CARLOS ARIAS NAVARRO. SEGUNDA PARTE

 


CAÍDA DE MÁLAGA EL 8 DE FEBRERO DE 1937

La ocupación de Málaga por las tropas nacionales, trajo consigo la captura de miles de huidos de numerosos pueblos malagueños y de otras provincias andaluzas que se encontraban como refugiados en la capital y en pueblos próximos. Los que no pudieron huir hacia Almería por la carretera de Motril, fueron detenidos y muchos de ellos pasaportados hacia sus pueblos de origen con la obligación de presentarse a su llegada al comandante militar de su localidad. La mayoría volvió a pie. A su llegada, se fueron presentando en los cuarteles de la Guardia Civil; algunos detenidos en las inmediaciones del pueblo, donde los estaban esperando.

Las detenciones se contaron por millares, se desbordaron las prisiones locales, habilitándose campos de concentración en Torremolinos, Alhaurín o Antequera. Se produjo una masiva depuración de la población, que trajo consigo el encarcelamiento de millares de personas, el saqueo y expolio económico de sus bienes.

En el Decreto nº 79, de 31 de agosto de 1936, la Junta de Defensa Nacional de Burgos, estableció que, para favorecer la necesaria rapidez y “ejemplaridad” en la aplicación de la Justicia, “todas las causas de que conozcan la jurisdicciones de Guerra y Marina se instruirán por los trámites de juicio sumarísimo. En este aspecto se dieron la mano los dos bandos enfrentados en la guerra.

El juicio sumarísimo es un procedimiento judicial en el que las distintas partes ordinarias del mismo se acumulan en poco tiempo, de tal suerte que se instruye, aportan y valoran las pruebas, juzga, condena y se ejecuta la sentencia en un plazo breve de tiempo. En este caso, fue la Jurisdicción militar la responsable de dichos Juicios sumarísimos, que dieron lugar a las miles de ejecuciones realizadas en Málaga en esa época.

El sumario era secreto, el Juez Instructor recogía el atestado de la detención, interrogaba a los denunciantes y testigos. Además, podía solicitar informes sobre el reo a las autoridades de su pueblo: de la alcaldía, de la Guardia Civil o de Falange. Con estos aspectos recabados, el Juez Instructor tomaba declaración indagatoria al procesado, y cuando consideraba que ya se habían realizado “todas las diligencias para la comprobación del delito y averiguación de las personas responsables”, elaboraba un Auto-Resumen y elevaba sus conclusiones al Auditor de Guerra para que diese por finalizada la instrucción, o si estimaba que hubiera que hacer nuevas averiguaciones.

Si se daba por cerrada la instrucción, se pasaba entonces la documentación al fiscal para que calificase los hechos y propusiera la pena, procediéndose al nombramiento del abogado defensor, el cual apenas disponía de tiempo para estudiar la causa, que a veces afectaba a varios acusados. El Juez Instructor leía entonces los cargos al inculpado, en presencia de su defensor, y el sumario pasaba a Plenario, para la celebración de la vista oral. Aquí finalizaba la tarea del Juez Instructor.

Los Tribunales de los Consejos de guerra estaban formados por un presidente y seis vocales, uno de los cuales actuaba como Ponente, además del fiscal y del abogado defensor, todos ellos pertenecientes a la carrera militar, sin que se les exigiera formación jurídica alguna, salvo al fiscal, que solía pertenecer al Cuerpo Jurídico Militar.

Durante la vista oral, el ponente efectuaba una lectura del sumario, resumiendo las actuaciones llevadas a cabo durante la instrucción, el secretario daba cuenta de los autos, el fiscal solicitaba la pena que consideraba adecuada, y el defensor se limitaba, en general, a pedir clemencia o en todo caso, solicitar la pena inmediatamente inferior a la propuesta por el fiscal.

Aquellos que se opusieron al golpe empleado armas, eran reos de los delitos de Rebelión Militar, y si no las emplearon, de adhesión a la Rebelión, auxilio a la Rebelión, inducción a la Rebelión, o apología de la Rebelión. Formar parte de la junta directiva de un sindicato, ser concejal en un ayuntamiento del Frente Popular, militar activamente en partidos de izquierdas o intervenir en conflictos sociales o laborales, fueron razones más que suficientes para ser acusados de fomentar el clima de desorden y anarquía.

Al final, los acusados podían hablar, y dado que la mayoría eran o analfabetos o de escasa instrucción, apenas podían pronunciar algunas palabras. No solía haber declaración de testigos, ni se hacía en estos juicios sumarísimos el menor esfuerzo para clarificar los hechos, ya que en la mayoría de los casos eran un mero trámite para justificar la sentencia.

CARLOS ARIAS, JUEZ INSTRUCTOR

Cuenta Baltasar Peña, en sus memorias inéditas “Reencuentros conmigo mismo” sobre Carlos Arias:

El mismo día de la liberación de nuestra ciudad, me lo encontré a las pocas horas de entrar el ejército, y aquella noche se vino a dormir a la casa en donde yo pasé la mayoría del tiempo del periodo rojo. Al Consulado de Bolivia, domicilio de D. José Huelin, familiar mío, ya que yo estaba sólo en la casa.
Pasamos hasta casi la madrugada contándonos las incidencias de cada uno durante los meses pasados, y por la mañana fuimos los dos a saludar a Bohórquez, Coronel Jurídico de la División de Queipo, a quien yo conocía por su amistad con mi cuñado Francisco Blázquez Bores, y por haber coincidido con él unos meses en el bufete del Abogado del Estado de Sevilla, Sr. Lobo, en el que Bohórquez por aquellos, trabajaba y yo estuve de pasante, por poco tiempo. (Quizás se refiera a D. Manuel Lobo López)
Lo saludamos y nos ofrecimos para lo que nos necesitara.
Bohórquez le dijo a Carlos que se considerara desde aquel momento militarizado, por su condición de fiscal de la Audiencia, y a mí me advirtió que tendría que esperar unos días hasta saber cuál había sido mi actuación en los meses anteriores.
Volvimos a casa, y he de confesar que yo lo hice con preocupación, pues aunque la conciencia no me acusaba de nada, y estuve los últimos seis meses recluido en el Consulado, me dolió sin duda la desconfianza que mostraba el Jefe de la Asesoría Jurídica.

Francisco Bohórquez Vecina, con el rango de coronel, el día 18 de julio de 1936 se puso a disposición del general Queipo de Llano participando en la sublevación militar en Sevilla. Organizó los servicios de Justicia Militar en el Ejército del Sur. Era el Auditor de Guerra encargado de ratificar las sentencias de los tribunales militares. Todos los procedimientos, causas y consejos de guerra sumarísimos, pasaban por él.


Como cuenta Baltasar Peña, el coronel Bohórquez comunicó a Carlos Arias que estaba desde aquel momento militarizado, por su condición de fiscal de la Audiencia de Málaga. Así ocurrió también con otros muchos jueces y fiscales de la jurisdicción ordinaria, y aspirantes a las carreras judicial y fiscal, que fueron militarizados con el grado de capitán e incorporados al Cuerpo Jurídico Militar. Junto a los anteriores fueron también militarizados con el grado de tenientes varios abogados malagueños.

En la provincia de Málaga quedaron constituidos de inmediato tres Tribunales castrenses dependientes del teniente auditor de segunda José Manuel Coloma Escrivá de Romaní, delegado en Málaga de la Auditoría del Ejército del Sur, y veintiséis Juzgados Militares de Instrucción, a cargo de jueces civiles, militarizados para realizar esta función. Al frente del Juzgado número 10 estuvo Carlos Arias Navarro.

Ya en los días 9 y 10 de febrero, casi todos los Juzgados estaban constituidos. La rapidez de la implantación de los tres Consejos de Guerra y veintiséis juzgados, solo puede ser entendida en función de la existencia de una estructura previa, diseñada para cuando las tropas nacionales entraran en Madrid. Dicha
 estructura jurídica encabezada por el coronel auditor de División Ángel Manzaneque y Feltrer, según Ignacio Arenillas de Chaves, oficial honorífico del Cuerpo Jurídico Militar, quedó instalada durante el cerco de Madrid en Talavera de la Reina (Toledo)

Cuando la conquista de Madrid, que a finales de 1936 se consideraba inminente, fracasó, se iniciaba la ofensiva sobre Málaga, y hacia allí se desplazó parte del aparato jurídico militar.

Madrid se alejaba. Vino de sorpresa una orden de rápido traslado a Sevilla, que afectó a un pequeño contingente de jefes y oficiales. La Auditoría de Guerra del Ejército de Ocupación iba a estrenar, en Málaga, el Código Castrense. El día 7 de febrero los expedicionarios hacían noche en Puente Genil. La inmediata dormirían en Málaga.
Ignacio Arenillas - «El proceso de Besteiro» (291-294)

A principios de marzo era evidente la incapacidad de los tres Tribunales militares para asumir el volumen de causas generadas en la provincia, por lo que fue necesaria la creación de dos nuevos Consejos de Guerra, que actuaron durante diez días en Málaga, Vélez-Málaga y Estepona. Alguno de los Juzgados de instrucción, que habían venido instruyendo en la capital, se desplazaron también a los pueblos cabeza de partido como apoyo a los allí existentes.

La actuación de estos tribunales, sobre todo hasta la primavera de 1937, se caracterizó por la rapidez. En algunos casos se acumularon en una misma causa un alto número de acusados, e incluso por un mismo Juez Instructor, en una misma vista, se juzgaron varias causas.

Gracias a excelente trabajo realizado por Lucía Prieto Borrego, profesora titular del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad de Málaga, «Implantación y funcionamiento de la justicia militar en la provincia de Málaga (1937)», podemos saber y cuantificar como fue el proceso represor de la justicia militar en la provincia de Málaga durante el año 1937.

Entre febrero y diciembre de 1937, fueron encausados por el procedimiento sumarísimo de urgencia, al menos a 13.472 personas. De estas personas, más del 56% habían sido procesadas en los primeros cien días, siendo condenadas a muerte, en esos primeros días, 3.175.

A 31 de diciembre de 1937, se habían instruido en toda la provincia de Málaga, al menos, 2.330 causas. Los Consejos de Guerra habían sentenciado a muerte a 4.104 personas, el 30,46% del total de los procesados. En más del 91% de los casos se ejecutó la sentencia.

Si se exceptúa el alto número de condenas a la pena de muerte impuestas en el Juzgado nº 12 que actuó solo en la capital, el mayor volumen de penas de muerte correspondió a los pueblos cabeza de partido: Vélez-Málaga, Ronda y Estepona.

A Carlos Arias Navarro, que era fiscal por oposición de la Audiencia Provincial de Málaga desde julio de 1933, cuando el día 9 de febrero fue con Baltasar Peña a saludar y ofrecerse a Francisco Bohórquez Vecina, Coronel Jurídico de la 2ª División orgánica, y Auditor de Guerra, ya vimos que fue militarizado, nombrándolo Juez de Instrucción del Juzgado Militar nº 10, uno de los veintiséis que se constituyeron en Málaga. Tenía entonces veintiocho años.


Cuenta su amigo Baltasar Peña:

A los pocos días empezó a actuar como Juez Militar, al igual que lo hicieron casi todos los fiscales y jueces que no habían tenido actuación alguna en la época anterior.
Pocos días después (22 de febrero) y por un oficio de (Tomás) Garicano, se me nombró a mi Secretario del Juez Militar D. Carlos Arias, y juntos comenzamos a instruir sumarios que se nos iban designando.
Fueron sin duda días desagradables, pero en los que las actuaciones de los jueces militares se reducían a tomar declaraciones de los encartados, sin la más mínima violencia y con la premura que exigían los momentos que vivíamos.

Carlos Arias y Baltasar Peña como secretario, procesaron a algunos de los actores más representativos de la represión en la retaguardia malagueña: miembros de los Tribunales Populares y del Tribunal de Urgencia.

Fue el Juzgado Militar nº 10 de Málaga el que instruyó el procedimiento sumarísimo de urgencia nº 3/1937 contra Francisco Millán López miembro del partido sindicalista, uno de los vocales de los Jurados Populares republicanos, y antes miembro destacado del temible "Comité de Salud Pública". Uno de los dirigentes responsables de las sacas que se realizaron en la Prisión Provincial y que produjeron centenares de muertos inocentes.

Cuenta Baltasar Peña en sus memorias:


Uno de los primeros presos que nos llevaron fue Millán el Jefe en Málaga de la F. A. I. y que fue precisamente el que recibió a Carlos cuando lo llevaron detenido al Comité de Salud Pública y quiso ejecutarlo allí mismo; se salvó por la intervención de los Guardias de Asalto que lo llevaron detenido desde la Aduana, que a punta de carabina manifestaron que ellos se llevaban al detenido al sitio donde se lo entregaron, y no permitieron quedara en manos de los que manifestaban tanto deseo de suprimirlo.
Esta actitud del Comité de Salud Pública tenía una justificación. Carlos Arias, durante los años 35 y 36 había sido el Fiscal encargado de acusar en el Tribunal que se ocupaba de delitos políticos y de terrorismo, y precisamente en aquel tribunal de los rojos, sus actuales jueces eran los mismos que habían sido acusados meses antes por Arias.
Era Carlos Arias y lo fue siempre persona de fácil palabra, de grandes conocimientos jurídicos, cuyas acusaciones tenían siempre seguro eco en los tribunales en que informaba, pero era sobre todo hombre ponderado y pacífico, que jamás tuvo con ningún detenido el más mínimo atisbo de malos tratos, aunque si era insistente y acerado en sus interrogatorios.
Tan solo se alteró un poco cuando los guardias nos entraron a nuestra presencia a Millán, al que mirándolo fijamente dijo:
— ¿Te acuerdas, Millán, que hace poco me llevaron a mí a tu presencia, y quisiste liquidarme? Mira por donde nos volvemos a ver, pero con los papeles cambiados.
Como era lógico, duraron varios días los interrogatorios de Millán, quien por cierto ante la justicia había perdido toda su anterior fanfarrona gallardía y se mostraba como hombre apocado, y dispuesto a decir cuánto sabía con la esperanza de encontrar benevolencia con esta actitud.
Hubo un hecho curioso, pero también terriblemente desagradable. Le dijo el Juez si estaba dispuesto a indicar quienes habían sido los componentes de las Patrullas, que fueron las más directas responsables de los asesinatos en Málaga, patrullas compuestas casi siempre por un guardia de Asalto y otros elementos responsables cada uno de las agrupaciones políticas más avanzadas.
Sobre estas patrullas recaían sin duda el mayor número de asesinatos, pues en la mayoría de las veces, aunque también hubo excepciones, en vez de llevar los detenidos a la prisión o a la Comisaria, los ejecutaban en las afueras e incluso sacaban los presos de las cárceles para el mismo fin, cuando los bombardeos nacionales caían sobre Málaga o por cualquier descalabro en el Frente.
Millán dijo que estaba dispuesto a declarar el carácter de patrullero de los que pusieran frente a él, pues de esta forma no lo considerarían el único asesino de Málaga.
Hay que tener en cuenta que ya tenía la Auditoria de Guerra en su poder una colección de periódicos de Málaga de aquella época en la que consecutivamente fueron saliendo retratadas todas las patrullas que actuaron en aquellos meses.
A fin de que la actitud de Millán tuviera eficacia, lo situamos en una ventana que daba al patio de la prisión con cristales esmerilados y una mirilla, para que Millán fuera designando los detenidos patrulleros.
Se formaron a los detenidos y se les hizo pasar uno a uno frente a la ventana donde oteaba Millán. Apenas habían pasado los primeros, Millán fue designando casi a todos los que pasaban como antiguos patrulleros, hasta que le tocó el turno a un paisano mío, diputado socialista, pero hombre honesto y bueno, a quien también Millán lo designó como componente de patrullas.
Interrumpí el paso, llamé a Carlos que estaba dentro del patio de la prisión y le dije:
— Vamos a dejarnos de esta prueba, porque creo que es falso todo lo que Millán indica. Este hombre trata de exculparse de su responsabilidad echándole la culpa a otros, y después de haber designado a (Benito) Luna como patrullero, no podemos hacerle ningún caso a estas acusaciones. Estamos ante un hombre acobardado que es capaz de denunciar a su propia madre.
Tuvimos por tanto que suprimir la prueba y no insistir más sobre este asunto.
La culpabilidad de Millán era tan evidente, su jactanciosa actitud en los meses pasados tan acusada, y su acción tan pública, que el sumario no necesitaba de nuevas pruebas para probar su culpabilidad.

Francisco Millán acusó a un gran número de personas relacionadas con las patrullas que habían actuado a las órdenes del Comité de Salud tanto en la capital como en la provincia. Su declaración, dando el nombre de gran parte de los que participaron en las sacas y asesinatos de personas en los primeros meses de la guerra civil, la podemos leer en el Archivo Díaz Escovar (caja 319)


Otro procedimiento sumarísimo de urgencia que instruyó Carlos Arias Navarro, fue el nº 7 bis/1937 del Juzgado Militar nº 10 contra Benito Luna Anoría, Jesús Mendizábal de la Puente y Juan Piñero Nogales.

Benito Luna había sido nombrado presidente del Tribunal de Urgencia de la capital malagueña, el 17 de noviembre de 1936, siendo Jesús Mendizábal el vicepresidente y Juan Piñero el secretario del Tribunal

Los tribunales de Urgencia, se crearon por Decreto del Ministerio de Justicia republicano (10 de octubre de 1936), para descargar de trabajo, y como complemento de los Tribunales Populares Especiales ya existentes, para que entendieran de aquellos hechos de hostilidad o desafección al régimen, que no fueran constitutivos de los delitos previstos y sancionados en el Código penal común o en las leyes penales especiales.

Por ejemplo, difundir falsos rumores o noticias que tendieran a producir un estado de opinión o alarma adverso a la República; observar una conducta que sin ser constitutiva de delito, demuestre que la persona es notoriamente desafecta al régimen; cualquier otro hecho que por sus circunstancias y consecuencias, deba estimarse como nocivo a los intereses del Gobierno, el Pueblo o la República. Este último párrafo, recogido en el apartado d) del artículo 2º del Decreto, otorgaba a la autoridad gubernativa la potestad para poder castigar por cualquier cosa.

A pesar que se juzgaban actuaciones o hechos que no estaban contemplados en el Código penal, algunas de las sentencias fueron muy severas como la impuesta a Juan Corral González de un año de privación de libertad por ser de Falange (Sumario 32/1936), o la impuesta a José Benitez Díaz de tres años de trabajo obligatorio con privación de libertad por haber sido concejal de derechas en el municipio de Cártama (Sumario 77/1936).

El procedimiento sumarísimo contra Benito Luna, comenzó a instruirse el 17 de febrero de 1937, cuando prestó declaración ante el Juez Instructor, Carlos Arias, estando presente el Secretario, Baltasar Peña. N
o se tuvo en cuenta en el sumario ninguna de las muchas actuaciones tendentes a la protección de los acusados, 

El 3 de marzo Carlos Arias firmaba el Auto-resumen, y al día siguiente se reunió el Consejo de Guerra presidido por el Coronel de Caballería, José Alonso de la Espina y Cuñado, para dictar sentencia. En ese Auto, ya no aparece la firma de Baltasar como secretario, sino la de Fernando Espejo Aranda.

Jesús Mendizábal de la Puente, fue condenado a 12 años y un día de reclusión, como autor de un delito de Auxilio a la Rebelión Militar, que posteriormente fue reducida a 6 años y un día. Benito Luna Anoria y Juan Piñero Nogales fueron condenados a la pena de muerte por ser autores de un delito de Rebelión militar, siendo fusilados el 7 de marzo de 1937.

Sobre este proceso, se puede ampliar información en mi Crónica: «BENITO LUNA ANORIA, EL PADRE DEL SOCIALISMO DE CAMPILLOS. SEGUNDA PARTE»

https://cronicasdelvientosolano.blogspot.com/2024/06/benito-luna-anoria-el-padre-del_26.html


CARLOS ARIAS SE MARCHA DE MÁLAGA


A finales de abril de 1937, Carlos Arias Navarro se marchó de Málaga para incorporarse a la Fiscalía del Ejército de Ocupación en Talavera de la Reina, como capitán honorífico del Cuerpo Jurídico Militar.

Decía su madre Nieves en una entrevista para ABC: «Hay que ver cuánto sufrió “mi fiscalito” para salir de Málaga durante la guerra…»

En los sumarios que instruyó durante los dos meses y medio que estuvo al frente del Juzgado nº 10 de Málaga, procesó a 136 personas. Le sustituyó en el Juzgado, José Martínez Sanz, que había sido juez de Primera Instancia e Instrucción de Marquina (Vizcaya), y posteriormente Ricardo Bautista de la Torre.

Según el trabajo realizado por Lucía Prieto Borrego, «Implantación y funcionamiento de la justicia militar en la provincia de Málaga (1937)», sabemos que en el Juzgado militar nº 10, los tres jueces que tuvo, instruyeron un total de 45 causas, y se procesaron a 259 personas, de las cuales 15 fueron mujeres. No se menciona en el mismo, cuantos fueron condenados a la pena capital por el Consejo de Guerra.

Según Lucía Prieto, Carlos Arias también intervino como vocal Ponente en la vista oral de al menos tres causas. Dicha persona era la encargada de efectuar la lectura del sumario ante el Tribunal militar, resumiendo las actuaciones llevadas a cabo durante la instrucción.

A principios de 1977, Baltasar Peña escribía en sus memorias «Reencuentros conmigo mismo», lo siguiente:

A las pocas semanas, Carlos, marchaba a Salamanca y se unía a la fiscalía del Ejército de Ocupación con Blas Pérez (González), y precisamente de esta actuación surgió sin duda la amistad y la circunstancia que lo derivó por sus primeros cargos políticos.

Aunque Baltasar dice que se fue a Salamanca, realmente su primera escala tras la salida de Málaga, fue en Talavera de la Reina, donde estuvo inicialmente la Auditoria de Guerra del Ejército de Ocupación.

Fueron solo unos meses, pero nos marcaron tan intensamente que a los cuarenta años los reflejamos intuitivamente como hechos sucedidos hace meses.
Lo que es imposible, sobre todo para mí, es enjuiciar si nuestra actuación de entonces fue acertada o equivocada, pero este es un asunto que tal vez nunca pueda desvelarse, porque los hechos eran tan irreversibles, y lo que nos jugábamos entonces tan decisivo, que a fin de cuentas hay que asegurar que lo que cada uno hizo no fue más que lo que las circunstancias le iban imponiendo en cada momento.

Los momentos que se vivían, eran momentos de guerra y de nerviosismo, que alcanzaron a todos, lo mismo a vencedores que a vencidos, y cada uno, como es lógico, vivió su caso con arreglo a sus circunstancias.

Blas Pérez González, el 20 de mayo de 1937 se había integrado en la Asesoría Jurídica del Cuartel General de Franco en Salamanca. Más tarde en Burgos, fue nombrado jefe segundo de dicha Asesoría Jurídica. 
Por esas fechas debió conocer a Carlos Arias Navarro. El 10 de noviembre de 1938 fue nombrado Fiscal del Tribunal Supremo, y el 9 de septiembre de 1942 ministro de la Gobernación, cargo en el que permaneció hasta 1957.

Carlos Arias, con el grado de capitán honorífico, participaría como Fiscal en la Auditoría de Guerra del ejército franquista a medida que sus tropas iban avanzando por el norte. En los dos últimos años del conflicto, estuvo destinado en Talavera de la Reina, Bilbao, Santander, Castellón de la Plana y Arenas de San Pedro, donde participó en los juicios sumarísimos.

Cuando finalizó la guerra, por la ley de 8 de agosto de 1939, se modificó la organización de la Administración Central del Estado, creándose el Ministerio del Aire. Al constituirse el Cuerpo Jurídico del Aire, Carlos Arias ingresó con el número uno en la escala de complemento.

En la declaración que realizó como testigo para la Causa General (CG 1060.3) el 24 de septiembre de 1942, aparece como Capitán Jurídico de Complemento del Ejército del Aire, destinado como tal en la Asesoría Jurídica del Ministerio del Aire.

Por esas fechas, compaginaba su trabajo en la Asesoría Jurídica, con la preparación de unas oposiciones a Notarías, las cuales aprobó. El 29 de septiembre de ese año, aparece en el BOE su nombramiento para cubrir la vacante de Notario en Cuevas del Almanzora (Almería). En dicho puesto permaneció hasta mayo de 1944.

Durante esos primeros años de posguerra, es un hombre apartado de la política y no se siente miembro de ninguna de las «familias» del nuevo Régimen. En 1943 muere su madre, quedando sumido en una profunda tristeza; tiene treinta y cuatro años y está soltero.

Desea volver a Madrid, y lo consigue al ser nombrado Abogado Fiscal de la Audiencia territorial de Madrid (BOE del 2 de mayo de 1944). Al ser este cargo incompatible con el de Notario, unos días más tarde, pidió y se le concedió la excedencia de su puesto en la notaría de Cuevas del Almanzora (BOE del 4 de julio de 1944).

Unos años antes en enero de 1941, tuvo que solicitar su readmisión en la carrera fiscal. Al haber desempeñado el cargo de fiscal durante la Segunda República, se tuvo que someter al estudio de sus actuaciones de aquella época por la Jefatura de Depuración de Funcionarios de la Administración de Justicia. Fue readmitido sin imposición de sanción (BOE del 27 de enero de 1941)


INICIA SU CARRERA POLÍTICA

A finales de 1944 se produce el punto de inflexión de su vida y su incorporación a la vida política del franquismo. En diciembre, a instancias de Romualdo Hernández Serrano, que era el Fiscal Jefe de la Causa General, Carlos Arias fue nombrado Gobernador civil y jefe provincial del Movimiento de León, una provincia por la que aún merodeaban en los montes restos del maquis. Antonio Hernández Gil, que fue presidente de las Cortes durante la Transición, era hijo de Romualdo Hernández.

En su nombramiento como Gobernador, también tuvo que ver el general Camilo Alonso Vega, que unos meses antes había sido nombrado Director General de la Guardia Civil. Ambos se conocieron durante la Guerra civil, cuando Carlos Arias abandona Málaga y se incorpora al Ejército del Norte, donde el entonces coronel Alonso Vega, que posteriormente sería ministro de la Gobernación (1957-1969), mandaba la 4ª División de Navarra. Alonso Vega, se convertiría en su principal promotor político.

Durante su periodo como Director General de la Benemérita, Alonso Vega emprendió una dura campaña de represión contra el maquis y la oposición antifranquista (PCE, CNT). Franco habría dejado en sus manos las cuestiones relacionadas con el Orden público, incluso por encima del entonces ministro de la gobernación Blas Pérez González.

En León conoce al empresario cántabro Emilio del Valle Egocheaga (1890-1972), propietario de la compañía “Hullera Vasco-Leonesa”, al que los maquis secuestran a un hijo. Carlos Arias, como Gobernador civil, se involucra en la negociación y consigue su liberación, no sin el pago previo de un rescate. A raíz de su amistad con el padre, al que le unía la afición a la caza, Carlos Arias inicia una larga relación de diez años con la hija del empresario, Mari Luz del Valle Menéndez. Nacida en 1910 en Reinosa (Cantabria).

Emilio del Valle estaba casado con Emilia Menéndez Mori, natural de Oviedo. Tuvieron once hijos, de los que Mari Luz hacía la número cuatro. Hacia el año 1933, 
toda familia se había trasladado de Reinosa a León, donde les sorprendió el inicio de la Guerra civil.

Después de cuatro años como Gobernador civil de León, en febrero de 1949, es sustituido en el cargo, y se reintegra en el servicio activo de la carrera fiscal en la Audiencia Territorial de Madrid.

En diciembre de 1950 vuelve de nuevo a la Notaría (BOE 14 de diciembre de 1950), ahora en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), donde permaneció hasta noviembre de 1951, cuando pasa a desempeñar el cargo de Gobernador civil y jefe provincial del Movimiento en Santa Cruz de Tenerife, pasando en octubre de 1954 a serlo de Navarra, hasta 1957.

Siendo Gobernador civil de Navarra, en octubre de 1956, se casa con María de la Luz del Valle Menéndez. La ceremonia religiosa se celebra en el Oratorio de Nuestra Señora de Lourdes, en Madrid. Carlos tenía 48 años, y ella 46. No tuvieron hijos.

En junio 1957, Camilo Alonso Vega, nombrado ministro de Gobernación, le ofreció el cargo de Director General de Seguridad. El matrimonio se traslada a Madrid y se instalan en un piso de la calle José Abascal, debajo de los padres de ella, que se habían marchado de León a principios de los años cincuenta.

Estuvo como Director General de Seguridad ocho años, hasta febrero de 1965, fecha en que pasa a ser alcalde de Madrid, donde sustituyó a José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde.

En octubre de 1967 fue elegido procurador en Cortes en representación del Ayuntamiento de Madrid, y poco más tarde, Consejero del Reino por el tercio de procuradores de representación local.

Alcalde de Madrid

Durante ocho años y cuatro meses fue alcalde de Madrid. Esa etapa de alcalde, fue para él una de las más satisfactorias de su carrera política, dándole una gran proyección nacional e internacional.

Realizó grandes proyectos como la remodelación del Cuartel del Conde Duque, de la Casa de la Moneda, de la Universidad de San Bernardo y del Cuartel de la Montaña, la construcción de pasos elevados para facilitar el tráfico (los antiguos “scalextric”) o la autorización para la construcción de la muy criticada Torre de Valencia, frente a una de las esquinas del Parque del Retiro.

En ese momento, Arias Navarro era un político con apoyos en el régimen franquista, tenía fama de hombre con una enorme capacidad de trabajo, un gran sentido del principio de autoridad y disciplina, y de ser un gestor eficiente.

Disfrutaba de una situación económica desahogada, producto de las rentas que le proporcionaba su profesión de notario y la fortuna de su esposa. Su amistad con Alonso Vega le abrió las puertas de El Pardo, siendo uno de los pocos políticos del régimen que mantuvo una relación amistosa con la familia Franco, en especial con Carmen Polo.

Carlos Arias con su esposa Mari Luz del Valle

En abril de 1971 tomó posesión de su cargo como notario de Madrid, carrera en la que había ingresado en 1942, razón por la que es declarado excedente voluntario en la carrera fiscal.

Cuando en junio de 1973, el almirante Luis Carrero Blanco fue nombrado presidente del Gobierno, le incluyó en su gabinete como ministro de Gobernación. Arias Navarro era entonces un franquista puro, sin adscripción a una familia concreta.

Seis meses después, el 20 de diciembre de 1973, Carrero Blanco moría en Madrid, víctima de un atentado de la banda terrorista ETA. Aunque muchos pensaron que sería destituido, pues su cargo le convertía en el responsable último de la seguridad de Carrero, no sólo no ocurrió así, sino que Franco lo eligió para sustituirle en la presidencia del Gobierno.

El 2 de enero de 1974, juró el cargo de Presidente en el palacio de El Pardo. En aquellos momentos, Carlos Arias era un hombre de ley y orden; y sobre todas las cosas, muy fiel a Franco.

Llevó a cabo una importante renovación gubernamental, ya que de los diecinueve ministros que nombró, sólo ocho provenían del Gobierno de Carrero. Se rodeó de personas que hacían pensar en un cambio de rumbo hacia la democracia.

El Gobierno de Arias Navarro

En su discurso inaugural en las Cortes, el 12 de febrero de 1974, anunció su propósito de poner en marcha una apertura controlada del régimen, dejando al país esperanzado. Era lo que se vino a llamar el «espíritu del 12 de febrero». Por esa razón, fue bien recibido por los sectores aperturistas del franquismo. La oposición antifranquista, por el contrario, se mostró muy escéptica ante aquel anuncio.

Fue un discurso que para algunos sectores del sistema era una puerta abierta a la esperanza. El programa preveía la elección de alcaldes y presidentes de Diputaciones, autonomía de los sindicatos verticales, más representatividad en las Cortes (el número de procuradores electos sería incrementado de un 17 a un 35 por ciento), estatuto de asociaciones políticas, que no partidos, “para promover la ordenada concurrencia de criterios conforme a los principios de nuestras Leyes Fundamentales”

La reforma que planteó, a pesar de ser tímida y ambigua, se encontró con la oposición del "bunker" del régimen, que hizo todo lo posible por paralizar cualquier reforma. De manera que los intentos aperturistas iniciales se detuvieron a los pocos meses, decepcionando a la opinión pública. Tampoco la oposición democrática quiso pactar con lo que consideraba una operación de maquillaje para alargar la vida del régimen.

Con la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975, el rey Juan Carlos I depositó en él su confianza. Carlos Arias vuelve a intentar retomar ese «espíritu del 12 de Febrero», pero su visión de Europa, del mundo y de la democracia es tan corta que compromete seriamente a la nueva Monarquía, que ya iba lanzando mensajes por el mundo sobre lo que el Rey consideraba que tenía que ser el futuro de España. Ya en su primer discurso ante las Cortes, el monarca proclama que quiere ser el Rey de todos los españoles.

Las relaciones entre el Rey y el presidente se hicieron cada vez más tirantes, pues los titubeos de Arias Navarro y su incapacidad para poner en marcha el programa reformista, estaban poniendo en entredicho a la Monarquía. Arias se va convirtiendo en un tapón para que el avance de las libertades. Su intención de preservar el legado de Franco, en una sociedad que reclamaba públicamente la normalización democrática, propiciaron finalmente su caída.

Carlos Arias, antes de ser cesado por el Rey, le presenta su dimisión propiciando, en ese julio de 1976 el inicio, con la designación de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, de la Transición española.

En las primeras elecciones democráticas del 15 de junio de 1977, Carlos Arias Navarro se presentó como candidato al Senado en Madrid por Alianza Popular, con un programa basado en sus logros como alcalde. Pero tras sufrir una estrepitosa derrota, se retiró de la política y de la vida pública.


Falleció el 27 de noviembre de 1989 en su casa de la urbanización "La Florida" en Madrid. En 1997 fallecía su esposa Luz del Valle.

En 1995, la compañía "Hullera Vasco-Leonesa", la empresa de la familia de su esposa, creó una Fundación, un proyecto cultural destinado a la gestión del patrimonio documental de la empresa, la promoción de la cultura y el patrimonio de León y su provincia. Allí quedó depositado el archivo personal de Carlos Arias Navarro.

"CARNICERITO DE MÁLAGA"

Durante la campaña electoral de las elecciones de junio de 1977, y en plena feria taurina de San Isidro en Madrid, el periodista Francisco González Cerecedo, publicó en el periódico «Diario 16» una serie de semblanzas de personajes políticos de actualidad, redactadas en clave taurina. El 19 de mayo, publicó una con el título «Carlos Arias, Carnicerito de Málaga».


El artículo decía así:

Carlos Arias Navarro, «Carnicerito de Málaga»; Madrid, 1908. Torero, al mismo tiempo, duro y lacrimógeno, que se emociona fácilmente con las adversidades de la fiesta, en especial cuando es televisada en directo. A pesar de haber nacido en Madrid, se inició como novillero en Málaga, en 1939, destacando rápidamente en el manejo de la espada, suerte en la que adquirió tan dilatada notoriedad que, en un tiempo récord, tomó la alternativa como matador, superando la feroz competencia existente en el ruedo ibérico en aquellos momentos. El historiador de las hazañas hispanas, Gabriel Jackson, no ha podido menos de reconocer doblemente que los fastos de la plaza de Málaga, en 1939, podían competir sin desdoro con los de la plaza de toros de Badajoz, que obtuvieron más éxitos de crítica.
A partir de aquella época, arrastrado por su enorme afición, Carlos Arias no dejó de estar presente en la tragedia multicolor de la fiesta durante más de treinta y siete años. Como primera medida, nada más llegar a Madrid, en 1957, encontró alojamiento cerca de la taurina calle de la Victoria, en un viejo caserón de la Puerta del Sol, donde permanecerla ocho años.
Mucha nostalgia debió haber sentido «Carnicerito de Málaga» de los años pasados en aquella castiza zona de la capital, por donde desfilaron tantos españoles, porque, alejado por los avatares de la vida, y ya situado, no vaciló en regresar, en cuanto pudo, en 1973, a los entrañables muros.
No le iba a durar mucho la alegría. Meses más tarde triunfador en la importante feria de El Pardo, tras la vacante producida por la muerte violenta de «El Almirante» se convierte en cabeza de cartel y traslada su domicilio a Castellana 3, desde donde emprendería una decisiva labor para el auge de la fiesta nacional. Hay que subrayar, entre otras, la audaz medida, asombro de propios y extraños, destinada a propagar las corridas entre extranjeros, tomada el 10 de febrero de 1976, abaratando enormemente las entradas de los toros mediante una oportuna devaluación de la peseta. […]
Tras una retirada de diez meses, Carlos Arias acaba de reaparecer en los ruedos después de haberle pedido la almohada para meditarlo al «Niño del Referéndum».
Jamás torero alguno ha mantenido propósitos tan elevados: «Vuelvo porque estamos dando el ridículo ante el mundo.» Y luego ha añadido: «Y por amor a España y en servicio del Rey». Y con riesgo de que se marchiten sus geranios de Aravaca. Se ignora si volverá con los antiguos peones, Gabriel Cisneros, Luis Jáudenes y Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, que un día quedaron deslumbrados por aquel pase de adorno denominado «el espíritu del 12 de febrero».
Carlos Arias llega de nuevo con la convicción de que los valores de la fiesta nacional se hallan en peligro, los toros vascos, catalanes y gallegos se caen continuamente y ya no aguantan los tres puyazos reglamentarios de goma ni unas banderillas de humo, tampoco se respetan los principios fundamentales del toreo y las gentes arrojan urnas a los ruedos. Se hace necesario restaurar la olvidada suerte suprema. Lamentablemente, la afición interesada en nuevas figuras, no le hace demasiado caso.

Foto que aparece en el libro

Cerecedo escribió otras semblanzas de políticos, como:
  • «Manolo Fraga, El Niño del Referéndum»
  • «Santiago Carrillo, Currito de la Zarzuela»
  • «Enrique Tierno Galván, El Estudiante»
  • «Joaquín Garrigues Walker, El Multinacional»
  • «Torcuato Luca de Tena, Frescuelo II»
  • «Laureano López Rodó, El Niño de las Monjas»
  • «Joaquín Ruiz-Giménez, El Monaguillo»
  • «José Antonio Girón, Fortunita de la Cruzada»
  • «Adolfo Suarez, El Posturas de la Moncloa»
  • «Blas Piñar, Bombita»
  • «Felipe González, Morenito de Bonn»
Estos artículos fueron recogidos en el año 1983, en un libro titulado «Figuras de la Fiesta Nacional», publicado por la Asociación de Periodistas Europeos. Su presidente en España, Carlos Luis Álvarez escribe en la Introducción:

Estas crónicas pertenecen a la gran tradición española de política y toros. La codificación taurina de la política alcanza en estos escritos un humor singular. La capacidad de Cuco Cerecedo para la metáfora irónica, bordada sobre la historia pública de cada diestro y siniestro, donde no faltan esas notas de impiedad que caracterizan las luchas literarias del Siglo de Oro, sigue despidiendo hoy los mismos destellos que nos deslumbraron hace unos años.


Quizás el apodo se le ocurriera al periodista Cerecedo, por haber existido un torero malagueño con ese nombre: Bernardo Muñoz Marín “Carnicerito de Málaga” (1895-1970), suegro de Rafael de Paula.

El artículo del «Carnicerito de Málaga», le supuso al periodista Paco Cerecedo, una querella presentada por Carlos Arias Navarro contra él y contra Miguel Ángel Aguilar, que era el director del periódico «Diario 16». El periodista tuvo que comparecer a mediados de julio de ese año, ante el Juzgado de Instrucción nº 5, de Madrid, para prestar declaración.

El proceso no siguió hacia adelante porque Paco Cerecedo, el 4 de septiembre de 1977, cuando acompañaba en una gira por América Latina a Felipe González, secretario general del PSOE, sufrió un aneurisma cerebral, falleciendo de forma súbita con tan solo 37 años.

El apodo de «Carnicerito de Málaga», triunfó entre las izquierdas más radicales, y se está usando de forma torticera, para atacar a la persona de Carlos Arias y a su pasado lejano, diciendo, entre otras cosas, que con ese nombre ya se le conocía en Málaga durante la Guerra civil, cosa que es falsa.

En algún lugar he leído que fue el historiador Hugh Thomas en su libro La guerra civil española el que primero le puso ese calificativo a Arias Navarro. He consultado tres ediciones distintas de este libro: la de “Ruedo Ibérico” de 1966, la de “Ediciones Grijalbo” de 1976, y la de “Ediciones Urbión” de 1979, y solo en las dos últimas aparece el nombre de Carlos Arias en una nota a pie de página sin la mayor importancia.

Realizando una rápida consulta en el buscador de GOOGLE, con las palabras “Carnicerito de Málaga”, entre las primeras respuestas que nos presenta en la búsqueda, aparecen estas barbaridades:

WIKIPEDIA
Tras el comienzo de la guerra civil española, tuvo un destacado papel en la dura represión que se produjo en Málaga tras su invasión por parte de las tropas franquistas, razón por la que fue conocido como el «Carnicerito de Málaga»
Su participación como fiscal en los consejos de guerra que el bando franquista promovió para castigar y, en su caso, ejecutar a los partidarios significativos de la República durante la Guerra Civil y la posguerra en la ciudad de Málaga, le valió el apodo de «El carnicero de Málaga». Debido a esta represión, se le atribuye haber participado en la muerte de más de 4.300 leales al Gobierno de la República.

DIARIO PÚBLICO del 29 de junio de 2009
LOS 4.300 DEL “CARNICERITO” DE MÁLAGA
El que fuera presidente del Gobierno, Arias Navarro, organizó la represión en Málaga.
“En Málaga hubo un genocidio”, dice José Galisteo, uno de los fundadores de la asociación Contra el Silencio y el Olvido, y veterano sindicalista en CCOO. La represión en Málaga se desató en febrero de 1937 y la protagonizó como fiscal el que luego anunciara en televisión con gesto compungido la muerte del dictador, el entonces presidente del Gobierno Carlos Arias Navarro. Su mano dura alcanzó gran fama y recibió con justicia el sobrenombre de Carnicerito de Málaga.

TODOS (…) LOS NOMBRES
Es conocido en la capital andaluza con el apodo de “Carnicerito de Málaga”, calificativo escogido por la idiosincrasia del pueblo andaluz o por la chispa de algún periodista, debido al cierto aspecto de torero, con su bigotillo y su mirada fría, todo ello unido a la facilidad con que le daba trabajo a los sepultureros, con los cuerpos de los indeseables para con el Glorioso Alzamiento Nacional.
En los Consejos de Guerra en los que actuaba de fiscal, se cuenta que en algunas ocasiones y debido al enorme trabajo por los cientos de procesos pendientes, cuando se le hacía tarde, levantando la voz decía: “Como es muy tarde y no tenemos tiempo de deliberar, pena de muerte para los restantes”.

THE OBJETIVE del 15 de noviembre de 2024
Según el documental «A sangre y fuego: Málaga 1936» del año 2006, Arias Navarro se hizo pasar por anarquista en la Guerra Civil, pero era un «quintacolumnista» que informaba al general sublevado Queipo de Llano. Descubierto en diciembre de 1936, en lugar de ser asesinado, cosa rara, fue enviado a Málaga. Allí consiguió escapar y se unió al bando sublevado.
Tras caer Málaga en febrero de 1937, Arias Navarro fue nombrado fiscal, firmando hasta 4.000 sentencias de muerte. Fue allí donde le pusieron el apodo de “Carnicerito de Málaga”. Entre otros, ordenó fusilar al alcalde, Eugenio Entrambasaguas, a pesar de que intercedió el cónsul mexicano, Porfirio Smerdou. Arias Navarro, después de escuchar al diplomático, según Diego Carcedo en su obra «El Schindler de la Guerra Civil», (el libro se titula «El Schindler español») de 2003, dijo: “Nada puedo hacer. El alcalde de Málaga es una persona fusilable de oficio”. Lo mandó ejecutar el 6 de marzo de 1937.

LA VOZ DE LA REPÚBLICA. Abril 2022
Antes de estallar la contienda era fiscal de la Audiencia de Málaga, cargo del que fue destituido el mismo 18 de julio. Creyendo que iba a ser detenido se escondió en la casa de Pelayo Varea –hijo del juez Felipe Varea; este refugio lo obtuvo gracias a la intervención del presidente de la Audiencia de Málaga, Atilano Lorente González. Cuando Málaga fue tomada por los sublevados, las tres personas mencionadas fueron detenidas; sus familiares le pidieron que intercediera, no atendiendo sus peticiones. En el juicio celebrado el 27 de febrero de 1937, los Varea pidieron que testificara Arias Navarro, a lo que este se negó en rotundo. Lorente González fue condenado a 30 años, Felipe Varea y su hijo fueron condenados a muerte y ejecutados. Esta acción, negándose a interceder por la vida de las personas que posiblemente habían salvado la suya, demuestra la catadura moral del personaje que nos ocupa.
Los juicios en los que participaba Arias Navarro duraban apenas unos pocos minutos; su frase favorita era “los hechos probados y sometidos sólo merecen pena de muerte”. Dictaba las sentencias de muerte de diez en diez.

Hay muchísimas más, pero con este botón de muestra es suficiente para ver la falta de ética de los autores a la hora de escribir estos artículos sobre una historia que desconocen, que no se han tomado la molestia de investigar, limitándose a copiar los exabruptos más gordos que encuentran, o lo que es peor a inventárselos. He llegado a leer que Carlos Arias Navarro fue Gobernador civil de Málaga durante esos meses de represión.

Carlos Arias nunca fue fiscal en los Consejos de Guerra de Málaga. Fue una de las cerca de sesenta personas, jueces ordinarios, fiscales o abogados, que fueron militarizados por la Auditoría de Guerra para ser Jueces de Instrucción. Ya hemos visto que en Málaga se constituyeron tres Consejos de Guerra, y veintiséis Juzgados de Instrucción.

He contado con anterioridad, que un Juez Instructor se limitaba a recoger el atestado de la detención de una persona, interrogaba a los denunciantes y testigos, solicitaba informes sobre el reo a las autoridades de su pueblo: alcaldía, Guardia Civil o Falange. Con los datos recabados, tomaba declaración indagatoria al procesado, y cuando consideraba que ya se habían realizado “todas las diligencias para la comprobación del delito y averiguación de las personas responsables”, elaboraba un Auto-Resumen y elevaba sus conclusiones al Auditor de Guerra para que diese por finalizada la instrucción, o si estimaba oportuno que había que realizar nuevas averiguaciones.

Si se daba por cerrada la instrucción por parte del Auditor, se pasaba entonces la documentación al Fiscal para que calificase los hechos y propusiera la pena a imponer, y se procedía al nombramiento de un abogado defensor.

El Juez Instructor leía entonces los cargos al inculpado, en presencia de su defensor, y el sumario pasaba a Plenario, para la celebración de la vista oral del Consejo de Guerra. Aquí finalizaba la tarea del Juez Instructor. Como vemos el Instructor no solicitaba la pena o sentenciaba a nadie.

El Juzgado nº 10 fue en el que instruyó Carlos Arias Navarro, durante dos meses y medio, hasta finales del mes de abril, fecha en la que se incorporó a la fiscalía del Ejército de Ocupación en Talavera de la Reina.

Por Lucía Prieto Borrego, en «Implantación y funcionamiento de la justicia militar en la provincia de Málaga (1937)», (se encuentra fácilmente en Internet) sabemos que Carlos Arias procesó en ese tiempo a 136 personas, un 1% de la 13.472 personas que fueron encausadas por procedimiento sumarísimo de urgencia (PSU) en la provincia de Málaga, entre las que se encontraban algunos de los actores más importantes de la represión en la retaguardia malagueña; miembros de los órganos e instrumentos de la «justicia revolucionaria», como Francisco Millán y los miembros del Tribunal de Urgencia, como ya hemos visto.

Nada que ver con la afirmación: Tras caer Málaga en febrero de 1937, Arias Navarro fue nombrado fiscal, firmando hasta 4.000 sentencias de muerte. Fue allí donde le pusieron el apodo de “Carnicerito de Málaga”. Con solo el 1% de las personas procesadas por él, se imputa a su persona los más de cuatro mil ejecuciones que hubo en la provincia de Málaga durante 1937.

Respecto a la afirmación que ordenó fusilar al alcalde, Eugenio Entrambasaguas, a pesar de que intercedió el cónsul mexicano, Porfirio Smerdou, debo decir, además de que él no mandó fusilar a nadie, que Entrambasaguas fue procesado por el Juzgado nº 15, al frente del cual estaba Andrés de Castro Ancos, que era juez de Instrucción de Gaucín, también militarizado (PSU 7/1937). Poco podía hacer en ese caso Carlos Arias, en un procedimiento sumarísimo que no le correspondía. Quienes le mandaron fusilar fueron los militares que formaban el Consejo de Guerra.

También se ha escrito sobre los casos de Pelayo Varea Rodríguez y su padre Felipe Varea Viniegra. Detenidos a los dos días de ser tomada Málaga, los acusados fueron juzgados sin las más mínimas garantías procesales, ni más defensa que la que hicieron ellos de sí mismos. Al no ser llamados a declarar los testigos propuestos por la defensa, nadie pudo testificar a favor de quienes les debían la vida, entre ellos Carlos Arias Navarro.

El primero era abogado y su padre Oficial de Sala de la Audiencia Provincial. El 26 de agosto de 1936, Pelayo Varea junto a tres abogados más, se incautaron del Colegio de Abogados de Málaga, y se autoproclamaron para regir la vida del mismo como Junta de Gobierno, que ellos mismos denominaron “Junta de Gobierno del Frente Popular”. Pelayo Varea, actuó durante todo ese tiempo como Decano accidental de la Junta de Gobierno, por encontrarse el Decano propietario, Emilio Baeza Medina en Madrid.

El padre, Felipe Varea Viniegra, que no era juez, ni siquiera abogado, sino un simple Oficial de la Audiencia, quizás por influencia de su hijo, mediante una Orden ministerial del 28 de agosto, se convirtió, con carácter interino, en juez de primera instancia de Vinaroz, plaza que se encontraba vacante, e inmediatamente fue propuesto por la nueva Junta de Gobierno del Colegio de Abogados para formar parte como Vocal de la Sección de Derecho del Tribunal, junto a Atilano Lorente González, Magistrado de la Audiencia de Málaga, que sería el Presidente, y Francisco Bermúdez del Rio, Juez de Instrucción de Vélez-Málaga, que sería también Vocal.

De la actuación de estos tres jueces ya he hablado con anterioridad, y de cómo Felipe Varea estaba claramente alineado con los jurados populares nombrados por las organizaciones del Frente Popular, y en franca oposición a sus dos compañeros magistrados.

Gracias también al excelente trabajo realizado por Lucía Prieto Borrego, en «De jueces a reos: la represión de los jueces populares en Málaga», que se encuentra fácilmente en Internet, podemos saber cómo fue el procesamiento y condena de los mismos.

Los tres miembros de la Sección de Derecho del Tribunal Popular malagueño fueron encarcelados el 10 de febrero de 1937, siendo procesados por el Juzgado de Instrucción nº 17 de Málaga (PSU 10/1937), al frente del cual estaba el abogado José María Domenech Romero, habilitado como teniente auditor de segunda.

Tanto Atilano Lorente, como Francisco Bermúdez sabían que su nombramiento los hacían sospechosos de connivencia con las autoridades republicanas, y alegaron que aceptaron ser jueces del Tribunal Popular, en base a las presiones recibidas desde la Audiencia, desde donde le comunicaron la imposibilidad de renunciar al nombramiento.

Sin embargo, Felipe Varea, al no pertenecer a la carrera judicial, no podía negar el carácter político de su designación, efectuada por la propuesta de la Junta del Colegio de Abogados, presidida por su hijo Pelayo, abogado de la CNT. Contra él fue presentada una carta escrita por él mismo a un sobrino suyo residente en Madrid. Estaba escrita entre el 15 y el 30 de agosto de 1936. Así lo cuenta Lucía Prieto:

Varea se atribuye no sólo a sí mismo sino también a sus hijos un papel protagonista en la situación creada en Málaga tras el golpe militar. Según relata su intervención en la frustración del golpe en la capital fue decisiva llegando al punto de intentar matar al capitán (Huelin) que dirigió la sublevación. Varea justifica el ejercicio de la represión en la retaguardia malagueña a la que califica como “la venganza del pueblo” y transmite a su sobrino una visión idílica de la Málaga revolucionaria donde existía “una tranquilidad pasmosa” en la que sus hijos, de los que se sentía totalmente orgulloso, “siempre con el fusil al hombro” ocupaban puestos de responsabilidad, insistiendo en hacer ver a sus parientes la confianza de que gozaban por parte de todas las organizaciones.

Ya vimos con anterioridad como a finales de agosto de 1936, gracias a la petición que el Fiscal Jefe, Francisco Checa Guerrero (no Atilano Lorente, como se afirma en LA VOZ DE LA REPÚBLICA), realizó al entonces oficial de Sala, Felipe Varea Viniegra, que tenía instalada una Pensión en el centro de la capital, Carlos Arias pudo encontrar refugio en la misma por espacio de dos meses, sin salir ni ser visto por nadie, hasta el 23 de octubre.

Ese día de octubre, durante un bombardeo de la aviación nacional, una bomba destruyó los Almacenes Masó, situados en la calle Martínez. Cuando unos milicianos de la FAI registraron el inmueble, Carlos Arias fue visto por uno de los milicianos.

El declarante se percató inmediatamente de que había sido reconocido, y de que aquella cara le era recordada como de algún procesado, y expuso al Sr. Varea la inmediata necesidad de trasladarse a otro sitio pues no tardarían en intentar detenerlo, por lo que el hijo de este llamado Pelayo Varea le propuso que se escondiera en el pueblo.de Pizarra en el que actuaba como Secretario del Ayuntamiento.

Accedió a ello el declarante y a los pocos momentos de partir se presentaban para detenerle, y al saber que había marchado, iniciaron pesquisas hasta dar con su paradero a los pocos días, presentándose a las tres de la madrugada en la taberna de Pizarra en la que estaba oculto y procediendo a su detención que no pudieron evitar por ningún medio.
Ante tal insistencia y comprendiendo el don Pelayo Varea que los propósitos de la patrulla era que no llegase a Málaga, accedió a entregarme pero acompañándome, y así pudo llegar a la capital donde le dejaron en un organismo, que habían montado en la calle del Cister, y que creo se llamaba Comité de Enlace.

Pelayo Varea y Carlos Arias eran viejos conocidos, como lo demuestra la presencia de ambos en un juicio celebrado el 12 de junio de 1936, contra unos vecinos de Fuente Piedra, acusados de saquear la iglesia con destrucción de sus imágenes y objetos de culto.

El día 12 del mes en curso, se vio la causa contra Manuel Luque Velasco, y cinco más, acusados del delito de sedición, por los sucesos en Fuente Piedra el 13 de Mayo del corriente año.
El Ministerio Público, representado por el fiscal don Carlos Arias, solicitó para los procesados la pena de un año y un día de prisión, y cinco mil pesetas de multa para cada uno de los encartados.
Defendió a éstos el notable abogado don Pelayo Varea, que en un extenso y brillante informa trató de demostrar la no culpabilidad de sus defendidos.
El Tribunal dictó sentencia absolviendo libremente a tres de los procesados, y condenando a los otros tres al pago de cinco mil pesetas.
19360619 009 La Unión Mercantil

Propuesto como testigo de la defensa de Felipe Viniegra, Carlos Arias, que en aquellos momentos estaba ya al frente como juez de uno de los tribunales militares, el nº 10 de Málaga, no llegó a testificar en el proceso. Pero es que ni Arias Navarro, ni ninguna de las personas que habían salvado la vida por la acción u omisión de los jueces procesados, fueron llamados a declarar dado el carácter sumarísimo de unos procesos, cuyo objetivo parecía más la venganza que la justicia.

El Consejo de Guerra nº 3 se reunió en Málaga el día 27 de febrero de 1937 para fallar el procedimiento sumarísimo de urgencia incoado por Rebelión Militar contra los jueces del Tribunal Especial Popular. La sentencia, fallada ese mismo día, condenó a Felipe Varea Viniegra a la pena de muerte, y a Atilano Lorente González y Francisco Bermúdez del Rió a reclusión perpetua, y a la separación definitiva de sus cargos. 

En la sentencia, el ponente reconoce claramente que el carácter sumarísimo del proceso justifica la incomparecencia de los testigos, ni la constatación de las pruebas. A Atilano Lorente y a Francisco Bermúdez, acabada la guerra, les fue conmutada la pena por la de 6 años y 1 día de reclusión mayor.

Solo en el proceso a Pelayo Varea Rodríguez, en el del Juzgado Militar nº 1 de Málaga (PSU 24/1937), al frente del cual estaba el capitán honorífico Enrique Cid, y en su declaración en la Causa General de Málaga (CG 1060.3), Arias Navarro pudo reconocer la protección y ayuda que le prestaron estas dos personas, padre e hijo.

Pelayo Varea Rodríguez, fue condenado a la pena de muerte, siéndole notificada la sentencia en la cárcel de Málaga, a las diez de la noche del día 26 de febrero de 1937, siendo fusilado a continuación.

El día 2 de marzo de 1937, en la prisión provincial de Málaga, a las once de la noche le fue leída la sentencia a Felipe Varea Viniegra, firmándola como enterado y seguidamente fue fusilado.

A principios de 1977 Baltasar Peña, escribía lo siguiente en sus memorias “Reencuentros conmigo mismo”

Hablando hace unos días con un amigo de Carlos Arias, me comentó algo sobre su actuación al liberarse Málaga, que como testigo de excepción me parece interesante y necesario aclarar, precisamente en estos momentos en que estoy recogiendo en estas cuartillas, recuerdos e impresiones, no solamente del acontecer diario, sino de algunos episodios de mi vida pasada.
Tanto más necesario, cuando la figura de Carlos Arias por el último puesto ocupado de Presidente del Gobierno, bien se merece que los que fuimos y somos sus amigos, nos sintamos obligados a estas aclaraciones, ya que el comentario o la maledicencia, pueden enturbiar en el mañana una vida ejemplar que creo merece el respeto y la confianza de todos los españoles, no ya sólo por su calidad humana, sino también por el indiscutible servicio a España en unos de sus momentos más difíciles y cruciales.
El comentario fue el siguiente:
— Me han dicho, aunque yo no lo creo, que Carlos fue una de las personas que más se distinguieron en la represión después de la guerra y uno de los jueces más implacables que hubo, hasta el punto que le denominaron el “carnicero de Málaga”. Yo creo, que la gente habrá exagerado, pero he oído decir a una señora muy conocida, que en su presencia insultó de palabra y obra a uno de los detenidos que había matado sus familiares.
Le dije, —lo que yo creía necesario decir— que parecía mentira se hiciera eco de estas calumnias y que precisamente, su actuación militar no solamente fue impecable, sino además duró muy poco, pues inmediatamente se marchó de Málaga como juez Militar del Ejército de ocupación.
Y como en esta historia yo soy excepcional testigo, bueno está que por lo menos, deje aquí, en pocas líneas, referido lo que sucedió en aquellos días.
Ya he recogido hace unos meses la detención de Carlos durante el periodo rojo y alguna de las vicisitudes por las que pasó, precisamente conmigo. […]
Ni a Carlos Arias lo conceptúo nadie como hombre feroz, ni carnicero, durante toda la guerra, ni la mayoría de los malagueños incluso lo conocieron, pues su actuación como fiscal en los años 35 y 36 le hicieron vivir en un círculo de pocas amistades, precisamente yo era su más antiguo amigo, desde los años en que coincidimos en Madrid preparándonos en la misma Academia para el Cuerpo Jurídico la Armada, ni se destacó en lo más mínimo en las pocas semanas en que ejercitó su cometido de Juez Militar.
Han tenido que surgir las circunstancias de su elevación a altos puestos, para que la maledicencia tan común en los españoles, se haya cebado en la memoria de un hombre que merece todos los respetos.

Y lleva razón Baltasar Peña. No fue hasta la muerte de Franco, cuando Carlos Arias había sido ya Ministro de Gobernación y Presidente de Gobierno, cuando se empezó a propagar la historia del “Carnicerito de Málaga”, atribuyéndole hechos sanguinarios con la población malagueña. Si no hubiera llegado a los altos cargos que llegó, hoy sería un personaje anónimo más, como lo son los casi sesenta jueces militarizados que compusieron los veintiséis Juzgados de Instrucción que hubo en Málaga.

Recordemos que en los dos meses y medio que estuvo al frente del Juzgado de Instrucción nº 10, Carlos Arias proceso solo al 1% de los más de trece mil que lo fueron en total en toda la provincia de Málaga. Y sin embargo se le culpa, sin haber él condenado a nadie, de la muerte de las más de cuatro mil personas que fueron fusiladas por los Consejos de guerra en todo el año 1937.

Ya dije al principio, en la Justificación de esta Crónica que lo último que querría es que alguien la entendiera como una apología de aquellos tiempos. No siento ninguna afinidad, ni admiración, ni pretendo elevar a Carlos Arias a los altares.

Lo que quiero es poner en evidencia la gran cantidad de inexactitudes, mentiras y falsedades que he encontrado referidas a su persona, a la que se le califica de sanguinario, de asesino, de “carnicerito”, y otros apelativos similares basados en una literatura falsa, no contrastada, muy ideologizada, en la que cada cual se inventa o altera historias para hacer cada vez más ruin al personaje.

Solo he querido arrojar más luz sobre su vida, y que la historia ponga a Carlos Arias en el lugar que le corresponda. Porque la historia se escribe con datos, no con opiniones y falsedades.

Termino con unas frases de Baltasar Peña:

Siempre ha sido uno de mis mejores amigos, y con el que he conservado a través de estos cincuenta años últimos, trato o correspondencia.
Precisamente el lapso de tiempo en que he estado más alejado de él, empezó en su época de Alcalde de Madrid, para agudizarse al llegar a Ministro y quedar reducido a simples cartas de secretario particular en los momentos Ministeriales o Presidenciales.
Pero tenía que ser así. Solo una vez he ido a visitarle siendo ministro, porque yo sabía bien que entonces le sobraban las visitas.

Esta última etapa no la he podido ver con ojos desinteresados. Soy amigo de Arias desde la juventud, un gran admirador de sus cualidades, y aunque como político nunca en verdad proveí llegara a donde ha logrado llegar, conozco su buena voluntad su buen deseo y espero que Dios le conduzca a buen puerto aunque los temporales no se los evitara nadie.

CARLOS ARIAS NAVARRO. PARTE PRIMERA

 



JUSTIFICACIÓN

Muy pocos, por no decir ninguno, son los historiadores que se han ocupado de Calos Arias Navarro. Es inútil buscar una biografía suya, porque no existe. Tampoco dejó escritas unas memorias en las que nos contara sus vivencias personales y políticas. Salvo algún libro que recoge la declaración programática del gobierno que él presidió en 1974, tras el asesinato de Carrero Blanco, o el discurso que pronunció en las Cortes Españolas el 28 de enero de 1976 o los libros que recogen todo lo referente al tránsito del franquismo hacia la transición, poco más se puede encontrar sobre él.

En ningún libro encuentras nada referente a sus primeros años de vida, o a los cuatro años que pasó en Málaga durante la Segunda República y el principio de la Guerra Civil, o los que estuvo trabajando como notario o como Gobernador civil de León, Tenerife y Navarra.

¿Y por qué me pongo yo a escribir sobre él? Desde luego no por afinidad, ni por admiración. Cuando murió Francisco Franco yo tenía veintidós años, por lo que conozco bien lo que fueron los últimos años del franquismo, precisamente en los que Carlos Arias Navarro fue alcalde de Madrid, ministro de la Gobernación y Presidente del Gobierno.

No puedo presumir de luchador antifranquista, como tantos hoy presumen sin haber movido un dedo en contra del régimen, pero si puedo decir que desde mi modesta situación de estudiante, en el Madrid de los primeros años setenta del siglo pasado, participé desde la Universidad en huelgas y manifestaciones que se organizaron contra la política gubernamental. Lo último que querría es que alguien entendiera esta Crónica como una apología de aquellos tiempos, ni que pretendo elevar a Carlos Arias a los altares.

Es icónica su imagen en la televisión anunciando la muerte de Franco. Yo llevaba entonces dos años trabajando en el Colegio San José de Campillos, y recuerdo perfectamente ese día, cuando apareció compungido en la televisión, donde estaba y con quién estaba.

Hablando de esos momentos en Campillos, quiero traer al recuerdo a mi gran amigo Rafael Padilla Mesa, de Cañete, compañero en el Colegio, al que le apodaban “el comunista”, debido a que en aquellos tiempos tan difíciles, se dirigía a los alumnos con un lenguaje claro que nadie se  atrevía a usar. Les hablaba de los poetas malditos, Machado, Lorca, Alberti, Hernández, León Felipe, Celaya…Fue un hermano mayor para mí, que desde su bondad, amor e inocencia, se atrevió a pisar unos terrenos que nadie frecuentaba, lo que le llevó por una  
simpleza a la cárcel de Ronda.

Fue a finales de diciembre de 1974. Yo había pasado la Nochebuena con mi familia en Córdoba, y marché a Campillos a pasar la Nochevieja. Al llegar al pueblo, sería el 27 o 28, me dijeron que Rafael estaba en la cárcel. Él había pasado la Nochebuena en Cañete, y como yo, iba a pasar también la Nochevieja en Campillos.

No tenía carnet de conducir, y cuando un amigo lo traía, el coche se salió en una curva y volcó. No les pasó nada. El siempre iba con sus poesías y libros.

Cuando acudió la Guardia civil se encontraron desparramados por la carretera papeles con poesías de poetas considerados "subversivos", como Miguel Hernández. Recuerdo que uno de los poemas era "El niño yuntero".

Se ve que lo consideraron un elemento peligroso y se lo llevaron a la cárcel de Ronda, y allí me planté yo para verlo. Estuvo poco tiempo preso, gracias a Pepe Macías que hizo todo lo posible para que lo pusieran en libertad

Falleció prematuramente el 4 de mayo de 1996. El me abrió a los caminos de la poesía, y yo le abrí los de la música, dejándome una huella que, cincuenta años después, aún perdura.

Rafael Padilla Mesa

Contestando a la pregunta que yo mismo he hecho, el motivo está en la gran cantidad de inexactitudes, mentiras y falsedades que he encontrado referidas a su persona, cuando me he estado documentando para escribir las Crónicas que sobre Baltasar Peña Hinojosa acabo de publicar. En ellas se le califica de sanguinario, de asesino, de “carnicerito”, y otros apelativos similares basados en una literatura falsa, no contrastada, muy ideologizada, en la que debido a la inexistencia de una biografía seria sobre él, cada cual se inventa o altera historias para hacer cada vez más ruin al personaje. Carlos Arias no tuvo hijos, y nadie se ha preocupado de rebatir esas historias que sobre él se están contando.

Mi propósito es escribir sobre sus primeros cincuenta años de vida, justo hasta el año 1957 cuando fue nombrado Director General de Seguridad, cargo que desempeñó hasta 1965. A partir de esa fecha su biografía es más conocida: alcalde de Madrid hasta 1973, ministro de la Gobernación durante seis meses, y Presidente del Gobierno tras el asesinato del almirante Carrero Blanco.

Pretendo escribir esos cincuenta años con ecuanimidad, sin apasionamientos, contando los hechos tal como ocurrieron, situando al personaje en el contexto histórico que le tocó vivir. A partir de ahí, tras arrojar un poco más luz sobre su vida, que la historia ponga a Carlos Arias en el lugar que le corresponda. Porque la historia se escribe con datos, no con opiniones.

CARLOS ARIAS NAVARRO

Carlos Arias Navarro, nació en Madrid el 11 de diciembre de 1908, en la calle Humilladero número 3, cerca de la calle Toledo y de la Plaza de la Cebada. Reinaba entonces en España Alfonso XIII, siendo el presidente de Gobierno Antonio Maura y Montaner.

Hijo de Ángel Arias Mascaraque (1868-1911) y de María de las Nieves Navarro Colunga (1878-1943). Era el séptimo de ocho hermanos; José (1899-1960), Ángel (1900-1957), Antonio (1901-1903), Lorenzo (1903-1907), Antonio (1905-1982), Dolores (1907-1911), Carlos (1908-1989) y María Luisa (1910-1990). Tres de ellos fallecieron con muy corta edad.

Su padre, Ángel Arias, falleció el 24 de junio de 1911 a la edad de 42 años, cuando Carlos solo tenía dos años y medio de edad. Formaban una familia de clase media, muy católica y muy trabajadora.

Antonio de Miguel Martin (1894-1979), periodista económico en varios medios de comunicación, escribió sobre Carlos Arias:

Le conocí cuando tenía cinco años (1913). Vestidito de luto. Acababa de morir su padre, un empleado del Matadero de Madrid. Vivía con su madre y sus hermanos en la calle de Toledo, 95, en una casa que estaba bien, nueva y agradable. La madre de Carlos era una señora encantadora. Se llamaba doña Nieves. Y era prima de Felipe Acedo Colunga (que luego sería gobernador civil de Barcelona), compañero mío de bachillerato en el instituto del Cardenal Cisneros
La familia de Felipe Acedo también vivía en la misma casa de la calle de Toledo, en un piso vecino al de doña Nieves. Y yo iba a estudiar con Felipe por las tardes, aunque él hacía Derecho y yo Ciencias.
Un día, doña Nieves me pidió que diera clase a Carlitos y a María Luisa, su hermana menor. Aún no sabían leer ni escribir. Dije: «No se preocupe, que les enseñaré las primeras letras, doña Nieves».
Carlitos era muy reservado, muy callado. Le recuerdo con su jersey negro, sus pantaloncitos negros y muy gordito, porque entonces era un chico redondo. Pero un gran chico, bueno como él solo. La verdad es que nunca hubiera pensado que iba a llegar tan lejos, porque lo cierto es que era completamente normal, un muchacho corriente.
19740105 030 ABC

Carlos Arias con trece años, con su hermana María Luisa y su madre

Su hermana menor, María Luisa Arias Navarro, casada con Regino García Badell, dijo de su hermano Carlos en una entrevista que le hicieron en el periódico ABC, cuando este fue nombrado Presidente del Gobierno:

¿Calladito? ¿Reservado? No tanto. Era lo que se dice un niño travieso y hacía barrabasadas. Fíjese: un día vino del colegio —él estudió en los Escolapios— con la cara así de hinchada. ¿Pero qué ha pasado?, le preguntó nuestra madre. No dijo nada. Y entonces mi madre le pidió a tía Pepa que fuera al colegio a enterarse de lo ocurrido. ¿Sabe qué había pasado? Venga, adivine. Pues que Carlitos le había metido sus zapatos en el bonete del padre Larrañaga...y claro, el padre Larrañaga le dio un escarmiento.
Pero era formidable, es formidable mi hermano. Se subía en una escalera de esas que hay en las casas para limpiar, una escalera de tijera, y decía: venga que voy a daros un discurso. Le poníamos a la escalera unas faldas de una ama que teníamos y Carlos subía. «Señoras y señores..., en esta tarde...», y nos soltaba un discurso hasta que ya no podíamos más. Yo creo que facilidad de palabra tuvo siempre, desde pequeño. Y leía mucho: ¿Puede usted creerse que me leyó el Quijote más de una vez? Pues como lo oye: me lo leyó y releyó todo lo que quiso. Si, era travieso. Y jugábamos y nos pegábamos. Si usted ve las cicatrices que tiene en la cara, pues esas cicatrices se las hice yo...de quietecito y modosito y reservado, de eso nada. Pero ya puede decirlo: tiene una hermana que le adora.
19740105 035 ABC

La intensa relación que mantuvo con su madre, por la que sentía veneración, marcó fuertemente su carácter. Desde muy niño mostró unas dotes extraordinarias para el estudio, como lo demuestra su expediente académico en el Instituto San Isidro de Madrid, donde finalizó el bachillerato en 1923, con tan solo 14 años. Para iniciar los estudios de Derecho, necesitó una autorización especial. La carrera la terminó en tres años, licenciándose en 1926 en la Universidad Central de Madrid. Fue discípulo aventajado del socialista Julián Besteiro, a quien siempre consideró uno de sus mejores profesores.

Una vez finalizados los estudios universitarios, comienza su carrera como opositor. Fue en estas fechas cuando conoce a Baltasar Peña Hinojosa, cuando este, recién terminada la carrera de Derecho en Sevilla, marchó a Madrid a preparar las oposiciones para el Cuerpo Jurídico de la Armada. Ambos coincidieron en la misma academia, arrancando ahí una amistad que duraría toda la vida, y aunque el trabajo y las circunstancias les condujeron por distintos caminos, siempre mantuvieron una cordial correspondencia. Baltasar era dos años mayor que Carlos Arias.

En julio 1929, y tras aprobar unas oposiciones, ingresó con el número uno, como Oficial de primera clase del Cuerpo Técnico Administrativo del Ministerio de Justicia, siendo destinado a la Dirección General de Registros y del Notariado, siendo su jefe Manuel Azaña, el cual le tenía gran aprecio y consideración.

Pero Carlos Arias quería ser Notario, pero como se exigía para presentarse a la oposición a esa especialidad la edad mínima de veinticinco años, se preparó para otras, y a primeros de junio de 1933, aprobó con el número ocho las oposiciones al Ministerio fiscal (Gaceta de Madrid 9 de junio de 1933), y un mes más tarde, a primeros de julio, era nombrado fiscal de la Audiencia Provincial de Málaga (Gaceta de Madrid 4 de julio de 1933). Tenía entonces veinticuatro años.

Para poder iniciar su nueva andadura de Fiscal en Málaga, solicitó la excedencia voluntaria en el cargo de Oficial de Administración de primera clase del Cuerpo técnico administrativo del Ministerio de Justicia, siéndosela concedida el 6 de julio (Gaceta de Madrid 8 de julio de 1933). Diez años más tarde, en julio de 1943, solicitó el reingreso y la vuelta al servicio activo en ese Cuerpo, petición que le fue concedida (BOE 14 de julio de 1943)

En Málaga se encontró con su amigo Baltasar Peña, al que había conocido en Madrid en 1927. Carlos Arias, que se mantenía soltero, se había convertido en un hombre austero, que vivía sin descanso y sin diversiones. Era totalmente apolítico. La única devoción que inspiraba su vida, además de la práctica religiosa, era su madre Nieves. Baltasar se había casado con María Álvarez Gross, siendo padres, en ese momento, de una niña. Acababa de ser nombrado miembro de la Junta Provincial de la Reforma Agraria de Málaga.

En agosto de 1934 es ascendido y cubre la vacante de Marceliano Sánchez Bajo, en la Audiencia Provincial

Este Ministerio acuerda promover a la plaza de Abogado fiscal de ascenso, vacante por promoción de D. Marceliano Sánchez, a D. Carlos Arias Navarro, Abogado fiscal de entrada, que sirve el cargo de Abogado fiscal en la Audiencia provincial de Málaga, donde continuará prestando sus servicios y que ocupa el número uno en la escala de los de su categoría declarados aptos por el Consejo fiscal, debiendo surtir todos sus efectos esta promoción desde el día 21 de Julio último.
Gaceta de Madrid 10 de agosto de 1934 

Durante esos tres años tan convulsos en Málaga, desde julio de 1933 a julio de 1936, en que Carlos Arias ejerció como fiscal de la Audiencia provincial, se rodeó de muy pocas amistades. La principal función de un fiscal, es la de ejercer la acción penal, es decir, presentar pruebas y argumentos ante un juez para que se condene a un acusado. Esto implica que el fiscal actúa en contra de la defensa del mismo, lo que le ganó pocas simpatías entre los delincuentes.

Esos años en que fue fiscal, fueron de muchos conflictos en Málaga, principalmente en la primavera de 1936. Las elecciones de febrero de ese año, que dieron la victoria al Frente Popular, llevaron a un incremento de la conflictividad laboral y social. Cinco meses marcados por una gran polarización política y social, con enfrentamientos armados entre los mismos sindicatos de clase. Fue uno de los periodos más violentos de la corta vida de la República.

GUERRA CIVIL EN MÁLAGA

En el capítulo III (páginas 45-55) titulado “La revolución en marcha”, del libro «YO ACUSO…», cuyo autor es Remigio Moreno, juez de Instrucción de Santo Domingo, escribe que la tarde del sábado 18 de julio estaba de Juez de Guardia, y se encontraba en la Prisión Provincial de Málaga junto con el fiscal Carlos Arias tomando declaración a varios presos, con motivo de un Sumario que se seguía en su juzgado por un motín ocurrido en la cárcel días antes.


Cuando después de estar un par de horas en la prisión y disponerse a abandonar la misma, reciben aviso del Director de la cárcel del golpe militar que se está produciendo en la ciudad. Aunque hicieron un intento de salir de la Prisión, finalmente permanecen en ella toda la tarde y la noche.

Fuerte tiroteo se oye en la lejanía. Gente aprisa cruza ante el edilicio. Varios coches pasan con velocidad vertiginosa. Más tarde nos llama la atención un buen número de ciclistas que a rápida marcha se encaminan hacia Campanillas y Cártama, pueblos inmediatos a la ciudad. […]
A las 9 de la noche el tiroteo arrecia. Las puertas de la prisión se cierran. Se redoblan los puestos de guardia y ocho números de Asalto que también prestaban servicio de vigilancia en la Cárcel, con el pretexto de que debían ejercerla con más rigor en el interior del edificio, quedaron tras los rastrillos cuya cancela de hierro cerró el oficial de Infantería jefe del destacamento de custodia. Más tarde, me enteré por el propio oficial que lo había hecho como medida precautoria «pues de estos individuos después de lo que han hecho en Madrid, no me fío» me dijo.
En la Cárcel y con la angustia que se puede suponer, pasé las interminables horas de una noche espantosa. La población penal se sublevó a media noche y hubo necesidad de someterla con violencia, teniendo nosotros que colaborar con el personal y fuerzas destacadas.
Desde los torreones vi como gigantescas llamaradas partían del corazón de la ciudad. Las ametralladoras vibraban en la noche calurosa. Nuevas llamaradas, éstas más cerca, estaba ardiendo un caserío distante de la Cárcel unos doscientos metros. Nos parapetarnos tras las aspilleras del edificio, se nos hacia fuego desde diferentes sitios, contestamos guiando la puntería por el fogonazo de los atacantes. […]
Las primeras luces del día nos hacen divisar, al fondo y encima de la capital densa humareda, por los caminos circundantes a la Cárcel, numerosos grupos de hombres armados con aspecto de campesinos. Camiones con más hombres. Todos se dirigen a la capital. […]
A las 7 de la mañana, un coche con guardias de Asalto va a la Cárcel a relevar a sus compañeros. Me entero de labios de aquellos hombres fatigados y con cara de espanto que el Regimiento de Infantería se había sublevado, que elementos subalternos habían apresado a sus jefes, que otras fuerzas armadas se habían negado a secundar el movimiento y que en definitiva el golpe militar había fracasado, que Málaga era una hoguera, que el desorden era horroroso y que en las calles habla muchos cadáveres.
Mi primer pensamiento fue para los míos. Subo en el coche. El camino fue horroroso, nos llovieron los insultos al ver unos paisanos en coche de la fuerza pública. Nos creían detenidos y varias veces intentaron pararnos. Después de la noche pasada los nervios estaban rotos y aquellos momentos llenaban el alma de angustia.

En la madrugada del 19 de julio de 1936, cuando se confirmó en Málaga el fracaso del golpe militar, Baltasar Peña recibió en su casa de La Caleta una llamada telefónica de su amigo Carlos Arias:

A las tres de la mañana me llaman al teléfono. Es Carlos Arias, fiscal de la Audiencia y gran amigo mío, al que le han cogido los acontecimiento en la cárcel tomando declaraciones a unos procesados, y ante la intranquilidad reinante, no se había atrevido a salir de allí donde se sentía protegido por la Guardia civil de vigilancia.
Me dice que tiene noticias de que por la mañana las turbas irían a asaltar y a quemar la Caleta, pues ya estaba comprobado que había fracasado el movimiento militar, y que era necesario que sacara a María inmediatamente de la casa. Le contesto que no podía hacerlo por la fiebre que tenía y por su estado delicado, ya que hasta la matrona se había quedado esta noche a su lado.
De madrugada me vuelve a llamar y a insistirme que salga de la casa como sea, reiterándole que aunque quisiera hacerlo no podría, ya que a esa hora no pasaba ningún coche ni podía llevar andando a mi mujer a ningún lado.
A las seis de la mañana (aquí difiere la hora con lo descrito por Remigio Moreno) se presenta Carlos con un taxi y dos guardias de asalto y nos insta a que sea como sea monte en el automóvil mi mujer, la matrona, mi hija Maruja y la recién nacida (Cristina nacida el 7 de julio) para llevarlas al Hotel Vasconia en dónde él vivía.
Me asegura que de un momento a otro van a asaltar e incluso quemar las casas de los ricos en la Caleta y Miramar.
Liamos a mi mujer con un abrigo mío, cubrimos a las niñas con lo que encontramos más a mano, y entran en el coche con mi suegra, con Carlos en cuclillas y los dos guardias en el asiento delante con el conductor. Yo me iré andando hacia el Vasconia. […]
Cómo podía yo pensar que en un paseo de veinte minutos andando, iba yo a tardar ese día cerca de doce horas.
La llegada al Hotel Vasconia, en donde encontré a mi mujer y mis hijos, a Carlos Arias y a otros amigos, me causó de momento una gran tranquilidad que pronto se vería sobresaltada por los trágicos sucesos que días después nos tocó vivir en Málaga, máxime teniendo en cuenta que nuestro hotel fue uno de los más vigilados, visitados y molestados por fuerzas y patrullas.

El Hotel Vasconia se encontraba en Fernando de Lesseps núm. 3 y 5, una callejuela perpendicular a la calle Nueva.

Cuenta Baltasar Peña en unas declaraciones que realizó ante el Juzgado Militar eventual nº 7, por una denuncia que hubo contra él por parte de los mandos de Falange de Málaga a finales de 1939, y por lo que se le abrió un Sumario, el 81 de 1940, que posteriormente fue sobreseído:

Después de mil peripecias y peligros, llegué a refugiarme en el Hotel Vasconia donde se encontraba mi íntimo amigo D. Carlos Arias Navarro, Abogado Fiscal de esta Audiencia, sufriendo en dicho Hotel toda clase de vejaciones y registros, librándome de parte de ellos por haber permanecido en la habitación de mi mujer gravemente enferma, habitación que se libró los primeros días de los registros.
La única salida que hice a la calle fue a la Audiencia, en compañía del citado Sr. Arias, los días creo veinte y veintiuno (julio), estando en dicho edificio unos minutos para hablar con el Presidente asesinado después (22/09/1936), y sin que desde entonces hasta el día 26 de agosto en que fui detenido pisara la calle, ni tan siquiera la pequeña callejuelita en donde está situado el Hotel.

PRIMERA DETENCIÓN DE CARLOS ARIAS

El 22 de julio, día siguiente de la estancia de Baltasar Peña y Carlos Arias en la Audiencia Provincial, donde fueron a entrevistarse con Mariano Avilés Zapater, el presidente de la misma, unos individuos anarquistas recién excarcelados, detienen a Carlos Arias en el Hotel Vasconia. Así lo relata él mismo, en la Causa General (CG 1060.3)

Que el día 22 de Julio de 1936 fue detenido en el Hotel Vasconia, de Málaga, donde se encontraba hospedado, por una patrulla de anarco sindicalistas que capitaneaba un tal García Llamas, apodado “el León”, y de la que formaba parte entre otros un pistolero que como el anterior habían sido acusados recientemente por tenencia de armas y que se llamaba Sedeño, aunque más conocido era por el apodo de “Místico”; patrulla formada por conocidos extremistas que habían sido excarcelados momentos antes, y que el mismo día habían sacado del Hotel a don Salvador Álvarez Net (tío de María Álvarez, la esposa de Baltasar Peña).
Que gracias a la intervención de los dueños del Hotel, que requirieron la presencia de Guardias de Seguridad, el declarante consiguió ser llevado al Gobierno Civil donde el propio Gobernador (José Antonio Fernández Vega) dio orden de que quedase detenido en el edificio de la Aduana, en donde permaneció por espacio de unos quince días aproximadamente, en unión de los Jefes y Oficiales del Ejército y de la Guardia Civil, que también se encontraban custodiados por milicias y detenidos en distintas dependencias del Gobierno.
Que al ser libertado regresó al Hotel donde se alojaba… (alrededor del 6 de agosto)

SEGUNDA DETENCIÓN

Volvemos al relato de Baltasar Peña en sus memorias no publicadas “Reencuentros conmigo mismo”:

El día 26 de Agosto una patrulla de la FAI, al registrar el Hotel tomó mi nombre y el del Sr. Arias, y cuando marcharon, ante el temor de que vinieran a detenernos, inmediatamente marchamos a la Audiencia no bien había anochecido, para pedir cobijo al Presidente aquella noche, ya que allí había una pareja de Guardia civil, y al pasar por el Hotel Regina fuimos detenidos y conducidos a la Comisaria.

 https://cronicasdelvientosolano.blogspot.com/2025/05/baltasar-pena-hinojosa-republica-y.html

En la prensa malagueña se recoge la noticia de la detención de ambos:

También se encuentran en una de las dependencias del Gobierno Civil, a disposición de la autoridad oportuna, Baltasar Peña Hinojosa y Carlos Arias Navarro.
19360828 004 Julio


Uno de los vocales de los representantes de los trabajadores de la Junta de Reforma Agraria de la que formó parte Baltasar, socialista y portero de la Casa del Pueblo, le echó una mano durante su detención y le acompañó casi toda la primera noche.

De la Comisaria nos llevaron conducidos por Guardias de Asalto al fatídico Comité de Salud Pública (instalado en Villa Salcedo), en donde permanecí más de tres horas, sin que en el mismo por la confusión que había y la hora me tomaran declaración alguna, y ante ello y mi requerimiento me condujeron nuevamente los Guardias a la Comisaría en donde ya estaba el Sr. Arias, conduciéndonos nuevamente a unas dependencias del Gobierno Civil donde quedamos detenidos, hasta el día 29 de Agosto en que aprovechando la confusión producida por un bombardeo aéreo y el no tener vigilancia, logramos salir encaminándonos al Consulado de Bolivia situado en la Cortina del Muelle, a unos metros de la Aduana, domicilio de un pariente mío en donde he permanecido oculto hasta el día de la entrada de las Gloriosas tropas Nacionales.

Así cuenta este episodio Carlos Arias Navarro:

Que al ser libertado regresó al Hotel donde se alojaba y del que intentó marchar con motivo de nuevos registros y detenciones, siendo detenido al salir del edificio de la Audiencia en compañía del abogado Don Baltasar Peña, que con el declarante había ido para ver la posibilidad de encontrar sitio en que esconderse dada la persecución de que eran objeto.
Que fueron trasladados a la Comisaria del Gobierno Civil, donde después de extender la ficha correspondiente a ambos detenidos les internaron en un cuarto inmediato a la guardia y en el que constantemente entraban milicianos de la FAI para llevarse detenidos, por lo que comprendiendo el declarante el peligro gravísimo en que se encontraban y aprovechando el que los guardias que allí estaban eran los que habían llevado en su anterior detención, pidió subir al Gobierno y lo consiguieron.
Una vez en presencia de un Teniente de Asalto, cuyo nombre no recuerda, le expuso el peligro que representaba el permanecer en poder de aquellas patrullas, contestándole que nada podía hacer y que nos retirásemos inmediatamente, cosa que fingimos hacer, pero que aprovechamos para escondernos en el cuarto en el que antes estaba instalado el teletipo y que el declarante conocía por ser uno de los que habían sido habilitados para detenidos en los primeros días, y en el que precisamente había estado.
Allí estuvimos por espacio de dos o tres días, hasta que conseguimos gracias a las gestiones de don Rafael Blázquez Bores (cuñado de Baltasar) que nos admitieran en el Consulado de Bolivia en el que apenas permanecí unas horas pues el Cónsul me rogó que lo abandonase pues había sido descubierto mi escondite y comprometía con mi presencia a los demás asilados.

Como vemos, cuando Baltasar Peña y Carlos Arias escaparon del Gobierno Civil a finales de agosto, encontraron refugio en el consulado de Bolivia, que era el domicilio del cónsul don José Huelin Sans, pero Carlos Arias a las pocas horas tuvo que abandonarlo, dirigiéndose a la Fiscalía para pedir ayuda al Fiscal Jefe, Francisco Checa Guerrero. Este habló con el oficial de Sala, Felipe Varea Viniegra, que tenía instalada una pensión en el centro de la capital, y en ella se refugió Carlos Arias por espacio de dos meses, hasta el 23 de octubre.

Al abandonar dicho Consulado me trasladé a la Fiscalía para exponer mi situación al Fiscal Jefe don Francisco Checa (q. e. p. d.), y por su iniciativa se consultó el Oficial de Sala Felipe Varea que tenia instalada una Pensión, y que por sus antecedentes extremistas suponía alguna protección en aquellas circunstancias, si quería admitirle en su casa, cosa que permitió y en la que estuvo por espacio de dos meses sin salir ni ser visto por nadie…

De Felipe Varea Viniegra hablaré más adelante.

Que en el Comité de Salud Pública que estuvo instalado en Villa Salcedo también estuvo al ser detenido con el Sr. Peña recordando que al mismo tiempo que el declarante llevaban detenidos a Don Alberto Laverón Reboul, Abogado del Estado, a Don Modesto Escobar y al Jefe de la Guardia Municipal de Málaga. Que los miembros de aquel Comité son harto conocidos en Málaga pero que a juicio del que declara, los que más se distinguieron por su crueldad y dureza fueron Millán, un tal Ortiz Acevedo, Eduardo Pérez (Gutiérrez) el Oficial de Santo Domingo y otro cuyo apellido no recuerdo si era Zapata o algo parecido (Julio García Zaplana, de la UGT).

LA JUSTICIA EN MÁLAGA EN LOS DOS PRIMEROS MESES DE GUERRA

Durante la Segunda República, y antes de la guerra civil, la justicia era ejercida por los «tribunales ordinarios», que seguían la escala jerárquica que iba desde el Tribunal Supremo hasta los Juzgados Municipales. Por debajo del Tribunal Supremo, estaban las Audiencias provinciales, las cuales tenían competencia en las causas por delitos cometidos en la provincia, en los pleitos civiles de divorcio, en los expedientes contra “vagos y maleantes”, apelaciones contra las sentencias de los Juzgados de Primera instancia, etc.

Por debajo de las Audiencias estaban los Juzgados de Primera instancia, que desempeñaban labores de instrucción, y además eran competentes para conocer en segunda instancia, por ejemplo, de los juicios de faltas. Estos delitos de faltas, eran competencia de los Juzgados Municipales que eran el último escalón del orden jurisdiccional civil y penal.

En Málaga capital había tres Juzgados de Primera Instancia e Instrucción. El del distrito de la «Merced» (Manuel Puertas Oliveros), el de «Alameda» (Rafael Blázquez Bores) y el de «Santo Domingo» (Remigio Moreno González). Había también, tres Juzgados Municipales, correspondientes a los tres distritos antes mencionados.

Esta organización de la administración de la justicia, fue profundamente alterada por el levantamiento militar del 18 de julio. La justicia ordinaria no sólo quedó colapsada, sino que el gobierno fue incapaz de responder a esta anormal situación.

Durante el primer mes de la guerra, aparecieron en el territorio controlado por el gobierno del Frente Popular, «Comités de salud pública» y «Tribunales revolucionarios» que administraban su “justicia” aplicando sus propios códigos y sirviéndose de sus organizaciones de vigilancia y de control. Muchas de esas actuaciones constituyen unas de las páginas más negras de la reciente historia de España, en las que en nombre de la revolución se llevaron a cabo gran número de asesinatos, “paseos”, secuestros, ataques a las personas y a la propiedad, etc., por grupos de revolucionarios “incontrolados”.

A pesar de ello, los tres Juzgados de Instrucción de Málaga, continuaron desarrollando sus cometidos desde el primer día de la guerra: Remigio Moreno González, que estaba al frente del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Santo Domingo, escribió en su libro «YO ACUSO…», página 133:

Los juzgados recibimos la orden de estar de guardia permanente, no como acontecía en tiempo normal. Desde entonces, los tres no se alternaban. Los tres estábamos permanentemente constituidos en la Audiencia, y sirviendo cada cual el respectivo territorio que la ley tenía desde hace años asignada.

Así se recogía también en la prensa malagueña:

Desde el primer día de los sucesos, en el Palacio de Justicia se constituyeron, por orden del presidente de la Audiencia, los tres Juzgados de Instrucción, los cuales comenzaron a practicar diligencias de todos aquellos sucesos que tenían conocimiento.
El número de víctimas ocurridas durante las jornadas trágicas es bastante crecido, calculándose los heridos en varios centenares y los muertos en treinta.
En el Cementerio de San Miguel recibieron ayer sepultura 10 cadáveres de víctimas y 12 en el de San Rafael, y, probablemente, hoy se les dará sepultura a los restantes.
19360723 005 El Popular

El presidente de la Audiencia Provincial de Málaga era Mariano Avilés Zapater (1886). Había sido nombrado el 11 de noviembre de 1935, por el gobierno de Joaquín Chapaprieta. El 21 de septiembre de 1936, 
sobre las diez de la noche, fue detenido en su domicilio por una patrulla de milicianos, siendo conducido al Comité de Investigación y Vigilancia, y de allí, después de interrogado, fue llevado al cementerio de San Rafael, donde fue asesinado el 22 de septiembre.

En aquellos primeros días de guerra, dichos Juzgados de Instrucción, instruyeron numerosos procedimientos por la aparición de cadáveres en diferentes lugares de la ciudad (Camino Nuevo, tapias del Hospital Civil, tapias del manicomio, carretera de Cártama, Arroyo del Cuarto, carretera de Torremolinos, cementerio de San Rafael, etc.). Así lo cuenta Remigio Moreno:

Con varios centenares de cadáveres tuvimos que instruir diligencias. Se abría un sumario por cada delito y en él se agrupaban todos los que se encontraban en un mismo lugar. Si se identificaba se hacía constar, nombre, apellidos, edad que aparentaba, fecha, hora, lugar donde fue hallado y se recogían sus efectos. Cuando era imposible la identificación, se hacia una descripción de la víctima, sus ropas, su estatura, etc. Se ordenaba la práctica de la autopsia y se ordenaba su enterramiento por oficio que personalmente llevábamos los jueces a la Agencia funeraria que tenia contratado de varios años ese servicio con el Ayuntamiento. Se ordenaba la inscripción en el Registro de Defunciones y ¡Oh, sarcasmo! oficiábamos a la Comisaria, dando cuenta de la perpetración del delito y recabando se detuvieran a los autores. Para más sarcasmo, la Comisaria contestaba acusando recibo y diciendo se comenzaba la busca y captura de los autores.
La Ley así lo ordena y así quedara para siempre de una manera oficial y auténtica, que la Justicia estimando delito lo que el propio Gobernador considero «hay que dejar al pueblo hacer su justicia» (comunicación dirigida al Director de la Cárcel), pedía su persecución.
La Justicia no prevaricó, la Justicia continuaba en su puesto, realizando hasta la obra de misericordia de enterrar a los muertos, y vigilante pedía a la autoridad gubernativa y recordaba diariamente que Málaga estaba invadida de asesinos a los que había que perseguir. Tan es así, tan diligente estaba la Justicia, que hacia el día 20 o 22 de agosto se recibió la orden a la Audiencia, en nombre del Comité de Salud Pública que no salieran más los Juzgados de diligencias, que no lo permitían, que serían asesinados los que se atrevieran a faltar a la orden.
Tan insólito proceder fue puesto en conocimiento del Gobernador para pedir protección del propio Ministro de Justicia, denunciando y advirtiéndole que esa orden de aquel Comité de forajidos era el deseo de operar en la clandestinidad más absoluta y de aumentar el número de víctimas. Así fue en efecto.
Desde esa fecha que indico, cuya exactitud puede comprobarse en los archivos de los Juzgados y cuya nota de sumarios poseo, el Juzgado no actuaba. Nadie conocía ya lo que sucedía. Solamente el conserje del Cementerio iba remitiendo diariamente al Juez Decano una relación como esta: “En el día de hoy se va a proceder al enterramiento de cincuenta y tres cadáveres, traídos a esta necrópolis por la Agencia funeraria”. O de treinta o de ochenta.
El propio Comité de Salud Pública, telefoneaba a la Agencia notificándole los lugares a donde tenía que enviar los coches para la recogida de cadáveres en los diversos lugares de ejecución.
Remigio Moreno «YO ACUSO…» (160 a 162)

El gobierno se mostraba tibio para cortar estas actuaciones de algunos de los miembros de los Comités que se formaban auspiciados por los partidos del Frente Popular y anarquistas, y que perseguían a los desafectos al régimen.

Evidentemente ser monárquico era ser notorio desafecto al régimen, ser católico era en muchos casos considerado ser enemigo del régimen, ser de derechas era considerado ser hostil al régimen. No hacía falta haber intervenido en el levantamiento, bastaba ser considerado enemigo. No hacía falta ni siquiera una acción contraria al régimen.

LOS TRIBUNALES ESPECIALES POPULARES

Pero el 22 de agosto de 1936, vinieron a ocurrir dos sucesos que obligaron al gobierno de José Giral a tomar decisiones. Estos fueron el asalto por las milicias de izquierdas a la cárcel Modelo de Madrid, a la que prendieron fuego, siendo tiroteados desde las terrazas de los edificios vecinos, los presos que se encontraban en los patios de la cárcel. Cuando acabó el tiroteo, algunos de los milicianos que habían tomado el control de la prisión decidieron formar un tribunal revolucionario para decidir qué hacer con los presos derechistas que habían sobrevivido. Tras un corto simulacro de juicio, en la madrugada del día 23, muchos fueron fusilados en los sótanos de la quinta galería. Se calcula que en total, fueron asesinados de 28 a 30 presos, entre ellos algunos diputados y ministros de derechas de la República, y muchos militares de alta graduación.

Tras el asalto a la cárcel Modelo de Madrid, la reputación del Gobierno del Frente Popular, que no había sido capaz de controlar a la muchedumbre y evitar la matanza, quedó gravemente afectada, provocando las protestas del Cuerpo diplomático acreditado en Madrid.

Ese mismo día en Málaga, como respuesta al bombardeo por parte de la aviación nacional de las instalaciones del puerto y de los depósitos de CAMPSA, que produjeron unos treinta de muertos y un centenar de heridos, se produjo el asalto por parte de las milicias a la Prisión Provincial de Málaga. Un grupo de milicianos encabezados por dos miembros del temido Comité de Salud Pública, Francisco Millán López y Miguel Ortiz Acevedo, seguidos de una multitud armada y sedienta de venganza, se presentaron en la Prisión Provincial con una lista de presos elaborada en el despacho del Gobernador Civil, José Antonio Fernández-Vega. Aquella lista sirvió para excarcelar a las cuarenta y seis víctimas de la primera “saca”, que fueron conducidos entre insultos, golpes y amenazas hasta las tapias del Cementerio de San Rafael, donde fueron fusilados. Entre ellos estaban los campilleros Salvador Hinojosa Carvajal, y sus hijos Francisco y José María Hinojosa Lasarte.

https://cronicasdelvientosolano.blogspot.com/2024/08/detencion-y-asesinato-de-jose-maria.html

Estos dos hechos, el de la Prisión Provincial de Málaga y el de la Cárcel Modelo de Madrid, fueron los desencadenantes de la creación de los Tribunales Especiales Populares.

Esa misma noche se reunió el Consejo de Ministros para tratar sobre los graves sucesos ocurridos ese día. En el mismo, deciden crear un Tribunal Especial, inicialmente solo en Madrid, compuesto por tres funcionarios judiciales en calidad de Jueces de Derecho y catorce jurados, denominados Jueces Populares, que mediante proceso sumarísimo, decidirían sobre los delitos de rebelión y sedición, y los cometidos contra la seguridad del Estado. Los tres Jueces de Derecho serían designados por el Ministerio de Justicia, y los catorce jurados por los partidos del Frente Popular y organizaciones sindicales afectas al mismo. Contra las sentencias dictadas por estos Tribunales no procedía recurso alguno.

Estos Tribunales Especiales fueron la respuesta del Gobierno a una situación de violencia extrema e incontrolada que ya duraba un mes, y que exigía ponerle fin, encauzando lo que se entendía como persecución de los enemigos de la República, hacia una forma legal y con garantías.

El gobierno pretendía hacerse de nuevo con el control de la administración de la Justicia, cortar con la experiencia de los “tribunales revolucionarios”, terminar con la práctica indiscriminada de las “sacas” de presos de las cárceles para ser asesinados, y con la existencia de las “checas”. A cambio el gobierno hubo de otorgar importantes concesiones a los partidos del Frente Popular, a los anarquistas y a las centrales sindicales en la composición de los tribunales y en las atribuciones a los jueces de hecho.

No se puede considerar a este Tribunal Especial como representativo de la voluntad del pueblo, sino como una clara representación política y de izquierdas, dominado plenamente por las organizaciones que formaban el Frente Popular, y en el que entraron a formar parte individuos de la FAI y de la CNT, que no tenían representación alguna en el Gobierno, ni en el Parlamento, ni en el mismo Frente Popular. La presencia de miembros de la CNT y de la FAI impide considerarlos como una representación de lo votado en las urnas. Con su presencia se pretendía la integración en la legalidad, de los responsables de la “justicia popular espontánea” que ejecutaban los Comités de Salud Pública.

El Decreto fue publicado de forma rápida, para poner coto a la violencia desatada, que había culminado con los hechos de la Prisión Provincial de Málaga y de la cárcel Modelo. Restringía la actividad de estos tribunales, de momento, solo a Madrid, donde la situación de violencia había adquirido proporciones desmesuradas.

El Decreto de constitución de los llamados Tribunales Especiales Populares, que apareció en la Gaceta del 26 de agosto de 1936, nos dejó perplejos a todos, sin saber qué era aquel nuevo engendro, ni su alcance ni lo que se proponía. Ignorábamos así mismo el por qué de su creación.
YO ACUSO… Remigio Moreno (199)

Se pretendía realizar una justicia rápida y ejemplar, pero que no estuviera exenta en su ejercicio de las necesarias garantías. Incorporaba el “procedimiento sumarísimo” y diversos elementos de la jurisdicción militar. Todo procesado debía estar sentenciado en poco más de una semana, desde el instante de ser recibida la denuncia en el Tribunal Especial. Pero realmente nunca fue así. Los tiempos se acabaron dilatando muchísimo más.

Una semana más tarde del Decreto, el Ministerio de Justicia, acuerda que se constituya otro Tribunal Especial Popular en Málaga, y se nombra a los tres Jueces de Derecho que lo van a presidir:

ÓRDENES
Ilmo. Sr.: De conformidad con lo dispuesto en el Decreto de 25 de los corrientes,
Este Ministerio acuerda se constituya en la provincia de Málaga, con el fin de conocer de los delitos de rebelión y sedición a que en el mismo se hace referencia, el Tribunal especial que integrarán los funcionarios judiciales D. Atilano Lorente González, Magistrado de la Audiencia de dicha capital; D. Francisco Bermúdez del Río, Juez de primera instancia e instrucción de Vélez-Málaga, y D. Felipe Varea Viniegra, Juez de primera instancia e instrucción, con carácter interino, electo de Vinaroz, actuando el primero como Presidente.
Madrid, 28 de Agosto de 1936.
Gaceta de Madrid. — Núm. 244 - 31 Agosto 1936

Felipe Varea Viniegra, de 63 años, era oficial de Sala de la Audiencia de Málaga, dueño de la pensión en la que se había refugiado Carlos Arias Navarro un par de días antes. Era el padre de Pelayo Varea Rodríguez, Diputado 1º de la Junta del Colegio de Abogados. No era juez, ni siquiera abogado, sino un simple Oficial de la Audiencia. Una Orden ministerial del 28 de agosto, lo convirtió, con carácter interino, en juez de primera instancia de Vinaroz (Castellón).

Este Ministerio acuerda nombrar, con carácter interino, para la plaza de Juez de primera instancia e instrucción de Vinaroz, dotada con el haber anual de 10.000 pesetas y vacante por separación preventiva del servicio de D. Diego Ortega, a D. Felipe Varea Viniegra, Oficial de Sala. Madrid, 28 de Agosto de 1936.
Gaceta de Madrid - Núm. 245 - 1 Septiembre 1936

Unos días antes, el 26 de agosto cuatro miembros del Colegio de Abogados de Málaga, Pelayo Varea Rodríguez, Manuel Laza Palacios, Sebastián Briales Jáuregui (asesinado el 9 de noviembre de 1936) y Cipriano Aragoncillo Sevilla, habían procedido a la incautación del Colegio malagueño, y se autoproclamaron para regir la vida del mismo como Junta de Gobierno, que ellos mismos denominaron «Junta de Gobierno del Frente Popular», que quedó formada por:

  • Decano, Emilio Baeza Medina, perteneciente a Izquierda Republicana. Diputado a Cortes por Málaga en 1936
  • Diputado 1º, Pelayo Varea Rodríguez, CNT y de Izquierda Republicana.
  • Diputado 2º, Manuel Laza Palacios, Socialista.
  • Tesorero, Sebastián Briales Jáuregui, Socorro Rojo Internacional.
  • Secretario, Cipriano Aragoncillo Sevilla, Izquierda Republicana.
El Decano, Emilio Baeza Medina, había sido elegido Diputado en las listas del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, y se encontraba en Madrid, por lo que Pelayo Varea hizo las funciones de Decano accidental.

Ellos cuatro fueron los que tomaron parte en el nombramiento de los miembros del Tribunal Especial Popular de Málaga, proponiendo al Gobierno los nombres de los jueces de instrucción y de los fiscales, que ellos deseaban fueran designados.

Como Fiscales propusieron a:
  • Remigio Moreno González, que estaba al frente del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Santo Domingo
  • Aurelio Valenzuela Moreno, Aspirante de la Judicatura
  • Francisco Pastor Menéch, Juez Municipal de La Merced (Fiscal Suplente)
Y como Jueces de Instrucción a:
  • Manuel Prieto Delgado, Juez de Instrucción de Marbella,
  • Juan Such Martín, Juez de Instrucción excedente (El 12 de septiembre, quedaría nombrado Francisco Javier Ciezar Guerrero).
  • Sebastián Briales Jáuregui, abogado en ejercicio, y miembro de la Junta de Gobierno del Colegio de abogados.
El 5 de septiembre, el Fiscal General de la República, Jesús Vallés Fortuño, envía por telegrama al Fiscal Jefe de la Audiencia de Málaga, Francisco Checa Guerrero, el nombre de los cuatro fiscales designados, que coincidían con los tres propuestos por el Colegio de Abogados, más Carlos Arias Navarro, que no estaba en la lista.

El nombramiento como Fiscal del Tribunal Especial de Carlos Arias Navarro, por parte del Fiscal de la República, no fue muy bien acogido por la nueva Junta de Gobierno del Colegio de Abogados. Hacía una semana que estaba escondido en la pensión de Felipe Varea Viniegra, ya que su vida corría peligro.

Para la Junta de Gobierno, el nombramiento de Fiscal de Carlos Arias, por razones claras para ellos, e "
interpretando sentir pueblo malagueño", era incompatible para el desempeño de tal misión, y acordaron dirigir al Fiscal General el siguiente telegrama:

«Nombrados Fiscales Tribunal Popular Málaga, Remigio Moreno, Francisco Pastor y Aurelio Valenzuela, a propuesta esta Junta Gobierno nos causa profunda extrañeza y disgusto nuevo nombramiento a favor Carlos Arias, sin previa propuesta esta Junta, interesando su anulación inmediata de V.E., interpretando sentir pueblo malagueño. Por Junta Gobierno del Frente Popular Colegio Abogados, Decano Varea, Secretario Aragoncillo.»

La contestación que dio el Fiscal General de la República, en un claro ejemplo de servilismo, la podemos ver en el acta del Colegio de Abogados de 15 de septiembre. :

Se da cuenta del telegrama del Fiscal General de la República, explicativo del nombramiento para Fiscal del Tribunal Popular de Carlos Arias, y su propósito de dejar sin efecto el nombramiento si se estima innecesario. Se acuerda telegrafiarle interesando la anulación de dicho nombramiento.

Una vez nombrados por los partidos del Frente Popular y por los sindicatos obreros, los dieciséis jueces populares (finalmente de catorce pasaron a dieciséis), el Tribunal Especial Popular de Málaga se constituyó por primera vez, el 6 de septiembre, de acuerdo a la normativa del Decreto del Ministerio de Justicia de 25 de agosto. Uno de los dieciséis miembros era Francisco Millán López del partido Sindicalista, el ejecutor de la saca en la Prisión Provincial del 22 de agosto.

CONSTITUCION DEL TRIBUNAL
Ayer recibimos la siguiente comunicación:
«Me complazco en participarle, para su publicación y que llegue a conocimiento del público en general que en el día de hoy ha quedado constituido el pleno de este Tribunal con los tres jueces de Derecho, los dieciséis jurados populares propietarios y sus suplentes que han sido designados por los partidos del Frente Popular y Sindicales Obreras, el fiscal nombrado, Remigio Moreno González y habiendo sido designado secretario de este Tribunal Eduardo Pérez Gutiérrez, oficial de sala Antonio Bueno Romero y auxiliar mecanógrafo Baltasar Gutiérrez Vargas.
Salud y República. — Málaga a 6 de septiembre de 1936. —El presidente, Atilano Lorente» 19360908 003 EL POPULAR

En Málaga se crearon tres juzgados instructores. El juzgado nº 2 estaba a cargo de Sebastián Briales Jáuregui, tenía competencias en los sumarios de la capital. En los de la provincia, los juzgados nº 1 a cargo de Manuel Prieto Delgado, juez de instrucción de Marbella, y el nº 3 a cargo de Francisco Javier Ciezar Guerrero, un joven que acababa de aprobar las oposiciones al cuerpo de Aspirantes a la Judicatura. Éste último se hizo cargo provisionalmente del juzgado nº 2 cuando asesinaron a Sebastián Briales el 9 de noviembre de 1936.

Remigio Moreno, en su libro «YO ACUSO…», se refiere a los magistrados del Tribunal Atilano Lorente, Francisco Bermúdez y Felipe Varea:

[…] un «compañero» que el Gobierno les dio llamado Felipe Varea Viniegra, oficial de Sala de la Audiencia, hecho de golpe y porrazo Juez de 1ª Instancia de Vinaroz y por «haber ingresado en la carrera judicial» lo hicieron Magistrado de Málaga. No era ni abogado. 
Diariamente conocíamos que tenían con él una reyerta por cada asunto, pues como deudor del Gobierno de su rápida carrera, quería fiscalizarlo todo y a todo se oponía, aleccionado como estaba por su hijo Abogado de la Confederación Nacional del Trabajo y de la F.A.I., masón y sindicalista.
Si los momentos no hubieran sido tan trágicos había risa para largo tiempo, cuando se le veía sentado en la Sala de Togas alternando con aquellos hombres — Jueces, Fiscales y Magistrados de Málaga — que habían encanecido sus sienes tras largos años sirviendo a la Justicia. Los ujieres abrían la puerta anunciando.
—El Sr. Magistrado Don Felipe Varea.
¡Tal vez la vanidad de ese ignorante hombre era lo que explotaban en aquella casa para conseguir su aquiescencia a tanta cosa como se iba realizando!
YO ACUSO… Remigio Moreno (277 – 278)

En sustitución de Remigio Moreno González nombrado Fiscal en el Tribunal Popular, y que era el Juez de Primera Instancia e Instrucción en el Juzgado de Santo Domingo, fue nombrado el 21 de septiembre, Benito Luna Anoria, con carácter interino.

Excmo. Sr. Presidente del Tribunal Supremo.
En vista de la propuesta formulada por el Presidente del Tribunal especial popular de Málaga,
Este Ministerio acuerda, de conformidad con lo dispuesto en el Decreto de 15 de Agosto último, nombrar Juez de primera instancia e instrucción, con carácter interino, a D. Benito Luna Anoria, cuya actuación se limitará en ese tribunal a los casos a que se refiere el artículo 1º del Decreto de 15 del corriente mes.
Madrid, 21 de Septiembre de 1936
Gaceta de Madrid número 269 de 25 de Septiembre de 1936

Una de las primeras causas vistas por el Tribunal Popular malagueño fue por un delito de espionaje del que se acusó a Juan Ruiz Ramos, miliciano de la UGT, natural de Villanueva de Algaidas, supuestamente pasado al ejército nacionalista y detenido por una patrulla de carabineros.

Instruido el sumario nº 3 por el juez Manuel Prieto Delgado del Juzgado Instructor Especial nº 1, el juicio se celebró el 14 de septiembre en la Cárcel, en una gran nave que servía de patio al pabellón de presos políticos. El fiscal sería Remigio Moreno. El Jurado Popular después de deliberar pidió la pena de muerte para el reo, que fue ratificada, en una situación de violencia, por los tres magistrados: Atilano Lorente González, Francisco Bermúdez del Río y Felipe Varea Viniegra.

Los jueces coincidieron en que actuaron presionados por el fiscal Remigio Moreno, a quien a su vez presionaban los dieciséis jueces populares, porque de no votar la pena capital, el Tribunal acabado de constituirse corría un gran peligro.

MÁLAGA, 15. Hoy se ha constituido por primera vez el Tribunal Popular para ver y fallar sobre la causa 3, que se sigue por el delito de espionaje.
El procesado, Juan Ruiz Ramos, vecino de Villanueva de Algaidas, salió el día 6 de aquella localidad, pretendiendo informarse de los efectivos en cañones y armamento existente en las avanzadillas leales. Fue detenido y trasladado a Málaga, donde le fueron encontrados un escapulario y abundante documentación fascista.
Practicada la prueba, informaron las partes. El Jurado ha emitido veredicto de culpabilidad, y el procesado ha sido condenado a muerte, en virtud del párrafo tercero del artículo 238 del Código de Justicia Militar.
19360916 002 El Sol
19360916 002 El Día

Uno de los tres magistrados, Felipe Varea Viniegra, el que era oficial de Sala de la Audiencia de Málaga, dueño de la pensión en la que se había refugiado Carlos Arias Navarro, y al que una Orden ministerial, lo convirtió, con carácter interino, en juez de primera instancia, estaba claramente alineado con los jurados populares nombrados por las organizaciones del Frente Popular

El vocerío es imponente. Los gritos horribles. Aprovecho aquel barullo para acercarme a los magistrados. Me dicen que el Oficial-magistrado Felipe Varea, en unión de los Jurados, les han maltratado, me muestra Bermúdez del Río una fuerte contusión que tiene en el pecho, producida por el cañón de una pistola. La sentencia fue redactada por Varea y el infame Secretario del Tribunal Eduardo Pérez.
YO ACUSO… Remigio Moreno (287 – 294)

SENTENCIA QUE SE CUMPLE
Ayer, a las cuatro y cuarenta de la tarde, tuvo lugar en el patio de la Prisión Provincial, la ejecución de la sentencia de pena de muerte, dictada por el Tribunal Popular de esta, contra Juan Ruiz Ramos, por el delito de espionaje.
19360919 002 El Popular

El mantenimiento en Málaga de la violencia “incontrolada” con posterioridad al 6 de septiembre de 1936, fecha de la constitución del Tribunal Especial Popular, tuvo su manifestación más evidente en las tres «sacas» de la cárcel Provincial que se produjeron del 20 al 24 de ese mismo mes y que produjo más de 170 muertos. Las «sacas» dieron la oportunidad de que los acusadores aplicaran sus propias sentencias al margen de la justicia.

Tampoco los magistrados y fiscales se libraron de la persecución de los "incontrolados". El Presidente de la Audiencia de Málaga, Mariano Avilés Zapater (1886) fue asesinado el 22 de septiembre de 1936. Unos días antes, el 13 de septiembre, habían asesinado al abogado-fiscal de la Audiencia Fernando Cortés Gálvez. El juez Sebastián Briales Jáuregui, que estaba al frente del Juzgado de Instrucción nº 2, sería asesinado el 9 de noviembre, y el Fiscal Jefe de la Audiencia, Francisco Checa Guerrero (1878), en enero de 1937 en la calle Álamos, por tres individuos de la FAI

Aunque en el Decreto publicado en la Gaceta el 26 agosto, se establecían unos plazos de forma que todo procesado debía estar sentenciado en poco más de una semana desde el instante de ser recibida la denuncia por el Juez Instructor, hasta que el Tribunal Popular dictaba la sentencia, la realidad es que los tiempos se dilataron muchísimo más.

Los dos Jueces de Derecho, Atilano Lorente y Francisco Bermúdez, ordenaron a los jueces instructores y a los fiscales, no dar por finalizados los sumarios rápidamente, mandando continuamente instruir nuevas diligencias para verificar las acusaciones. Para ralentizar los procesos, los jueces instructores desplegaron diversas estrategias, sobre todo la ocultación de sumarios para evitar que los acusados llegaran a comparecer ante los jurados populares. A los detenidos les dieron la oportunidad de defenderse y de proponer a sus propios testigos, los cuales eran citados, llegando, en algunos casos, a someter a careo a los acusados y acusadores.

El tercer juez Felipe Varea estaba claramente alineado con los jueces populares nombrados por las organizaciones del Frente Popular, y en franca oposición a sus dos compañeros magistrados.

Diariamente conocíamos que tenían con él una reyerta por cada asunto, pues como deudor del Gobierno de su rápida carrera, quería fiscalizarlo todo y a todo se oponía, aleccionado como estaba por su hijo (Pelayo) Abogado de la C.N.T. y de la F.A.I., masón y sindicalista.
YO ACUSO… Remigio Moreno (278)

En Málaga, desde el 7 de septiembre de 1936, hasta el 3 de febrero de 1937, en los tres Juzgados de Instrucción, en esos cinco meses, se abrieron un total 280 sumarios. Las dos terceras partes de los mismos fueron abiertos por el Juzgado de Instrucción nº 2, al frente del cual estaba el juez Sebastián Briales, que como hemos visto sería asesinado el 9 de noviembre de 1936.

De esos 280 sumarios, en 83 de ellos las causas fueron sobreseídas, al no observarse ninguna responsabilidad penal. Recordemos que los delitos que se juzgaban en los Tribunales Populares eran los de rebelión y sedición, y los cometidos contra la seguridad del Estado.

En la mitad de los sumarios instruidos, 140, se produjo la inhibición del Tribunal Popular a favor de la Jurisdicción ordinaria, del Tribunal de Urgencia al frente del cual estaba Benito Luna, o de otros Tribunales Especiales.

Hasta el día 3 de febrero solo fueron a juicio oral en el Tribunal Popular un total de 10 sumarios de los 280 abiertos. De estos diez, solo en cuatro hubo condenas, quedando absueltos los acusados en los otros seis. El único caso de condena a muerte, fue el sumario nº 3 del Juzgado nº 1, instruido por el juez Manuel Prieto Delgado, contra Juan Ruiz Ramos por un delito de espionaje del que ya he hablado.

Atilano Lorente y Francisco Bermúdez del Río, decisión tras decisión, auto tras auto, iban aprobando los sobreseimientos y las revocaciones, y tanto unos como otras, siempre llevaban un argumento más para ratificarlas y demostrar su firmeza.

Siempre recibimos de ellos, tanto los jueces como nosotros, la ayuda necesaria y el consejo acertado y el estímulo necesario para hacer en lo posible ineficaz las enormidades gubernamentales y estrechamente unidos al resto de los compañeros de la Audiencia, a los que íbamos dando cuenta de nuestra labor con el consiguiente beneplácito de ellos, íbamos pasando los días.
YO ACUSO… Remigio Moreno (276 – 277)

TERCERA DETENCIÓN

El 23 de octubre de 1936, y a consecuencia del bombardeo aéreo que destruyó varios edificios del centro de Málaga, entre ellos los famosos Almacenes Masó que se encontraban en la calle Martínez, Carlos Arias tuvo que salir de la pensión por temor al derrumbe del edificio donde se encontraba. Estando en la calle, tuvo la fatalidad de ser reconocido por un grupo de milicianos de la FAI. Así lo testimonia él mismo en la Causa General (CG 1060.3)

En el mes de Octubre y con motivo de la bomba que había destruido las Almacenes Masó, fue visto por uno de los milicianos de la FAI que registraron el inmueble. El declarante se percató inmediatamente de que había sido reconocido, y de que aquella cara le era recordada como de algún procesado, y expuso al Sr. Varea la inmediata necesidad de trasladarse a otro sitio pues no tardarían en intentar detenerlo, por lo que el hijo de este llamado Pelayo Varea le propuso que se escondiera en el pueblo.de Pizarra en el que actuaba como Secretario del Ayuntamiento.
Accedió a ello el declarante y a los pocos momentos de partir se presentaban para detenerle, y al saber que había marchado, iniciaron pesquisas hasta dar con su paradero a los pocos días, presentándose a las tres de la madrugada en la taberna de Pizarra en la que estaba oculto y procediendo a su detención que no pudieron evitar por ningún medio.
Ante tal insistencia y comprendiendo el don Pelayo Varea que los propósitos de la patrulla era que no llegase a Málaga, accedió a entregarme pero acompañándome, y así pudo llegar a la capital donde le dejaron en un organismo, que habían montado en la calle del Cister, y que creo se llamaba Comité de Enlace, desde el cual fue trasladado al Cuartel de la Trinidad donde fue violentamente interrogado y registrado, y donde permaneció en un calabozo inmundo sin asistencia ni comida, y únicamente atendido por lo que voluntariamente le daba un miliciano que también estaba detenido por sospechoso y que se llamaba Florido.
Que al frente de aquella Checa estaba un tal Cruz las Heras o por lo menos así cree que le llamaban, y del que se decía que era empleado de Correos, y que había estado en Ronda. Este era el que más se distinguía por sus malos tratos a los detenidos, y el declarante lo comprobó en los interrogatorios a que le sometió aprovechando para intimidarle las horas en que sacaban a los que iban a ser asesinados y poniéndole junto a ellos y golpeándole con la pistola que constantemente tenía sobre la mesa.
Que en estos interrogatorios le auxiliaba al tal Cruz, un joven de unos 20 años que se titulaba Comandante de un Batallón comunista y cuyo nombre no recuerda, pero del que sí resaltaba como defecto apreciable el ser tuerto y muy delgado.
Que los detenidos permanecíamos totalmente incomunicados y sin asistencia alguna sin duda por ser Checa, en la que desgraciadamente las detenciones no se prolongaban mucho, ya que según pudo comprobar a los dos o tres días, y casi siempre de madrugada, desaparecían parte de los detenidos.

Remigio Moreno, cuenta en su libro «YO ACUSO...» (195 – 196)

Como en otras capitales, Málaga tuvo sus cárceles clandestinas, esto es prisiones que tenían las distintas organizaciones sindicales. La FAI tenía dos, una establecida en el cuartel llamado de Capuchinos y la otra en un chalet de Bella Vista. Quien tenía la desgracia de entrar en ellas aparte de no saber nadie su desaparición, corrientemente era asesinado.
Conozco parte de la vida en ellas por la narración que me hizo un compañero Abogado-Fiscal, el Sr. Arias Navarro. No le daban absolutamente nada de comer, este amigo y compañero pudo irse sosteniendo los varios días que estuvo preso por una buena mujer, esposa de uno de los guardianes que le llevaba una taza de café y pan dos veces al día y cuya mujer me sirvió de enlace con él, hasta que el gobernador se interesó por el caso y consiguió se lo entregaran las gentes de la FAI, labor que realizó el gobernador llamado Francisco Rodríguez (nombrado el 17/09) por presión del doctor (Vicente) Sarmiento, el que a su vez fue presionado por su consuegro, un conocido abogado malagueño y hombre extraordinariamente conservador, que pago su hombría de bien siendo asesinado más tarde por los correligionarios de su consuegro, un día del mes de enero de 1937.
Arias vio desfilar para la muerte a varias docenas de personas que con él convivieron en los sótanos del Cuartel de Capuchinos. Fue torturado, se le amenazó con la muerte para que escribiera de su propia mano al margen de una lista de compañeros la palabra «fascista» con la cual querían presentarse al gobernador y organizar «legalmente» la eliminación de todos nosotros. La entereza y casi podemos llamarlo, el heroísmo de nuestro compañero nos salvó a todos y gracias también al plazo que sus carceleros le dieron para ese menester, pudo ser salvado.

Aunque Remigio Moreno habla del Cuartel de Capuchinos, Carlos Arias afirma que era en el de la Trinidad, donde estuvo preso.

En su breve estancia en cárcel del Cuartel de la Trinidad (unos diez días), es reconocido por un amigo suyo que era camarero y que pertenecía a la CNT, el cual intercede por él y es puesto en libertad. Entonces Arias Navarro desaparece del panorama de la ciudad hasta febrero de 1937, cuando las tropas nacionales entran en Málaga.

LA SEGUNDA REPÚBLICA EN RONDA. ABRIL - JULIO 1936

LA FALANGE EN RONDA Con motivo de la apertura del periodo electoral que llevaría a las elecciones de noviembre de 1933 , el 29 de octubre ...