relata cómo en febrero de 1937, huyó por la carretera de Málaga a Almería, y en el manuscrito cuenta todas las tragedias por las que pasó y las que pudo ver en esa horrible experiencia. En Almería se incorporó a la 52ª Brigada Mixta, con la que estuvo luchando en el frente de Pozoblanco, en el norte de Córdoba, donde ya era cabo, y en la Batalla de Teruel, donde fue herido en una mano, teniéndole que amputar el dedo corazón de la mano derecha.

El final de la guerra le cogió en Murcia, de donde marchó a Alcalá de Henares, buscando la ayuda de su hermano Bartolomé Segura, que había combatido en el lado nacional, en caballería.

Cuando el gobierno de Franco, dio la orden que todos los que habían combatido en el lado republicano, debían marchar a sus pueblos de origen, cogió un tren y se dirigió a Campillos. A la llegada fue detenido e ingresado en la cárcel, donde fue maltratado. 

Trasladado a la prisión provincial de Málaga, en un Consejo de guerra, le pidieron la pena de muerte, pero al final se quedó en treinta años de prisión. Pasó por el penal de “El Dueso” en Cantabria, y por la prisión del castillo de Cuellar en Segovia. Cuando recuperó la libertad, fijó su residencia en Alcalá de Henares.

Sobre su identidad apenas habla en el manuscrito. Solo dice que se llama Rafael Segura, sin decir cuál era su segundo apellido. Tampoco dice como se llamaban sus padres, y solo menciona de pasada el nombre de cinco hermanos, Carmen, Bartolomé, Dolores, Pedro y Diego. Al final del relato, habla de un hijo de seis años, pero en ningún momento menciona a la madre del muchacho.

Hilando un poco de aquí y de allá, y consultando diversa documentación, he podido averiguar que se llamaba Rafael Segura Olmo, y su madre Catalina Olmo González, que vivían en la calle Silla, nº 83. Con esos pocos datos, y con mucha suerte, he podido contactar con su hijo Rafael Segura Escribano que vive en Alcalá de Henares. Gracias a él, he podido completar algo más, su biografía 

Nació a primeros de septiembre de 1916. Siendo aún un niño, se quedó huérfano de padre, que se llamaba Diego Segura. Trabajando en el campo, se lo encontraron un día muerto. Para ayudar a la familia, tuvo que ponerse a trabajar muy pronto, cuidando ganado en un cortijo. Nunca fue a la escuela, y se crió en la calle, mal calzado y vestido. 

Cuando murió el padre, la madre y los hermanos menores, se fueron a vivir con un hermano de ella, Alonso Olmo González, que vivía en la Cruz Blanca nº 39. A este hermano de su madre le mataron en la guerra, y también a un hijo suyo llamado Alfonso Olmo.

En abril de 1936, lo encontramos en la reunión de constitución del “Sindicato de Campesinos y Oficios varios de Campillos", próximo a la CNT. Este sindicato tuvo una vida muy efímera, pues fue disuelto un par de meses después.



El manuscrito de Rafael Segura, está escrito con una letra correcta, que se puede leer bien, pero con muchas faltas ortográficas, y con una redacción, que a veces obliga a leer la frase dos y tres veces, para encontrarle el sentido a lo que quiere expresar.

Al transcribir el manuscrito a esta Crónica, he corregido las faltas ortográficas, y también algunas frases, para hacerlas fácilmente comprensibles, procurando no alterar el sentido de lo que Rafael Segura quería expresar en las mismas.

He suprimido algunos párrafos que son muy repetitivos, sobre la sublevación de los militares y su carácter fascista, que vienen a incidir en lo mismo que dice en el prólogo que ahora veremos.

Y por último, he respetado totalmente lo que se ha escrito en las memorias, pero en algunos momentos, he querido aportar notas personales, que las he escrito en rojo para diferenciarla del original, en las que doy alguna información complementaria que ayuda al relato, o bien corrijo alguna información errónea dada por Rafael Segura Olmo.

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EL PRÓLOGO

Me llamo Rafael Segura. Natural de Campillos, provincia de Málaga.

Fui condenado por el régimen franquista a treinta años de condena, después de pedirme pena de muerte. Este régimen fue nacido de una rebelión militar el 18 de julio del 1936. Unos señores que decían que iban a salvar España, matando a un millón de personas inocentes. Esta era la manera de salvar un país que está tranquilo.

Hoy día, todos los historiadores están de acuerdo en que hubo, aproximadamente, quinientos mil muertos entre los dos bandos.

El día 18 de julio del 1936, unos generales sin ningún átomo de humano, se echaron a la calle para derrocar un Gobierno elegido democráticamente por el pueblo. La República española, cuyo presidente era don Manuel Azaña, natural de Alcalá de Henares, provincia de Madrid.

El día 18 de julio del 1936, empezó para mí una vida de sacrificio, que explico en este relato de todo lo que me hicieron sufrir por ser de izquierdas, y pertenecer a un partido político, el partido Socialista. Pero yo tenía que defender la República, porque era el gobierno legítimo del pueblo, democráticamente sacado de las elecciones. Yo así lo comprendí, y también porque luchaba contra el enemigo más sangriento de la humanidad: el Fascismo.

Esta rebelión la encabezó Franco, que se convirtió en el asesino número uno de nuestra historia.

En esa fecha, el fascismo dominaba Europa: Alemania, Italia y Francia (en Francia gobernaba Léon Blum, del partido socialista). España era un foco de este fascismo: el general Franco, unido a la Falange fascista.

Se fue Franco a África para traer a los moros y la Legión, mientras otros jefes se fueron a Alemania, y también a Italia a pedir ayuda, y preparar el levantamiento.

Seguro de esta ayuda, se echaron a la calle los militares, apoyados por la Falange y la Iglesia, dispuestos a matar a todos los que fueran de izquierda, en rabia de que habían perdido las elecciones, y los obreros cobraron la libertad que nunca tuvieron, y podían reclamar sus derechos. Ellos querían seguir esclavizando al trabajador. De esta manera, trajeron la guerra a España, para implantar la dictadura fascista.

A los alemanes les vino muy bien para hacer un campo de prueba, igual que a los italianos, ya que ellos estaban preparando la segunda guerra mundial, y apoderarse del mundo, y ahogar con sangre a la clase trabajadora.

El pueblo español, había vencido en las urnas, trayendo la República, y aunque no era completamente de izquierdas, sí dio más derechos al obrero, a lo que ellos no estaban de acuerdo, y de la única manera que podían mandar era empleando las armas.

Buscaron un jefe que fuera capaz de matar a todos los que se opusieran a sus caprichos, y Franco que era el único sanguinario, fue apoyado por la Iglesia de aquella fecha, que era lo mismo que ellos, que solo defendían al capital.

Después de este prólogo, empiezo lo mío.

Inicio del prólogo

EL MANUSCRITO

Me llamo Rafael Segura, y soy de Campillos, provincia de Málaga. Ingresé en las Juventudes Socialistas en el año 1935. En ésta fecha comenzó mi calvario; solo por ese motivo fui declarado enemigo de las derechas, que en mi pueblo la componía Falange Española y las Juventudes Católicas. Éramos perseguidos por los patronos y nos negaban el puesto de trabajo, y por lo tanto el derecho a la vida. La Guardia Civil mandada por ellos, nos perseguía por todas partes, y por lo más mínimo nos apaleaba.

Los dueños de las fincas, solo daban trabajo a los esquiroles y a los patas negras, como les llamábamos nosotros. Si queríamos comer, teníamos que ir al campo a robar aceitunas, o lo que podíamos coger; lo cual, si nos cogía la Guardia Civil, que era mandada por los ricos del pueblo, ya sabíamos lo que nos esperaba. Nos llevaban al cuartel, y para qué decir, pues todos sabíamos lo que hacían en aquellos tiempos con los que éramos de izquierdas: palos,… pero teníamos que comer.

Mi pueblo era todo socialista; solo había una familia republicana. Así que cuando ganamos las elecciones, el Ayuntamiento era todo socialista. Con eso se dice todo. Ese era el motivo por el cual estábamos tan perseguidos por la Guardia Civil.

El día uno de Mayo de 1936, hicimos la unificación con las Juventudes Comunistas. Ese día salimos de mi pueblo para Málaga muy temprano. Desde el mes de Abril de ese mismo año, preparamos éste acontecimiento, pues lo era en aquellos momentos. La gran alegría que teníamos se reflejaba en nuestras caras, pues esperábamos con ansiedad ese día. Íbamos vestidos con camisa roja y corbata del mismo color. Ese día y por la mañana, salimos en los camiones para Málaga. Íbamos cantando la Internacional, contagiados todos por la alegría que llevábamos, que por desgracia no duraría mucho por la guerra. 

En la plaza de toros vieja de Málaga, que ya no existe, nos juntamos todas las Juventudes de la provincia. También nos acompañaban representaciones de los distintos partidos políticos de izquierda. Aquel día fue un día memorable para todos nosotros. Cuando salimos de aquella unión, pasamos a ser Juventudes Socialistas Unificadas. A continuación desfilamos por las calles de la capital. Ésta unión se hizo en toda España.

Aquí Rafael Segura confunde el acto del primero de mayo en Málaga, quizás debido al tiempo transcurrido cuando escribió las memorias. No hubo ese día unificación de las Juventudes socialistas y comunistas, sino la celebración anual de la Fiesta del Trabajo, y así lo recoge la prensa de la época:

Con una animación extraordinaria y un entusiasmo sin precedentes, se celebró el pasado día 1° la Fiesta del Trabajo que fue, pese a quienes no querían reconocerlo, una gran jornada de civilidad y ciudadanía. Con un orden perfecto, sin que ocurriese el más ligero incidente, se celebró un mitin en la Plaza de Toros organizándose después una manifestación imponente que en perfecto orden recorrió las calles céntricas trasladándose al Gobierno Civil donde una comisión hizo entrega al Excelentísimo Sr. Gobernador Civil de las conclusiones acordadas.

19360505 001 Vida Gráfica

Tengo que decir unos acontecimientos que ese mismo año y a mediados del mes de Mayo, se tiraron a la calle los fascistas junto con la Guardia Civil. Creo que se adelantaron a la sublevación de Julio. Cogieron a un compañero que iba para su casa y lo mataron. Venía del partido. De mote le llamábamos “el Picaillo” porque la cara la tenía picada de viruela de pequeño. Este compañero iba para su casa. También hirieron a algunos guardias municipales y paisanos que acudieron a ese sitio.

El fallecido en la reyerta era José González Escalante, alias “el Cordero”. Su hermano Francisco, era el que se apodaba “el Picaillo”.

Al día siguiente el Gobernador Civil, mandó una compañía de Guardias de Asalto y de ésta manera se calmó la cosa. Esta compañía iba al mando de un teniente, casado con una de mi pueblo que se llamaba Carlota Durán, y la familia era republicana, que le mataron las tropas rebeldes cuando atacaron el pueblo, y lo tomaron. Se llamaba Juan Durán.

Aquí, Rafael Segura se lía. Carlota Durán Molina era hija de Diego Durán Cuellar, que era republicano, y estaba casada con Tomás Palop Campos, que sería el primer alcalde franquista. A su hermano Juan Durán, que tenía 25 años, era abogado y había sido alcalde, lo mataron las tropas nacionales el 13 de septiembre al tomar Campillos.

Estos acontecimientos de mayo, y la unificación de las juventudes socialistas con las comunistas, ya los traté en mi primera Crónica: “SUCESOS OCURRIDOS EN CAMPILLOS LOS DÍAS 28 Y 29 DE MAYO DE 1936”

https://cronicasdelvientosolano.blogspot.com/2022/06/sucesos-ocurridos-en-campillos-los-dias.html

Desde aquella muerte de Mayo el odio era tan grande, que a partir de aquellos sucesos, moralmente estábamos en guerra, de tal manera, que los patronos se negaban a dar trabajo a los obreros de izquierda, por lo que el Ayuntamiento tuvo que tomar medidas. Entonces era Largo Caballero ministro de Trabajo. Se puso una oficina de trabajo que nosotros llamábamos “la Bolsa”, y todos teníamos que estar inscritos en esa oficina. Los patronos tenían que sacar de ella a los obreros por orden riguroso, sin poderlos elegir. De ésta manera podíamos trabajar todos, y los padres de familia tenían preferencia.

Se nombraron jurados mixtos, para poder controlar a los patrones y ver a cuantos obreros podían tener, aunque se tenían en cuenta los medios de cada empresario.

LA GUERRA CIVIL EN CAMPILLOS

El día 18 de Julio de 1936, yo me encontraba trabajando en un cortijo, a unos siete kilómetros del pueblo. Estaba segando y la jornada era de seis horas. Nos llevaban y nos traían en autobús, y cuando terminábamos, esperábamos a la sombra de una encina hasta que llegaba. Ese día tardaba mucho, y esperamos hasta que se hizo de noche, y como no venía decidimos irnos andando para el pueblo. Nos figuramos que se había averiado, pero nos extrañaba que no nos hubieran avisado.

Llegamos hasta las primeras casas del pueblo, y salieron unos cuantos por nosotros con escopetas que nos echaron el alto. Nosotros no sabíamos qué hacer, pues era de noche y apenas se veía. Pero nos dimos cuenta que eran conocidos. Nos explicaron lo que pasaba. Nos dijeron que había estallado la guerra. Que unos generales se habían sublevado y se habían echado a la calle para derrocar al Gobierno español y a la República. Pero que el pueblo estaba en nuestro poder, y que había que defenderlo. […]

Desde ese momento todos nos pusimos de parte del Gobierno de la República, porque era nuestro deber. La Guardia Civil, como vieron que no podían hacer nada, se encerró en el cuartel y no salían. El Gobernador Civil (José Antonio Fernández Vega de Izquierda Republicana), mandó su traslado a Málaga.

En aquel momento, empezaron a preparar la defensa del pueblo con los pocos medios que había. Se montaron guardias en los sitios del pueblo que nos parecía más apropiado para su defensa; era bastante difícil, ya que estaba muy mal para defender.

Mi familia se marchó a un pueblo cerca del mío, hacia Málaga (Álora), con una hermana de mi madre.

A los pocos días mandaron una compañía de Carabineros, que en aquella circunstancia era la única fuerza en la que se podía confiar. Al mando de la compañía venía un teniente.

En el pueblo dieron orden de que se formaran cuadrillas para recoger la cosecha del campo, que desde aquel momento se había paralizado. Otros se quedaron haciendo guardia. A los que trabajaban, lo mismo que a los que hacían guardia, nos daban diez pesetas. Yo me quedé haciendo guardia en el pueblo. De ésta manera empezamos los primeros días de guerra.

Sobre esto que cuenta Rafael Segura, ya he escrito algunas Crónicas

https://cronicasdelvientosolano.blogspot.com/2023/02/el-comite-del-frente-popular-de.html

https://cronicasdelvientosolano.blogspot.com/2023/02/el-comite-del-frente-popular-de_28.html

También comenzaron los contactos con las fuerzas de otros pueblos. Nos llamaron de la Jara, (Martín de la Jara) pues los fascistas se habían hecho dueños de él, y se habían llevado gente de izquierda para matarlos, y dijeron que volverían. Como éramos de las milicias, no podíamos negarnos. Nos juntamos con otras fuerzas, pero cuando llegábamos se dieron cuenta y se marcharon, después de hacer mucho daño en su huida. Nosotros no podíamos quedarnos a defender el pueblo, porque teníamos el nuestro en peligro, ya que estaba en la línea de fuego. Se les dijo que corrían peligro, que se fueran del pueblo.

Cuando llegamos a Campillos, estaba tranquilo como lo dejamos. Así que seguimos vigilando todos los sitios más estratégicos y las carreteras por donde podían venir. Al quinto día de nuestra llegada, nos dijeron que en el pueblo de El Saucejo, se había hecho fuerte la Guardia Civil en el cuartel, y fuimos a ver si podíamos convencerlos para que se entregaran, pero no quisieron, y como no llevábamos orden de tomarlo por la fuerza, se vinieron sin ninguna otra novedad. A los pocos días nos enteramos que habían ido a tomarlo las milicias de otros pueblos.

Sobre lo acontecido en El Saucejo, Rafael Segura no dice la verdad a sabiendas, porque por lo que dice, él estuvo allí. Da a entender que las milicias de Campillos no intervinieron en los sucesos, y que lo habían realizado las milicias de otros pueblos, cuando la realidad fue que las milicias de Campillos, al mando de su alcalde Pedro Velasco Olmo, fueron las que lideraron el ataque a la casa cuartel de la Guardia civil, que ocasionó la muerte de once personas, un oficial, un sargento, un cabo, seis guardias civiles y un carabinero, y el padre de uno de los guardias.

https://cronicasdelvientosolano.blogspot.com/2022/08/el-ataque-por-parte-de-las-milicias-de.html

A los tres días de esto, tuvimos una llamada, de que había peligro que desde Olvera atacaran a Ronda, como así pasó. Así que a la mañana siguiente, salimos las milicias de Campillos en camiones y dejamos a los Carabineros en el pueblo. Llegamos a Ubrique (donde llegaron era Setenil) por la tarde. Esperamos allí a las fuerzas que venían de Málaga y Ronda. El mando lo tomaban los hermanos Trujillo (Trujillo Rodríguez), que eran oficiales de Carabineros. Cuando todo estuvo listo, aprovechamos la noche para tomar posiciones en las cercanías de Olvera. El ataque empezó por la madrugada, y a las cuatro horas tomamos el pueblo. Cuando entramos, dejamos que fueran las gentes del pueblo los que se hicieran cargo, y nosotros regresamos cada uno a nuestro punto de partida.

https://cronicasdelvientosolano.blogspot.com/2023/03/la-presencia-de-las-milicias-de.html

Cuando llegamos a Campillos, tuvimos noticias que las fuerzas fascistas de Antequera se estaban preparando para atacar a mi pueblo. Se encontraban en Bobadilla, a diecisiete kilómetros. Comenzamos a tomar los puntos por donde podían venir: los carabineros ocuparon las vías del ferrocarril, pues sabíamos que traían ametralladoras montadas en los “cangrejos” de los que usaban los obreros; y las milicias y la demás gente del pueblo, ocupamos el lado de la carretera que viene de Antequera.

Aquí Rafael Segura confunde las fechas; la expedición a Setenil y Olvera fue el 27 y 28 de julio, y la columna que salió de Antequera para conquistar Campillos, partió el 13 de septiembre.

Así estuvimos dos días, hasta que al tercer día por la mañana a eso de las doce o la una, vimos asomar las primeras fuerzas fascistas. Traían carros de combate y ametralladoras. Nosotros solo teníamos unos pocos fusiles, escopetas de caza y algunos rifles que les cogimos en los registros del mes de Mayo, cuando se echaron a la calle y vinieron los Guardias de Asalto.

Comenzó la lucha y también los muertos. Murieron el teniente de Carabineros y también Juan Durán Molina, que según tengo entendido se pudrió en las afueras del pueblo. Al perder el pueblo, pasamos a Peñarrubia. Al día siguiente, vinieron fuerzas de Málaga del Regimiento Victoria. Pusieron dos cañones en el cortijo Morales, en unos olivares dando vistas al pueblo y atacamos. Llegamos a las primeras casas del pueblo, y no entramos porque no quisimos. Sabíamos que se estaban retirando, pero no era nuestra intención tomarlo. Habían tomado Ronda y allí no podíamos estar.

No entraron no porque no quisieran, sino porque no pudieron hacerlo. Las fuerzas nacionales eran muy superiores.

Quiero hacer notar, que Rafael Segura no hace ninguna mención a las más de cuarenta muertes de personas de derechas, que hubo en Campillos durante las primeras semanas de la guerra civil.

LA HUIDA A MÁLAGA

Se puso el frente en la sierra del Chorro, donde estuvo hasta que tomaron Málaga. En el pueblo de Ardales, me encontré en la iglesia a mi novia Remedios. No llegué a casarme con ella. Cuando terminó la guerra, no quiso seguir conmigo por causa que no pude saber.

En Ardales estuve un par de días. Me fui a Málaga, junto con los paisanos míos Esteban Sánchez y José Galeote (Cañamero), que fue fusilado cuando terminó la guerra (27 de enero de 1942), al Batallón “Metralla”, que se estaba formando con oficiales de Guardia de Asalto. Nuestro comandante se llamaba Garri (Francisco Fernández Garri era cabo de la Guardia de Asalto), con dos capitanes Macareña y Rubio, y dos tenientes Galea y Almendro. Para ingresar tuvimos que presentar el carnet de las Juventudes Socialistas, el único documento que teníamos. Nos dijeron que nos presentáramos en el Gobierno Civil en un par de días. Aproveché para ir a Álora a ver a la familia, y vi a la novia (Remedios) que ya había llegado a éste pueblo.

El Batallón Metralla, tomó su nombre del miliciano Francisco Villodres Rodríguez a) “el Metralla”, muerto en combate en los primeros días de septiembre de 1936

Cuando nos presentamos en el Gobierno Civil, nos mandaron a la Alameda de Colón en donde pusieron nuestro cuartel. Estuvimos aproximadamente un mes haciendo la instrucción en la acera de la Marina, que hoy es el parque. La comida la hacíamos en el Molinillo.

Así estuvimos hasta que nos dieron fusiles, y nos llevaron al pueblo de El Burgo, en la serranía de Ronda. A los pocos días nos mandaron a la sierra de Arriate, pero allí no había enemigos, estaban en Ronda (que ya estaba en poder de los nacionales).

Estuvimos unos pocos días, y a los de mi compañía (la tercera) nos bajaron a unos olivares a la derecha del pueblo, a cubrir un hueco. Las demás (tres) compañías estaban en el puerto del Viento, dando vistas a Ronda. Después se tomó la decisión de dejar solo una compañía, y las demás estuvieran en retaguardia.

Así estuvimos un mes, hasta que un día tomaron el cerro (cancho) de la Pepa, donde había unos artilleros venidos de Málaga. Cuando llegamos vimos que los habían matado a machete, y a algunos los habían despeñado. Tomamos la posición, y a cada una de las cuatro compañías que formaba el Batallón, nos pusieron en un sitio. A la mía le tocó en el cortijo de “La Ñora”.

Así estuvimos un tiempo hasta que vino una compañía de la FAI y nos relevó. Nos metieron en camiones y volvimos a Málaga. A mi compañía y a otra más, nos metieron en una casa muy grande que estaba en Ciudad Jardín.

Nos dieron cuatro días para estar con la familia. Así que me fui para Álora. Cuando vi a la novia me dijo que se querían ir a Málaga, y que ya me avisaría.

A los tres días de regresar al Batallón, nos llevaron a una finca a las afueras de la capital. Allí estuvimos pocos días, hasta que nos bajaron al cuartel de la Trinidad. Hacíamos guardias en distintos sitios, como en la fábrica de azúcar y en manicomios.

En esos días se vino la familia de mi novia de Álora, con mucha más gente refugiada en ese pueblo, hasta Málaga, y fueron a parar a la iglesia de la Trinidad, junto a mi cuartel.

Del cuartel de la Trinidad nos llevaron al cuartel de la Aurora. Nos iban a dar fusiles nuevos. Un mañana llegaron unos camiones con cajas de fusiles rusos y dos camiones blindados. Nos dijeron que venían de Almería. Como nos dijeron que al día siguiente salíamos para el frente, me fui a ver a la novia. Al día siguiente tampoco salimos, por lo que me fui a ver a mi hermana que estaba en Churriana. Pasé la noche con ellos. Sería la última vez que los vería. A mi cuñado (casado con su hermana Carmen. Desconozco el nombre) lo fusilaron los fascistas del pueblo.

Regresé al cuartel, y nos dieron los fusiles rusos. Después de comer, nos montaron en camiones y nos llevaron por la carretera de Cádiz. Dos compañías (la primera y segunda) fueron a los pueblos de Casares y Manilva, y las otras dos fuimos a ocupar el pueblo de Pujerra, dando vista a Ronda. Teníamos el pueblo de Igualeja enfrente. En éste pueblo solo estuvimos una semana. Nos relevaron y nos mandaron a unos pinares en el puerto del Madroño, en la carretera que va de San Pedro a Ronda, donde teníamos la aviación encima. Desde aquí veíamos, en la costa de Estepona, hasta once barcos de guerra.

Una mañana salimos campo a través por la sierra hasta el pueblo de Ojén. Hicimos noche en una vaguada junto a un río, y por la mañana fuimos andando hasta Monda, llegando por la tarde. Pasamos la noche, y a la mañana siguiente, en camiones, nos fuimos a Málaga.

A las dos compañías nos llevaron al cuartel de la Trinidad, pero fue por poco tiempo. Solo pude ver a mi novia. Cuando todo estuvo preparado, salimos de Málaga para Álora, Carratraca, Ardales y El Burgo. Subimos por la carretera que va a Ronda, pero el puerto del Viento y el cerro la Pepa ya lo habían tomado.

Desde mediados de enero de 1937, el teniente coronel Corrales con efectivos muy modestos, atacaba el puerto del Viento, situado en la zona nororiental de la sierra de Ronda, desde donde se intentó desalojar a las fuerzas republicanas, para despejar el avance sobre Málaga desde el interior.

Habían avanzado unos siete kilómetros. Mi compañía tuvo que cubrir la carretera, que era el sitio por donde los tanques estaban atacando, el más peligroso. Establecimos el frente. Los combates eran a diario, y pudimos sujetar todos los ataques del enemigo. Llevábamos unos días, ponían los tanques delante de nuestras trincheras y no se movían durante todo el día, sin dejar de disparar.

Pero una noche del mes de Febrero de 1937, a eso de las doce, de repente nos dijeron que fuéramos saliendo de uno en uno hacia la carretera, sin hacer ruido. Echamos a andar por la misma hasta El Burgo. Allí esperaban unos camiones para llevarnos a Málaga. Había noticias de que los fascistas estaban atacando la capital. La gente de El Burgo nos preguntaba por lo que pasaba, y le dijimos que por la mañana los fascistas tomarían el pueblo, y que si se querían marchar, lo hicieran antes de que fuera de día.

Salimos para Málaga por la carretera que va a Ardales, Carratraca y Álora, donde teníamos que coger el tren. Cuando llegamos a la estación, los camiones tuvieron que ir por más fuerzas, y nos quedamos esperando el tren. Como tardaba un par de horas y mi familia seguía en Álora, pedí permiso para ir a verla y decirles el peligro que había. Me dijeron que fuera breve. Eché a correr y tuve que llamar fuerte a la puerta de la casa. Salió mi madre y mis dos hermanos Pedro y Diego. Mis dos hermanas Carmen y Dolores, una estaba en Málaga y la otra en Churriana. Cuando les di la noticia, aquello se convirtió en un duelo. Les dije que se pusieran en camino sin pérdida de tiempo y se fueran para Málaga; que se marcharan como pudieran, que yo los buscaría si escapaba con vida. 

Como se acababa el tiempo y tenía que regresar a mi compañía, no pude esperar más. Se me partía el alma al ver que tenía que dejarlos, sin saber qué suerte sería de ellos, y si los volvería a ver. Me despedí de ellos con lágrimas en los ojos y con todo el dolor de mi corazón. Me alejé sin volver la cara, para no hacerles sufrir más. Llorando como un niño.

Cuando llegué a la estación, el tren entraba. Cuando íbamos para Málaga, yo creía que iríamos a cubrir alguna zona de la capital, pero no fue así. Unos camiones esperaban nuestra llegada. No me dejaron ir a avisar a mi novia de lo que estaba pasando. Montamos en ellos y nos llevaron a la carretera que viene de Antequera por Colmenar, por donde venían atacando los fascistas (italianos).

Cuando llegamos a donde ellos estaban, emprendimos la lucha con lo poco que teníamos. Ellos venían atacando con todo, y hubo una gran lucha desde la primera hora de la mañana hasta la caída de la tarde. Nos quedamos sin munición para los fusiles. Pedimos que la trajeran pronto, pero tardaron mucho y nos estaban matando a placer. A mi lado vi caer a un compañero de Campanillas, en dos pedazos. Los muertos y heridos eran muchos. Nosotros aguantábamos dispuestos a todo, porque sabíamos que nuestras familias estaban allí. 

Cuando al fin llegaron las municiones, no eran las que tenían que haber traído, porque nosotros teníamos fusiles rusos y las que mandaron eran españolas. Así que tuvimos que abandonar la lucha, porque nada se podía hacer de esa manera. El campo estaba lleno de muertos, y los heridos los tuvimos que llevar como podíamos.

Después nos enteramos que todo había sido obra del coronel Villalba, que mandaba las fuerzas de Málaga. Se podían haber salvado muchas vidas, si todas las fuerzas hubieran hecho frente dentro de Málaga. De algo hubieran valido la vida de tantas personas que fueron fusiladas por el carnicero Arias Navarro. Habrían muerto defendiéndose, y no se habrían dado el gusto de fusilarlas.

Mi Batallón lo intentó, pero ya era tarde. Cuando nos disponíamos a marchar, vimos gente que venía de la capital, y nos dijeron que las tropas invasoras habían entrado en Málaga. Por lo que habían visto, la mayoría de las fuerzas eran italianas, y que a todos los milicianos que cogían los mataban como perros. Así que no nos quedó más remedio que emprender la retirada por las montañas en dirección a Vélez-Málaga. 

Llegamos al amanecer del día siguiente. Lo primero que hicimos fue preparar provisiones para poder combatir, pues sabíamos que el enemigo no tardaría en querer cortar la carretera, la única salida que teníamos.

Los barcos alemanes y españoles se estaban arrimando a la costa para ametrallar a las gentes que iban por la carretera. De Almería salió el Jaime I, el único barco acorazado que teníamos, pero no podía hacer nada, porque había muchos barcos. Así que se dio media vuelta. Los barcos empezaron a disparar a las gentes con las ametralladoras y los cañones desde el mar, matando personas inocentes e indefensas que huían del terror fascista. 

Desde Málaga iban apiñados, porque no quedaba más salida que la carretera que iba por toda la costa. La mayoría eran mujeres, ancianos y niños. Todos eran barridos por el fuego criminal del fascismo. Los mataban a placer.


Nosotros teníamos que protegerlos desde las montañas, para que el enemigo no bajara. Lo intentaron muchas veces. Ponían barreras que rompíamos haciéndole frente. Teníamos que dejar muchos heridos a merced del enemigo, pues no podíamos cargar con ellos. Muchos nos pedían que los matáramos, pero no podíamos, no teníamos valor para hacerlo. Algunos se quitaron la vida, pues no querían caer en las garras de esos criminales. Sabíamos lo que hacían con los que cogían prisioneros; les daban mucho martirio, y lo digo porque tengo mucha experiencia vivida.

Los barcos estaban tirando a las personas que iban por la carretera a todas horas. Quedaban muchos ancianos, niños y mujeres muertos por la metralla de los fascistas asesinos. Ésta barbarie no tiene calificativo. Las madres dejaban a sus hijos o sus padres, muertos en la carretera, sin poderlos socorrer. Miraban al cielo cada vez que pasaban los cañonazos de los barcos. Los ojos de las personas parecían querer salirse de sus órbitas por el terror, al ver los cuerpos sin vida de los seres más queridos, destrozados por la metralla de los barcos y aviones.

En ésta marcha de protección a las gentes que huían de ese enemigo tan cruel, nos juntamos tres amigos: Esteban Sánchez de Campillos, Javier Retamero de Frigiliana y yo. Cuando podíamos bajábamos a la carretera con la esperanza de encontrar a nuestras familias, y era horrible ver la carretera llena de muertos. A nosotros se nos partía el corazón solamente de pensar que alguno de nuestros familiares podía estar entre ellos. 

Continuamos andando por la carretera, tres días y noches, agotados por el hambre y el cansancio. Cuando se presentaron los aparatos y empezaron a tirar bombas, dejamos la carretera y seguimos por los montes.

Vimos una casa de campo y como el hambre que teníamos era tan grande, fuimos a pedir algo de comida. Llamamos y salió una mujer y un hombre, con un poco de recelo; se les notaba en la cara. Le pedimos algo de comer y nos dieron unos higos pasados. Nos pusimos muy contentos, pues nos sacó un buen puñado. Después de comerlos nos pusimos en camino. Las botas ya no tenían suelas, se habían gastado de andar por las montañas. Pisábamos con los pies en el suelo y nos sangraban.

Se nos hizo de noche, y nos dirigimos los tres a una casa que había junto a la playa medio hundida, para pasar la noche. Pero cuando llagamos vimos una escena que parecía imposible. Una niña de unos cuatro años que estaba abrazada a su madre muerta. Estaban solas. La niña no paraba de nombrarla llorando sin consuelo. La madre murió cuando huían, a causa de la metralla de las bombas.

No nos paramos, cogimos a la niña y salimos para Almería. Nuestra primera idea era entregarla a las autoridades para que se hicieran cargo de ella, pero todo el mundo iba en desbandada y nadie se entendía. Nos paramos con una familia que venía de Málaga; nos preguntaron qué le pasaba a la niña, cuando la vieron llorar de aquella manera. Le contamos el caso y nos dijeron que se la dejáramos a ellos. Que lo que fuera de ellos sería de la niña, y que harían todo lo posible por encontrar alguien de su familia. Que lo publicarían en los periódicos, y si no los encontraban, sería una hija más para ellos, porque tenían hijas pequeñas.

A partir de entonces nos dedicamos a buscar a nuestras familias, pero no tuvimos suerte. Ya venía clareando el día, y los tres nos fuimos para Motril, a reunirnos con nuestras fuerzas que sabíamos que se estaban concentrando en éste pueblo. Cuando llegamos, habían volado el puente del río (Guadalfeo) para que no pasaran los tanques enemigos. Éstos habían alcanzado la carretera y tiraban a la gente que intentaban pasar el río, sembrando el pánico. Mujeres y niños, se tiraban al agua y eran arrastrados por la corriente muriendo ahogados. Cuando vimos lo que pasaba, fuimos río arriba hasta que conseguimos pasar por donde menos agua había. 

Cuando llegamos a Motril, vimos unas mulas, de las que usa el ejército para llevar material, muertas por las bombas. Algunas personas cortaron carnes de ellas para comer. Nosotros no tuvimos estómago. Teníamos la esperanza de que en algún sitio encontraríamos algo que comer.

En Motril, nos reunimos con las demás fuerzas que estaban llegando de las montañas. Nuestro objetivo era hacer frente al enemigo, y a la vez que pasaran el mayor número de personas. El fuego enemigo de los tanques, los estaba machacando a placer. Pudimos aguantar y sujetarlos, hasta que llegó una brigada de Almería que nos relevó.

La llegada a Motril. Comían caña de azúcar

Toda la carretera iba llena de mujeres y niños cansados y muertos de hambre. Los camiones militares se llevaban para Almería a los que podían. Los soldados nos fuimos andando, más tranquilos porque el enemigo se había quedado atrás. Íbamos agotados, llevábamos tres días sin comer.

Decidimos seguir juntos Esteban Sánchez de Campillos, Javier Retamero de Frigiliana y yo. Cuando llegó la noche, nos echamos a dormir en la cuneta. Por la mañana llegamos a Adra. Teníamos los pies hinchados y no podíamos aguantar más, el hambre nos agotaba. Entramos en una tienda y nos hicimos con unas raspas de bacalao, que nos costó mucho conseguir porque no había nada. Dentro de una casa encontramos arroz y lo guisamos con una lata grande de escabeche. Cuando recuperamos fuerzas, seguimos hasta Almería.

Tardamos dos días en llegar. Teníamos la esperanza que a nuestra llegada las cosas cambiarían, pero no fue así. Llegamos por la tarde, muy agotados. Fuimos a buscar algo de comer, pero fue imposible, todo estaba agotado. Desconsolados, nos fuimos al puerto a buscar a nuestras familias, pero fue imposible dar con ellos debido a la gran cantidad de personas que había tumbadas en el suelo. No se puede describir el estado de aquellas gentes que estaban esperando que las autoridades las socorrieran, era desconsolador.

Cuando íbamos por la calle Purchena, vimos como los aviones bombardeaban la explanada del puerto, y las bombas caían encima de la masa humana. Oíamos los gritos de dolor que pedían socorro. Mis compañeros y yo fuimos a ver los que había pasado. Nos quedamos horrorizados. Delante de nuestros ojos había personas muertas, otras corrían despavoridas dando gritos, mujeres con niños en los brazos. Nos dedicamos a ayudar a los muchos heridos.

A la mañana siguiente, pusieron barcos para trasladar a otras provincias, a las mujeres, niños y ancianos, particularmente. Nosotros nos fuimos a la calle donde se encontraban las fuerzas que habían venido de Málaga. Encontramos compañeros y conocidos del pueblo. 

A mi amigo Esteban, le dieron la grata noticia de que su familia se había ido a Murcia, pero de la mía no sabían nada. Se me venía a la mente aquellos muertos que había visto en la carretera, y pensaba si no estarían los míos entre ellos. Quizás habían corrido la misma suerte. Yo sabía que habían salido de Málaga, porque una familia los vio en la carretera y me lo dijo. Mis compañeros Esteban y Retamero, me consolaban diciéndome que en cualquier momento tendría noticias de ellos, y que estarían en alguna parte, en cualquier provincia, cosa que no llegó.

Me encontraba solo con una angustia que no podía aguantar, con una rabia que no sabía si llorar o que hacer. Fue la primera vez que sentí los efectos de la guerra y empecé a comprender lo malo que era una guerra entre hermanos. En aquellos momentos una persona no valía nada, y que cualquiera podía matar. Todo esto lo habían traído unos generales egoístas y sin escrúpulos, que solo pensaban en quitar vidas, en mandar y aplastar los derechos de aquellos que defendían el pan de sus hijos. Nosotros luchábamos porque era nuestro deber, defendíamos nuestro gobierno, lo que era nuestro y nos querían quitar. Teníamos que luchar contra aquellos que trajeron los moros para matar a sus hermanos. Entraron sembrando el terror, matando por orden del Caudillo, como ellos llamaban al general Franco. Mataban a mujeres y niños indefensos, como hicieron en mi pueblo con la hija del pregonero, que se llamaba Socorro y que iba a dar a luz su primer hijo; era la mujer de un amigo y compañero. También mataron a otra chica de las Juventudes Socialistas, llamada Carmen Pardo, después de hacerle toda clase de salvajadas. Mataron a un cuñado mío (casado con Carmen), a un hermano de mi madre, llamado Alonso Olmo y a su hijo Alfonso. Su único delito era ser de izquierdas.

De Almería capital nos repartieron a dos pueblos de la provincia: Alhabia y Terque. Antes estuvimos en Alhama de Salmerón. Allí permanecimos aproximadamente un mes, hasta que se constituyó una Brigada con todas las fuerzas que salimos de Málaga. Hacíamos ejercicio de tiro en unos montes, cerca del pueblo de Alhabia. Por él pasaba un río (Nacimiento), donde las mujeres iban a lavar y nosotros también. Cogimos muy buenas amistades, la gente era muy buena y no se conocía la guerra. Una mañana se presentaron unos camiones con armamento, que eran fusiles rusos, para la Brigada, y que se había formado con soldados del Regimiento Victoria de Málaga y con batallones de Milicias, por lo que se llamó Brigada 52 Mixta.

EL FRENTE DE POZOBLANCO EN EL NORTE DE CÓRDOBA

Pasados unos cuantos días, una noche nos mandaron a formar y nos dijeron que cogiéramos nuestras cosas. Sobre las doce de la noche, empezamos a andar por una carretera que conducía a un pueblo de Almería que no me acuerdo como se llama (Santa Fe de Mondújar). Nos dijeron que íbamos al frente de Córdoba.

Estuvimos toda la noche en tren. Pasamos por Guadix (Granada), y de madrugada llegamos a Andújar (Jaén). Seguimos en camiones hasta Villanueva de Córdoba, donde llegamos bien entrada la noche. A mi compañía la metieron en un grupo escolar. Nos daban instrucción en una explanada. Así estuvimos bastantes días, esperando acumular fuerzas para hacer una ofensiva en el frente de Pozoblanco.

Una mañana muy temprano, nos mandaron a formar para marchar al frente. A eso de las nueve estábamos listos. Emprendimos la marcha, muy contentos porque por fin íbamos a luchar, y lo celebrábamos cantando muy alegremente, sin darnos cuenta que muchos no volveríamos más de ese viaje, de esas tierras tan lejanas de las nuestras, y de nuestras familias. Pero luchábamos por una causa justa, combatíamos contra el fascismo y creíamos que merecía la pena hacerlo. 

A la caída de la tarde llegamos a Pozoblanco, y a nuestro Batallón lo metieron en un edificio muy grande que parecía un convento. Tenía un huerto cercado por una pared. El enemigo estaba en las primeras casas, al otro lado del pueblo.

A la mañana siguiente, mi amigo Esteban y yo (Javier Retamero se encontraba en otro Batallón, aunque cuando podíamos nos veíamos) decidimos ir a dar una vuelta por el pueblo. No nos dejaban salir, pero con engaños lo conseguimos. Dejamos a un compañero, Antonio que era de Málaga, cuidando nuestras cosas.

Cuando estábamos en la calle, se presentó una avioneta de reconocimiento, y dio una vuelta por donde estaban nuestras fuerzas. Estuvo muy poco tiempo, pero pasada una media hora vimos tres aviones de bombardeo alemanes (Junkers Ju-52), les llamábamos “pava”, y descargaron las bombas donde estaba nuestro Batallón. Fuimos corriendo y nos encontramos el edificio casi destrozado, todo estaba hundido. Habían hecho una carnicería. Buscamos a muestro compañero Antonio, pero donde lo dejamos no había nada. Lo encontramos sujeto a una viga, desnudo y con todas las tripas fuera. 

Ayudamos a sacar los muertos y heridos de debajo de los escombros. Pusimos los muertos en fila para su identificación. Muchos no se conocían, porque estaban desechos. El bombardeo había sido dirigido desde una emisora clandestina; después se cogió al que lo hizo.

Cuando pasó todo, tomamos posiciones frente al enemigo. Había que desalojar a los fascistas de las primeras casas del pueblo. Empezamos a atacar y después de muchas horas de combate, conseguimos que se retiraran a unos siete kilómetros de Pozoblanco. Resistimos todos los contraataques que hicieron, y así estuvimos unos cuantos días. 

Cuando se calmó un poco, cogimos posiciones muy cerca de ellos, para que no pudieran bombardear nuestras trincheras. Nos encontrábamos tan cerca del enemigo que la comida nos la tenían que traer de noche. No nos podíamos mover. Estábamos tan juntos que las balas se podían meter por las troneras de las trincheras.

Nuestros mandos, estaban preparando una ofensiva en todo el frente. Pero el tiempo se metió en agua y cuando llegó la hora de atacar, los tanques no podían andar porque el terreno estaba demasiado blando y se hundían. Solo lo hacían unos carros blindados por la carretera de Pozoblanco a Villanueva del Duque, y por allí castigaba el enemigo. De ésta manera estuvimos hasta que se calmó y se secó la tierra.

Una mañana dieron orden de atacar. Salimos juntos de la trinchera, mi amigo Esteban Sánchez y yo, y echamos a correr. Yo me metí en el hoyo de un proyectil que había tirado la artillería enemiga, pues no había donde meterse. Mi amigo Esteban no tuvo tanta suerte y se quedó a mi izquierda, muy al descubierto. No podía uno moverse, ni ir para atrás, ni para adelante. Teníamos que esperar a que se hiciera de noche o que los tanques hicieran su aparición; pero no vinieron.

Esteban me preguntó: “¿hay sitio para mí?”; yo le contesté que sí, pero que se viniera arrastrando con mucho cuidado; que como se dieran cuenta lo matarían. Cuando estaba a unos diez o quince pasos aproximadamente, de pronto se paró y no se movía. Yo lo llamaba, pero no contestaba. Entonces me figuré lo peor. De vez en cuando intentaba ir a donde estaba, pero era imposible, pues si salía era muerto con toda seguridad.

Así estuvimos hasta que fue de noche, que dieron orden de retirada y regresar al punto de salida. En aquel momento, aproveché la oscuridad de la noche para ir donde estaba, y pude comprobar que estaba muerto. Una bala le había entrado por la cabeza y otra le había atravesado el pecho.

Llamé a uno de mis compañeros y lo cogimos en una camilla, y lo llevamos a la trinchera para enterrarlo con los demás compañeros que habían caído en la lucha. A mí me dio mucha pena y una rabia que no podía aguantar, porque perdí a un amigo de la infancia.

A la mañana siguiente, nos mandaron atacar. Pero esta vez, todo estaba previsto y preparado. Los tanques nuestros empezaron a tirar a las trincheras, y lo mismo hacía la artillería.

Cuando llevaban unas tres horas tirando al enemigo, que fue lo que duró el combate, los fascistas se retiraron porque no podían aguantar más y dejaron las trincheras llenas de muertos, la mayoría moros. Mi compañía siguió al enemigo.

También nosotros tuvimos muchos muertos. Yo me ofrecí voluntario para enterrarlos. No quería dejar a mi amigo Esteban en el campo con los enemigos. Lo llevé al cementerio de Pozoblanco y lo metí en un nicho. Me hice cargo de sus cosas y prometí llevárselas personalmente a su familia cuando llegara el momento, si estaba con vida para ello. Sabía que estaban en Murcia, en un pueblo que se llama Beniaján, muy cerca de la capital.

Tuve noticias de que mi primo Diego había muerto en el combate, y a mi cuñado lo habían herido (Juan Berdún, casado con su hermana Dolores, quedó manco). Estas pérdidas fueron las primeras que me afectaron más de cerca.

Cuando regresé a mi compañía, se paró la ofensiva. Fue bastante considerable, pues tomamos los pueblos de El Viso, Añora, Alcaracejos, Valsequillo, Los Blázquez, Villanueva del Duque y las minas de “El Soldado”. Poco a poco, el frente se fue estableciendo por la carretera que va de Pozoblanco a Peñarroya, en Sierra Morena. 

En éste frente tuvimos siete u ocho meses de tranquilidad (hasta finales de 1937). Nos permitíamos el lujo de cambiarnos el tabaco por el papel de fumar que ellos no tenían, y también el periódico. Nos bañábamos en una charca que había en las minas. (¿No les recuerda a cierta escena de una película?)



La batalla de Pozoblanco, entre marzo y abril de 1937, fue una de las principales batallas de la guerra civil. El 28 de febrero, el teniente coronel Cuesta Monereo, jefe del Estado Mayor del cuartel general de Queipo de Llano, firmó la orden de operaciones “para la ocupación de la zona Hinojosa del Duque-Pozoblanco-Villanueva de Córdoba”.

El 6 de marzo, se lanzó una ofensiva desde Peñarroya desde Espiel, y desde Villaharta hacia Alcaracejos. La fuerte resistencia de las Brigadas republicanas, además de un gran temporal de lluvias, hizo que hasta el 15 de marzo no pudieran entrar en Alcaracejos, forzando la retirada de los republicanos hacia Pozoblanco. Ese día, sobre las siete de la tarde, dicho pueblo fue terriblemente bombardeado. Al día siguiente las fuerzas franquistas no se movieron de Alcaracejos, pero una devastadora acción de artillería castigó Pozoblanco durante todo el día.

El día 17 los franquistas llegaron a dos kilómetros de esta última localidad. El 18 de marzo, con la entrada en escena de la aviación republicana, los pequeños tanques modelo T-26 y las primeras unidades de refuerzo de la 52 Brigada de Almería, se salvó la situación crítica. El 19 de marzo la situación quedó estacionaria, y el 20 las columnas franquistas intentaron por última vez el asalto a Pozoblanco, sin poder hacerse con el control de la localidad.

El día 23 la aviación republicana actuó sobre el cementerio de Alcaracejos donde las fuerzas nacionales, tenían cañones que devastaban a Pozoblanco. El 24 de marzo, el mando republicano lanzó una contraofensiva hasta recuperar y sobrepasar el terreno perdido a finales de ese mes.

Pero un día llegó a mi compañía un soldado con una orden del puesto de mando, que entregó a nuestro capitán. A los pocos minutos mi capitán me llamó. Me dio un papel y me dijo que cogiera mi escuadra y nos fuéramos al puesto de mando. Allí nos dirían lo que teníamos que hacer. La nota solo decía: “Cumpliendo orden, manda a una escuadra con el cabo (mi nombre)”. El capitán no sabía para lo que era, y si lo sabía no quiso decirlo. Así que llegamos al puesto de mando, y como nosotros llegaron muchos más, hasta reunir ciento cincuenta hombres y una sección de ametralladoras. Nos dijeron que habíamos sido escogidos para una delicada misión. Era tomar una montaña que dominaba nuestras trincheras, y había que hacerlo a toda costa. Yo pensaba que ésta sería la última cosa que haría en éste mundo. Sabía que muchos no volveríamos, como así fue. ¿A quién le tocaría?, ¿sería yo alguno de ellos?. Pero había sido escogido entre tantos y teníamos que hacerlo. La guerra es así.

Nos preparamos bien, para una batalla que iba a ser dura. Era una posición muy bien montada. A nuestro mando iba un antiguo capitán de Carabineros. Nos pusimos en marcha. Aprovechamos la noche para llegar lo más cerca de ellos, y a las claras del día, por sorpresa hicimos el asalto a las trincheras. Ésta posición estaba defendida por dos compañías de legionarios, que fueron hechos prisioneros. 

Cuando se dio cuenta el enemigo, empezaron a acumular fuerzas y material para atacar. Primero comenzó la artillería y la aviación. Cuando se cansaron de machacar, empezaron los ataques que fueron rechazados. Tuvimos muchas bajas debido a la metralla, pero ellos no se fueron de vacío. De vez en cuando, acumulaban fuerzas y se sucedían los ataques, cada vez más fuertes y duros. Gracias a nuestra valentía siempre los rechazábamos. La artillería no dejaba de tirar, y la nuestra también. Así llegó la noche y estábamos agotados.

Como sabíamos que a la mañana siguiente volverían, nuestro capitán mandó a pedir refuerzos. A eso de media noche llegaron dos compañías que traían orden de relevarnos. Después de enterrar los muertos, nos fuimos para el puesto del Batallón que se encontraba a unos siete kilómetros. 

Cuando nos vieron llegar tan pocos, nos preguntaron que donde estaban los que faltaban, y les dijimos que unos estaban en los hospitales, y a otros ya no los verían más, porque estaban bajo tierra. A los dos días perdieron la posición, a pesar de que estaba defendida por el doble de fuerzas.

A los quince días fuimos relevados por una Brigada, y pasamos a descansar a retaguardia. Nos llevaron a unos encinares, y pusieron las compañías distanciadas unas de otras para que la aviación no nos pudiera localizar. Allí estábamos bastante bien, junto al pueblo de El Viso en Córdoba. Había un río con mucha agua, y como era verano nos bañábamos. Había gente segando la cosecha, y muchos de nosotros les ayudábamos cuando podíamos.

Una noche levantamos el campamento y nos llevaron a atacar a la parte izquierda, donde antes fuimos relevados. Comenzamos atacando dos compañías y tomamos unas montañas que eran muy importantes. Después siguió atacando solo la mía. Tuvimos suerte y tomamos una posición bastante buena para tener al enemigo a raya. Nuestras bajas fueron mayores que las demás compañías. Aquí perdí a otro buen amigo: Antonio Prieto de Puente Genil. Hicimos unos cuantos prisioneros, entre ellos los cocineros. Estaban preparando la comida que sirvió para nosotros, aunque no nos fiábamos por si le habían echado algo malo. Pero nos demostraron que no tenía nada. Al día siguiente nos atacaron para conquistar la posición, pero no lo consiguieron, aunque lo intentaron varias veces. A partir de entonces, a mi compañía o sea a mi Brigada, la hicieron fuerza de choque, que quiere decir, que solo estaba para atacar y sujetarlos cuando ellos atacaran.

Fuimos relevados y nos pusieron en retaguardia, en unos encinares junto al pueblo de Los Blázquez. Allí estuvimos haciendo trincheras bastante tiempo. 

Estando en éste sitio comenzó un temporal de agua que duró bastantes días. Como no teníamos refugio, el agua nos caía encima. Un compañero y yo vimos que entre las dos líneas de fuego, había unas chabolas de chapa. Estaban abandonadas, y las había de todos los tamaños. Fuimos un compañero y yo para ver si podíamos traerlas. Pasamos por un arroyo, por la parte derecha de nuestras fuerzas. Encontramos una muy pequeña, y nos metimos los dos debajo, uno detrás del otro en forma de capucha, y empezamos a andar. De vez en cuando nos disparaban, pero conseguimos llegar a nuestras líneas, y como seguía lloviendo, y como es natural, los demás se metían, por lo que nos teníamos que quedar fuera. Como no había combate, así pasábamos el tiempo.

EL FRENTE PASA A EXTREMADURA

De éste pueblo nos llevaron a Peraleda del Zaucejo en la provincia de Badajoz. Después de quince días fuimos a tomar posiciones cerca de La Granja de Torrehermosa, donde la caballería fascista que venía desde Azuaga, estaba atacando. Dejamos la mitad de la Brigada en una loma, en un campo de encinas. Dos compañías atacaron La Granja y llegamos hasta la entrada del pueblo, pero no lo tomamos porque no era la intención del mando. Era una simple llamada de atención. Dejamos una compañía, y las demás fuerzas se camuflaron en medio de las encinas, a unos tres kilómetros.

Al día siguiente, la caballería atacó a la compañía que dejamos, y ésta recibió orden de retirada. Cuando llegaron a donde estábamos los demás, la caballería se encontró con el fuego que le presentamos nosotros. Las bajas que sufrieron fueron muy importantes. Tengo que decir que en la caballería que nos atacó, iba un hermano mío (Bartolomé), que luchaba en las filas enemigas. Entre aquellos ataques y alguna escaramuza, pasaron unos tres días.

Bartolomé Segura Olmo, en ese momento era sargento de caballería en el Regimiento Villarrobledo nº 1. El Regimiento llevaba muchos años en Alcalá de Henares, pero debido a unos conflictos que hubo con la población civil, fue trasladado en el mes de mayo de 1936 a Palencia. En 1965, se retiró como teniente.

Un día hicimos una descubierta por si había algún herido o muerto. Había una huerta con muchos árboles y debajo de un membrillo, encontramos a un soldado con un tiro en la cabeza. La herida la tenía llena de gusanos, y a su lado había unos membrillos mordidos, lo que daba a entender que llevaba algunos días. Vimos que tenía vida, aunque no hablaba por el estado en que se encontraba. Lo cogimos con cuidado y lo llevamos al puesto de socorro donde se hicieron cargo de él. Después nos enteramos de que había muerto.

Cuando el frente estuvo en calma fuimos relevados, y nos llevaron a Villanueva de Córdoba, donde estuvimos unos cuantos días en las afueras del pueblo. Posteriormente pasamos al frente de Obejo, a una sierra de olivos. Estábamos cerca de un pantano. Bajábamos a un melonar abandonado que estaba junto a él y nos comíamos los melones. Estuvimos muy poco tiempo.

De allí pasamos a Adamuz. Aquí se habían sublevado dos compañías de una Brigada (si no estoy equivocado, era la 114ª Brigada Mixta), que eran casi todos valencianos. Ocupaban una montaña que dominaba el pueblo. Si lo tomaban sería peligroso para nosotros. Estuvimos rodeando la montaña hasta que nos pusimos junto a ellos, para atacarles si hacía falta.

Después de bastantes horas de parlamentar con ellos, se entregaron sin ninguna resistencia. Los llevamos al pueblo en calidad de arrestados, hasta que todo se aclarara. Fueron encerrados en una iglesia que había vacía. A mi compañía le tocó hacerle guardia, hasta que un Tribunal Militar compuesto por las altas personalidades militares resolviera. El juicio duró bastantes días. Había unos diez que parecían los cabecillas de todo el tinglado. Fueron condenados seis, que según el Tribunal eran los máximos responsables. Fueron condenados a la última pena. Se los llevaron de allí y no supimos donde. Cuando todo terminó, pasamos al frente de Fuenteovejuna y fuimos a cubrir un flanco en que no había fuerzas.

VIAJE A MURCIA

Una mañana, recuerdo muy bien que era en primavera (1937), nos llamó nuestro capitán a mí y a otros dos de mi compañía, y nos dijo que tenía una orden del puesto de mando para que diera permiso a tres que hubieran tenido un buen comportamiento por méritos propios, y que nos había cogido a nosotros tres: Miguel Cabrero, Luis Sánchez y yo. Como Miguel era el único de los tres que tenía familia en la zona nuestra, y la tenía en Murcia, decidimos ir a Murcia los tres.

Como todos sabemos, el ejército de la República era pagado, y por lo tanto teníamos mucho tiempo en las trincheras sin permiso. Antes de salir, nuestros compañeros hicieron una colecta. Era una costumbre en nuestra Brigada, porque la mayoría éramos de las provincias tomadas por los fascistas, y casi ninguno teníamos familia en la zona. Por eso, cuando salíamos alguno con permiso, no les importaba a ninguno dar lo que fuera para que lo gastáramos a la salud de los que se quedaban en las trincheras.

Un camión nos llevó hasta Pozoblanco, y en el pueblo cogimos el tren. Salimos para Murcia por la línea de Puertollano. Nuestro amigo Miguel estaba muy triste. Sentíamos la pena no tener a quién ver; sabíamos que no habían pasado a nuestra zona, pero no sabíamos si habían muerto o qué había sido de ellos. Pensábamos en lo peor.

A Murcia llegamos a las doce del mediodía, y fuimos a ver a la familia de Miguel. Estaban refugiados en una casa muy vieja, era un caserío casi hundido. Había otras familias que habían abandonado sus hogares y huido de la zona fascista. Sus camas era el suelo. Cuando nos vieron llegar, aquello era un duelo entre lágrimas y alegrías. También se nos caían a nosotros, y sufríamos como niños que han perdido a sus padres. No queríamos pensar en lo que había sido de ellos.

Descansamos un poco, y los tres nos fuimos a buscar donde dormir, ya que la comida la podíamos hacer en el Hogar del Soldado. Buscamos una pensión para dormir, que pagamos por adelantado por si nos quedábamos sin dineros. Procuramos aprovechar el tiempo de permiso todo lo que podíamos, pues sabíamos lo que nos esperaba cuando volviéramos al frente.

Yo sabía que en Murcia había un cuñado mío, que se había quedado manco en el frente de Pozoblanco (Juan Berdún). Vivía en una casa particular, con una tía suya. Él no tenía familia y también estaba solo. Mi hermana (Dolores) se quedó en la carretera cuando huían de Málaga, y no sabíamos nada de ella. Cuando los visité, me dijeron que me quedara a dormir, que había sitio. Pero no quise, porque habíamos quedado en estar los tres juntos.

Cuando murió mi amigo Estaban Sánchez en el frente de Pozoblanco, prometí llevar a sus padres todos los documentos y dineros que tenía, y lo cumplí. Cuando me vieron, sus padres se abrazaron a mí llorando.

También visité a una familia de mi pueblo que era muy conocida. Un hijo era amigo mío. Durante los días que estuve en Murcia, salí con una chica de esa familia y nos hicimos novios, aunque yo seguía pensando en la que había dejado en el pueblo (Remedios). Ésta chica era también de las Juventudes Socialistas, y su madre era la abanderada del partido. Por eso, cuando acabó la guerra, la metieron presa.

De ésta manera fue pasando mi permiso, hasta que llegó la hora de marchar al frente. Como no sabíamos el paradero de nuestra Brigada, fuimos a la Comandancia Militar para que nos informaran de su paradero. Nos dijeron que volviéramos en un par de días. Cuando nos presentamos de nuevo, nos dijeron que nuestra Brigada se encontraba en Belalcázar, en la provincia de Córdoba. Como el tiempo del permiso se había pasado, pedimos un justificante para no caer en falta. Cogimos el tren por la tarde, y al día siguiente nos presentamos a nuestra compañía.

A los pocos días de nuestra llegada, me pusieron a cargo de una escuadra de un fusil ametrallador ruso, pues ese era el material que teníamos. Nuestro cuartel estaba en un convento de frailes, a las afueras del pueblo. 

Estuvimos en ese pueblo como un mes, porque se estaba reorganizando la Brigada. Hacíamos prácticas de tiro de todas las clases y también hacíamos maniobras. El pueblo estaba muy tranquilo. Durante ese tiempo hicimos amistad con bastante gente del pueblo. Me junté con un compañero que se llamaba Antonio Rivas, que era de Teba, e hicimos amistad con unas chicas que eran costureras, que lo mismo hacían ropa de hombre que de mujer. Salíamos de paseo, íbamos al cine juntos, todo en plan de amistad. Nosotros las respetábamos porque eran unas personas muy buenas.

AL FRENTE DE TERUEL

Pero una noche cuando dormíamos, tocaron a formar y se formó un revuelo bastante grande. El que más y el que menos, teníamos cosas en casas particulares y no había forma de salir a recoger nada, pues no nos dejaban. Tampoco era prudente ir llamando de casa en casa, a esa hora de la noche. Yo me dejé en casa de una familia que conocía, un pantalón y una cazadora que me estaban haciendo. Y lo mismo que yo, todos los demás.

Nos llevaron en camiones a Cabeza de Buey, en la provincia de Badajoz. Después de descargar los camiones, y volver a cargar el material en un tren, ya de día empezó la marcha sin saber a dónde nos llevaban. Aunque se rumoreaba que íbamos a Teruel. Fuimos protegidos por unos aparatos de caza “Chatos” (Polikarpov I-15)Paramos en Ciudad Real un par de horas y nos dieron una comida fría. Dimos una vuelta por las calles de la capital, sin alejarnos mucho de la estación. Tardamos un buen rato en salir. 

Al día siguiente llegamos a Sagunto en Valencia, donde hicimos la segunda parada. Aquí estuvimos unos cuantos días. Nos metieron en unos almacenes de fruta que estaban vacíos. Yo me fui a casa de un compañero de mi escuadra, que era de ese pueblo, se llamaba Vicente Peris. Los días que estuvimos en Sagunto, comía y dormía en su casa. Tenía dos hermanas mayores que yo, y solíamos salir a comprar a la plaza. Yo en agradecimiento, les regalaba algunas cosas sin importancia. Un día me llevaron al cine, otro día me llevaron al castillo y al teatro romano que está en la montaña. Uno de los días que salimos, vinieron tres aparatos a bombardear a las fuerzas, pero salieron los “Chatos” y tuvieron que tirar las bombas en un lugar donde no había nadie. Y como siempre pasa, cuando más a gusto estábamos llegó la hora de partir.

Cuando salimos de Sagunto estaba el tiempo muy frío, y a pocos kilómetros estaba todo nevado. Desde el tren, el panorama era impresionante, los campos parecían sábanas blancas. De ésta manera llegamos a Segorbe en Castellón. Aquí bajamos del tren y trasladamos todo el material a camiones. El traslado del material de una Brigada cuesta bastante tiempo. Tardamos algunas horas. 

Seguimos en los camiones hasta Sarrión en Teruel, y al pasar por el pueblo vimos bastante aparatos de caza (en dicho pueblo, había un aeródromo). El frío era muy intenso, todo estaba nevado. Según nos dijeron estábamos a doce grados bajo cero. La ropa que teníamos no era buena para el frío, pero pasados unos días nos dieron ropa de invierno.

Desde Sarrión nos llevaron andando a unos pinares. Se estaban concentrando fuerzas para atacar en alguna parte del frente de Teruel. A los pocos días nos llevaron a Valdecebro, cerca de la capital. Llegamos al amanecer. Preparamos el ataque al monte El Mansueto. Lo tomó mi batallón y regresamos otra vez al pueblo.

El Mansueto es un promontorio que protegía el acceso a Teruel desde el sureste, dominando la carretera de Cantavieja, el pueblo de Valdecebro y la carretera de Valencia.

Después nos bajaron a un pueblo que se llama Villalba Baja, y como había muchas fuerzas nos repartieron en dos pueblos. A mi batallón lo mandaron a Tortajada que estaba al lado. 

A los pocos días tomaron Villalba Baja, y cortaron la carretera que baja desde Alfambra hasta Teruel. A nosotros nos llevaron andando por un río (Alfambra), hasta llegar cerca de Alfambra. Allí pusimos el frente. Hicimos trincheras por la noche para poder sujetar al enemigo.




Ellos habían lanzado una ofensiva contra Teruel. Después de unos cuantos días nos llevaron muy cerca de Zaragoza, para tomar posiciones y atacar en ese frente. Era urgente este ataque, había que llamar la atención del enemigo porque estaban atacando por todos los frentes en Teruel.

Por la carretera, aparatos enemigos seguían a la caravana de camiones militares y nos ametrallaban, particularmente un hidroavión, y a cada momento teníamos que echar pie a tierra. Paramos en un pueblo que debía estar muy cerca de Zaragoza, porque se sentían los aviones cuando los ponían en marcha. No había nadie en ese pueblo. Estaban acumulando cantidad de fuerzas. En cuanto amanecía, teníamos los aviones encima de nosotros, y debíamos permanecer camuflados en el campo durante el día, aunque no nos librábamos de ser bombardeados. De la noche a la mañana se suspendió la ofensiva. Dijeron que se habían pasado unos jefes del Estado Mayor.

Regresamos al frente de Teruel otra vez. Cuando llegamos lo habían tomado. Nuestro primer objetivo fue atacar cerca de Villalba Baja. Los fascistas intentaban cortar la carretera que baja de Alfambra a Teruel. Como por nuestro sitio no pudieron, desviaron el ataque por la parte de Alfambra, y llegaron a tomar el pueblo. Desde donde estábamos, lanzamos ataques por la parte izquierda del pueblo, en unos montes en que tomamos posiciones y nos hicimos fuertes.

Nos está contando la intervención de su Brigada en la batalla de Alfambra, que se desarrolló entre los días 5 y 8 de febrero de 1938.

El enemigo había recibido tal cantidad de aviones alemanes, que el cielo parecía un palomar. Los aparatos nos ametrallaban constantemente, y a veces tanto bajaban, que sentíamos el aire en nuestras cabezas. Empezamos a dispararles con los fusiles y las ametralladoras cuando bajaban, de cara a ellos. Un día tuvimos suerte y conseguimos derribar dos aparatos enemigos. Desde entonces, dejaron de ametrallar tan bajo.

Empezaron una ofensiva en todo el frente, con todo el material que habían recibido de alemanes e italianos. En ésta ofensiva llegaron hasta el río, cortando la carretera de Alfambra a Teruel. Nos llevaron a la Brigada Galán (22 Brigada Mixta) para relevar. Caminamos de noche, ocupamos el pueblo de Tortajada y pusimos las líneas nuestras entre la carretera y el río. Ellos habían cruzado la carretera, haciendo retroceder a la Brigada Galán.

Aquí doy un salto en el relato que realiza Rafael Segura sobre la batalla de Teruel, porque dicho relato se hace, en este punto, farragoso y muy difícil de seguir para su entendimiento. Son cinco hojas de su manuscrito, que están centradas en los movimientos de tropas, y en los enfrentamientos entre los dos bandos, que no impidió el avance de las tropas nacionales en dirección a las costas de Castellón, con la clara idea de dividir la zona republicana en dos partes, aislando Cataluña del resto. Pero esto será contado por Rafael Segura en la segunda parte de esta Crónica.

https://cronicasdelvientosolano.blogspot.com/2024/02/rafael-segura-olmo-segunda-parte.html

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OBJETIVO RONDA. LA COLUMNA DE EL SAUCEJO