MANUEL RIVAS TRUJILLO. PRIMERA PARTE

 


Hará nueve o diez años, que llegó a mis manos un manuscrito mecanografiado, en el que una persona de Peñarrubia, Manuel Rivas Trujillo, nacido en 1920, cuenta sus vivencias y las de su familia. El relato se inicia en 1930, cuando solo tenía diez años de edad, y abarca el periodo de la Segunda República, la Guerra civil y la posguerra. Este manuscrito lo escribió con posterioridad a la muerte de Francisco Franco en 1975.

La copia del manuscrito que yo tengo, tiene 211 páginas, y creo que no está completo, porque en esa última página se corta de manera brusca el relato que está realizando sobre su llegada al penal de Ocaña, a finales de mayo de 1945.

Lo que escribe en el mismo, con algunas erratas achacables al olvido, según él por el extravío del cuaderno de notas donde hacía constar todos los datos pormenorizados y cronológicos “de esta experiencia”, es un testimonio muy relevante sobre lo acaecido, sobre todo en Peñarrubia y sus alrededores durante toda esa época.

Voy a intentar publicar la mayor parte del manuscrito, sobre todo aquellas historias más cercanas a nosotros. El publicarlo íntegro es imposible, porque me llevaría a extenderme demasiado en mis Crónicas. 

Por este motivo, voy a prescindir de publicar algunas partes del mismo, como el relato de la huida de su familia por la carretera de Málaga a Motril, en la que cuenta historias muy repetidas y conocidas en otros relatos similares, por lo que no voy a abundar en ellos. Tampoco publicaré todo lo posterior a 1942, cuando fue acusado y condenado como partícipe, con otros individuos, en un atraco a mano armada al cortijo "Morenito", del término municipal de Ardales, del que se llevaron una escopeta, ropa y víveres. Por este hecho fue condenado a la pena de muerte, conmutada por treinta años de prisión, de los que cumplió trece. Él siempre negó haber sido autor de esos hechos. Fue puesto en libertad en 1955 (BOE 14 de julio de 1955).

Este suceso de la “Desbandá” en la carretera a Motril, al que me he referido antes, es mi intención contarlo más adelante, pero bajo mi propio punto de vista, con datos, sin apasionamientos, sin dejarme contaminar por propaganda y eslóganes, siguiendo el ejemplo de lo escrito por Antonio Nadal, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga en su libro «Considerando».

Debo añadir, que he querido escribir y publicar esta Crónica, a continuación de la publicada recientemente «PEÑARRUBIA. VERANO DEL 36», para poner una frente a la otra, y que el lector pueda contrapesar ambas. No pretendo hacer juicios de valor. En la anterior describo, con datos históricos, lo ocurrido en Peñarrubia durante las ocho primeras semanas de la Guerra civil, y en esta otra, aporto sin ningún tipo de censura ni manipulación, lo que en sus memorias escribe Manuel Rivas Trujillo, de filiación comunista, y perteneciente a una familia muy implicada en los sucesos que, en esos casi dos meses, ocurrieron en el pueblo.

https://cronicasdelvientosolano.blogspot.com/2023/07/penarrubia-verano-del-36.html

En algunos puntos de la historia, hago algunas aclaraciones a lo que Manuel Rivas escribe. Bien, porque da información errónea, o bien, como nota aclaratoria y complementaria a lo que él cuenta.

Solo quiero decir ahora, referente a esto último, cosa que cualquiera que se adentre en ésta lectura enseguida verá, que Manuel Rivas no hace la más mínima mención a lo ocurrido durante esas primeras ocho semanas de guerra en el pueblo. Para él la Guerra civil empieza a mediados de septiembre de 1936, cuando las tropas nacionales entraron en Campillos y Peñarrubia, y su familia huye en dirección a Ardales.

BREVE BIOGRAFÍA DE LA FAMILIA RIVAS TRUJILLO

Manuel Rivas Trujillo, era hijo de Pedro Rivas Valle, nacido en 1874, y de Carmen Trujillo González nacida el 10 de junio de 1893. Como se puede ver, tenían una diferencia de edad de dieciocho años. Es de pensar que Pedro Rivas cuando se casó con Carmen Trujillo, era viudo, ya que tenía un hijo, José Rivas (1902), de diez años. Vivían en la calle Molinos, nº 9

Cuando estalló la guerra civil en julio de 1.936, el matrimonio ya tenía siete hijos propios: María (1911), Pedro (1913), Juan (1914), Francisco (1918), Manuel (1920), Rafael (1924) y Antonio (1930). Además Carmen, la madre, estaba en un estado muy adelantado de embarazo de un octavo hijo.

Mi madre contaba cuarenta y tres años de edad y mi padre sesenta y uno. Mis hermanos y yo eramos todos menores de veinticinco años, a excepción de José que tenía treinta y cuatro.

Sobre el 10 o el 11 de septiembre de 1936, Carmen se puso de parto, y el padre, Pedro Rivas la trasladó a Campillos para dar a luz, con idea de que fuera atendida por su amiga Francisca Borrego Gutiérrez, matrona de esa localidad. Carmen, en Peñarrubia, también atendía a las mujeres cuando iban a dar a luz, y la ocasión lo requería.

CARMEN TRUJILLO GONZÁLEZ

En el manuscrito, Manuel le da, erróneamente, a la comadrona el nombre de María García Borrego, con toda seguridad debido a la pérdida de su libro de notas a que antes me referí. Su nombre era Francisca Borrego Gutiérrez, y lo sé con exactitud por unos incidentes, que tengo documentados, que tuvo con el médico de Campillos, Jacobo Lanzas Orellana.

Pues bien, estando la madre de parto en Campillos, tuvieron la desgracia que el 13 de septiembre entraran las tropas nacionales en el pueblo. La madre, con el niño recién nacido, fue detenida y encarcelada con su bebé en brazos. Manuel Rivas se lamenta en su manuscrito:

Al último no lo conocimos, nació en Campillos, días antes de caer mi madre en manos de las tropas fascistas que ocuparon el pueblo.

Mi hermano Francisco (18 años) se trasladó rápidamente a aquel lugar para poner a salvo a nuestra madre, tarea que le fue imposible realizar debido al ataque que las tropas fascistas llevaron a cabo en Campillos, por lo que no hubo posibilidad de evacuarla.

Meses más tarde, el 1 de mayo de 1937, la madre falleció. Según Manuel “asesinada por sus verdugos guardias civiles en el cementerio de Campillos”. Según la Guardia civil:

“Carmen Trujillo González, falleció en Campillos el día 1 de Mayo de mil novecientas treinta y siete, a consecuencia de traumatismo. Se inscribe en virtud de oficio del Jefe de Línea de la Guardia Civil, fecha siete del actual”.

Según las versiones que dieron a la familia, el niño que había dado a luz Carmen, con poco más de siete meses, lo llevaba en los brazos cuando era conducida al paredón. Este fue recogido por la matrona que había atendido a Carmen en el parto. La matrona se lo llevó a su casa para que no quedara abandonado. Ella lo bautizó con el nombre de Domingo Salvador.

Posteriormente, el niño fue sacado de la casa de la matrona para ser internado en el Hospicio de Málaga. Cuando Francisca iba a visitar al niño, le llevaba golosinas y veía que se encontraba bien. Al hacer gestiones para que le dieran al niño en adopción, los responsables del centro de orfandad pusieron muchos impedimentos. Finalmente, un día le dijeron que el niño había fallecido el día 5 de mayo de 1938 de una meningitis aguda.

Con respecto al resto de la familia, el padre, Pedro Rivas Valle, fue fusilado el 5 de diciembre de 1939, en las proximidades del cementerio de San Rafael.

José Rivas, el hermano mayor, hijo de un matrimonio anterior, estuvo preso durante unos años, desde 1940 al 1943.

María Rivas Trujillo, apodada la “Torda”, en el Consejo de Guerra celebrado el 12 de julio de 1940,  fue condenada a seis años y un día de prisión. Estuvo dos años presa en la Prisión Provincial de Málaga (BOE 2 de junio de 1941). En dicho Consejo de Guerra, se dijo sobre María:

En cuantas manifestaciones revolucionarias se hicieron, formó siempre en cabeza, empuñando la bandera roja. […] Sus hermanos eran de los más exaltados y asesinos de Peñarrubia. Cada vez que formaban una columna para atacar a una de las poblaciones que estaban en poder de las fuerzas nacionales, ellos siempre se presentaban voluntarios, y en vista de esto ella decía “Si a mis hermanos le llegara a pasar algo en una de estas veces que van en columna, a Rafael Giles Avilés me lo tienen que entregar para que yo con mis propias manos darle muerte a ese fascista”

Pedro Rivas Trujillo, apodado “Flores Arocha”, fue uno de los más activos, junto a su hermano Juan, en las detenciones y asesinatos ocurridos en Peñarrubia en las primeras semanas de guerra. Fue fusilado el 26 de septiembre de 1941.

MARÍA Y PEDRO RIVAS

Juan Rivas Trujillo, apodado el “Tordo”. Sobre él, y sus acciones, ya he hablado suficientemente en la Crónica «PEÑARRUBIA. VERANO DEL 36»


JUAN RIVAS
En el Consejo de Guerra que le juzgó, declaró que: “Perteneció a la UGT desde 1935. Le sorprendió el Movimiento en Peñarrubia, trabajando en el campo propiedad de D. Juan Fontalva, que a los seis días, ordenado por el Comité abandonó el trabajo y desde entonces hacia guardias o trabajaba. Requisó unas ciento y pico cabezas de ganado lanar al patrono D. Diego Fontalva Ramírez, los que ponía a disposición del Comité de Abastos. 
Que el 14 de septiembre, al ser liberado Peñarrubia, evacuó a “Los Ardales” donde estuvo trabajando cuatro meses, y ante la proximidad de las fuerzas nacionales, evacuó a Almería, donde embarcó para Tarragona, siendo trasladado a Lérida y encuadrado en la Brigada 132 de Infantería, continuando en ella hasta el 11 de junio de 1938, en que fue hecho prisionero en el frente de Castellón. Fue fusilado el 22 de septiembre de 1942.


Francisco Rivas Trujillo, apodado “Bandera”, por el entusiasmo que ponía cuando era “pionero” en portar la bandera que Encarnación “la Bailarina” nos bordó. Tenía una salud muy débil. En la niñez, enfermó del pecho por las privaciones padecidas, y cuando a los 18 años, fue movilizado para el ejército, en 1936, pasó al servicio de retaguardia en Murcia. Finalizada la guerra civil, fue detenido y encarcelado en Peñarrubia, Campillos y Málaga. Su salud, empeoró en la cárcel. Padecía una tuberculosis incurable, por lo que fue puesto en libertad, ya que los médicos de la prisión le daban muy pocas posibilidades de seguir viviendo. Falleció el 29 de noviembre de 1941, a los 23 años de edad.

FRANCISCO RIVAS

Los “Pioneros Rojos“, a que se refiere Manuel Rivas en su manuscrito, era la agrupación juvenil del Partido Comunista.

Manuel Rivas Trujillo, apodado “El Tuerto”, autor del manuscrito. Tenía 16 años cuando se inició la Guerra civil. Sobre él declaró Encarnación Giles Avilés, hija de Rafael Giles Fontalva:

«Dos o tres días antes del Movimiento, salió a la calle a hacer varios encargos, encontrándose una manifestación de “Pioneros” en la que venía detrás de todos Manuel Rivas Trujillo (a) “El Tuerto” para ver quiénes eran los que no respondían a los saludos. Al pasar ella por dicha manifestación, y reconocer los allí reunidos que era persona de derechas, quisieron obligarla a levantar el puño a lo que se negó rotundamente, pero sí en cambio levantó la mano haciendo el saludo falangista; los manifestantes se irritaron al ver esto, pero Manuel Rivas, por ser el mayor de todos los pioneros congregados en dicha manifestación, se dirigió a Encarnación amenazándola y diciéndole palabrotas indecentes. Como la dicente se defendiera contra él, este cogió dos piedras disponiéndose a tirárselas, no ejecutándolo por presentarse en aquel momento un hombre, el cual no recuerda, y poniéndose de parte de ella, la condujo a su domicilio acompañándola para que no volviesen a meter con ella».

«Una vez iniciado el Movimiento y asesinadas personas de orden de este pueblo, entre los cuales se encontraban su padre Rafael Giles Fontalva y tres hermanos Vicente, Martín y Rafael Giles Avilés, el “Tuerto” pasaba mucho por la puerta de la declarante, riéndose a carcajadas y diciendo en voz alta “Hay que ver el olor a carne fresca que viene de ahí abajo”, refiriéndose a que habían asesinados por dicha dirección».

Los hermanos más pequeños, Rafael y Antonio, eran de corta edad cuando comenzó la Guerra, y Manuel no cuenta nada relevante sobre ellos.

Haciendo un escueto balance de la tragedia que se produjo en mi familia, diré lo siguiente: El recién nacido queda abandonado por el vil asesinato de mi madre; mi padre y hermanos, Pedro y Juan, fueron fusilados en el cementerio de Málaga; mi hermano Francisco, murió al poco tiempo de salir en libertad a consecuencia de su débil salud y los malos tratos recibidos en las prisiones, sólo contaba con 23 años de edad. El más pequeño, de siete meses de edad, se tiene la duda de si vive o no, a pesar de que me dijeran que murió en el Hospicio de Málaga a consecuencia de la meningitis.

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EL MANUSCRITO

«El punto de partida de esta particular odisea la vamos a situar en el año 1930, cuando contaba diez años de edad y empezaba a tener conocimiento de causa.

Hasta la fecha anteriormente citada, ya mi vida se deslizaba por cauces que no eran los normales en un niño de diez años; pasaba hambre, no tenía escuela, andaba descalzo y harapiento y no era considerado como tal. Yo por aquellos entonces no alcanzaba a comprender la razón, por la cual pasaba hambre, iba descalzo y no tenía escuela. Tampoco comprendía el por qué unos niños iban bien vestidos y otros, los más, teníamos que cubrir nuestros cuerpos con ropa desechada de nuestros mayores, o con la que algún alma caritativa pudiente diera a nuestras madres.

Con la alimentación, ocurría otro tanto que con las vestiduras, unos niños estaban hermosos y rollizos, otros estábamos famélicos y pálidos por causa de la desnutrición.

Y todo esto, a pesar de que nuestros mayores trabajaban. Pero era tan mísero el sueldo que les daban los patronos, que ni para la alimentación era suficiente, ya que aquellos sueldos cuya base estaba a criterio del "amo" y tenían que devengarlo en jornadas de trabajo ilimitado, o sea, de sol a sol.

Al colegio, no podíamos ir por nuestra calidad de harapientos y desnutridos. Las condiciones en que nos encontrábamos, eran para los demás una deshonra y nos consideraban como a unos demonios indeseables.

Al no tener sujeción y sentirnos hambrientos, nos juntábamos en pandillas y marchábamos a buscar nidos, o a robar frutos hortícolas para aplacar el estruendoso ruido producido por nuestros intestinos.

Yo muchas veces me iba al lugar dónde mi padre estaba trabajando, con el exclusivo propósito de que me diera algo de comer, sin darme cuenta, de que privaba a él, de lo poco que le había echado mi madre para que se alimentara durante el día.

Mi padre era un trabajador infatigable y de una construcción física extraordinaria. Debido a esta cualidad fue "avisado" para trabajar en una finca denominada "San Eugenio", distante unos dos kilómetros de Peñarrubia, que es a su vez el lugar de mi nacimiento el 5 de Mayo de 1920. 

Marchaba al cortijo de "San Eugenio", preguntaba a la casera dónde se encontraban los trabajadores, ella me lo indicaba y entonces como el hambre era una constante en mí, pedía un trozo de pan a la casera, ésta me lo daba y salía corriendo dándole dentelladas hasta llegar al sitio en que me indicara dónde estaban los obreros. Mi padre al verme me abrazaba y decía:

— ¡Manolillo! ¿A dónde vas tú por aquí? ¿No te he dicho que no vengas más por aquí descalzo que te vas a clavar alguna espina?

— He venido a verlo. No se preocupe de que pueda clavarme alguna púa, papá, porque eso es imposible ya que mis pies están más duros que los cascos de una caballería cerril.

Tan miserable era la situación económica, que mis padres no podían sustraer ningún dinero del sueldo para comprar unas alpargatas, que en aquel tiempo valían unos céntimos. Todo esto era lógico, si tenemos en cuenta de que lo primordial eran los alimentos, pues el salario que pagaban los patronos por prolongada presencia en el trabajo, era realmente ridículo.

En mi mentalidad de niño, no cabía el por qué aquellos hombres se resignaban a trabajar por lo que el "amo" tuviera a bien pagarles.

Al patrón le traía sin cuidado que los hijos de los obreros pasaran calamidades, a él lo único que le preocupaba, era exclusivamente las buenas cosechas y unos hombres que se dejaran la piel. Siendo ésta la razón por las que se les "avisaban" para trabajar, cuando su capacidad laboral estaba más que probada.

Si la facultad de cualquier trabajador decaía, se le reemplazaba por otro, sin más consideración.

Como yo iba muy a menudo a ver a mi padre al tajo de trabajo, sus compañeros de labor se encariñaron conmigo de tal manera, que me propusieron me fuera con ellos al cortijo. Hablaron a mi padre de aquella cuestión y éste accedió ante la posibilidad de quitarme de pasar hambre.

Me fui a "San Eugenio" y me pusieron a cuidar de unos pavos, pero eso sí, solamente por la comida, nada de sueldo. Así comenzó mi explotación y formé parte de la marginada comunidad que formaba aquel grupo de hombres, bajo el dominio despótico de aquel patrón, cuyos trabajadores tenían el puesto de trabajo asegurado, si su capacidad laboral no decaía por los pasos de los años.

He dicho marginada comunidad y quiero subrayar por qué. Se daba la circunstancia de que este cortijo tenía sus tierras muy cercanas a Peñarrubia, pero pertenecía a la jurisdicción de Teba, un pueblo situado a 7 kilómetros de la finca, que a los trabajadores de este pueblo les cogía muy distante para venir a faenar a él. También sabían los trabajadores de Teba lo mal que  pagaban allí y el despótico ruin del dueño de la finca, que era convecino de ellos y lo conocían muy a fondo.

Esa era una de las razones, pero hay otra de mayor envergadura aún y es que todos los que se veían forzados a trabajar en "San Eugenio" carecían de otra alternativa por el simple hecho de no ser admitidos por los patronos de Peñarrubia. ¿Y saben el motivo?, pues sencillamente porque no condicionaban sus votos a la consecución de un puesto de trabajo permanente. Sin embargo a todos los que así lo hacían, no les faltaba un puesto de trabajo permanente en todo el año y se veían comprometidos además a ser esquiroles cuando se planteaba una huelga. Al no existir entonces la emigración, no había más remedio que estar sometido al capricho despótico de los Ramos (dueños de la finca).

Uno de los miembros de esta familia resultó apuñalado una Navidad, por el odio de que se había hecho acreedor en el pueblo. No murió, pero estuvo a punto de costarle la vida por aquellos alardes de omnipotencia.

Me quedaba ya a pernoctar en el cortijo. Todas las noches, después de haber comido, todos juntos en varios lebrillos grandes llenos de garbanzos y como éramos muchos  alrededor del lebrillo, comíamos de pie de la manera siguiente: Llenábamos las cucharas y unos tras otros, nos retirábamos unos metros hacia atrás para dar paso a los compañeros de trabajo de tal modo que ellos también pudieran colmar sus cucharas de garbanzos. Cuando ya habíamos terminado, nos retirábamos a dormir. Cada uno de nosotros (unos sesenta) nos buscábamos sitio en un inmenso pajar que nos servía de dormitorio. En él se depositaba la paja que consumirían las decenas de animales que el dueño poseía para la labranza de la finca.

Por las mañanas, cuando los hombres me despertaban, se lamentaban al ver la infinidad de ronchas sonrosadas que cubrían mi cuerpo, cuya causa eran los innumerables parásitos que allí existían por la absoluta carencia de higiene de sus moradores. 

A pesar de que me había librado de pasar hambre, sentía el deseo infantil de jugar con otros niños, estar junto a mi madre y ser libre. Añoraba mi triste infancia y la triste realidad que mi prematura obligación laboral suponía.

Muchas veces me cambiaron de destino, fui pavero, boyero, pastor, zagal y otros menesteres, que si bien me libraban del hambre no me libraban de pasar frío, calor, de soportar las lluvias y la sed. Pues el agua también era escasísima en grandes extensiones.

Oía yo hablar a los hombres sobre política y aunque la mayoría eran analfabetos, siempre había alguno que era consecuente en la exposición de los acontecimientos.

Comentaban que Alfonso XIII se había exiliado en el extranjero, debido a que al finalizar la dictadura de Primo de Rivera se efectuaron las primeras elecciones. Estas dieron el triunfo a los partidos de la oposición al régimen y consiguientemente se proclamó la República el 14 de Abril de 1931.

También se comentaba que hubo una sublevación en Jaca (Huesca); Fermín Galán y Ángel García Hernández se pusieron al frente de la sublevación que tenía por objeto derribar la monarquía.

Sofocado el movimiento, los dos capitanes fueron sometidos a un Consejo de Guerra sumarísimo, condenados a muerte y fusilados a las 48 horas, el día 12 de Diciembre de 1930.

A medida de que iba haciéndome hombre, iba siendo para mí insoportable el vasallaje a que estábamos sometidos los trabajadores de "San Eugenio", por esa causa en 1935 abandoné aquellas ocupaciones y me fui al pueblo para luchar al lado de otros muchachos enrolados en los “Pioneros”.

Una noticia corrió como un reguero de pólvora por aquella comarca: el dueño de la finca que nos ha venido ocupando, había sido muerto de un disparo de escopeta en el pecho efectuado por un hombre llamado Diego "el de la Justa". El homicida se echó a la sierra y más tarde lucharía en el ejército republicano y siendo fusilado cuando finalizó la guerra, a manos de los falangistas, que creían así hacer justicia, pero según comentaban el que verdaderamente había hecho justicia era ese Diego "el de la Justa”.

Este al llevar a cabo su acción prestó un inmenso servicio a la humanidad. Estos eran los comentarlos de la gente del lugar.

Sobre Diego "el de la Justa”, ya he escrito una Crónica de la que copio el enlace. El dueño de la finca al que mató era Pablo Ramos Torres-Linero, y el hecho ocurrió el 30 de abril de 1933. En contra de lo que dice Manuel Rivas en su manuscrito, Diego Gómez García "el de la Justa”, no fue fusilado cuando finalizó la guerra, a manos de los falangistas, sino que murió en la sierra de Ortegícar en un enfrentamiento con la Guardia civil, el 30 de julio de 1949.

https://cronicasdelvientosolano.blogspot.com/2023/04/diego-gomez-garcia-diego-el-de-la-justa.html

A consecuencia de estos sucesos y por creer los familiares del patrón que los trabajadores habían acogido con entusiasmo este hecho, fueron despedidos y engrosaron el paro del pueblo. Entre los despedidos se encontraba mi padre, que sólo trabajaría algún que otro día en la casa de algunos patronos menos radicales.

Como no teníamos sitio donde trabajar íbamos al campo y traíamos lo que en él hallábamos: espárragos, palmitos, tagarninas y otros frutos silvestres. Muchas eran las ocasiones en que después de hacerse la recolección de un fruto nos dedicábamos a rebuscar, bien almendras, garbanzos o aceitunas, pero siempre a hurtadillas, para que no nos vieran los dueños, ya que éstos preferían que el fruto se pudriera en la tierra, antes que los que no quisieron venderles el voto lo aprovecharan.

En verano recolectábamos palma y esparto y lo secábamos al sol, con idea de manufacturarlo en invierno y hacer soplillos, cestas, alpargatas, espuertas y sogas, en lo que mi padre era un artesano.

Si este hombre era habilidoso para hacer estos trabajos y no podía sacar adelante a los suyos, ¿cómo se las arreglarían los menos hábiles?

La casa que mis padres habían construido era un caserón que constaba de entresuelo y un piso; tenía aproximadamente 70 metros cuadrados de superficie y era totalmente insuficiente para albergar a 10 personas, que era el número de miembros de que constaba mi familia. En casa solamente había una cama; el matrimonio pernoctaba con dos de los pequeños y los demás, valiéndonos de viejísimas prendas de abrigo que alguien nos diera en su día, acurrucábamos nuestros cuerpos unos con otros y así nos comunicábamos un calor mutuo en las largas noches de invierno.

En verano nos resultaba mucho más llevadero, pues nos íbamos a las eras y en las parvas, ya semitrituradas las mieses, dormíamos "a pierna suelta”. Mientras tanto, el brillo de las herraduras de las caballerías, que giraban y giraban sobre las mieses acumuladas, dejaba de ser percibido por nuestros ojos por haber frenado su concéntrico girar para dar tiempo a que las mujeres llenaran sus colchones de paja semitriturada que sustituiría a la lana, a la que jamás tuvieron acceso.

Cuando llegaba la primavera, las mujeres sacaban todo lo que los había servido de abrigo durante el mal tiempo para ponerlo al sol y que los parásitos abandonaran su escondrijo.

Algunas de aquellas mujeres reñían porque otras les tendían los trapos muy cerca de sus viviendas y los parásitos al ser expulsados por los rayos solares de su escondite, podían volver y de hecho volvían huyendo del impecable e insoportable calor reinante.

Así era la vida en la mayor  parte de España, pero teníamos la esperanza de que algún día la riqueza de nuestro país fuera más equitativa en cuanto a su distribución y que los derechos humanos serían respetados en todos los países de la tierra. Por la conquista de estos derechos luchamos, cantamos, lloramos y morimos. Por la paz, la justicia y el trabajo llegaremos al sacrificio en aras de los pueblos oprimidos por el feudalismo disfrazado de clase social, medio de explotación colectiva para su exclusivo interés. Con el propósito de erradicar esta explotación de que es objeto la clase trabajadora por parte de la oligarquía capitalista. Día a día, codo a codo, los trabajadores de todo el mundo van tomando conciencia de que es vital la unidad para hacer de esta sociedad unas revolucionarias directrices, para lograr una coexistencia pacífica imperecedera y borrar de una vez el egoísmo particular que el capitalismo comporta.

En 1935 las masas obreras para llevar a cabo este propósito de erradicación se lanzaron a las calles enarbolando banderas republicanas, socialistas, comunistas y fotografías de Pablo Iglesias, Lenin, Carlos Marx y otros políticos. Se coreaba al unísono: ¡Viva la República!, ¡Abajo el capitalismo!, ¡La tierra para el que la trabaja! ¡Viva la revolución social! La lucha revolucionaria estaba en todo el país con la clase obrera a la cabeza y el entusiasmo había penetrado en los corazones de todos los antifascistas. El capitalismo se tambaleaba de una manera estrepitosa, ya que no había fuerza humana capaz de frenar al pueblo democrático en su avance hacia la libertad, el triunfo se consideraba ya incuestionable.

Durante este período de 1931 a 1936, que yo viví siendo un niño, quedé maravillado de la poderosa fuerza alcanzada por la unión de la masa trabajadora y sin embargo ésta suele ser exterminada en cada uno de los países en que el fascismo al contar entre los militares con elementos que son integrantes de ése nefasto partido creado por Benito Mussolini y secundado por gran parte de la alta aristocracia.

Ya la historia nos ha demostrado en infinidad de ocasiones, que cada vez que al capitalismo se le presenta la oportunidad nos reprimen, nos odian y exterminan, a pesar de que somos los trabajadores lo que con nuestra colaboración insoslayable proporcionamos esos privilegios, de los que son herederos perpetuos.

Las humillaciones de que hemos sido víctima los hombres del trabajo a lo largo de los siglos, son imborrables y no han tenido nunca una justificación concreta. Con ocasión de una requisa de armas al obrero que la poseyera, para buscarse la vida con la caza, fueron salvajemente torturados al negarse a declarar el escondite dónde previamente habían depositado dichas armas, consistente en escopetas clásicas de caza.

Una vez ganadas las elecciones el 16 de Febrero de 1936, por la izquierda, los "Pioneros" podíamos portar las banderas. A mí, particularmente, me encantaba llevar la del partido Comunista de España. Me gustaba portarla porque las ideas que más se ajustaban a mis características políticas eran las preconizadas por Lenin, que aunque aún no las tenía totalmente definidas, sí eran consecuentes con mi forma de concebir la socialización del mundo entero.

El triunfo de la revolución rusa encabezada por Lenin dio pie a que el socialismo asentara sus bases en el inmenso país y así puede servir de ejemplo a los demás pueblos y poco a poco ir librándose del fascismo y generando un sistema, en que la vida sea una grata convivencia sin marginados, ni privilegiados.

Muchos son los países que han iniciado la implantación del socialismo, pero debido, a las trabas que aún les presenta el capitalismo fascista, esta forma de gobierno no avanza con la rapidez deseada, debido precisamente a la férrea trabazón que su enemigo "numero 1": El fascismo, ejerce las ingentes cantidades en desprestigio del sistema y haciendo a su vez que esos pueblos para poder defenderse de ese ocaso se vean forzados a proveerse de medios defensivos, que de no poseerlos, serían barridos de la faz de la Tierra, como ha quedado más que demostrado a lo largo y ancho de la Historia Universal. Son ejemplos: Corea, Vietnam, Cuba, China, Angola, etc.

Con la revolución de Octubre de 1917 en Rusia se inicia la serie de conquistas de los pueblos citados y esos pueblos han visto frenado su progreso por una razón fundamental, o mejor aún, por dos razones fundamentales: Una, tratar de sacarlos de la miseria a la que fueron arrastrados por la irregular distribución de sus riquezas. Y otra, por la constante amenaza del fascismo, que obliga a gastos de defensa de enormes proporciones que privaba a estos pueblos del bienestar que les reportaría esas inversiones masivas para la defensa de sus respectivas economías.

El nombre de Lenin, iniciador de la revolución socialista, quedó grabado con letras de oro y dejó indicado el camino a seguir por los pueblos para no quedar enclaustrados en la antesala de su liberación

Yo por aquel tiempo, por mi juventud y mi analfabetismo, no había leído nada de Lenin, pero en la Casa del Pueblo oía hablar de él y era esta la causa por la que yo iba identificándome con sus ideas. Era apasionante escuchar hablar de este líder, cuya odisea revolucionaria sería vivida posteriormente por muchos miles de seguidores, que emularon sin desmayo el ejemplar comportamiento de Lenin, lanzado a la aventura política por la ejecución de su hermano Alexis, aunque ya se le reconocía su inquietud revolucionaria que poco a poco y a pesar de la férrea oposición de que hemos hablado.

Lenin seguía encabezando el movimiento obrero internacional, la lucha crecía en todos los países de la Tierra, España no era una excepción.

También yo iba "despertando", políticamente hablando, me preparaba para luchar junto a mis compañeros.

En 1934, cuando la revolución de Asturias, ya contaba yo 14 años y había participado en manifestaciones reivindicativas, ahora me daba cuenta del por qué no había disfrutado plenamente de mi infancia igual que otros niños de padres ricos.

Aún recuerdo como cuando iban a llegar las Navidades, decía yo a mi madre, que cuando llegaran los Reyes Magos tenían que traerme algún regalo. Llegaba ese día de ilusión infantil miraba en el lugar que me habían dicho que colocara mis alpargatas y nada hallaba en ellas.

Entonces me daba cuenta de que todo era una patraña engañosa sostenida por los poderosos para que la diferencia de clases perdurara por los siglos de los siglos.

Yo me preguntaba en muchas ocasiones: ¿Cómo es posible que haya en la vida seres tan egoístas que defienden unos privilegios tan injustamente conseguidos?

Al capitalismo nunca le agradó la idea de que otros pensaran de otra forma que no fuera la suya y por este motivo, cuando tienen ocasión para ello, eliminan a todos los que tratan de defender a la clase obrera, segando sus vidas si fuera preciso, como hemos tenido ocasión de comprobar en más de una época de la Historia.

¡No hombre, no!, la tierra, el sol, los mares y la vida en sí, no es privilegio de unos pocos. Si acumulamos grandes riquezas es que a otros hemos desposeído de lo imprescindible para vivir y por lo tanto, nos hacemos acreedores de la repulsa justificada de los demás.

Por la razón antes expuesta, tan sencilla y comprensible, nos hallamos totalmente opuestos a esta actitud discriminatoria de que somos objeto millones de seres, mientras que no tengamos todos el derecho de vivir dignamente, no habrá en el mundo paz y alegría, ni para gozar de ese privilegio común que es la vida, ni para una feliz convivencia.

Si esto no sucede así, la lucha seguirá desarrollándose en todo los rincones del mundo y terminará de una vez para siempre con la explotación, el desprecio y la injusticia social.

Por estos derechos, estoy luchando desde muy joven y con la esperanza de alcanzar esta meta seguiré en la brecha con todas mis energías para conseguir este fin. Una prueba evidente de mis aseveraciones se confirma en el año 1936, la caída del presidente Alcalá Zamora sería el principio de la gran tragedia.

A raíz de las elecciones del 16 de Febrero de 1936, Manuel Azaña Díaz fue elegido presidente de la República, el 10 de Mayo del mismo año, tras la destitución de Alcalá Zamora por las Cortes. Este hombre trató de hacer una nueva estructuración de los organismos existentes y sólo pudo conseguirlo a medias, porque las derechas se opusieron una vez más a que el sistema se consolidara, poniendo para ello todos los obstáculos posibles con el fin egoísta anteriormente expuesto.

Durante esto corto período de su mandato, el nuevo presidente aplacó el hambre y se cubrieron muchas necesidades más perentorias.

Uno de los obstáculos que ponían los patronos, era negarse a pagar en metálico los haberes de los trabajadores. Estos tendrían que cobrar en productos agrícolas. Otro obstáculo era negarse a dar trabajo a los obreros que unas Comisiones mandaban a trabajar las fincas; trabajo que la Comisión consideraba necesario para no dejar las tierras abandonadas y como quiera que fuera aquello no era más que un enfrentamiento constante entre los trabajadores y patronos.

Cuando íbamos a cobrar nuestra jornada de trabajo, a su casa nos decían:

—"Nosotros no pagamos, porque no os hemos llamado a trabajar. Así que el que os manda que os pague"

Esto se ponía al rojo vivo y los patronos decían también: "No tengo dinero para pagaros"

Hubo que tomar otra medida oficial para poder solucionar aquel conflicto. La solución fue la siguiente: Cobraríamos en grano todo el trabajo realizado, es decir, en trigo, cebada, garbanzos, avena, etc.

Nuestras casas, ya de por sí pequeñas, se convirtieron en graneros, lo que daba solución a un problema y creaba otro.

Ya hice mención en otro apartado de las ridículas dimensiones de nuestras casas, ya que ni para pernoctar una familia normal era suficiente. En un rincón se amontonaba el trigo, en otro los garbanzos y la avena en otro. Con decir que dormíamos encima de los montones de grano.

Todas las casas del pueblo estaban llenas de cereales y como aquello no podía continuar así, se decidió no traer más grano e ir anotando el valor, de todo lo que íbamos acumulando hasta que aquella situación tomase otro rumbo. Los más perspicaces aseguraban que todo aquello era una maniobra fascista, ya que si pagaban en cereales y cambiaba la situación, ellos recuperarían todo lo que habían abonado de una forma forzada.

El roce continuo de obreros y patronos se hacía cada vez más violento; había amenazas por ambas partes, amenazas que se cumplirían como tendríamos oportunidad de conocer.

Todos los partidos políticos eran libres para hacer su propaganda y a medida que pasaban los días se iba agravando más y más la situación.

Los fascistas estaban reaccionando y tachaban de comunistas a todos: al gobierno republicano, a los socialistas (que eran los más) de Pablo Iglesias.

El partido comunista aún era muy joven, ya que sólo contaba con 15 años. Lo que sucedía era que los pocos militantes que tenía eran mucho más combativos que los de los otros partidos.

Estábamos ya muy cerca del movimiento y había inquietud en todos los hombres del pueblo. Uno de ellos, fascista dónde los haya, trabajaba conmigo y cuando estaba esperándolo en su casa para marchar a faenar, se oye un disparo en la calle y se lanzó como una catapulta hacia su cuarto saliendo inmediatamente con un revólver en la mano, diciendo estas palabras:

—"Voy a matar a todos los comunistas y a todos los rojos malos"

El disparo que habíamos oído fue de uno que manejando un arma se le había disparado. Al decir que tenía que matar a todos los rojos, mencionó a mi hermano Pedro, ya que todos usábamos corbatas rojas.

Me sentí aludido y entablamos una violenta discusión en la que entre otras cosas le dije:

—"No es cuestión de matar, sino de vivir y dejar vivir, dejando la soberbia irresponsable junto al arma que nunca debiste esgrimir contra tus semejantes."

Al estallar la guerra civil y por el vocabulario grosero que solía emplear, fue ejecutado por las tropas de la República.

Constituido el Frente Popular, tomó una fuerza moral extraordinaria, todo el pueblo estaba dispuesto a defender la República con las armas, si era preciso. No había armas, según noticias recibidas, para defender lo que con tanto sacrificio se había conseguido. Se sabía también, que las fuerzas reaccionarias fascistas preparaban un golpe mortal para la República.

—“Armas para el pueblo”, decía la Pasionaria al gobierno y a España. Carrillo en otra alocución también lo decía, pero sus palabras no fueron oídas, porque se decía que los comunistas eran muy exagerados al considerar la situación de muy grave. El gobierno tranquilizaba al pueblo diciendo que “todo estaba controlado”, pero los defensores de la República veían que los enemigos sí tenían armas y que las usarían en cuanto las circunstancias se lo permitiera.

Mientras tanto, en la Casa del Pueblo se discutía la capacidad defensiva de la clase obrera y como siempre con criterios opuestos (si es galgo o podenco). Pronto se supo que eran galgos. Era tanta la falta de información, que todo cuanto se decía era aceptado inmediatamente como cierto, sin tener en cuenta que muchas informaciones eran tendenciosas, lanzadas por los enemigos  para crear confusión en las filas republicanas. Por la radio escuchábamos a todos los grandes políticos: Largo Caballero, Álvarez del Vayo, Prieto, Martínez Barrios, Fernando de los Ríos, González Peñas y Pepe Díaz (Secretario general del P.C.E.)

Cuando nos decían que las tierras serían para los que la trabajan y que la reforma agraria sería el fin de la miseria, creíamos ciegamente en sus promesas, pero ahora que creo tener un poco de más conocimiento de los entresijos de la política, no comprendo como a las puertas de una guerra civil, nadie tuviera conocimiento de lo que se estaba amasando en una parte del ejército. Bueno está, que la clase obrera y debido a su incultura ocurriera esto, ¡pero que sucediera en las más altas esferas!, fue sencillamente intolerable.

El precio que pagaríamos por estos errores difícilmente podría tener justificación en la prosperidad.

La sencillez de aquellas personas, mezclada con la inoperancia de sus cuadros de mando, daría al traste con la posibilidad de implantar en España un sistema que correspondiera a las necesidades de la inmensa mayoría de los españoles.

Había desconcierto; cada uno de aquellos hombres creían tener razón cuando exponían sus teorías sobre lo que pasaría si el enemigo se lanzaba a la calle; creían ciegamente en su capacidad defensiva, consistente ésta en unas cuantas escopetas de sencillo cañón y a armas blancas fabricadas por ellos mismos. Con aquel arsenal pretendían detener el avance de los tanques que presumiblemente llegarían.

La psicosis de la guerra se palpaba en el ambiente de la calle, en base a las noticias que la radio y los periódicos daban sobre los acontecimientos.

Era tan enorme el analfabetismo en aquella época, que de los aproximadamente 2.000 habitantes del pueblo, no habría 30 que supiesen leer ni escribir y mucho menos que supieran hacer una composición de lugar, ya dije que la escuela nunca estuvo al alcance de la clase obrera y debido a esta circunstancia, ésta no tuvo oportunidad para saber en qué situación geográfica se hallaba Europa.

Todo el mundo hablaba de matar, el rico mataría al pobre, el pobre al rico y esas eran las constantes de ambos bandos.

Yo, a pesar de mi juventud, no era partidario de aquellos extremismos, pero los acontecimientos se avecinaban y nada iba a servir la moderación de algunos hombres sensatos, que trataron de evitar el que las aguas se salieran de su cauce.

A mi modesto entender, aquello no beneficiaría a nadie, excepto a las aves de rapiña que aumentaban su capital con la propiciada venta de armamentos.

Ahora yo me hago esta pregunta: ¿Por qué tienen que ser las guerras, forzosamente, las que tengan que solventar nuestras diferencias? La realidad es que las guerras nada solucionan, si acaso, lo que  hacen es crear otras diferencias más profundas que las que se trataron de limar con ellas.

No había que ser capaz para darse cuenta de lo que iba a pasar. Todos estábamos irremisiblemente involucrados en el conflicto bélico que de un momento a otro iba a producirse.

Como tanto se hablaba de muerte, la opinión de todas las gentes sencillas era muy humana y razonable; no había necesidad de exponer las vidas de nuestros seres queridos, nuestra propia vida, así que hubo que dejar al destino que dijera la última palabra y resignarse a vivir la tragedia, ya de nada valdría el deseo del pueblo de paz y trabajo, ya no era posible porque nunca lo fue y ahora que ellos tenían la oportunidad de segar a sus adversarios, menos aún, aunque para ellos también supusiera un gran riesgo.

El 1º de Mayo de 1.936, los comunistas lo dejaron bien claro en los discursos que se pronunciaron en los balcones de todos los Ayuntamientos:

— “Camaradas —decía Pepe Díaz—, debemos estar preparados para defendernos de cualquier intentona que el fascismo pueda fraguar. Nosotros no queremos la guerra, pero sí nos defenderemos heroicamente si la provocan.”

El polvorín que era España estaba a punto de explotar en cualquier momento; los dirigentes comunistas agotaron todas sus energías en tratar de alertar al gobierno para que no se “durmieran en los laureles” y si estas advertencias eran desoídas nos veríamos envueltos en una conflagración de terribles consecuencias. 

Los hechos que presagiábamos no se hicieron esperar y el 17 de Julio de 1.936 en Ceuta y Melilla ya habían comenzado los primeros enfrentamientos entre las fuerzas leales y los sublevados. El 18 de Julio del mismo año, un grupo de generales encabezaban una sublevación militar en todo el territorio nacional y la guerra ya era una realidad irreversible.

En muchas ciudades los traidores fueron derrotados por las milicias y tropas leales al gobierno; pasando el confusionismo de los primeros acontecimientos, nos llegó la noticia de que España había quedado dividida en dos zonas, una era ocupada por los fascistas y otra por los republicanos.

La resistencia que los defensores de las posesiones en África hicieron de las mismas fue heroica.

Vencidas las fuerzas leales, su oficialidad fue inmediatamente fusilada por orden de su Comandante en Jefe, Franco.

Santiago Casares Quiroga, jefe del gobierno y ministro de Guerra al estallar la guerra civil española en 1.936, telefoneó a los gobernadores de aquellas plazas para que le informaran de la situación de zona y le contestaron que allí había la más absoluta calma, cuando en realidad se estaba procediendo a la matanza de los defensores del gobierno legalmente constituido.

Al quedar esta zona del Estrecho en poder de Mohamed V, facilitó la entrada de mercenarios, engañosamente reclutados. Digo “engañosamente” porque les decían que si morían en España, Alá los reviviría en Marruecos.

Al principio de la contienda, el barco acorazado Jaime I zarpó del puerto de Vigo hacia Cádiz. En este trayecto se sublevó su tripulación, al darse cuenta de la maniobra que estaban realizando sus jefes para pasarse con los traidores sublevados.

Apresados sus oficiales, en tenaz combate, el buque puso proa a Tánger para curar a los heridos y esperar nuevas órdenes del gobierno republicano.

Mientras tanto, Franco se hallaba en estado de desesperación, ya que se encontraba con sus tropas en Marruecos y no tenía medios de transporte para poderlas trasladar a la Península. Viéndose en tal imposibilidad de maniobra, envió un emisario para entrevistarse con el gobierno de Alemania y exponerle a Hitler la precaria situación de sus tropas en Marruecos. Hitler, al ser advertido del peligro que suponía el triunfo de la izquierda en la Península Ibérica, incluso para Alemania, ordenó a su ministro del aire que les facilitara 15 aviones de transporte para realizar el traslado de fuerzas para combatir contra los que ellos denominaban "rojos". Con este envío de aviones alemanes, Franco trasladó una gran cantidad de armamento y unos miles de hombres que estaban enrolados en los Tercios y además los Tabor de moros que Mohamed V le facilitó.

Con la intervención, primero de Alemania, después de Italia y  por último de Portugal, el gobierno de la República estaba en peligro y le iba a resultar muy difícil el librar a España del fascismo.

Las luchas se desarrollaban sangrientamente en todo el país y particularmente en Barcelona, Madrid y Valencia, con menos virulencia en otras regiones.

Los partidos comunista, socialista y todas las fuerzas del trabajo se lanzaron a la calle para exigir al gobierno que les entregaran armas, para así poder defenderse mientras que el gobierno se mostraba cada vez más intransigente con la petición de las masas.

Los enemigos, mientras tanto, consolidaban posiciones y al mismo tiempo hacían la depuración en la retaguardia. Miles de hombres, mujeres y niños eran víctimas de las fuerzas de ocupación fascista. No había compasión de nadie, ni diferencia de edades ni de sexo; en cualquier lugar se producían asesinatos de una manera neroniana. 

Cuando el tristemente célebre general Queipo de Llano se hizo cargo de la situación en Sevilla, yo me hallaba en mi pueblo natal, donde la tranquilidad reinante no daba a entender que estuviéramos en guerra. Las noticias que recibíamos eran las que nos daban aquellos que pasaban de un lugar a otro, éstos nos decían que los fascistas estaban asesinando a todos los izquierdistas que cogían y que no nos dejáramos coger porque si no nos íbamos de allí, todos seríamos fusilados. Los más ingenuos comentaban: “¿Cómo nos van a matar, si nosotros no hemos hecho nada malo?", triste fue su fin.

Contaba yo 16 años cuando todo esto sucedía y aunque era joven, me daba cuenta que la situación era peligrosa para todos nosotros. El haber sacado banderas rojas a la calle, el haber participado en manifestaciones, huelgas y cobro en granos a los patronos nos ponían en una posición que había que decidirse a defender aquello o a marcharse inmediatamente de allí, al igual que lo hacían los que venían de Sevilla y que nos contaron las atrocidades cometidas por las fuerzas de ocupación fascista.

Cuando pasaba un automóvil por el pueblo y paraba en la plaza, nos agolpábamos todos alrededor de él para informarnos de cómo estaba la situación y cuál era la procedencia de sus ocupantes, quienes se limitaban a decir que eran de Sevilla y que era gravísima la situación, ya que como he dicho anteriormente, los crímenes estaban a la orden del día en la zona ocupada por moros, falangistas y regulares de los Tercios de África. 

Nosotros sentíamos una gran inquietud por no saber en qué circunstancias se encontraba Málaga, que era la única salida que teníamos los que estábamos al norte de su provincia. Pronto supimos que Málaga era republicana y que se encontraba ardiendo, a consecuencia de los combates que en ella se habían librado.

Miles de voluntarios de las Juventudes Unificadas, unidas a todas las fuerzas antifascistas luchaban por la libertad y fraternidad de la España republicana y de su gobierno, legalmente constituido por el pueblo en masa.

También supimos, que el pueblo de Campillos estaba siendo valientemente defendido por un grupo de carabineros leales al gobierno y su situación era crítica por la inferioridad numérica con respecto al enemigo.

Muchos grupos de hombres rudimentariamente armados se estaban uniendo a ellos, pero todo esto resultaba infructuoso al enfrentarse a un ejército bien pertrechado con armas procedentes de Alemania, Italia, Portugal y el material humano que el rey de Marruecos, Mohamed V, había facilitado a los traidores sublevados.

Campillos se encontraba a 11 kilómetro de distancia del lugar donde nosotros nos hallábamos, es decir, en Peñarrubia (Málaga).

En el desigual combate, fueron vencidos los grupos de carabineros y de los voluntarios que trataron de ayudarles en la defensa del mencionado pueblo y fusilados inmediatamente todos los que no pudieron escapar hacia la zona libre. En este pueblo cayó mi madre, de lo que haré mención en otro episodio.

Viendo la gravedad que suponía para nosotros permanecer en el pueblo, nos dirigimos a Ardales, después de recibir la orden de su evacuación (la distancia entre Peñarrubia y Ardales es de 11 kilómetros).

Cuando caminábamos en columna por la carretera, fuimos atacados por la aviación fascista, que nos bombardeó y nos ametralló ferozmente por medio de aviones italianos.

Esta era para mí la primera vez que veía las explosiones de las bombas y las ráfagas de ametralladoras; el espectáculo era dantesco como puede imaginarse el lector.

No quiero dejar pasar esta parte del relato de Manuel Rivas, sin hacer una corrección a una falsedad. Hasta ahora he dejado transcurrir la historia, a pesar de algunas inexactitudes sin relevancia. Pero si aquí no corrijo, en cierta forma estoy dando por bueno lo que nos describe. Y es que fue justo al revés: fueron tres aviones de bombardeo y uno de caza republicanos procedentes de Málaga, los que bombardearon y ametrallaron a las tropas nacionales el día 13 de septiembre en Campillos. Acto, por otra parte, completamente lógico, ya que la aviación republicana intentaba frenar el avance del enemigo. De igual forma ocurrió el día 15 en Peñarrubia.

Así cuenta Gil Gómez Bajuelo, en el libro “MÁLAGA BAJO EL DOMINIO ROJO”, lo ocurrido: Antes de irnos del pueblo, tenemos la visita de tres aparatos rojos de bombardeo y uno de caza. Traen los discos rojos bajo el ala superior. En el ala baja, las bombas. A nosotros nos cogen en las afueras del pueblo, junto a las baterías del capitán (Rafael) Esquivias y del teniente (Alonso) Alarcón, No es buen sitio si vienen buscando las piezas. Nos corremos a la esquina de una casa en el momento en que pasan los aparatos en la vertical. Es cosa de una inquietud de segundos. Al fin, pasan, y en el centro del pueblo aligeran el peso, arrojando las bombas. Afortunadamente, no hay víctimas. Pero han quedado destrozados tres coches de turismo y un camión de Sanidad. Las bombas cayeron en la calle principal del pueblo.

El cambiar la realidad, y hablar de ametrallamiento y bombardeo de la población civil que huía hacia Ardales por la aviación fascista, es falsear los hechos y manipular los sentimientos.

Cuando llegamos a Ardales, sus habitantes nos ofrecían alimentos y ponían a nuestra disposición sus hogares para nuestro descanso. En este pueblecito pasé la primera noche de lo que sería mi largo peregrinaje.

La inquietud que iba apoderándose de mis pensamientos, hizo que me decidiera a volver a Peñarrubia, para ver si alguien me daba noticias de mi madre, que fue hecha prisionera por las tropas fascistas en la ocupación de Campillos (Málaga) el día 13 de Septiembre de 1936 y de mis hermanos mayores que se hallaban en los frentes.

Llegué al pueblo (esto debió ser el día 14, porque el día 15 ocuparon Peñarrubia) y solamente algunos hombres armados de escopetas y revólveres quedaban allí, sin que aún hoy pueda yo comprender que era lo que aquellos hombres hacían merodeando por un pueblo abandonado y en peligro de caer en poder enemigo.

Tropas nacionales en Peñarrubia

De mi madre nada podían decirme, porque estaba ya prisionera en Campillos y no había forma de llegar hasta él. De mis hermanos sólo sé que habían salido para el frente y que se ignoraba el paradero de ambos. Posteriormente se supo que uno de mis hermanos (Francisco) había hecho un comando para rescatar a mi madre y a pesar de lograr llegar hasta la casa dónde ella, debía encontrarse, no la hallaron y estuvieron a punto de ser hechos prisioneros al ser interceptados por la Guardia Civil, con la que después de un intenso tiroteo pudieron salir indemnes del arriesgado intento pasando la tarde en un desagüe, hasta que por la noche pudieron pasar a nuestras líneas, ignorándose por completo que era lo que había podido pasarle a mi madre.

El día 15 de Septiembre de 1936 las tropas llamadas "nacionales" decidieron avanzar desde Campillos y tomaron varios pueblos de la provincia de Málaga, entre ellos en el que yo había nacido y en el que se fijaron las trincheras del enemigo; allí estuvieron los frentes hasta cinco meses después.

Mi estancia en el pueblo de Ardales fue de unos días y mi padre dispuso que nos fuéramos de aquel lugar por temor a los bombardeos y por los aproximados que habíamos quedado del frente.

Como yo era menor de edad debía obediencia a los míos, me incorporé a él y a la familia con dirección a Álora. Durante este trayecto todos llevábamos los ojos empañados de lágrimas al pensar qué le habría podido pasar a nuestra madre. Nosotros adorábamos a mamá, porque desde muy pequeños veíamos el batallar que traía de día y de noche para podernos dar el pan nuestro de cada día, con unos medios escasísimos para conseguirlo. Lo que ella hacía era cosa que solo puede lograrse trabajando noche y día, porque una familia de diez miembros necesitaba muchas atenciones en aquella época en que escaseaba todo lo más elemental para la subsistencia. Por todo esto, habría que ser un necio para no comprender la lucha abnegada que aquella mujer sobrellevaba para sacar a sus hijos adelante sin una queja y siempre con la sonrisa en los labios.

Por fin llegamos a Álora; aquí nos alojaron en una casa de refugiados, sin más patrimonio que el que suponía la ropa que llevábamos puesta. En este refugio nos encontrábamos mi padre y cuatro hermanos. Los tres mayores se encontraban en los frentes combatiendo al fascismo.

La vida en este pueblo era tan insoportable como lo era en los demás.

Los intensos bombardeos de la aviación fascista ocasionaban muchas víctimas entre mujeres y niños, que eran generalmente de lo que se componía la población, siendo por lo tanto víctimas inocentes. Todo esto amén de las destrucciones habidas en las edificaciones y centros asistenciales.

Aquí da a entender bombardeos sobre Álora, cosa que nunca ocurrió. Los bombardeos se producían por esas fechas sobre Málaga capital, ocasionando muchas víctimas inocentes, como cualquier bombardeo, se haga donde se haga, y lo haga quien lo haga, pero no solo mujeres y niños.

Sentía yo necesidad de hacer algo que me librara de aquella inactividad que para un muchacho de 16 años era sencillamente intolerable y tomé una decisión. Hablé a mi padre de mis planes y él se oponía abiertamente a ellos. Yo quería irme al frente junto a mis hermanos, a lo que me dijo, con emoción reflejada en sus ojos, que no me fuera, porque ya tenía tres hijos en la guerra, más la gran ausencia de mamá. Consideraba pues que ya era suficiente nuestra desventura. Yo comprendía que en parte tenía razón, pero como los frentes estaba en las inmediaciones de Peñarrubia y yo suponía que todo aquello sería liberado por los republicanos, por lo que no sería extraño que al ser liberado hallara a mi madre, que era fundamentalmente la causa de mi obsesión.

Por todos los medios trataron de persuadirme para que no me marchara: “Que si no había armamento, que allí en la retaguardia también se podía combatir al fascismo, que muchos de los hombres que había en el frente estaban desarmados” y no sé cuántos fueron los argumentos que emplearon para convencerme.

Yo estaba concienciado de que mi sitio estaba junto a mis hermanos y compañeros y así no me alejaría más de la cautiva madre.

Seguían llegando noticias de la zona enemiga; los crímenes que se estaban cometiendo en ella hacían que nuestra indignación se acrecentara aun más.

Después de mucho insistir en mis pretensiones, mi padre optó por acceder y marché a Gobantes (estación de ferrocarril a 6 kilómetros de Peñarrubia) donde también había un frente de guerra. Al bajar del tren que me había conducido hasta allí y debido al control que se ejercía, me llevaron a presencia de un capitán y éste me interrogó sobre la causa que me había llevado hasta allí, siendo aquel un lugar tan peligroso.

Una sorpresa fue para mí el encontrar en la estación a varios paisanos, quienes al verme se emocionaron; cuando les dije cual era mi propósito me abrazaron diciéndome que mi hermano José (el mayor) estaba allí y que inmediatamente me llevarían al lugar dónde se encontraba. Así fue, me condujeron hasta él y al vernos nos abrazamos llorando y comentando la gran tragedia que se cernía sobre todos. Hablamos también de mi situación y al exponerle la idea de coger un fusil y meterme en la trinchera, me aseguró que aquello era prácticamente imposible, puesto que los miles de soldado que se veían por doquier no disponían de armas, más que cuando hacían el relevo.

Agotados todos los recursos a mi alcance, tuve que desistir de aquella idea de tomar parte en la contienda, porque no había órdenes de la superioridad para que los menores entraran en las milicias.

Aquel lugar me agradaba muchísimo y como yo conocía el terreno palmo a palmo, y veía mi pueblo a corta distancia, aunque en manos de los fascistas, yo quería seguir allí, pero no me dejaban.

El capitán de la zona había dicho que yo no podía ser combatiente.

Aunque siempre tenía en mi mente el recuerdo de los míos, no deseaba volver a Álora. Sabía que mi padre había quedado muy disgustado con mi partida hacia Gobantes. Estaba pensando volver con mi padre, puesto que no quedaba otra salida, cuando llegó un camarada y me dijo:

—“Mira, si quieres podemos hacer que no tengas que irte de aquí, pues hay una Sección de zapadores construyendo trincheras y refugios, y no sería esto tan peligroso como combatir cuerpo a cuerpo si fuera necesario.”

Cuando vi aquella posibilidad la acepté inmediatamente, puesto que lo deseado por mí era precisamente aquello, colaborar en la defensa de la libertad de España.

Estos trabajos empezarían en los primeros días de Octubre de 1936 y lo realizábamos con entusiasmo, y teniendo esperanza que sirvieran para frenar el avance enemigo, si este se producía y era de esperar de un momento a otro, según afirmaban los mandos leales al gobierno.

La pequeña estación ferroviaria de Gobantes se hallaba a unos 70 kilómetros de Málaga, en ella pasé cinco meses trabajando y esperando ver cuándo llegaría el feliz momento de recuperar el territorio perdido y liberar de éste modo a todos aquellos que no habían podido huir de las garras franquistas.

Ya me había habituado a aquella vida de combatiente y sentía deseo de actuar en cualquier acción para poner libre a nuestros compañeros prisioneros. La obsesión de liberar a mí madre, y a los carabineros, que estaban en Campillos, era la que perturbaba mi paz interior. Consulté con mi hermano José la posibilidad de un asalto de comando a Campillos, éste me respondió que lo que yo le proponía era un suicidio para todo el que participara en la operación. Así es que desistiendo de mi deseo, esperaríamos la orden de avanzar hacia la zona fascista que nosotros creíamos no tardaría mucho en llegar.

Los frentes estaban, tranquilos, salvo algún que otro tiroteo esporádico de ametralladoras y fusilerías. Estas armas causaban, en el silencio de la noche, un siniestro ambiente de tristeza y nostalgia de todos los que estábamos inmersos en aquel apartado mundo, solamente los que ya estaban habituados a su sinfonía podían soportarlo impasiblemente. Cuando las bombas y obuses caían sobre nuestras posiciones, nos escondíamos en los refugios que habíamos construido los zapadores y cuando volvía la calma salíamos para comprobar la eficacia de nuestra obra. Satisfechos de no tener bajas, nos volvíamos a nuestros observatorios, como si realmente no hubiera ocurrido nada.

La Sección de zapadores además de estos trabajos, tenía otros muchos más arriesgados y comprometidos. Consistían los mismos, en tratar de recoger la cosecha abandonada entre las dos líneas de fuego, en muchas ocasiones a tiro de fusil de la Guardia Civil y de los moros, estos nos tendían emboscadas, pero nunca se produjeron bajas en nuestras filas.

El apartamento que teníamos para pasar la noche, era un tren correo alojado en un túnel, en él charlábamos de todo lo que realmente nos preocupaba y de las incidencias acaecidas, en la jornada, sin poder vernos las caras al carecer totalmente de luz, en prevención de cualquier ataque por sorpresa.

El 6 de Febrero de 1937, un intenso bombardeo se inició sobre nuestras líneas, la artillería enemiga lanzó sobre nosotros un aluvión de proyectiles, muchos de ellos no hicieron explosión y nosotros considerábamos que aquellos obuses habían sido fabricados por camaradas de la zona fascista y que así contribuían a la lucha en contra de sus carceleros. En ningún momento pensamos que aquel hostigamiento fuera el principio de una ofensiva enemiga a gran escala.

El día 7 de Febrero de 1937 las fuerzas enemigas se lanzaron sobre nuestras posiciones, causando cuantiosas bajas en nuestras fuerzas, el frente se derrumbó creándose por esta causa, una desbandada desordenada de todos los hombres, que desmoralizados por la inoperancia de sus efectivos, abandonaban a la primera por no tener medios para contenerla.

He dicho que la estación de Gobantes se halla a 70 kilómetros de Málaga y que la desbandada de nuestras tropas era general, pues bien mi hermano José y yo también huíamos del frente para evitar ser hechos prisioneros y posteriormente fusilados, al igual que lo fueron todos los que iban cayendo en sus manos, incluso, los que siempre fueron de tendencias derechistas.

Entre tanto, en Álora también se había producido de una manera masiva el éxodo de sus habitantes y por este motivo, cuando llegamos al pueblo ya mi familia no se encontraba en la casa que les había servido de refugio durante cinco meses,

El pánico producido por la noticia del avance de los enemigos de la República era indescriptible, todo el mundo huía desesperadamente sin saber el camino que tenían que seguir para escapar a la masacre del fascismo.

El desorden era monumental y podía oírse por doquier que aquello era una traición, ya que no se veía ningún avión de los "nuestros", ni tropas para contener al enemigo que sin oposición ninguna avanzaba hacia la capital con las manos metidas en los bolsillos.

Nosotros pensábamos que una vez en Málaga nos embarcarían y nos llevarían a un lugar más seguro, falsa ilusión aquella, puesto que los mandos ordenaron abandonar la capital inmediatamente porque las tropas fascistas estaban en los alrededores de la ciudad.

Nosotros, que habíamos andado ya 70 kilómetros, estábamos agotados de cansancio y esperábamos descansar al llegar a la capital, pero cuando nos dijeron que se hacía imprescindible salir para Almería, lo más pronto posible, quedamos de piedra. El general Asensio y nuestro coronel Villalba, ya habían ordenado evacuar la ciudad en dirección a Almería.

El comisario de guerra y diputado comunista Bolívar, pedía armas a Largo Caballero, pero este y su amigo Asensio las negaban. Mientras tanto, el general fascista italiano (Mario) Roatta estrechaba el cerco y cada minuto que pasaba iba resultando más difícil la evacuación. Los obuses caían sobre los millares de personas que huíamos de los fascistas, los cadáveres se veían en las calles y el pánico había hecho presa en la multitud, al saber que los invasores italianos en su gran mayoría cortarían la retirada en Motril y que todos seríamos hechos prisioneros.

Tropas italianas avanzando sobre Málaga

Ante la problemática en que nos encontrábamos mi hermano y yo, abandonamos Málaga el día antes de caer en poder de las tropas franquistas de la que tan buena referencia teníamos.

Cuando salíamos de la ciudad, vimos que entre la muchedumbre había varias familias, de Peñarrubia a las que preguntamos por nuestros familiares, nos contestaron que los habían visto salir de Álora, pero no sabían si habrían, salido ya para Almería. La enorme columna humana que salía de la ciudad era imponente, pues como sabemos, en esta inmensa desbandada íbamos gentes de Huelva, Sevilla y Málaga, lo que suponía un gentío de más de 100.000 personas.

Enlace a la segunda parte

https://cronicasdelvientosolano.blogspot.com/2023/07/manuel-rivas-trujillo-segunda-parte.html


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