RAFAEL SEGURA OLMO. SEGUNDA PARTE

 

PENAL DE «EL DUESO»

La primera parte de esta Crónica sobre la vida de Rafael Segura Olmo, la finalicé con los últimos combates de la batalla de Teruel en abril de 1938, cuando las tropas nacionales avanzaban en dirección a las costas de Castellón, con la clara idea de dividir la zona republicana en dos partes, aislando Cataluña del resto.


Nos llevaron dando un rodeo muy grande por una carretera que no conocíamos, hasta un pueblo que se llama Villafamés de la provincia de Castellón, que nos costó un día entero y dos noches. Ellos iban atacando en dirección a San Mateo, (cincuenta kilómetros más al norte) para cortar en el mar y dejar aislado Castellón de Cataluña, en dos zonas separadas. Nosotros queríamos impedir que hicieran el corte.

Después de estar en Villafamés unos días, para reunir a la Brigada, subimos por una carretera en dirección Albocácer, también de Castellón. Nos estaban reuniendo para salir, como así fue.

Salimos en camiones por la carretera que va de Castellón a Cuevas de Vinromá. Íbamos a sujetar el avance que llevaba el enemigo en dirección a la playa. Nos llevaron en camiones hasta el pueblo Salsadella, allí nos bajaron para seguir andando en dirección a San Mateo donde estaban los fascistas. Nos despegamos en abanico.

Cuando íbamos en dirección hacia el pueblo, se presentaron unos aparatos de los nuestros, y bajaban y nos hacían señas para que siguiéramos adelante, pero cuando llegamos cerca del pueblo, ellos habían cortado la carretera y ya habían llegado a la playa.

Tomamos contacto con ellos junto a la carretera. Los tanques venían desplegados por la orilla de la carretera, y tuvimos que hacerles frente a cuerpo descubierto, porque no teníamos trincheras ni nada. Estaban los tanques tirándonos a gusto. Aguantamos hasta la noche para retroceder un par de kilómetros.

Tuvimos después de sujetarlos, unos días tranquilos, aunque la artillería no paraba de tirar y castigar las trincheras que habíamos hecho. Al mismo tiempo lo hacían también sus aparatos, pues los nuestros ya no los vimos más. Esto era en los últimos días del mes de abril de 1938.

El 15 de abril de 1938, viernes santo, las tropas nacionales del general Alonso Vega, llegaron en Vinaroz (Castellón), dividiendo la zona republicana en dos partes, situación que supuso el aislamiento de Cataluña. De esa forma, una de las zonas más importantes de la España republicana, quedaba desconectada de sus centros de coordinación: Madrid y Valencia

ABRIL 1938

EL 4 DE MAYO DE 1938, CAE HERIDO

El día 4 de mayo se desencadenó una ofensiva a base de aviación y artillería. Empezó por la mañana muy pronto, y a la una del mediodía caí herido. Mis compañeros me llevaron al puesto de socorro, que en estas ocasiones cuando cae uno herido, no falta quien te acompañe, porque es la única manera de retirarse del peligro, aunque sea por un momento.

En el puesto de socorro me hicieron la primera cura, y me llevaron a Benicasim, a un hospital que se llamaba “Villa Febrero” (un chalet que se había adaptado para hospital). Allí estuve una semana. Después de ese tiempo, en una ambulancia con otros heridos, me llevaron a Castellón al Hospital (Militar) Base, que así lo llamaban. A los dos días de mi llegada, me operaron de la mano derecha y me cortaron el dedo corazón.

En Castellón todos los días venían los aviones a bombardear, así que cuando la herida estuvo fuera de peligro me mandaron a Lorca (Murcia)

Cuando me enteré que iba a ese hospital, escribí una tarjeta a mi novia, que como saben estaba con su familia refugiada en Murcia, que le decía que iba para Lorca, y que mi herida no era grave. Al llegar a la estación de Murcia, se la di a una mujer para que la echara.

A los dos días fue a verme ella y su madre, y así sucesivamente lo hacían ella y su madre, y cuando no venían ellas, iba yo, pero tenía que regresar en el día.

En Lorca estuve tres meses, siendo mi vida en ese tiempo, como suele pasar en todos los hospitales cuando está uno herido, que está sometido a la disciplina de los médicos. No nos dejaban salir nada más que a las horas de paseo establecido. Mi novia venía a verme todas las semanas desde Murcia. Cuando llevabas cosa de un mes, te dejaban salir.

Voy a contar lo que me pasó un día. Sin querer me vi metido en un lío. Un compañero y yo estábamos en un bar con dos heridos más que se había escapado del hospital. Estaban arrestados, se saltaron las tapias del hospital, y para llevárselos llegó un cabo y dos soldados, y le quitaron el fusil al cabo amenazándole de matarlo si no los dejaban. Tuvimos que intervenir para que las cosas no terminaran mal, y tuvimos que ir de testigos en un juicio que se celebró.

A partir de entonces, cuando la novia de Murcia no venía, iba yo a verla, pues había muy buena combinación. Así pasaba el tiempo, yo salía todas las tardes con un chico de Madrid que había conmigo en el hospital. También pasábamos muchos ratos con un chico que había en nuestra sala que tenía todo el cuerpo vendado, que parecía una momia, tenía muy buen humor. Otras veces ayudamos a las enfermeras a traer cosas, y también le ayudamos a liar las vendas, porque como se sabe, escaseaban en nuestra zona y tenían que lavarlas.

Todas estas cosas contribuían a que nos protegieran para salir cuando no se podía. Así los días iban pasando, y se acercaba el final de la guerra a paso agigantado, y mi destino estaba en marcha, donde tenía que sufrir muchas torturas de los criminales fascistas de mi pueblo, y tendría que ver los crímenes más grandes de la historia, que ninguno de los que fuimos represaliados podremos olvidar, encabezado por un malvado general Franco.

En Lorca me mandaron a darme masajes y corrientes a Fortuna, un pueblo de Murcia, para que me recuperara (era un balneario convertido en hospital). De esta manera estuve por lo menos dos meses, pero un día me llamaron a la dirección para darme el alta, y me dieron un papel para que pasara por un tribunal médico. Cogí un autobús que la cobradora era de mi pueblo, que se conocía en el pueblo como la familia de Brígida, que según tengo entendido la fusilaron cuando terminó la guerra. Bueno, con el papel que me dieron me presenté donde en Murcia, y me dieron para Servicios Auxiliares.

Me mandaron a un pueblo de la provincia de Murcia que se llama La Alberca. Me preguntaron que si tenía familia y yo le dije que no, que estaba solo, y me mandaron a ese pueblo a una finca que se llama “La Luz”. Dicha finca había sido un convento que estaba vacío. Allí nos juntamos unos doscientos, que unos eran enfermos y otros, como yo, heridos de la guerra. Muchos de los enfermos no habían pisado el frente.

EREMITARIO DE «LA LUZ»

Allí no teníamos ninguna comodidad, dormíamos en el suelo como los animales. Los jefes que teníamos decían que eran comunistas y jamás habían pisado el frente, pero yo creo que eran fascistas camuflados según su comportamiento. Esto lo digo porque verán lo que hacían. La comida era fatal, y no porque no había, que sí que había. Un amigo de la provincia de Cádiz y yo, veíamos como ellos se llevaban lo mejor del suministro nuestro en las cestas, y no era eso solo, que se lo daban a sus amiguitas.

Nosotros no podíamos más, así que nos pusimos de acuerdo para hacer un plante y aconsejamos a los demás que lo secundaran con nosotros, y se consiguió. Pero aquello nos costó, al chico aquel y a mí, que nos encerraran en un calabozo para juzgarnos como rebeldes a los dos. Así que nos tuvieron varios días. El otro chico y yo pensamos y comentábamos: si ahora esta gente, después de estar luchando y pasar tanto, le dieran la gana de fusilarnos.

Así estuvimos varios días, hasta que vinieron de Murcia un comandante y dos capitanes para tomar declaración, que eran del Batallón de retaguardia nº 11 de Murcia. Tuvimos la suerte que fueron a hablar con nosotros, y le contamos todo lo que pasaba. Nos hicieron muchas preguntas, como de donde éramos, y si habíamos estado en el frente. Nosotros le contamos nuestra historia: que veníamos luchando desde que empezó la guerra, y que habíamos perdido nuestras familias en la retirada de Málaga, y que éramos heridos de la guerra.

Cuando terminó nuestra declaración, se fueron, y pasado un rato vino un teniente y nos llevó donde tenían la oficina. Nos dijeron, que por la mañana teníamos que marchar para el Batallón de retaguardia nº 11 de Murcia.

Cuando estábamos en el Batallón nos mandaban con otros soldados a hacer guardia a los hospitales de la capital. Pasadas unas semanas nos mandaron a Cartagena. En Cartagena toda la mercancía que venía en los barcos para nuestras fuerzas, la descargábamos nosotros, y por las mañanas traíamos el pan con un camión de un pueblo que se llamaba Los Dolores.

En Cartagena estuvimos bastante tiempo, y un día me fui a Murcia a ver a la novia con el propósito de regresar en el día, pero no pude, y al día siguiente, cuando llegué, me castigaron y metieron en el cuartel de Marina. Estuve quince días, y cuando cumplí el arresto que me pusieron, continué en mi trabajo otra vez, antes tuve una buena riña con un teniente.

En el tiempo que estuvimos en Cartagena, muchas noches teníamos que dormir en los refugios, porque la aviación no dejaba de bombardear, y llegué un día a ver una bomba caer encima de un carro que iba por la calle, y el caballo voló por los aires y cayó en un balcón totalmente destrozado.

Así iban pasando los días de mi vida en esta guerra, hasta que una mañana nos dijeron que regresábamos al Batallón, pues parece ser que estaban preparando una sublevación que a los pocos días ocurría, y como el capitán que teníamos era franquista, y no tenía confianza en nosotros, por eso nos echó, y digo esto porque este capitán en 1949 me lo encontré en Alcalá de Henares, con un buen puesto al servicio del general Franco. Este capitán se llamaba Vito y estaba al mando de un taller que pertenecía al ejército, y que estaba en la calle Santa Úrsula de Alcalá de Henares.

En cuanto regresamos al Batallón, me mandaron con otros cuatro más a hacer guardia al hospital de Fortuna, donde estuve herido. Allí estuvimos como un mes, que fue cuando se sublevaron una parte de los artilleros que estaban en la artillería de costa, con otros militares más. Una batería que había al otro extremo del puerto, que seguía leal a la República evitó el desembarco de los moros que resistieron hasta que llegaron las fuerzas de Murcia, y resolvió la situación a nuestro favor.

La sublevación de Cartagena fue una rebelión contra el gobierno de Negrín protagonizada por militares y marinos de la base naval de Cartagena que sucedió los días 4, 5, 6 y 7 de marzo de 1939, un mes antes de que finalizara la Guerra civil, y que iba a constituir el primer acto del golpe de Casado. La sublevación había conseguido poner a todas las baterías de costa a favor del bando nacional, y como la flota republicana había salido de Cartagena, y mientras las baterías permanecieran sin intervenir, las condiciones para un desembarco eran idóneas. Pero el 6 de marzo la situación de la ciudad cambiaría, los sublevados que habían dominado los puntos estratégicos, incluidas las baterías, no resistieron la llegada de la Brigada 206, que en poco tiempo reconquista casi toda la ciudad, impidiendo la llegada de un convoy nacional a Cartagena en auxilio de los sublevados.

EL FINAL DE LA GUERRA

Al poco tiempo de aquello nos mandaron llamar al Batallón, y nos dijeron que si queremos marchar que lo podíamos hacer, porque la guerra estaba prácticamente terminada a favor de los fascistas. Muchos se pusieron muy contentos, pero otros como yo estábamos tristes porque conocíamos los crímenes que estaban haciendo. Yo me quería marchar al extranjero, pero mis paisanos que se marcharon, me dijeron que yo no me había metido con nadie, por lo tanto tampoco se iban a meter conmigo.

Me fui a casa de mi cuñado (casado con su hermana Dolores) y dispusimos ir a Alcalá de Henares. Queríamos ver a mi hermano (Bartolomé Segura, militar nacional), que pertenecía a un regimiento que era de Alcalá, y que sabíamos que de seguro que iba para Alcalá, porque este regimiento, unos días antes (de la guerra) fue trasladado castigado por el gobierno de la República a Palencia, porque no tenían confianza en ese regimiento, puesto que más de una vez se habían tirado a la calle. Como digo en este regimiento estaba mi hermano que era brigada.

En los tres años de guerra no sabíamos nada de él, ni de la familia. Ese fue el motivo que me obligó a buscarle, a buscar su apoyo en caso de que me hiciera falta, por si las cosas fueran mal. Pues yo sabía lo que estaban haciendo los fascistas, y siempre encontraría un apoyo que no encontré por su parte.

Llegamos a la provincia de Toledo y terminó la guerra, afortunadamente para unos y desgraciada para otros que fueron fusilados, encarcelados y también apaleados por el régimen franquista, criminal de una guerra nacida de una sublevación fascista para matar a personas honradas. Tan malos recuerdos tengo, que no puedo olvidar mientras viva.

Bueno, los trenes quedaron paralizados en Villacañas (Toledo). Empezamos a andar por la carretera. Cuando íbamos caminando mi cuñado y yo, nos encontramos las fuerzas de Franco, que casi todos eran italianas, por lo menos las que vimos. Andando mi cuñado y yo, llegamos a Santa Cruz de la Zarza. Allí vimos como a la gente de izquierda las detenían y se las llevaban en los coches y las mataban los falangistas, en un ambiente de fiesta para ellos, y de lágrimas para aquellos que veían como eran fusilados por rebeldes. Todas estas muertes las hacían los falangistas y los militares, pues eran los que mandaban en España. Hasta los militares llevaban el yugo y las flechas en la solapas, porque su jefe la llevaba.

De ese pueblo salimos, andando y sin comer, por la carretera hasta Tarancón (Cuenca). Por la carretera vimos muchas fuerzas e iba la caballería de Franco. A la entrada del pueblo, unos soldados nos quitaron todo lo que llevábamos. Entre las cosas, un reloj de plata de bolsillo que me vendió un compañero que murió en el frente. Después resultó que esa fuerza era la caballería donde iba mi hermano, que marchaban para Alcalá de Henares.

Cuando mi cuñado y yo preguntamos si conocían a un tal Bartolomé, que es hermano mío, un cabo furriel me preguntó que si se llamaba Bartolomé Segura, que cuando estalló la guerra estaba en ese regimiento. Me dijo que sí, que era amigo suyo, pero que no sabía dónde estaba. Llamó a un teniente y le dijo que yo era hermano del brigada Segura, así que me saludó y me dijo que mi hermano estaba en Málaga, convaleciente de una herida. Me preguntó que para dónde íbamos, y yo le dije que para Alcalá de Henares. Me preguntó si teníamos hambre, porque estaban dando de comer a los soldados. Le dije que llevábamos dos días sin comer. Nos dieron comida y comimos. Después paró un camión que pasó, y le preguntó que si iba para Madrid, y le dijo que sí. Le dijo que nos llevara. Subimos mi cuñado y yo, y otro chico de Madrid.

Llegamos de noche, pero al pasar por Aranjuez subió un guardia civil que me hizo una impresión muy grande, porque hacía tanto tiempo que no los veía. Me había hecho a la idea que ya no existían, y tenía tan malos recuerdos de ellos. En aquel momento, me vino a la memoria cuando nos apaleaban.

Llegamos a Madrid, y el compañero que venía con nosotros, nos llevó a su casa donde pasamos la noche, y nos pusieron de comer que no fue mucho porque no había. A la mañana siguiente, nos levantamos y salimos, campo a través, hasta Alcalá de Henares. Íbamos burlando los controles para que no nos echaran mano, y de esa manera pudimos hasta llegar a Alcalá. Cuando llegamos fuimos a casa de la novia de mi hermano, que ya estaba en contacto con él, que ya sabía que estaba herido.

INGRESA EN UN CAMPO DE CONCENTRACIÓN

Cuando estábamos en casa de la novia de mi hermano, por la calle anunciaban que todos aquellos que habían estado en la zona roja, como ellos llamaban a los defensores de la República, que se presentaran en los edificios que estaban haciendo para un manicomio la República, y que lo utilizaron los fascistas para campo de concentración. Campo de mataderos como le pusimos los que estábamos allí.

En 1932, durante la Segunda República, se comenzó la construcción de un manicomio en Alcalá de Henares. El conjunto se construyó entre 1932 y 1936. La llegada de Guerra Civil trastocó la idea original, y el edificio se dedicó a un acuartelamiento militar que, casi al final de la contienda, se transformó en una prisión tras el golpe del coronel Segismundo Casado.

Con la entrada de las tropas franquistas en la ciudad, se encontraron con un lugar perfecto, ya en funcionamiento, para ser un campo de concentración. Llegó a reunir a más de 3.700 prisioneros. Operó entre el 31 de marzo de 1939 y diciembre de ese año, en que pasó a ser considerado prisión. Sus edificaciones forman hoy parte del acuartelamiento Fernando Primo de Rivera.

Así que nos tuvimos que presentar, porque mi futura cuñada parecía que tenía miedo, y yo creo que nos lo dio a entender, a pesar de que era falangista, de manera que nos presentamos mi cuñado y yo a los buitres que esperaban la presa. No juntamos tanta gente que casi no podíamos andar. Bueno tampoco nos dejaban. Lo que nunca no figuramos era lo que nos tenían preparado.

Una vez en el campo, solo encontrábamos lo que se podía esperar del fascismo, muy malos tratos y la venganza, que no había justificación después de terminada una guerra que ellos trajeron. Pero eso no nos extrañaba, porque todo se esperaba de los militares sublevados.

No nos trataban como personas, ni como seres humanos. Eso porque eran muy cristianos, que si no lo hubieran sido, no sé que hubieran hecho. Entonces comprendí que habíamos caído entre fieras hambrientas de sangre humana.

Agua no había, que la traían de un aljibe, y la veía el que podía cogerla, pues se hacían unas colas que el que podía beberla estaba de enhorabuena. Por lo menos esto pasaba durante el tiempo que yo estuve. De comer nos daban una lata de sardinas para dos, y un panecillo de salvado, a juzgar por su sabor y su color.

También teníamos el peligro de ser fusilados, pues de todos los pueblos de al lado venían falangistas valerosos para llevárselos a matar.

La miseria abundaba en cantidad ya que no teníamos medios para combatirla. También estábamos sin poder taparnos, porque no teníamos mantas, y estábamos en cueros, y gracias que era en el mes de mayo y no hacía frío.

Los que éramos de fuera lo pasábamos muy mal, y muchos llegaban a la desesperación, y trataban de quitarse la vida. En el poco tiempo que estuve allí, vi tantas cosas que si no las hubiera visto, no las hubiera creído. Pero esto era un aperitivo. Yo me preguntaba ¿qué me quedará que pasar? Porque esto solo era comenzar.

La emisora de radio franquista, cada momento decía “¡Todos lo que no tengan las manos manchadas de sangre, no tienen que temer!” Pero para ellos las teníamos todos. Claro, los que no las tenían eran ellos, porque nos mataban a palos y con el fusil, así la sangre no le llegaban a las manos.

Cuando terminó la guerra, se dedicaron a matar, y terminaban hasta familias enteras. Porque para eso se echaron a la calle, para matar a todos los de izquierda. ¡Decían que defendían la justicia! Qué justicia podían defender, cuando vistieron de luto a toda España. Ellos echaron las tropas a la calle, para matar sin piedad a las familias trabajadoras, por el único delito de no pensar como ellos y reclamar nuestros derechos a la vida.

Yo me pregunto cómo estos señores pueden hacer esto, y después dicen que creen en Dios. Pues la verdad no lo entiendo, porque ni tampoco puedo creer que Dios pueda consentirlo.

Todo esto lo pensaba yo, cuando nos llamaron para darnos un pase, para que nos marcháramos a nuestro pueblo, creo que aquí tomó parte la novia de mi hermano el militar, pues como anteriormente digo era de derechas. Nos dijeron que marcháramos a nuestro pueblo, y una vez allí nos presentáramos al cuartel de la Guardia Civil, que suponía ir al matadero. Nosotros, ignorantes, confiados en la propaganda que ellos hacían, así lo hicimos.

REGRESO A CAMPILLOS

Cogimos un tren de mercancías, como lo que éramos en aquellos momentos. Para tener una idea de cómo andaban las cosas en el pueblo, al llegar a la estación de Bobadilla, pensamos entrar en nuestro pueblo de noche. Antes de llegar a Bobadilla, hicimos una parada en Córdoba para pedir comida. Mi cuñado y yo, llegamos a la caída de la tarde a Bobadilla. Allí había una banda de falangistas esperando como leones a sus presas, para llevarlos detenidos a los que íbamos llegando de la zona de la república. Una vez que bajamos del tren, nos echaron mano, y nos unieron a un grupo que estaba cerca de nosotros. Nos cogieron y nos entregaron a la Guardia Civil.

Cuando llegamos a Campillos, una vez en el cuartel, empezaron a mirar un libro escrito a mano que tenían encima de una mesa de un despacho del Cabo. Cuando terminó de mirar, echaron a la calle a unos cuantos que eran suyos, entre ellos a mi cuñado, y a los demás nos llevaron a la cárcel, donde nos esperaba el más cruel de los tormentos de mi vida, que jamás podré olvidar.

CÁRCEL DE CAMPILLOS

Cuando entré a la cárcel, vi un panorama demasiado triste, y los compañeros al verme me dijeron estas palabras: “¿Tú también has caído en las garras de estos carniceros? Pues mira lo que hay aquí”. Miré a mi derecha, y había muchos compañeros tumbados en el suelo, que no se podían mover, y sus cuerpos estaban ensangrentados de las torturas que habían recibido.

Yo, para mi interior dije: “¡Qué le vamos a hacer, pues ya me da igual!, he caído en las garras de estos carniceros”. “Pues mira a mi lado y verás lo que hay aquí”, me repitió otro compañero. Miré a mi lado, y vi el mismo panorama de antes; hombres en el suelo sin poderse mover.

En aquel momento, si me hubieran matado, yo creo que lo hubiera agradecido. Porque después de tanto tiempo, de tres años sin ver a la familia, y cuando pude verla fue entre rejas, sabiendo que me metían por un delito que ellos habían cometido. En aquel momento destrozaron mi vida y mi juventud. Aquel momento fue para mí, los días más difíciles de mi vida, porque también me di cuenta lo que habían pasado las familias de los que somos de izquierda, que habíamos luchado al lado de la República. Aunque estaban libres, habían perdido su seres más queridos, que habían sido fusilados por los fascistas.

Al día siguiente, vino la familia a verme, y también vino la novia que yo tenía (Remedios), y que la cogieron cuando tomaron Málaga. Me dio mucha alegría, cuando la vi, y que yo quise mucho. Pero a los pocos días recibí una carta, que me decía lo más desagradable que yo pude recibir. Esta carta me la dio el carcelero, que me llamó y me dijo, toma que ya tienes donde entretenerte. Aquella carta me agravó mi sufrimiento. Esta carta fue un puñal que me clavó en el corazón. Yo sabía que aquella carta encerraba una incógnita, que yo no pude saber. Me figuré que había mediado alguna otra persona, que tenía interés que me dejara. Esto fue lo que yo supuse. Posteriormente esperaba una explicación, que me la hubiera pedido, pero no llegó.

La segunda vez que mi hermana (Carmen) vino a verme, también le habían matado a su marido. Me dijo, “¿para qué has venido, no sabes lo que te espera? Estos están matando a palos a todos los que van llegando”. Eso me sirvió para darme más ánimos.

Tengo que contar una cosa que mi hermano, que era pequeño, presenció. Él tenía la costumbre de llevarle a mi cuñado el desayuno, cuando lo tenían preso en la cárcel del pueblo los fascistas. Una tarde, se fueron él y otro amigo a jugar a las afuera del pueblo, y vieron a unos cuantos que los habían matado los falangistas del pueblo, junto a la tapia del cementerio. Mi hermano reconoció entre ellos a mi cuñado. Él no dijo nada, y a la mañana siguiente, cuando mi hermana lo mandó a llevarle el desayuno, no quiso ir, pero no le dijo los motivos. Entonces mi hermana fue, y cuando llegó, se enteró que lo habían matado. (Ignoro el nombre de este cuñado de Rafael)

Cuando yo vi todo lo que estaba pasando, y lo que habían hecho, sabía que mi suerte estaba echada. No me quedaba más remedio que esperar y sufrir como mis compañeros. Pude comprobar, que todo lo que me habían dicho era verdad. Todas las noches venían falangistas y un guardia civil, para sacar a declarar a los presos que habíamos llegado de la zona republicana. Y con ese pretexto descargaban el veneno y la venganza de salvajes, sobre los cuerpos de los que íbamos llegando, que todos eran padres de familias trabajadoras.

Cuando volvían del cuartel, teníamos que cogerlos porque se caían y no se podían levantar. Venían más muertos que vivos. Los palos que habían recibido, los dejaban para no poderse mover.

Así pasábamos el tiempo, esperando que de un momento a otro llegaran a por nosotros. Un día u otro, o al siguiente, teníamos que pasar por los mismos trances, ninguno nos escapábamos.

Nuestras familias, se quitaban la comida de la boca para que nosotros pudiéramos comer. Donde nos tenían, no daban de comer. Esto lo digo, para que tengan en cuenta el sacrificio que tenían que hacer. También se comprometían mandando notas dentro del pan, o en una cajita en miniatura para contar lo que pasaba en la calle, y las penas que pasaban, pues los trataban muy mal, solo porque eran familia de presos. Ellos sufrían tanto como nosotros, porque a veces también eran maltratados y perseguidos. Por lo más mínimo, los tenían en el cuartel de la Guardia civil y eran interrogados, y sabíamos como lo hacían, cortándole el pelo a rape a las mujeres, o dándoles a beber aceite de ricino.

Un día vino un guardia y el falangista Mesa. El guardia se llamaba Medina, que tenía en su cuenta bastantes debajo de tierra. Me llevaron al cuartel, me metieron en la cuadra de los caballos, y sin tener denuncias, emprendieron las preguntas de cosas que yo ignoraba que hubieran ocurrido, ni tenía idea que la hubieran hecho. Me decían que no me iban a pegar si decía la verdad, pero yo decía que no me había metido con nadie, que si querían matarme porque era de izquierda que podían hacerlo, porque eso sí era verdad, eso era mi único delito.

En aquel momento empezaron los palos. Se basaban en que no quería declarar. Después entró el cabo Molinero (Emilio Molinero Llera), que así le llamaban al canalla. Era jefe de puesto, un borracho empedernido. Les preguntó que si yo hablaba, y le dijeron que no. Entonces se acercó a mí, y con el vergajo empezó a pegarme. Primero fueron patadas en mis partes, que no me cogieron de lleno. Cuando se cansó, le dijo al guarda Medina, ahí te lo dejo.

Yo sabía lo que quería decir, así que después empezaron los palos con la misma pregunta. De cuando en cuando, me decía que si decía la verdad no me pegaba, y la verdad para ellos era decir que sí a todo lo que me preguntara, que lo había hecho. Así noche y día interminable. Nadie sabe lo que es eso, si no lo ha pasado. Después pusieron lo que les dieron en la gana, como todo lo que hacían.

Una noche me sacaron otra vez. El cabo me dijo, vamos a ver si nos ponemos de acuerdo. Me preguntó lo mismo, y yo contestaba con la misma respuesta. Después de terminar de escribir, me dieron el atestado para que lo firmara, pero no habían puesto lo que yo había dicho, y no lo quise firmar. De coraje rompieron el expediente y me llevaron a la cuadra. Yo iba con unos ideas tan malas que me volvía loco. Allí empezaron otra vez los palos. Fue tan grande la paliza que me dieron, que tuve a punto de firmar todo lo que ellos querían que firmara. Que todo era verdad, siendo mentira, para que no me pegaran más, pues ya no podía más. Me dieron un palo en la cabeza y perdí el conocimiento.

Me dejaron un rato, y cuando pude levantarme me llevaron a la cárcel, y así pasó un poco de tiempo tranquilo, hasta que otra vez fueron a por mí para declarar.

Empezaron las mismas preguntas y yo siempre daba las mismas respuestas. Ellos iban escribiendo, y cuando terminaron de escribir el expediente para que lo firmara, el guardia sacó la pistola y apuntándome me dijo: “Como no lo firmes te mato”. Yo lo miraba a la cara y me daban muchas ganas de tirarme a él, y jugarme el todo, porque estaba dispuesto a morir antes que recibir otra paliza. Me daban ganas de tirarme a la pistola y quitársela, porque esperaba que me dieran otra paliza, que no estaba dispuesto a aguantar. Entonces se guardó la pistola, y me leyó el atestado. Habían puesto lo que yo había dicho, por lo menos lo que me leyó sin pegarme. Lo firmé y me llevaron a la cárcel.

Pero como la cárcel se quedó pequeña para los presos que habíamos, porque éramos diez pueblos los que estábamos, por ser Campillos cabeza de partido, habilitaron una escuela para cárcel, y llevaron la mitad de los presos. (Pienso que esta escuela era la existente en la calle Guzmanes nº 29, que fue escuela hasta 1930)

Ese día fue una manifestación para los fascistas del pueblo. Pusieron un cordón de guardias civiles por todo el pueblo, por el recorrido que teníamos que pasar. Entre ellos iba yo.

Allí no había servicio, porque tuvimos que cavar una zanja en el patio para hacer nuestras necesidades. Agua la cogíamos de un grifo que había en un rincón. La miseria era fatal, me refiero a higiene, porque no nos podíamos lavar. Nos salían granos por todas las partes del cuerpo. Estábamos peor que los animales, pero eso lo esperábamos, puesto que estábamos para el matadero.

Nadie sabe los sacrificios tan grandes que teníamos que soportar para poder vivir. Los castigos, muchos no podían resistirlos. Algunos hasta murieron en el patio, como el caso de un muchacho de Cañete, que no tenía familia, porque se la mataron toda. Eso eran los buenos, los de Franco.

Un día, uno de los presos abrió un boquete en una de las paredes, que daban a una calle oscura (callejón de los Tristes), para escaparse. Pero como entre los presos también hay traidores, dieron el chivatazo, y cuando salió ya los estaban esperando los guardias civiles, y allí lo mataron a tiros. El preso era inofensivo, porque no llevaba ningún arma, y ellos lo sabían. Los mataron igual que a un perro, pero a ellos no le importaba. Este preso también era del pueblo de Cañete, y así el fascismo se cobró otra víctima más, pues así ganaban el cielo, porque ellos eran de Dios. (La muerte de esta persona, también me ha llegado, tal como lo cuenta Rafael Segura, por otras fuentes).

Un día vino a verme mi hermano el militar (Bartolomé), y me preguntó si me habían pegado. Yo le dije que sí, que el cabo. Mi hermano no me dijo nada, pero cuando se marchó, fue el cuartel de la Guardia Civil y por lo visto tuvieron unas palabras, pues le dijo que si me pegaba, se las tendría que ver con él, y desde entonces tuve un tiempo de tranquilidad, aunque el trato era muy malo.

La comida solo teníamos lo que la familia nos podía mandar, y cada día se les hacía más difícil, pues las cosas escaseaban de día en día, y nosotros lo único que teníamos era lo que ellos nos traían, pues todo estaba por las nubes, y hasta muchas mujeres tenían que vender su cuerpo para sacar su familia adelante, pues esta gente se aprovechaba. Otras tenían que ir al campo por hierbas para comérselas. Muchos no podían pagar las viviendas y se tenían que ir a vivir a las cuevas, como le pasó a una hermana mía. Bueno, voy a pasar a otra cosa y no hablar de familias, que también tiene su historia.

Después de mucho tiempo sin molestarme, y cuanto más tranquilo estaba, se presentó el cabo de la Guardia Civil en la cárcel. Me llamó y me dijo estas palabras: “Le has dicho a tu hermano que yo te he pegado”, yo le dije que sí, y me dijo: “No te voy a pegar más, pero te aseguro que vas a estar preso toda tu vida. Yo me las arreglaré para conseguirlo”. Estas palabras se me grabaron para toda la vida.

Después me dijeron que los mismos de los suyos, le buscaban porque cuando estalló la guerra le cogió en la zona republicana, y estuvo hasta que se perdió Málaga, y las mismas cosas que estaba haciendo con nosotros, las hacía con los suyos, durante el tiempo que estuvo en la zona nuestra. Creo que acabó en un manicomio.

En aquellas fechas, mi hermano no iba por el pueblo porque se había incorporado a su regimiento, cosa que aprovechó para vengarse de mí. Yo llevaba más de año y medio, sin que ninguna persona de responsabilidad del pueblo me denunciara. Así que los juzgados tenían previsto, que todos los que no tuvieran denuncias, ponerlos en libertad en un plazo breve.

De esta manera, entre el cabo y una señora que él buscó, se encargaron de prepararme un buen paquete, no solo para que no saliera, sino para que me mataran, que era lo que aquel asesino buscaba. Gracias a los buenos informes que me dieron, la cosa se arregló un poco y fui condenado a 30 años, después que me pedían pena de muerte.

Pero lo pasé muy mal. La denuncia que me pusieron fue, que yo buscaba una persona para que la mataran. Yo no conocía a esa persona, ni aún pude saber quién era. Después me enteré que esta persona a que ellos se referían, según me dijeron después de la guerra, salió disparando a unas fuerzas que había en el pueblo. Todos los del pueblo, según dijeron, sabían que estaba apoyando a los sublevados, y nadie se había metido con él. No solo eso, sino que habían matado a mucha gente de izquierda, sin tener culpa de nada, como el caso mío, que sufrí el castigo de la cárcel, y el martirio que me dieron.

Todo esto lo supe después, cuando fui yo acusado por esta mujer, indigna de vivir. Esta señora, que no se me olvida de mi memoria mientras viva, creo que se llamaba Aurora Becerra, según me dijeron. Esta mujer, cuando hizo esto, es que tiene corazón de hiena, y es una asesina porque más de uno está bajo tierra, porque a ella le dio la gana de denunciarlo, para que lo mataran.

A raíz de esta denuncia, cambió todo para mí a mal, y esta mujer destrozó mi vida y mi juventud, y dejó una huella en mí que no puedo olvidar mientras esté en el mundo. Entonces me llevaron al juzgado, que el juez era un comandante más malo que el veneno. Al juez yo le pedí una entrevista, y el juez no me la quiso dar.

Al cuartel de la Guardia Civil me molestaban a todas horas, hasta que terminaron mi expediente, claro a su manera, como le dieron la gana. Aunque yo decía la verdad, negando todo lo que era mentira, no me hacían caso, porque para ellos yo era un rojo, y no querían saber más. Así que hicieron los que le dieron la gana, porque era su forma de condenar El único objetivo era matar a todos los que somos de izquierda, pues solo buscaban el exterminio. Estaban sedientos de sangre. Se portaron como los salvajes. Bueno sigo con lo mío.

En el mismo expediente, metieron a otro de las Juventudes, pues cuando a él le llamaban a declarar, le decían que yo había dicho que era verdad todo lo que yo había estado declarando, y que yo había dicho que todo lo que nos achacaban era verdad. Esto lo hacían para que nos acusáramos mutuamente, cosa que siempre me negaba, aunque a mí me decían, que él decía, que en compañía mía habíamos cometido esos delitos, cosa que sabíamos que todo era mentira. De esta manera terminaron el expediente donde íbamos los dos.

TRASLADADO A MÁLAGA

En el 1940 se habían llevado a Málaga a José Galeote (Cañamero), y ya lo habían condenado a pena de muerte. Así que cuando una mañana nos sacaron, y nos llevaron a un grupo, mi familia se enteró de que nos llevaban andando a la estación. Cuando íbamos por la calle, mi madre se acercó a un brigada de la Guardia Civil, que ella conocía, y le dijo que si me podía dar un abrazo, ya que hacía más de cuatro años que no me había dado un abrazo. Le dijo que sí. Fue el primer beso que me dio y yo creo que también el último. También dijo que si podía estar conmigo en la estación hasta que saliera el tren. La estación estaba lejos del pueblo, y había que ir andando, pero mi madre no podía, y fue mi hermana y mi novia, la que tenía en Murcia, las que me acompañaron. Mi novia, también tenía a su madre presa en Málaga, y un hermano que tuvo que marchar a Francia.

Yo sabía, que según lo que me echaban, mi vuelta sería muy larga, si es que volvía alguna vez. Así que no sabía cómo decirle a la novia, que pensara en su vida, y a mí me dejara. Yo estaba cabreado, porque me había dejado la que tenía cuando se perdió Málaga (Remedios), y pensaba que con el tiempo se cansaría de mí. Yo pensaba que no aguantaría, y como yo a la que quería era la que me había dejado, no quería ya novia. Por eso inventé todo eso. Además la situación en que me encontraba, no tenía ganas de nada. Sabía que el compañero que estaba en el mismo expediente que yo, le habían condenado a muerte. Eso fue lo que a mí me desmoralizó.

Así pasó todo. Me llevaron a Málaga (a la Prisión Provincial). Cuando llegamos nos echaron a un patio, el ochenta por ciento de los presos que había, estábamos en los patios. Había dos patios grandes y dos pequeños patios. Todas las tardes, cuando llegaba la hora del rancho, tocaban a formar como en un cuartel, y la disciplina era más rigurosa que el batallón disciplinario, mucho más.

PRISIÓN PROVINCIAL DE MÁLAGA

FACHADA

Como digo, todas las tardes a la hora del rancho, lo poco que nos daban, y antes de que termináramos de comer, tocaban a formar que era para matarlos. Los encerraban en las celdas para al amanecer quitarles la vida. Los guardianes venían con pistolas en las manos, nombrando uno a uno, y se los llevaban para, como digo, a las seis del día siguiente, al amanecer, fusilarlos.

Los montaban en camiones, con las manos atadas y los pies con alambres, y así los asesinaban en el cementerio, y en una zanja los echaban como si fueran perros, y hasta la iglesia les negaba que fueran enterrados como personas.

Durante la noche, era una pena cómo las personas que iban a matar por la mañana, se la pasaban llamando a los paisanos, dando encargos para sus familiares, para su mujeres, para sus hijos, y otros para sus padres, porque eran chicos jóvenes que aún no habían saboreado la vida.

Lo que escuchábamos, nos ponían los pelos de punta, aunque sabíamos que a la mañana siguiente, a alguno de nosotros tocaría, porque no valía que fuéramos inocentes o no lo éramos. Para ellos todos éramos criminales.

Así llegó un caso, que ocurrió con un paisano de mi pueblo, una persona que jamás hizo daño a nadie. Se llamaba Antonio Sánchez. Él tenía la costumbre de ir a cenar con otros paisanos nuestros del pueblo a otro departamento, pero cuando estaba allí tocaron a formar, para sacar presos para matar. Él se quedó allí. Esto lo hacía muchas veces, porque no se sabía para lo que era. Él no podía pensar que ese día le iba a tocar a él, así que empezaron a nombrar, y entre los que nombraron estaba él.

Nosotros, los del pueblo, cuando oímos su nombre, vimos que no estaba en nuestro departamento. Como sabíamos que acostumbraba a irse con sus amigos a cenar todos los días, callamos y no dijimos nada. Según estábamos formados, nos preguntaban los funcionarios si conocíamos al que nombraban. Nosotros callábamos.

Llevábamos más de media hora formados, cuando apareció mi paisano. En aquel momento no estaban los funcionarios, que se habían llevado a unos cuantos. Nuestro paisano al ver las caras que pusimos todos, se dio cuenta y nos preguntó muy nervioso “¿Han preguntado por mí?”. Nosotros hicimos un gesto con la cabeza afirmativamente. Pero en aquel momento, se presentaron los matones, los guardianes pistola en mano, llamándole. El contestó “Soy yo”, y en ese momento empezó a despedirse de los compañeros, que jamás lo íbamos a olvidar. Nos abrazaba con lágrimas en los ojos, y lo mismo nos pasaba a nosotros. Hasta que de un empujón lo apartaron de nosotros, y de esta manera desapareció para siempre de esta vida, por los asesinos de Franco, incluido él, que fue el número uno.

De esta manera pasaban los días y las noches, llevándose padres de familias al matadero. Las celdas se llenaban a diario, para matarlos al día siguiente. Todos los que estábamos en los patios, teníamos que soportar el frío y la lluvia, que era muy difícil aguantar.

Pero un día, un amigo mío compañero del pueblo de Monda, que hacía de monaguillo con el capellán de la prisión, me dijo que iba a hablar para que me subieran a una “brigada”, como en el penal se le llamaban a las naves. A mi amigo le dijeron que sí, pero tenía que cantar en el orfeón. A mí no me gustaba, pero era mejor que dormir en el patio. Teníamos que cantar en todas las misas.

Los días pasaban viendo cómo iban matando a los presos de la República. En la “brigada” o en las naves, no sacaban a matar por las tardes, que lo hacían bien entrada la noche. Así que cuando sentíamos los pasos por los pasillos, que ya eran muy conocidos por desgracia, ya sabíamos que venían por alguno en la galería. Dormíamos en vilo.

El día que más miedo pasé, fue una noche que fueron a mi departamento a sacar para matar, a un chico que se llamaba como yo, Rafael. Era de noche, y estábamos acostados, que dormíamos en el suelo, y sólo teníamos de sitio, tres baldosas cada uno, que son noventa centímetros. Cuando oí el nombre de Rafael, creí que era yo, y hasta que no dijeron lo apellidos que eran Rodríguez Molina, figurar lo que pasé. Aunque el que lo pasó mal, fue al que se llevaron para quitarle la vida. El duelo fue cuando se despidió de nosotros. Este compañero era de un pueblo que se llama Alhaurín.

EL CONSEJO DE GUERRA

El día 20 de marzo de 1942 por la tarde, me avisaron para el juicio para el día siguiente por la mañana. Bueno para el simulacro, porque no era otra cosa porque no juzgaban, por un delito que ellos habían cometido, y nosotros no teníamos defensa ninguna.

Como la ropa que tenía era muy mala, un compañero me prestó el traje que tenía. Ese día fuimos tres: un tío de Imperio Argentina, que era domador de caballos, y un compañero del pueblo de Ardales que pertenece judicialmente a Campillos.

Nos llevaron en un autobús de viajeros. Cuando íbamos camino del Tribunal, subió una mujer y nos dijo al pasar por nuestro lado, que los americanos han declarado la guerra a los alemanes.

Cuando llegamos, nos metieron en una salita con una pareja de guardias civiles, que nos llevaron a todos, a mí y al otro de Ardales. Al tío de Imperio Argentina, lo tenían sin esposas, pues estaba allí la sobrina, la artista, que tuvo la amabilidad de llevarnos café y churros. Claro esto lo hizo porque estaba su tío.

Cuando entramos en la sala, el panorama era aterrador. Sólo había militares dispuestos a quitar vidas humanas, como éramos nosotros, sólo porque habíamos defendido lo que ellos juraron defender, y que después traicionaron.

Nos aplicaron el delito que ellos habían cometido, levantándose y pisoteando la bandera de España de un gobierno legalmente nombrado por el pueblo: la República.

El fiscal empezó a leer el expediente. Según iba leyendo, creí que me iban a matar allí mismo, según lo que a mí me acusaban. Yo no comprendía de donde habían sacado aquella historia con tanta maldad. Nada conocía en absoluto, ni tampoco de aquello me habían preguntado, ni yo lo había dicho, ni tampoco estaba en el expediente cuando yo lo firmé.

Me pedían pena de muerte para mí y para el otro que fue conmigo, y para el tío de Imperio Argentina, le pedían veinte años, que al poco tiempo salió en libertad.

Cuando terminó el fiscal, me preguntó si tenía algo que alegar, y yo le dije que solo había sido voluntario, y que había sido de las Juventudes Socialistas, pero lo demás todo era mentira, porque nunca hice daño a nadie. Así quedó la cosa.

Cuando pude decirle la noticia a mi madre, que me habían juzgado, no quise que mi familia supiera que me habían pedido pena de muerte, y le dije que me habían pedido treinta años.

Después que me juzgaron, pasaron cuatro o cinco meses hasta que una mañana me llamaron a un departamento de la prisión. Yo iba muy preocupado, porque cuando los llamaban era para meterlos en la “brigada” de los condenados a muerte. Cuando entré en aquel departamento, había un comandante y un soldado, y un montón de papeles encima de una mesa. Me abrieron una carpeta, que me figuré que era el expediente. Me dijeron que firmara treinta años de condena, para cumplirlos donde las autoridades competentes me destinaran. Así que lo firmé con mucho gusto, porque yo esperaba lo peor. En ese momento firmaba mi vida, aunque no estaba seguro de nada, porque más de uno después de firmar treinta años, lo mataban.

Después de condenado, estuve un año más. Yo sabía, que una vez condenado, el día que más tranquilo estuviera, me llevarían a un penal. Pero antes de que llegara ese momento, me quedaría que ver muchas cosas desagradables.

También hubo un intento de matarnos a todos. En la fiesta de la Merced, en la comida nos echaron unos polvos, según dijeron. Empezó a hacer en nuestro cuerpo un efecto tan grande, que empezó un malestar con un dolor de tripa y una diarrea que nos revolcábamos en el suelo de dolor. Por fortuna lo pudimos superar, aunque con mucho trabajo y fatiga.

Había más, tenían la costumbre de que todas las semanas llevarnos la ropa a desinfectar, y al que le tocaba, nos dejaban como su madre los trajo al mundo. Nos daban una manta para dos, y nos echaban a un patio que habían dejado para que pasáramos la noche. Cuando llegaba el invierno, teníamos que estar toda la noche corriendo para no morir de frío. Yo nunca creí que una persona podía aguantar tanto.

Tengo que contar una cosa que pasó cuando yo estaba en Málaga. Estábamos un día en la misa en los patios, y cuando terminó empezamos a cantar el “Cara al Sol”, como lo hacíamos en todas las formaciones. Ese día, un funcionario que los presos le pusimos “Mi caballo murió”, porque lo parecía, dijo que un preso se había mofado de los himnos que se cantaban, y lo metieron en una celda incomunicado. Dio parte de él, y como sería el parte, que contestaron ordenando que formaran todos los presos, y que delante de ellos cantara las canciones. Pero que si no lo hacía, que fuera fusilado delante de toda la población reclusa.

El preso no sabía las canciones, y hubo que echarle una mano. Los compañeros escribieron las canciones, para que durante la noche las aprendiera, y a la mañana siguiente las pudiera cantar. Cuando nos formaron, a él lo pusieron en un sitio muy visible para que todos lo viéramos. A cada lado del preso, había un funcionario con una pistola en la mano. Lo primero que dijeron, fue que si algunos de los presos le ayudaban a cantar correría la misma suerte. Empezó a cantar y algunas de las veces se quedaba parado titubeando, y los presos con el movimiento de los labios le ayudaban, y él continuaba, y por fin pudo salir del paso. Aquel preso fue castigado a una isla, así lo dijeron, pero nosotros ya no supimos más de él.

Seguramente, las personas que lleguen a leer estos apuntes, no creerán lo que digo, pero es la pura verdad. Esto lo sabemos los que lo hemos pasado. Así íbamos pasando todas las calamidades. Estos martirios, fue el precio que nos hicieron pagar estos buenos señores que se llamaban cristianos.

Cuando más asesinatos hicieron, fue cuando los falangistas trajeron de Alicante a los restos de José Antonio al Valle de los Caídos, que fue construido con sangre de los presos de la República. Durante la semana que duró el traslado, esos días todas las celdas de las cárceles de España las llenaban para matarlos por la mañana del día siguiente. Nosotros le pusimos a esos días, la Semana Trágica. ¡A cuantas personas les quitaron la vida en esos días, para que ahora vengan los de Falange presentándose como personas honradas!.

Para que todo el mundo lo sepa, que fueron ellos los que no quisieron tenerlo, porque el gobierno español, quiso canjearlo por el hijo de Largo Caballero, que era el secretario de las Juventudes Socialistas. Franco no quiso y la Falange se calló la boca, y se limitó a asesinar al hijo de Largo Caballero.

Esta historia no es cierta. El hijo de Largo Caballero, cuando estalló la guerra, realizaba el servicio militar en El Pardo, fue arrestado y pasó toda la guerra de cárcel en cárcel. Un vez acabado el conflicto, en mayo de 1943, fue liberado y se exilió, primero a Francia y después a México, donde vivió hasta el 6 de junio de 2001, fecha en que falleció con 87 años. Nunca fue presidente de las Juventudes Socialistas.

DESTINADO AL PENAL DE “EL DUESO” (CANTABRIA)

Un día por la mañana del mes de junio de 1942, cuando más tranquilo estaba, se presentó un funcionario con una lista en la mano, recorriendo los distintos departamentos, y nos dijo: “Todos los que yo nombre, tienen que estar preparados, para salir mañana a un penal”. En aquella lista iba yo. En aquel momento pensé que ya no volvería por mi tierra, porque seguramente me quedaría por las tierras que me llevaran.

En esa lista, iba otro paisano mío, José Mesa, y otro chico que juzgaron conmigo, que era de Ardales, que también estaba condenado a treinta años. Al día siguiente vino otro guardia que nos dijo: “Los que yo nombre, que vayan formando con todo lo que tengan”.

Cuando reunieron toda la expedición, nos condujeron al rastrillo, el patio que hay antes de salir a la calle, y allí nos tuvieron por lo menos cinco horas, que algunos se caían desmayados al suelo, porque no podían aguantar de la debilidad que tenían. Después nos dieron un poco de comida en frío. A continuación emprendimos la marcha hacia la estación, donde esperaban muchas familias de los presos, para despedirse de ellos, que algunos sería para siempre.

Yo no tuve esa suerte, pues a mi familia no la pude avisar. Por eso dije ¡adiós para siempre!, porque no esperaba volver. Todos íbamos muy preocupados, porque sabíamos que más de uno ya no volvería con vida, porque la condena tan grande que teníamos, era para eso.

Íbamos conducidos, yo creo, por un regimiento de guardias civiles, a juzgar por los que iban por todos los sitios. Aunque nosotros también íbamos muchos. Una vez en la estación, nos montamos en el tren, y salimos camino de Madrid.

Cuando llegamos a la estación de Atocha nos condujeron a la prisión de Yeserías en Arganzuela (Madrid). Nos metieron en una galería donde dejamos las pocas cosas que teníamos. Después un celador nos llevó a la barbería, y nos cortaron el poco pelo que teníamos, al rape, y nos dejaron la cabeza igual que un botijo. Allí estuvimos quince o veinte días.

CÁRCEL DE YESERÍAS

Pasado ese tiempo, una mañana no formaron con lo que teníamos, que era poco menos que lo puesto, y nos bajaron al patio, donde estuvimos al menos, tres horas de pie, hasta que nos dieron de comer. Bueno, ni comida ni nada, porque lo que daban no era más que unas hojas de repollo que no había quien se las pudieran comer.

Después nos llevaron a pie hasta la Estación del Norte, y cuando íbamos por la calle, se paraban mucha gente a mirar. Veíamos muchos con el yugo y las flechas en el pecho, que lanzaban insultos contra nosotros de todas las clases; en cambio, otras personas decían, lamentándose, ¡Ay, cuanto os queda que pasar sin tener culpa!.

Cuando llegamos a la Estación del Norte, una vez en marcha, cogimos la línea de Segovia y nos figuramos que nos llevaban al penal de “El Dueso” en Santoña (Santander). Uno de los presos le preguntó a un guardia y se lo confirmó. Al llegar a Valladolid estuvimos parados toda la noche, pues dos presos empezaron a echar sangre por la boca, y los bajaron para que lo viera un médico. Después supimos que fue un truco que ellos se inventaron para escapar.

Cuando llegamos a Santander, nos metieron en una prisión que se llamaba “La Tabacalera”, porque según decían, había sido en tiempo fábrica de tabacos. Allí permanecimos un par de semanas, y ya se empezaba a sentir la falta de alimentos, puesto que lo que teníamos de las familias, se había terminado. Yo desde que salí de Málaga, iba sin nada, porque mi familia, por desgracia, no pudieron ni ir a verme, ni a despedirse de mí.

De Santander nos llevaron a “El Dueso” en Santoña. Le llamábamos, cementerio de los andaluces.

PENAL DE «EL DUESO»

Cuando llegamos, lo primero que hicieron fue llevarnos a la ducha, que con el agua fría y las pocas calorías que teníamos en nuestros cuerpos, y que desde que salimos de Santander, veníamos tiritando, nos dieron la puntilla. Cuando íbamos para la ducha, atravesamos un patio donde había muchos presos recostados en la pared. Estos presos, más que personas, parecían momias. Al cruzar por delante de ellos, oímos que decían: “cuando llevéis aquí un poco de tiempo, vuestra fisonomía no será la misma”. Era lo que nos faltaba para darnos ánimos.

Después nos metieron en una celda, y estuvimos veinte días sin salir con los demás presos. A esto le llamaban período, y cuando cumplimos el periodo, nos sacaban a trabajar, que consistía en allanar los cerros y hacer carreteras dentro del recinto del penal. “El Dueso” prácticamente es una isla, porque está rodeado de agua. Tiene un recinto muy grande, que está protegido por un muro de mármol, que hacen de recinto de los pabellones.

Dentro de ella había un monte y todas las mañanas, cuando amanecía, nos metían en un patio hasta que venía un guardia que se llamaba Quinollo, que más malo y criminal no lo pare madre. Tocaba un pito como los de árbitro de fútbol, para que formáramos rápido, y cuando estábamos formados, el funcionario iba cogiendo a los más jóvenes y como es natural, siempre me tocaba a mí, pues todas las mañanas nos formaba a la misma hora y nos llevaban a trabajar.

CANTERA

Usábamos vagonetas, que después de llenarlas de tierra, teníamos que empujar por unos raíles que poníamos para repartirla a distintos sitios. Íbamos empujando por lo menos quince presos, pero la verdad no podíamos, no teníamos fuerzas y los guardianes con un vergajo que usaban, nos daban palos para que empujáramos. A nosotros ya los palos no nos hacían daño, porque estábamos en los huesos. Nuestra debilidad era tan grande, que era igual que si dieran a una pared. Con decir que mi peso total era sesenta kilos, y llegué a pesar cuarenta.

Mi familia no podía mandarme nada de comer, porque estaban tan lejos, que cuando podían mandarme algo, llegaba podrido, y además no tenían para ellos, así que como iba a mandar para mí. De las pocas veces que me mandaban, como digo no se podía comer, y además de cada kilo nos quitaban un cuarto. Decían que era para los enfermos, cuando más enfermos que nosotros quién podía estar.

Cuando las cosas llegaron a ese extremo, dieron orden a los presos para que pidieran a la familia, que no mandaran cosas de comer que se echaran a perder. Que mandaran judías, garbanzos, lentejas, etc. Cosas para hacerlas los presos. Para eso se estableció una zona fuera de los pabellones, en el campo que había dentro del recinto, pero dentro del muro del penal. Aquí se aprovecharon las monjas que vendían leña muy mojada y muy cara. Todo esto es pura verdad.

Así que todo iba de mal en peor, pues a algunos les mandaban harina de maíz y de trigo, que la familia rebuscaba en los campos espigando, que después lo cambiaban por harina. A otros les mandaban trigo, que después de guisarlo parecía goma.

En el penal, las monjas tenían cochinos, y le llevaban de algún sitio desperdicios, y como había tanta hambre, los presos pedían que se los dieran para comer ellos, a lo que las monjas contestaban: “No hijo, que vosotros tenéis paquetes y los cochinos no tienen”.

Ese penal era la cosa más mala del mundo. Esta gente tenía tan mala leche de llevar los presos políticos de Andalucía para el norte, para que se murieran de hambre, lejos de sus familias. La comida que daban, eran hojas de repollo, pero estas hojas eran las que le echaban a las vacas.

DESTINADO A LA PRISIÓN DEL CASTILLO DE CUELLAR (SEGOVIA)

Yo no podía aguantar más, así que un día leí en el periódico “Redención”, el único periódico autorizado para los presos, que pedían personal con destino a la prisión central del Castillo de Cuéllar (Segovia), que lo habían hecho Sanatorio Antituberculoso para los presos como yo. Sabía que si seguía en el penal de El Dueso, sería mi muerte segura, como muchos que murieron, que estaban en mi misma situación.

SEMANARIO «REDENCIÓN»

Tan grande era mi desesperación, que cuando pedían gente para las minas o para otros sitios, yo me apuntaba a todos, con el propósito de escaparme, porque si seguía allí más tiempo, moriría. Pero para todos los trabajos era rechazado, porque tenía mi mano derecha mutilada de la guerra (le faltaba el dedo corazón).

Yo lo solicité, y tuve la suerte que a los quince días me aprobaron la solicitud, y a otros cinco más. A los siete días, a los cinco compañeros y a mí, nos apartaron para el día siguiente salir para la estación, donde nos montaron en el tren camino de Segovia.

Cuando llegamos a la capital, nos encontramos con otros que también lo habían solicitado de otras cárceles. Nos juntamos unos veinte. Allí nos tuvieron diez días, los cuales lo pasamos bastante mal, pues las comidas no eran nada buenas, aunque eran mejores que de dónde veníamos, pero era muy poco. Misa teníamos todos los días, eso no faltaba, como si con las misas estuviera todo hecho.

Hasta que un día llegó un camión de carga, y nos llevaron al castillo de Cuéllar. Cuando llegamos, nos llevaron a la nave de destinos, y enseguida venían los compañeros para ver la ideología que teníamos, porque en la cárcel los partidos políticos estaban organizados, aunque clandestinamente.

De los que habíamos llegado, cada uno se fue a su campo político. Yo me fui con los socialistas. Los compañeros del partido me preguntaban por otros compañeros, que sabían que estaban en donde veníamos. Los que yo conocía les daba detalles, de otros les tenía que decir que los habían fusilado.

Allí en Cuéllar cambió mi vida, pues la comida era distinta, porque como digo este penal era solo para enfermos. En esta prisión, encontramos muy buenos compañeros, como por ejemplo Daniel del Coso, Elías Prieto, Carmelo Santiago, Ricardo Mena y Francisco Montesinos. A todos estos compañeros yo los tengo en fotografía conmigo, hecha en la prisión, y la tengo en mi poder hasta este momento en que escribo este relato de mi vida. Todos eran excelentes compañeros y buenos amigos.

CASTILLO DE CUELLAR

Durante el tiempo que estuve en el castillo de Cuéllar, hubo muchos acontecimientos. Fue cuando terminó la guerra mundial (septiembre de 1945), y empezó nuestra lucha política, y la única manera de luchar era hacer la vida imposible a los funcionarios, que tan malos eran para nosotros, y que esto se supiera en los medios de información, y que supieran que éramos prisioneros de guerra, y que nos estaban matando.

Empezamos a hacer huelga de hambre, cosa bastante difícil puesto que los presos eran enfermos, y no se podían quedar sin tomar alimentos. Para esos compañeros, teníamos que preparar comida de donde fuera, así que hacíamos retén del suministro para los que no podían quedarse sin alimentos, y no dejaron de tener su comida. A esto contribuimos todos los presos que estamos en el penal, de manera que cuando todo estaba controlado, empezamos la huelga de hambre.

El director del penal nos formaba y decía que no teníamos corazón, que dejábamos morir de hambre a estos que no les pueden faltar los alimentos. Que eso no era humano, pero nosotros decíamos ¿habéis mirado alguna vez vosotros eso? Pero lo que no sabía era que aquello estaba todo previsto, y que a estos compañeros no le iba a faltar de nada.

Ellos se ponían rabiosos cuando veía que todos los días se tiraba la comida. Yo estaba en la cocina, y cuando se hizo el plante, los cocineros no estábamos obligados a seguirlo directamente, aunque lo hacíamos indirectamente. Nosotros teníamos que hacer la comida, para que el gasto se hiciera. El pretexto que poníamos, se fundaba en decir que la comida no era buena para los enfermos, pues nos podían decir que descaradamente era cosa política, aunque ellos lo sabían.

El director del penal, nos amenazaba con fusilar a los organizadores del tinglado. Decía que era maniobra política, así que las cosas se ponían de mal en peor. Pero nosotros continuamos dispuestos a todo, porque después de terminar la guerra y vencido el fascismo en el mundo, que nosotros que fuimos los primeros que luchamos para eliminar esta mala hierba, no era justo que continuáramos encerrados. No podíamos comprender que América apoyara a este régimen fascista de Franco, y que consintieran que siguiera matando.

En una reunión de los comités, aprobaron que al día siguiente los cocineros se negaran a hacer la comida. Nosotros sabíamos que si nos negamos, seríamos fusilados. Cuando tuvimos esta notificación, fuimos a decirle el peligro que corríamos, así que este acuerdo quedó nulo, referente a nosotros.

En esta forma estuvimos bastante tiempo, y la tensión aumentaba entre los presos y funcionarios. Esto provocó el castigo de muchos, que fueron enviados al penal de Burgos. Y con esos castigos de muchos presos, las cosas se fueron aplacando.

Esto ocurrió en el mes de mayo de 1947. Es en esta fecha cuando empezamos a salir los condenados a treinta años. Muchos salieron con un indulto, que había que solicitar a la Capitanía general de la región a la que se pertenecía, y fuimos condenados.

Y como con todas las cosas, el que tenía padrino se le concedía el indulto, que era la libertad plena, y al que no tenía se la denegaban, como a mí que hasta para eso tuve mala suerte y me la denegaron. Después recurrí al Tribunal Supremo de Justicia, pero el tiempo pasaba y no había nada.

ES PUESTO EN LIBERTAD CONDICIONAL

Me pusieron en libertad vigilada. Cuando llevaba en la calle algún tiempo, me llamaron un día a la Comandancia militar para firmar la denegación (de la libertad plena) por segunda vez. Ese día, cuando me llamaron, yo creí que era para encerrarme otra vez, porque al que le llamaban a esos sitios casi siempre era para lo peor.

(Fijó su residencia en Alcalá de Henares). Tenía que presentarme en el cuartel de la Guardia Civil todas las semanas, como si fuera un delincuente, cuando yo era más honrado que todos ellos, porque yo había cumplido con un deber de español. Cuando me presentaba, tenía que oír cosas muy desagradables, de algunos guardias que jamás puedo olvidar.

Quiero que sepan lo que me pasó con uno. Yo tenía que pasar para ir a mi trabajo, por la calle donde estaba el cuartel de la Guardia Civil, y al lado estaba el penal donde hacían guardia ellos. Esta era una calle transitable para el público, y había una garita, y a mí me conocían todos, de cuando voy a que me firmen la presentación. Ese guardia quiso reírse de mí de esa manera. Al pasar por su altura me paró, y me hizo pasar cuatro veces delante de él para darle los buenos días, y me dijo que me iba a dar una patada en mis partes, y esto después de decirme palabras mucho más graves.

Los que estábamos en esta situación no podíamos salir, sin permiso del jefe del puesto de la Guardia Civil. Así que relativamente estábamos presos, todos lo que salimos de esta manera. Así pasaban los días, las semanas, los meses y los años, sin que para mí las cosas cambiaran.

En mi trabajo siempre ocultaba que había salido de la cárcel. Yo trabajaba en una fábrica de harinas (era molinero), y cuando me presentaba en el cuartel tenía que hacerlo para que ninguno de los que trabajaban conmigo, me vieran. Porque el dueño de la fábrica era muy malo, y era alcalde, y no quería rojos, como ellos nos decían en aquella época. Esta fábrica se llamaba “El Colegio” estaba junto al río Henares, y mi hijo el mayor tenía seis años, y todavía seguía presentándome en el juzgado, pues no sabía cuando iba a terminar este martirio.

FÁBRICA DE HARINAS


Se casó el 17 de julio de 1948, con Teodora Escribano Cardenal, natural de Alcalá de Henares. Rafael tenía 31 años, y ella era cinco años más joven. Tuvieron dos hijos, Rafael y Enrique. Su hijo mayor, Rafael Segura Escribano, me ha contado que aún recuerda, siendo un niño, cómo la Guardia civil iba a su casa para controlar la presencia de su padre.

Gracias que en el juzgado había un chico conocido, y una de las veces que fui a presentarme, me dijo que por qué no solicitaba la libertad plena. Yo le dije que no sabía dónde tenía que hacerlo, y me dijo que él me lo haría. Y así fue como conseguí la libertad absoluta.

A partir de ahí tuve más libertad de movimiento, pero mi vida seguía amenazada, lo mismo que los que se encontraban en la misma situación que yo, y todos los que habíamos estado encarcelados, porque nosotros para ellos éramos delincuentes y asesinos.

Como nunca hice daño a nadie, tampoco soy capaz de hacerlo ahora. No porque no tenga motivos, que sí que los tengo, porque cuando voy por el pueblo, veo de pasar por delante de mí y encima con orgullo (se refiere a la mujer que le denunció). Yo creo que es un ejemplo de mi honradez.

Como digo, nunca hice daño a nadie, yo era de izquierdas, y lo sigo siendo mientras viva, y aun más que nunca. Porque ellos me han hecho de serlo, por mi experiencia vivida durante todo este tiempo que han mandado ellos, el franquismo. Esta mujer, la tengo mucho odio, que me metió en la cárcel y quiso matarme y destrozó mi vida. Por ese motivo, a la familia nos hundió en la miseria, porque yo era el único que la podía mantener, porque hacía de cabeza de familia, y el único que trabajaba, porque los demás eran pequeños y no teníamos padre.

Es muy pueblo sacaban las mujeres a barrer las calles, después de cortarle el pelo al rape y darle aceite de ricino para reírse de ellas. A pesar de esto, y que mataron a mi cuñado y a un primo mío, también mataron a un hermano de mi madre yo todo lo perdono, pero nunca podré olvidar esa mujer que quiso matarme, eso jamás.

*****************************

FINAL

Como dice en su escrito, Rafael Segura Olmo, era de izquierdas y socialista, y lo fue mientras vivió. Lo demuestra el hecho que en las elecciones municipales del 3 de abril de 1979, se presentó como candidato en las listas del PSOE, en el puesto 19, para el Ayuntamiento de Alcalá de Henares. El último de la lista era su hijo Rafael Segura Escribano.


Rafael Segura Olmo, falleció en Alcalá de Henares el 22 de enero de 1999. a los 82 años de edad. Siempre llevó a Campillos en el corazón.

Las últimas ocho hojas de sus memorias, son poesías propias dedicadas a Campillos y a lo que fue su vida. Como final, muestro un par de hojas de esos poemas:


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