DETENCIÓN Y ASESINATO DE JOSÉ MARÍA HINOJOSA LASARTE

 

De izquierda a derecha, Pilar Hinojosa, Isabel Hinojosa y José Lasarte, su hija Pura, Asunción Lasarte y Salvador Hinojosa, Francisco Hinojosa y Blanca Nagel, su hija Asunción, José María Hinojosa y Rosario Hinojosa 

En Málaga, la tarde del 18 de julio de 1936, una compañía al mando del capitán de Infantería Agustín Huelin, con banda de música, sale del Cuartel de Capuchinos en dirección a la Comandancia Militar, en la calle Casas de Campos, con la intención de declarar el Estado de Guerra.

Al llegar a la Comandancia, el capitán Huelin entró en la misma unos minutos, y al poco, salió a la calle con el Bando de guerra firmado por el comandante militar de Málaga, el general Francisco Patxot. En la misma puerta de la Comandancia se procedió a su lectura. Desde allí, se dirigió la compañía al Gobierno Civil, que se encontraba en el edificio de La Aduana.

La compañía mandada por el capitán Huelin recorre la Alameda de Pablo Iglesias, dirigiéndose hacia la Acera de la Marina. Al llegar al final de la Alameda, y cuando la tropa iba a entrar en la plaza de Augusto Suárez de Figueroa, hoy plaza de la Marina, para fijar un Bando en la esquina, ocurre un incidente con un grupo de tranviarios:

Los tranviarios estábamos allí, la parada nuestra era allí enfrente y terminaron de poner el bando y pegar el bando ¡Viva España! Y nosotros el grupo de los tranviarios dijimos: ¡Viva la República!, porque ellos no lo dijeron. ¡Viva España! dijeron, ¡Viva la República! y Rafael Ferreira Frías, muchacho tranviario, era hijo de un inspector de tranvías.

Rafael Ferreira levantó el puño ¡Viva la República! Y todos los que estábamos allí con él ¡Viva la República!, y el teniente Segalerva, que iba con Huelin, tiró un tiro y fue el primer herido, le rozó la mano, el tiro le dio, tiró para nosotros, el teniente Segalerva.

YO ESTUVE ALLÍ (página 96)

En el libro «GUERRA CIVIL EN MÁLAGA», de don Antonio Nadal Sánchez, catedrático de Historia Contemporánea, en las páginas 45 y 46, hay un relato de Rafael Ferreira Frías, que coincide con lo anteriormente descrito.

En ese instante, un grupo de milicianos que se hallaban apostados en distintos sitios, empezaron a disparar a los soldados, convirtiéndose la Acera de la Marina en un campo de batalla, obligando a las fuerzas militares a replegarse hacia el muelle. Finalmente las tropas pronto hicieron huir a los pistoleros. Se contabilizaron varios heridos, entre ellos tres músicos de la banda militar.

En el interior de la Aduana, al oír los disparos se produce un gran confusionismo. La compañía de Infantería del capitán Huelin se pone de nuevo en marcha, y al aparecer por la Cortina del Muelle la banda de música que encabeza la compañía; el cabo de Asalto Manuel Fernández Garri, que maneja una ametralladora, dispara una ráfaga al aire que, al ser oída por el resto de los guardias situados en ventanas y azoteas, es secundada pero disparando sobre la compañía, iniciándose así desde todos los sitios, un nutrido tiroteo contra las fuerzas de Huelin, que se encontraban a la altura de la desembocadura de la calle Molina Larios, refugiándose la compañía en el Boquete del Muelle a la defensiva.

Un poco más tarde, también la Guardia Civil se une a los sublevados, ocupando la Plaza de Toros y tomando posiciones delante del Cuartel de Carabineros, y cerca de los edificios del Gobierno Civil y Ayuntamiento. Ocupan Correos y Telégrafos.

El edificio de la Aduana estaba totalmente sitiado por los soldados y la Benemérita. El tiroteo adquirió caracteres intensísimos, y durante el espacio de una hora, no se escuchaban más que disparos continuos de pistola y de máuser, que sembraron la alarma y la inquietud en la ciudad, especialmente en los barrios, donde no se sabía qué estaba pasando.

Los tiroteos continuaron hasta las siete y media de la tarde, en que amainó un poco. El capitán Huelin, comprendió que la toma del Gobierno civil no iba a ser fácil.

Sobre las 21 horas, los sublevados colocan un cañón del 7,5, dos morteros y dos ametralladoras, apuntando al Gobierno Civil, pero con órdenes de no disparar.

Desde el anochecer, ardían muchos edificios de la Calle Larios. Grupos de individuos arrojaron gasolina en las puertas de algunos negocios, prendiendo fuego al líquido, que comenzó a arder rápidamente, propagándose las llamas al interior de los establecimientos. Se intentó apagar el fuego, pero resultó una tarea inútil. No tenían elementos adecuados para ello y además las llamas se habían adueñado de la parte baja de los edificios.

Desde los hoteles y viviendas de la calle, empezaron a salir personas que, llevando maletas o lo más indispensable, evacuando aquellos lugares, donde las llamas se hacían dueñas por minutos, sembrando la destrucción. A las doce de la noche, la calle Larios ofrecía un aspecto dantesco, ya que las llamas se habían extendido por muchos edificios.

El terror que siembran las llamas, lo aprovechan los milicianos para infiltrarse en las filas de los soldados, haciéndole llamamientos para que abandonen a sus oficiales.

El jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Málaga, teniente coronel Aquilino Porras, tras tener conocimiento por conducto de su coronel Fulgencio Gómez Carrión, que había recibido un radiograma del general Pozas, diciendo que la declaración estado guerra esa capital, es a espalda y en contra de la ley y del gobierno”, ordenó el inmediato regreso de las fuerzas de la Benemérita, que habían salido en apoyo de las fuerzas sublevadas del Ejército. Este hecho, sembró las dudas en la tropa y en los partidarios de la sublevación.

Sería la una de la madrugada cuando, impresionados por las furiosas llamas, comienzan las deserciones de los soldados, que sigilosamente se van retirando a los cuarteles.

Tras varias horas de negociación entre las fuerzas militares que rodean La Aduana, y los Guardias de Asalto que la defienden, junto al Gobernador civil, José Antonio Fernández Vega, sobre las cuatro y media horas del domingo 19 de julio, el general Patxot ordena el repliegue de las tropas a los cuarteles; se producen deserciones y un descontrol absoluto por parte de los sublevados. El levantamiento militar en Málaga ha fracasado

Después de la retirada de los militares, grupos de milicias asaltan armerías, incendian rotativas de periódicos, tiendas, domicilios particulares. Se consideran los héroes de la derrota del levantamiento militar.

Al amanecer hubo un momento aterrador. De las estrechas calles, a su izquierda, que daban a la Plaza de la Constitución, fue saliendo una densa masa de trabajadores, todos armados, llevando banderas rojas y avanzando con decisión. Gritaban y cantaban al andar, pero el sonido que se alzaba de aquella masa enfurecida no era un ruido humano, sino más bien el rítmico vibrar de una dinamo.

Siguieron adelante en línea recta, llenando por completo la amplia calle (Larios) y después se detuvieron frente a una casa. Rompieron la puerta, registraron las habitaciones rápidamente y después de echar gasolina sobre los muebles la prendieron fuego. Lo que más llamó la atención de Jan Woolley fue la forma tan metódica que tenían de trabajar. Las casas eran seleccionadas con cuidado y a las personas que estaban dentro se las avisaba antes de iniciar el fuego. Después llegó el coche de los bomberos y se quedó allí para evitar que las llamas se extendieran a las casas vecinas. Las razones para la selección no estaban del todo claras. Normalmente debía de tratarse de casas pertenecientes a los peces gordos de la derecha, pero a veces parecía que incendiaban algunas casas porque habían visto a gente disparando desde ellas. Jan distinguió con claridad hombres que corrían por los tejados y disparaban sobre el apretado gentío que llenaba la calle.

Para las ocho la multitud se había trasladado a otra zona de la ciudad dejando que la calle se quemara sola.

MEMORIA PERSONAL - Gerald Brenan (Pág. 411)


Camiones y automóviles cruzaban a toda velocidad llenos hasta los topes de obreros armados con fusiles, pistolas, cuchillos e incluso espadas. Iban sentados sobre el techo, de pie sobre los guardabarros, colgando del cuello de los conductores o asomando por las ventanillas; todos apuntando con sus armas hacia la calle, de manera que los camiones estaban literalmente erizados de ellas. Saludaban a los que pasaban con el brazo izquierdo doblado y el puño cerrado, exclamando Salud y seguían apuntando con sus armas hasta que se les devolvía el saludo de la misma manera. En todos los camiones y coches ondeaban al viento banderas rojas con letras pintadas sobre ellas: C.N.T., F.A.I., U.G.T., U.H.P., pero nunca P.C. Algunos iban a toda velocidad entre vítores poco entusiastas, mientras otros casi se arrastraban.

«¿Qué están haciendo?», pregunté.

«Son patrullas armadas», dijo Rosario, «y buscan fascistas».

MEMORIA PERSONAL - Gerald Brenan (Pág. 404)


LO OCURRIDO EN LA CALETA, LIMONAR Y MIRAMAR

En las primeras horas de este día los grupos armados que circulaban por la capital, tuvieron noticias de que en algunos de los edificios situados en La Caleta, Limonar y Miramar, habían armas y que de ellos se habían hecho disparos a las fuerzas leales y milicias.

A estos lugares se dirigieron grupos, registrando minuciosamente algunas de las citadas casas e incendiando otras.

19360723 003 El Popular

Así cuenta Mercedes Formica, una testigo presencial, en su libro «VISTO Y VIVIDO» (205), lo que ocurrió esa mañana del 19 de julio en La Caleta, El Limonar y Miramar

Quedaba todavía un poco de noche, cuando una hoguera de estremecedora potencia se levantó a la altura de la calle de Larios, iluminando la oscuridad y borrando las estrellas. Simultáneamente, una gran muchedumbre, envuelta en indescriptible algarabía, cayó sobre La Caleta. Bajaba de la Victoria por el Monte de Sancha y el Camino Nuevo, de Martiricos y la Trinidad, por los Jardines de Puerta Oscura, del Perchel, por la vía directa de la Alameda y el Parque, mezclando a los gritos y blasfemias los himnos de La Internacional y la FAI. Venían de las casas oscuras de los barrios miserables, de las chozas alzadas en los fangos corrompidos, de la suciedad y la desesperación, utilizando toda clase de vehículos, desde los camiones, abanderados con hoces y martillos, dispuestos de antemano, a los automóviles cogidos al azar, rodeados de criaturas a pie —miles, centenares de ellas— armadas de palos y cuchillos, o simplemente de su rencor.

No se trataba de un pueblo organizado o semiorganizado. Era una masa confusa, en la que se mezclaban muchachos andrajosos, portadores de latas de gasolina, mujeres desgreñadas, con las gargantas crispadas de tanto gritar, hombres jóvenes, de facciones descompuestas, que cerraban sus puños al cielo en un desquite de generaciones humilladas. Obedeciendo a una consigna invisible, se derramaban en todas las direcciones, arrasando cuanto encontraban a su paso, sin ocuparse de saber si el propietario de la casa que destruían era una persona buena o miserable, pues sólo entendían que aquello que destrozaban era responsable de su tragedia.

Con el incendio de la calle Larios sirviéndoles de fondo, quebraban las verjas, hollaban los jardines, trepaban por los balcones, rompían los cristales y arrojaban al exterior muebles, cortinas, espejos, porcelanas, entre risas y maldiciones y el frenesí de los claxon de los vehículos atascados. Sin perder un instante, prendían fuego a los enseres, al mismo tiempo que a las casas, rociadas de gasolina.

Sus habitantes tenían el tiempo justo de huir. Los próximos a las playas escapaban por ellas, pisando los restos del saqueo —telas, papeles, joyas—, mientras los residentes en Miramar y Limonar se refugiaban en los montes vecinos.

Con rapidez vertiginosa, el fuego se corrió de casa en casa, de jardín en jardín, y una densa humareda oscureció el sol. Las vidas y los hogares quedaron a merced de la masa ciega, movida por manos secretas, o impulsada por la desesperación.

El periodista Gil Gómez Bajuelo, cuando las tropas nacionales entran en Málaga en febrero de 1937, cuenta en el periódico ABC:

En la calle de Larios habrá incendiadas unas doce o catorce casas, que han sufrido enormes destrozos en los pisos principal y bajo, entre ellas el famoso Café Inglés. El resto de las casas se conserva en buen estado. También ha quedado completamente destruida la llamada Casa Larios, en la esquina de la Alameda. Y en la Caleta hemos contado hasta veinticinco casas incendiadas. El saqueo ha sido muy superior a la destrucción, con ser esta notable, porque hay muchas casas destruidas en la ciudad.

19370210 006 ABC


Palacio del Marqués de Larios

LA HUIDA DE LA FAMILIA HINOJOSA LASARTE

El 18 de julio José María Hinojosa y Ana Freüller Valls se ven por última vez. A Ana Freüller, José María la había conocido en 1930, por su amigo José Luis Barrionuevo España, y se había enamorado de ella. Perteneciente a la alta burguesía malagueña, era nieta de José Freüller y Alcalá-Galiano, marqués de la Paniega. Era cinco años más joven que José María y pensaban casarse en 1937.

En una entrevista que le hizo Alfonso Sánchez Rodríguez en agosto de 1993, cuenta lo siguiente:

«Mi madre estaba enferma. Paca, una sirvienta, y yo bajábamos desde Villa Victoria, nuestra casa del Limonar, y al pasar delante de Villa Mar, en Paseo de Sancha, José María, que estaba con su familia en la barandilla, nos ve y se me acerca: “¿Dónde vas?”, me pregunta. Y yo: “Por un médico”. Las balas llovían por todas partes, y él se empeñó en acompañarme. Yo, por temor a que su familia se enfadara conmigo, fui dura con él, y le dije: “No me acompañes. Déjame. Eres un pesado”. Y ya no volví a verlo más…».

Cerca del mediodía del día 19, y poco antes que las turbas se dejaran caer por la Caleta y se diesen al saqueo y al incendio, la familia Hinojosa Lasarte casi al completo, huyó de Villa Mar, su casa en Paseo de Sancha, nº 20 (antes 16) por la puerta que daba a la playa.

Villa Mar

Asunción Hinojosa Nagel, hija de Francisco Hinojosa Lasarte y de Blanca Nagel Álvarez, que tenía unos doce años entonces, jamás olvidaría los gritos de la multitud: “¡Vamos a meterle fuego! ¡Con ellos dentro!”.

Las turbas, incontroladas, saquearon e incendiaron toda La Caleta, incluida Villa Mar. Solo pudimos recuperar unos cuantos muebles (Entrevista de Alfonso Sánchez a su hermana Isabel)

Los libros de José María, sus cuadros, que había ido coleccionando de sus amigos pintores (Picasso, Dalí, Francisco Cossío, Francisco Bores, Ángel Planells, Joaquín Ruiz-Peinado, Manuel Ángeles Ortiz, Benjamín Palencia, etc.), y sus archivos, desaparecieron destruidos en el saqueo e incendio de la vivienda.

Estado de Viila Mar en sus últimos tiempos

Su amigo José Luis Barrionuevo, rememora en un artículo escrito en el ABC en 1974:

El recuerdo de José María Hinojosa, lo llevo unido al de aquel su estudio, museo de pintura de tantos artistas amigos, de tantas obras de arte, de su biblioteca, todo ello destruido por la llamas de los incendios revolucionario que precedieron en días al de su muerte.

19740910 042 ABC

Su hermana Pilar, en una entrevista realizada también por Alfonso Sánchez, manifiesta:

La pinacoteca estaba en la parte alta de Villa Mar, que ardió entera cuando estalló la guerra. Mi hermano tenía muchos cuadros raros, de pintores vanguardistas, pero había uno, creo que de Picasso, un bouquet de violetas, precioso; era el que más nos gustaba.

La familia encontró refugio en zona de La Malagueta, en un edificio de viviendas de cinco plantas en la calle Fernando Camino, nº 2, llamado “El Desfile del Amor”, obra del arquitecto madrileño José Joaquín González Edo. Era conocido por ese nombre, en referencia a la gran cantidad de parejas recién casadas que se instalaron en él tras ser construido en 1935.

El Desfile del Amor

Así cuenta Mercedes Formica, en su libro «VISTO Y VIVIDO» (207), como llegó la familia Hinojosa al edificio:

Ante la gasolinera de la plaza de Toros, centenares de criaturas reclamaban a gritos el líquido incendiario, para colmar de nuevo latas y bidones.

El vestíbulo del «Desfile», punto de convergencia de cuatro viviendas, aparecía abarrotado de hombres y mujeres lívidos.

Las Hinojosas, el resuello cortado por la reciente carrera, no habían tenido tiempo de ocultar las alhajas, cogidas en un impulso, y mantenían contra sus pechos, bajo las manos crispadas, el amasijo de collares, cadenillas y pulseras.

La hermana mayor, Isabel Hinojosa, así lo relata:

«Después del Alzamiento nos refugiamos en casa de Concha Nagel, la hermana de mi cuñada Blanca. […] Recuerdo que José María trataba de deshacer las iniciales de su nombre, bordadas en la camisa, sin conseguirlo. Allí vinieron a detenerlos unos guardias de Asalto. Traían la orden, y se los llevaron. Seguro que fueron delatados, seguro. José María supo desde el primer momento que iba a morir…»

Estuvieron allí escondidos cinco días, hasta que el 24 de julio, José María Hinojosa, junto a su padre, Salvador, y a su hermano, Francisco, fueron detenidos por milicianos y por guardias de Asalto, y llevados al Gobierno Civil. El periódico “El Popular” daría esta noticia al día siguiente.

Del edificio de La Aduana, los tres son conducidos a la Prisión Provincial, en la madrugada del 25 de julio. De sus cuatro semanas en la cárcel poco se puede contar. Solo a través de los relatos escritos de personas que estuvieron ingresadas en esas fechas, podemos saber cómo era la vida en su interior.

Prisión Provincial de Málaga

En «FLORES DE HEROISMO» (30 – 31), el jesuita Francisco García Alonso, que había ingresado en la prisión el 22 de julio, cuenta cómo era la vida en el interior de la Prisión Provincial:

Los reclusos suben a la brigada a las seis de la tarde, poco más o menos, según el tiempo y allí permanecen hasta las ocho de la mañana que bajan formados al patio en donde pasan el día. (Las brigadas eran unas salas amplias donde duermen cincuenta o sesenta reclusos).

La prisión malagueña es un edificio moderno. El día 27 de agosto de 1930 puso la primera piedra el entonces Ministro de Justicia D. José Estrada. ¡Quien le diría a este señor que el 20 de septiembre del 36 saldría de un calabozo de esta misma prisión para ser asesinado por los rojos en compañía de otras sesenta victimas!

Estas cárceles modernas tienen sus relativas comodidades: grandes patios, lavabos de agua corriente, duchas, economato, donde se pueden comprar algunas cosillas; pero nosotros apenas pudimos gozar de estas ventajas porque los presos comunes que había en la cárcel, al estallar el movimiento, salieron todos después de destrozar lavabos, quemar ventanas, saquear y quemar el economato, dejándonos la prisión en estado lamentable.

Subimos, pues, los sacerdotes y religiosos llegados en la tarde del 22 a nuestra brigada, y se nos entrego el petate que rellenamos de crin vegetal, también se nos entrego una manta. Todo este material estaba chamuscado, pues el intento de los presos al enterarse del movimiento fue pegar fuego a la cárcel para salir y unirse a los rojos.

En el libro «TREINTA SEMANAS EN PODER DE LOS ROJOS» (32), escrito por el padre Tomás López, nos cuenta lo siguiente:

Al llegar nosotros habría ya en la cárcel, el día 28 de Julio, unas 250 personas subiendo más tarde su número a cerca de las 600.

Hasta el día 10 de agosto estuvimos completamente incomunicados con el exterior; ni se permitía escribir, ni se recibían visitas de los familiares, ni se podía mejorar el rancho, añadiéndole cuatro cositas, como uvas, chocolate, leche condensada, mantequilla, queso, etc., etc.

Por encargo de José María Hinojosa, un preso común, José María Escobar, llamaba por teléfono a diario a Ana Freüller para que informara a sus hermanas del estado de los tres, “porque era imposible visitar a los presos

Francisco Lluch F. Valls, en su libro «MI DIARIO ENTRE LOS MÁRTIRES», escribe el día 17 de agosto (página 35 y 36):

Me han dicho antes de que viniese aquí, que en Campillos, habían matado a uno de los Hinojosa, no me supieron decir el nombre. Aquí está don Salvador, sus hijos Paco y José Mª. Hinojosa Lasarte. Pregunto a José María si sabe algo de sus primos; me contesta que no sabe nada de José María (Hinojosa Lacarcel), que estaba en Madrid estudiando, ni de Paco (Hinojosa Lacarcel), que estaba en Campillos o en Ronda.

Después se ha sabido que en la carretera de Ronda, se encontró el cadáver de Francisco Hinojosa Lacarcel

Francisco Hinojosa Lacarcel, de 29 años de edad, había sido asesinado el 26 de julio, en las proximidades de Cuevas del Becerro. Estaba casado con Pilar Bohórquez Peñalver y era padre de cuatro hijos llamados José María, Angelita, Francisco y Pilar de 6, 5, 4 y 2 años de edad respectivamente. Su esposa declaró:

Que sobre las catorce (horas del 26) de Julio de 1936, se presentaron en el domicilio de la dicente en Ronda cuatro individuos armados, dos de ellos con escopeta y otros dos con revolver; eran de Campillos y por lo visto habían tenido conocimiento de que su esposo se encontraba allí; preguntaron por él con seguridad completa de que estaba en dicho domicilio; subieron al cuarto donde se encontraba y se lo llevaron después de haber encañonado a los presentes, diciéndoles que el que se opusiera le levantaba la tapa de los sesos; los cuatro entraron en la habitación donde se encontraba su marido y le detuvieron, diciéndole que se trataba de prestar una declaración y se lo llevarían a la cárcel; entre los cuatro le sacaron de la casa y le subieron en automóvil y salió para Campillos, matándole un poco más allá de Cuevas del Becerro, en el mismo viaje y en el mismo día.

MARINOS FUSILADOS EN MÁLAGA EL 21 DE AGOSTO

El día 20 de agosto de 1936 se celebró en el buque hidrográfico «Tofiño» un Consejo de Guerra, con carácter sumarísimo, contra dieciocho oficiales de Marina. El tribunal fue presidido por el Capitán de Fragata don Federico Aznar Bárcenas, comandante del «Tofiño». El juicio duró desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde.

La composición de este tribunal incumplía toda la normativa que sobre la materia se encontraba vigente en aquellos días. Por los hechos por los que se les enjuiciaba a los militares detenidos, se les tenía que haber juzgado por la Sala Sexta del Tribunal Supremo. El mismo día de su nombramiento, comenzaron las presiones e intimidaciones a los miembros del tribunal, por parte de los verdaderos dueños de la situación, los miembros de los diferentes Comités de los barcos.

Ese mismo día se dictó la sentencia. De los dieciocho procesados, dieciséis son condenados a muerte: seis eran oficiales del destructor «Churruca» y cinco oficiales del «Sánchez Barcáiztegui». Los otros cinco, del destructor «Almirante Valdés», ya habían sido asesinados en la mar el día 14 de agosto por la noche, antes de ser juzgados.

El tribunal les concedió, como medida de gracia, a la espera, casi sin esperanza, del indulto solicitado, pasar la noche juntos en la Prisión Provincial de Málaga con un sacerdote para la confesión. El jesuita Francisco García Alonso, relata en su libro «FLORES DE HEROÍSMO» (55 – 79), la noche que pasó con ellos antes de ser fusilados.

Al amanecer del día 21 fueron fusilados en el patio de la Prisión de Málaga, de tres en tres, salvo los últimos que fueron dos, por un piquete de 24 marinos voluntarios del «Churruca»

Capitán de navío Fernando de Barreto Palacios.

Capitán de corbeta Fernando Bustillo Delgado.

Teniente de navío José Garcés López.

Alférez de navío Juan de Araoz y Vergara.

Alférez de navío José Tomás Silvestre Sebastiá.

Alférez de navío Vicente Oliag García.

Capitán de fragata Fernando Bastarreche y Díez de Bulnes.

Capitán de corbeta Rafael Cervera Cabello.

Teniente de navío José Fullea y Carlos-Roca.

Teniente de navío Juan Soler-Espiauba y Soler-Espiauba.

Alférez de navío Manuel Saiz Chan.

Los seis primeros eran del destructor «Churruca» y los cinco restantes del «Sánchez Barcáiztegui». Algunos de los oficiales fallecidos, dejaron cartas escritas que fueron entregadas a sus familiares por su confesor, el padre Francisco García Alonso.

22 DE AGOSTO, BOMBARDEO DE MÁLAGA POR LA AVIACIÓN ITALIANA

Conocedores en Sevilla del fusilamiento de los once oficiales de Marina, y de la llegada el día anterior a Málaga de un petrolero español «Campero», de la compañía CAMPSA, procedente de Casablanca, con capacidad para 8.400 toneladas de combustible, se decidió bombardear el 22 de agosto, las instalaciones portuarias malagueñas.

Según cuenta el teniente coronel italiano Ruggero Bonomi en su diario:

A las ocho en punto de la mañana del 22 de agosto, una patrulla de tres bombarderos SM-81 despega de Tablada para bombardear las instalaciones portuarias de Málaga. Después de 15 minutos de vuelo, un avión se vuelve debido al mal funcionamiento del motor derecho. Los otros dos bombarderos continúan y llegan a Málaga sobre las 09:15. Mientras que uno bombardea el puerto, el otro localiza los depósitos de petróleo de CAMPSA, y a pesar de la acción de dos baterías antiaérea en los muelles y de un crucero, desde una baja cota acierta plenamente a los tanques. Hubo una gran explosión, seguida en un corto tiempo de muchas otras menores, luego una enorme columna negra cubrió todo. Desde Antequera, en el camino de regreso, todavía vemos explosiones de fuego. El incendio tardaría en apagarse más de tres días. Hubo treinta muertos y un centenar de heridos.

Así relata lo ocurrido el periódico malagueño Julio

DOS TRIMOTORES FACCIOSOS ARROJAN DIVERSAS BOMBAS SOBRE LA FACTORÍA DE LA CAMPSA Y UNA FÁBRICA DE ACEITE

Esta mañana, alrededor de las diez menos cuarto, varios cañonazos, fuego de fusilería, tiros de pistola y tableteo de ametralladora, nos anunciaron el vuelo sobre la capital de aparatos facciosos.

En efecto, dos aparatos enemigos volaron sobre Málaga, perseguidos implacablemente por los nuestros que, sin cesar, disparaban contra los aparatos enemigos.

Estos, que volaban a una altura enorme, arrojaron primeramente, tres bombas sobre la factoría de la CAMPSA. Uno de los proyectiles cayó en uno de los depósitos, quedando pronto envuelto en llamas. El personal del mismo, que resultó herido, angustiado y lanzando gritos en demanda de auxilio, fue trasladado con la rapidez necesaria a la Casa de Socorro de la Explanada de la Estación.

No habían llegado aún las víctimas al centro benéfico de referencia cuando los aparatos arrojaban, de nuevo, cuatro proyectiles contra, la fábrica de aceites «Georgia», que fue pasto del fuego.

EN LA CALLE CANALES

Seguidamente nos trasladamos al número cinco de la calle de Canales, donde se halla instalada la fábrica de aceites «Georgia» que era pasto de las llamas.

El cuerpo de bomberos al mando de su comandante, realizaba con una actividad sin límites la labor extintora encaminada a conseguir a toda costa que el siniestro, que adquiría enormes proporciones, quedara localizado impidiéndose que se corriera a otros edificios.

También en el depósito siniestrado de la factoría de la CAMPSA, los obreros realizaban una formidable labor, procurando por todos los medios aislarlo para evitar su corrimiento a los restantes.

EL SERVICIO DE SANIDAD

Tan pronto se supo la trascendencia de los sucesos la Cruz Roja, se encaminó hacia los lugares donde los mismos se habían desarrollado atendiendo el traslado de las víctimas en coches ambulancias y camillas a los distintos centros benéficos de la ciudad donde ya se hallaban dispuesto todos los servicios de asistencia y curación.

19360822 003 Julio


En la “Vers” cayó la primera bomba. Mira, dice señalándonos el lugar donde el artefacto cayó, abriendo una considerable brecha. Cuatro camaradas murieron víctimas de la metralla.

Cinco depósitos incendiados, hasta ahora. Quedan once. Como verás, los compañeros están tratando, junto con los bomberos y el restante personal técnico, de aislar los que arden con objeto de que las llamas no se propaguen a los demás. Para conseguir esto, se arroja gran cantidad de agua sobre los depósitos, que no sufren daño alguno. Que estos estén bien refrescados es algo muy trascendental.

19360825 004 Julio


Gerald Brenan, fue testigo presencial de los sucesos, y así lo escribe en su libro «MEMORIA PERSONAL 1920-1975», páginas 435 y 436.

Un amanecer hubo un ataque aéreo contra Málaga. Mi mujer y yo estábamos viéndolo desde la ventana de nuestro dormitorio cuando una tremenda explosión en la zona del puerto hizo vibrar el aire y una densa columna de humo se alzó hasta el cielo. Una bomba había hecho impacto en los depósitos de gasolina y aceite que abastecían la ciudad. […]

Poco después del desayuno fui con mi bicicleta a ver los daños. No todos los depósitos de gasolina se habían incendiado. Algunos estaban todavía intactos porque eran subterráneos, y cientos de obreros trataban de cubrirlos con arena húmeda, corriendo un gran riesgo personal. El calor era terrible; se habían desnudado; trabajaban en calzoncillos. Con el rugir de las llamas y las densas nubes de humo, aquella parecía una escena infernal. Aunque se había salvado algo de la gasolina, todo el aceite pesado estaba perdido y siguió quemándose con una prodigiosa columna de humo por espacio de dos o tres días.

Al volver a casa tuve que contemplar una penosa escena. Unas familias de gitanos habían estado acampadas muy cerca de la carretera general con sus mulas y sus carros. Pocos días antes me había parado para hablar con ellos. Una bomba hizo explosión en el centro del campamento mientras comían. Sus cuerpos destrozados y manchados de sangre y los cadáveres de las mulas yacían entre las ollas ennegrecidas. Eran más de cuarenta y sólo había sobrevivido una niñita.

En total los muertos por el bombardeo fueron cerca de sesenta. De los gitanos que refiere Brenan, fallecieron trece y eran de origen yugoeslavo, menos uno que era griego.

ASALTO A LA PRISIÓN PROVINCIAL. PRIMERA SACA DE PRESOS

Hacia las once de aquella mañana, una muchedumbre armada, presa de gran indignación por las víctimas causadas por el bombardeo, acudió a la Prisión Provincial, dispuesta a asaltarla para, como represalia de la agresión aérea, castigar duramente a las personas que se encontraban recluidas en su interior. Los guardias de la prisión, hicieron subir a las brigadas, a los presos que se encontraban en ese momento en los patios.

La guardia exterior hizo esfuerzos sobrehumanos para evitar la invasión, pero un grupo de ellos, no tardaron en franquear los rastrillos y llegar a las galerías interiores donde se hallaban los detenidos.

El Director de la Cárcel, aterrado de cuanto sucedía, en la primera vez que se asaltó al edificio, llamo al gobernador civil, dándole cuenta de la salvajada y la primera autoridad de la provincia (Fernández-Vega), le contestó «no puedo hacer nada, hay que dejar al pueblo hacer su justicia». REMIGIO MORENO – YO ACUSO…(191)

Sobre las doce del mediodía, a unos ciento veinte presos políticos, les hicieron formar en un salón grande, donde estuvieron durante dos horas y media. La saca de presos la dirigió Francisco Millán López, miembro del Comité de Salud Pública, y Miguel Ortiz Acevedo, nombrando con una lista que llevaban escrita, elaborada en el despacho del gobernador Fernández Vega, a los que debían salir para ser asesinados. Millán militaba en el Partido Sindicalista y Ortiz Acevedo en la CNT. De éste último ya hablé en la Crónica, «PISTOLERISMO SINDICAL EN LAS CALLES DE MÁLAGA», cuando en junio de 1936, le dispararon en la puerta de su casa, cuando tenía en sus brazos a su hija pequeña.

https://cronicasdelvientosolano.blogspot.com/2024/06/pistolerismo-sindical-en-las-calles-de.html

Terminada la lectura de la lista, un grupo de milicianos fue pasando revista a los detenidos y eligiendo a capricho los que le parecían, que se llevaban para asesinarlos. Esta elección era acompañada de frases insultantes, con dudas y vacilaciones para elegir unos u otros, lo que producía a los detenidos un verdadero estado de terror.

Según algunas declaraciones, durante la saca de presos, estuvo presente en la misma el teniente coronel de Infantería Pedro de las Heras Alsina, el cual les dijo a los milicianos, cuando iban excarceladas un buen número de personas, “que por aquel día ya había bastante”.

Francisco Lluch-Fabado y Valls, que estaba ingresado en la cárcel y que fue testigo presencial de lo ocurrido, escribió en su libro «MI DIARIO ENTRE LOS MÁRTIRES» (52 – 59), lo siguiente:

Se están oyendo grandes gritos, que vienen de la calle. Desde una ventana de una brigada del piso superior y subido en una silla, Joaquín Ballesteros, que es tan alto, ve una gran multitud, en forma un poco tranquilizadora. «Están asaltando la cárcel...», dice blanco como la cera. El pánico, cunde como un reguero de pólvora. Vienen con fusiles y armas de todas clases y nosotros estamos aquí como inocentes corderillos. ¡Qué va a ser de nosotros, Dios mío!

En un momento me he acordado de todas mis cosas; desde que era chiquillo, mi vida ha pasado en un relámpago, como si la hubiese visto en una película.

¡Ángel de la guarda, no me dejes! Los militares y muchos de los padres prodigan ánimos, que ni remotamente sienten. Casi nadie les oye. Todo el mundo está rezando sus oraciones, preparándose a bien morir.

De pronto, las turbas están ante la cancela del departamento: "Aquí, aquí, dicen a grandes gritos. Aquí, que están todos los de la Caleta".

Aparece un individuo alto, que viste un mono kaki verdoso blasfemando de un modo tremendo. Por si nos quedaba alguna esperanza, nos dice a voces, que viene a matarnos a todos. Le siguen varios individuos con mono azul.

Uno de ellos, bajito y gordo, ha entrado con la pistola en la mano, diciendo que vamos a morir como las chinches.

El tumulto que aquí hay, no se puede describir, no se oye más que la palabra, "calma, calma, compañeros; aquí no manda nadie más que yo", dice el tío fiera que ha entrado el primero.

Un policía que tengo al lado dice: "Ese es Millán, y el bajito, (Miguel) Ortiz Acevedo".

Estamos formados a dos filas dobles, como cuando vienen los oficiales de Prisiones a contarnos.

Por este callejón que queda formado en el medio, los Jefes de la F.A.I. y los que no lo son, nos pasan revista, como grandes generales a su ejército. En la entrada esta la multitud, que no la dejan pasar los primates, o porque tienen miedo a que los confundan con alguna de las futuras víctimas.

Millán, y los demás, pasan arriba y hacia abajo preguntando a todos por qué están aquí y diciendo a gritos que vamos pagar las muertes que hemos hecho en la calle.

Todo esto amalgamado con gran cantidad de insultos y blasfemias.

—Como chinches vais a morir—este es el estribillo de todos los que nos hablan.

Después de preguntar y preguntar a diestro y siniestro, dicen: "Ninguno habéis hecho nada; ahora todos sois muy buenos, pero vais a morir como chinches". Esto lo repiten constantemente, por si no nos habíamos enterado.

—A ti te conozco yo—se oye que le están diciendo a alguien—. Tu eres fascista; me ca... en la Virgen, y de Acción Popular; me ca... en Dios. Que os vamos a matar a todos, granujas, fascistaaaaassss.

Todo este roción de insultos ha sido para el bueno de (José) Azparren (Gaztambide), que, blanco como el papel y con un sudor de muerte, solo puede articular estas palabras:

—Usted debe estar confundido; ese que usted dice no soy yo.

Otro granuja le replica:

—¡Que tú no eres fascista? Mira, el día del movimiento, a las seis de la tarde estuviste en la Cortina del Muelle, y por la calle de Trinidad Grund te fuiste a una casa que hay en la calle de la Vendeja.

El pobre Azparren se ha quedado mudo de asombro ante la verdad del relato, que demuestra hasta donde llegaba el espionaje rojo.

En este momento suena el primer nombre de la lista que traen estos asesinos, y el que estaba acusando a Azparren se distrae, este queda entre nosotros, hasta el día 21 de Septiembre, que se lo llevan.

Los primeros nombres han sido de los militares que están encartados en el sumario (93/1936), que está instruyendo el teniente coronel (Pedro de) las Heras, y que por orden expresa de este pasan a otra brigada rigurosamente incomunicados. (También fueron asesinados ese día)

Suenan los primeros nombres de los que han a ser asesinados, que son:

D. Francisco Biote Herrera (hijo) y D. Francisco Biote Cano (padre).

Muy conformados con su suerte, se entregan primero el hijo y después el padre.

D. Leopoldo Morante Bermejo es el primero de Falange que cae. Lleva puesta la camisa azul. Mientras entraban los asaltantes se la ha puesto, para que le sirva de sudario. ¡Así mueren los falangistas!

D. Adolfo Gross Pries. Al oír su nombre, sale de la fila para entregarse a sus verdugos. Al pasar por donde están sus hijos Teodoro y Jaimito, besa primero al pequeño y después al mayor. Totó le dice a su padre que José Luis debe estar formado en la fila, un poco más hacia abajo. D. Adolfo le busca con la mirada, y dice algo al oído de sus hijos. (Todo esto ha sido de un modo rapidísimo). Y el pobre Jaimito, al desprenderse de los brazos de su padre, cae sin sentido al suelo. Su hermano lo recoge, mientras su padre se aleja con esta espina clavada en el alma.

Totó casi no tiene fuerzas para recoger a Jaime, y con él en brazos, parece una Dolorosa. Azparren le ayuda y entre los dos lo tienden en un colchón.

Casi todos los que estamos cerca tenemos los ojos brillantes de presenciar la escena.

D. Emilio Hermida Rodríguez. D. Lorenzo Martínez Kicherer.

Los han nombrado juntos y los dos, unidos por el brazo que lleva D. Emilio sobre el cuello de Lorenzo, se entregan a sus perseguidores.

D. José Méndez García va muy tranquilo a entregarse.

D. José Mª Hinojosa Lasarte, su hermano Paco y D. Salvador que va detrás de sus dos hijos.

¡Al ver estas escenas de padres e hijos, los que estamos de pie, sufrimos horriblemente! En la fila de enfrente, donde yo estoy, todas las caras que se ven, están blancas como la cera, y algunas brillan con el sudor de la muerte. A mis dos lados, supongo que debemos de estar todos igual, al ver salir a tantos amigos y seres queridos.

Ha sonado el nombre del Dr. D. Rafael Pérez Bryan (médico). Como no está aquí, mandan a la enfermería por él.

[…]

Después de haber agotado la lista que traen, eligen a capricho. Hay un muchachito joven, que se ve a las claras que es un obrero. Millán, dándose cuenta, le pregunta:

— ¿Por qué estás aquí?

— Por fascista—responde el muchacho.

— ¿Tu fascista—insiste Millán, como no dando crédito a sus ojos—. Pero tú eres fascista por convicción o por conveniencia ?—le pregunta.

—Por convicción—responde orgulloso Antonio Aragonés López, que así se llama el muchacho.

Pues si es por convicción, tira p'alante.

[…]

Seguidamente, Millán descubre a D. Guillermo Torres España, al que conoce del Muelle.

— ¿Tu por qué estás aquí?—le dice.

Porque estaba afiliado a Acción Popular el año 33—responde el interpelado.

Ah, con que tú, un amigo mío, afiliado a Acción Popular? Tira, tira para arriba.

Y por este gran delito de haber sido afiliado a A.P., don Guillermo es condenado a la pena de muerte. Esa es la Justicia del Pueblo que dicen representar estos canallas.

Antes de salir, Millán descubre a Jaimito Cross que se destaca del resto de los de la fila por una camisa azul celeste que lleva puesta. Se acerca el matón y le pregunta:

— ¿Es a ti al que le ha dado el mal?

— Si— contesta el pobrecillo, que está llorando aún por la salida de su padre.

— Conque ahora te da el mal, y el día 18 les estabas tirando tiros a los obreros.

— Yo no he tirado tiros a nadie—responde Jaimito con los ojos arrasados de lágrimas—, yo tengo 14 años y no he hecho nada a nadie.

Y el "valiente" se ensaña más aún con el inocente chiquillo diciéndole:

— Si, ahora no habéis hecho nada ninguno. Ahora toda lo negáis, pero no vais a quedar ni uno de los que estáis aquí. Por cada uno que maten los aeroplanos, yo voy a matar a cinco.

Cansado ya de tanto llevarse gente, Millán se retira; pero entran más milicianos que eligen cada uno su víctima, por el gusto de tener a alguien a quien matar. Ya que ni preguntan siquiera quien es el que se llevan. Vente conmigo, y con este ligero formulismo, es un hombre que tiene mujer o hijos condenado a morir, sin mas ley ni Código, que el capricho de un desalmado, que a lo mejor ni sabe leer ni escribir.

Hasta que pone fin a este calvario horrible el sargento de las tropas que esta de puesto hoy en la cárcel diciendo: “fuera ya todos los milicianos, basta ya”. Y así poco a poco se van retirando cada uno con su presa.

Nos dicen que al oficial de Prisiones D. Ángel, le han pegado un tiro en el corazón, a la misma puerta de la cárcel, por haber sido bueno con los detenidos que estamos aquí.

Ya están todos los milicianos fuera, son las dos y veinte de la tarde, nos llamaron a formar a las doce en punto. Hemos estado firmes y puestos en fila dos horas y veinte minutos.


Francisco Millán López

El jesuita Francisco García Alonso, relata en su libro «FLORES DE HEROÍSMO» (91):

Aquel día murieron entre otros, el General de la Plaza D. Francisco Patxot Madoz, que por estar enfermo en la prisión, salía en brazos de dos milicianos. Murió también D. Rafael Pérez Bryan (médico), quien en su buen humor, al acercarse los verdugos les echó el brazo diciendo: ¡Hola muchachos! Salió también al martirio, el joven Luis Altolaguirre, quien me hizo en la enfermería una verdadera labor de apostolado, preparándome el camino para confesar a muchos. A él le confesé varias veces. Asesinaron también los rojos, a los Sres. Biote padre e hijo. Al primero le había confesado el día antes en la enfermería. Después de confesar, era tal la satisfacción que experimentó, que hube de permanecer con él un rato, pues sollozaba de consuelo y me decía: Padre, ya no temo ni a la muerte.

Según los presos salían de la Prisión Provincial, entre insultos, golpes y amenazas de la muchedumbre que había en la calle, en diversos coches los transportaban a las tapias del cementerio de San Rafael, donde fueron fusilados. Las descargas estuvieron sonando varias horas

No había transcurrido más de una hora, cuando desde todos los departamentos de la Cárcel empezaron a oírse los disparos que estallan poniendo término a la vida de tantos mártires.

Se oían tan cerca, nos ha referido uno de los que pasaron aquella inolvidable jornada en la enfermería de la Cárcel, que creíamos, sin que nadie lo pusiese en duda, que los fusilamientos se estaban realizando en el mismo patio de la prisión.

19370826 04 Boinas Rojas

En contra de lo que dice Francisco Lluch en su libro, entre las cuarenta y seis personas que ese día fueron asesinadas, estaban también los doce militares de Infantería que se encontraban en la Prisión.

General de Brigada, Francisco Patxot Madoz

Teniente coronel de Infantería, Ramón Reviso Pérez de la Caja de Recluta

Comandante de Infantería, Joaquín Jiménez Canito del Estado Mayor

Comandante de Infantería, Gregorio Maestre Rodríguez

Comandante de Infantería, José Méndez García

Capitán de Infantería, Antonio Cabezas Camacho

Capitán de Infantería, Emilio Hermida Rodríguez

Capitán de Infantería, Juan Galán Armario

Teniente de Infantería, José Fajardo Felipe de la Rosa

Teniente de Infantería, Emilio Cornello Lorenzo

Cadete de la Academia de Infantería, Antonio Troncoso Palleiro

Cadete de la Academia de Infantería, Luis Pezzi Barraca

Todos ellos estaban incluidos en la Sumario 93/1936, abierto el 19 de agosto, tres días antes, contra las principales autoridades militares de Málaga, que presuntamente habían participado en el levantamiento militar. Había sido designado, como juez instructor de la causa, el teniente coronel de Infantería Pedro de las Heras Alsina, que según testimonios estuvo presente durante la saca.

En principio fueron once los militares que aparecen en la portada del sumario 93/1936: Cuando el teniente coronel Pedro de las Heras inició las investigaciones el 19 de agosto contra los militares sublevados, ya habían sido asesinados seis de los once militares investigados. Posteriormente, conforme las investigaciones fueron avanzando, el sumario se fue ampliando con más implicados hasta un total de 71 militares de distintos cuerpos.

Cuando el Juez Instructor de la causa 93/1936, preguntaba el 20 de agosto, por el paradero de los militares, guardias civiles y carabineros acusados de rebelión, habían sido ya asesinados treinta y uno de ellos sin proceso o juicio alguno, a los que habría que sumar los doce que asesinaron el día 22 de agosto.

José María Hinojosa Lasarte, hubiera cumplido 32 años en octubre. Acabaron con su vida tres días después de que abatieran en un barranco de la vecina provincia de Granada a Federico García Lorca.

Los cuerpos de los asesinados ese día en el cementerio de San Rafael, un total de cuarenta y seis, fueron arrojados a una fosa común. No pudieron ser exhumados sus cuerpos hasta finalizada la Guerra civil.

El mismo día que asesinaron a José María Hinojosa, elementos del Frente Popular detuvieron a su novia, Ana Freüller.

Me llevaron a Villa España, en El Limonar. Villa España era un cuartel comunista. Había muchas camas. Me sometieron a un interrogatorio, me amenazaron: “¡Tú no nos sirves para nada! ¡No nos das nombres de gentes de derechas! Y me devolvieron a Villa Victoria. […] A los pocos días me llevaron ante el Comité de Salud Pública y me interrogaron de nuevo: “¿Quién te gustaba más, Gil Robles o Calvo Sotelo?”. Al final les confesé que yo era de Acción Católica, y exclamaron: “¡Eso es gravísimo!”.

EXHUMACIÓN DE LOS CADÁVERES

Tras el final de la Guerra civil, los restos de los asesinados en Málaga, durante los ocho meses que gobernó el Frente Popular en la capital, que estaban enterrados en siete fosas comunes en el cementerio de San Rafael, fueron exhumados entre el 5 y el 25 de noviembre de 1941.

En las siete fosas se extrajeron un total de 943 cadáveres, de los que fueron identificados solo 169, aproximadamente un 18%. Fueron reconocidos por sus familiares por restos de su indumentaria, así como por gemelos, anillos, relojes, medallas y otros objetos como por la dentadura.

Los restos de Salvador Hinojosa Carvajal y de su hijo Francisco Hinojosa Lasarte, se encontraban en la fosa número 4, una fosa de 5,80 x 4,00 metros. Fueron reconocidos por Adolfo Martos Crooke, esposo de Pilar Hinojosa Lasarte, gracias a unos pañuelos que tenían bordadas sus iniciales. Se supone que el cadáver de un varón joven que estaba junto a sus cuerpos, era el de José María Hinojosa.

Los 943 cadáveres fueron depositados en 76 féretros, y la tarde del 1 de diciembre de 1941, se realizó el traslado de los restos mortales, desde el cementerio de San Rafael a la Catedral de Málaga.

Con el fin de dispensar los máximos honores a los restos de las víctimas, al acto se le dio la máxima relevancia institucional, con la participación de representantes del Estado, la Iglesia, el Ejército y la Marina, así como de la representación municipal.

Los ataúdes fueron colocados en siete camiones, todos ellos cubiertos con paños negros, flores y con la bandera nacional. La comitiva estuvo precedida por una sección de la Guardia Municipal, seguida por las mangas parroquiales de la ciudad, los camiones con los restos de las víctimas, escoltadas por los soldados del Regimiento de infantería nº 8, con bandera, escuadra y banda de tambores y cornetas. Durante el recorrido urbano hacia la Catedral, una escuadrilla de Aviación, voló a escasa altura, arrojando ramos de flores sobre los féretros.

Al objeto de que todos los trabajadores pudiesen asistir al acto, tanto el comercio como las oficinas particulares, cerraron sus puertas a la una de la tarde, no volviéndose a abrir hasta después de terminado el traslado de los restos. Numerosos balcones se encontraban engalanados con colgaduras con los colores nacionales con crespones negros; y, muy particularmente, los de las calles por donde pasó el cortejo fúnebre, tal como lo solicitó el alcalde de Málaga.

A la llegaba de la comitiva fúnebre a la Plaza del Obispo, las autoridades se situaron en la escalinata de la fachada principal de la Catedral. En la puerta central de la misma se había levantado un sencillo altar, presidido por un Crucifijo, ante el cual se cantó un solemne responso.

Terminado el acto religioso, los camiones se trasladaron hasta las gradas de la Puerta de las Cadenas, desde donde, privadamente, se fueron introduciendo, uno a uno, y a hombros de los familiares, de los marinos y de numerosas personas allegadas de las víctimas, los féretros a la Capilla de la Victoria. El Obispo de Málaga, don Balbino Santos, junto a su Cabildo Catedralicio, presenció el traslado de los féretros a la Capilla.

El 3 de diciembre los cadáveres fueron enterrados en una cripta excavada bajo la Capilla del Cristo de la Victoria. En una lápida colocada sobre el pavimento de la misma, figura la siguiente inscripción.

Bienaventurados Señor los que habitan en tu casa. Te alabarán por los siglos de los siglos. P s. 83 - v. 5

Yacen en la cripta de esta capilla los restos de mil cien hermanos nuestros que en defensa de nobles ideales ofrecieron a Dios sus vidas en Málaga

Año MCMXXXVI - MCMXXXVII

Señor, concédeles la paz eterna




Comentarios

  1. Qué tremendo. Sin palabras después de leer la crónica.

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