DISCURSO DE GIL-ROBLES, EL DÍA 15 DE JULIO DE 1936, EN LA DIPUTACIÓN PERMANENTE DE LAS CORTES
José María Gil-Robles Quiñones |
En mi anterior Crónica, «LOS PROLEGÓMENOS DE LA GUERRA CIVIL», ya hablé de cómo la mañana del 15 de julio de 1936, se
convocó a la Diputación Permanente de las Cortes con el fin de aprobar la
prórroga del Estado de Alarma por otros treinta días. El día anterior se había
producido el entierro del teniente de Asalto, José del Castillo y el del
diputado de derechas, José Calvo Sotelo.
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El presidente de las Cortes, tenía la esperanza de que no
hubiera graves incidentes en la reunión, al ser solo veintidós el número de
diputados presentes en la misma, de ellos, solo siete de derechas. La situación
alrededor del Congreso era de alerta máxima, con la presencia de retenes de
guardias de Asalto en todas las esquinas cercanas.
La sesión empezó a las once y media de la mañana, y entre los
reunidos estaban Gil Robles, Fernando Suárez
de Tangil, en su
condición de suplente de Calvo Sotelo, Marcelino Domingo, Portela Valladares,
Indalecio Prieto, Álvarez del Vayo, José Díaz Ramos, etc. No estuvo presente el
presidente del gobierno Casares Quiroga. En
su lugar asistieron el ministro de Estado y el ministro de la Gobernación.
La lectura de la proposición del Gobierno de la prórroga, no
mereció el más mínimo interés y fue aprobada, al final de la sesión, por trece
votos a favor y cinco en contra.
La sesión fue muy tensa y polémica. Tras la lectura de la proposición de prórroga del Estado de Alarma, Martínez Barrio cede la palabra a Suárez de Tangil, que en nombre de los diputados tradicionalistas y de Renovación Española, dio lectura a un durísimo comunicado sobre el asesinato de su compañero Calvo Sotelo, en el que acusaba directamente al Gobierno y a las izquierdas:
«Este crimen, sin
precedente en nuestra historia política, ha podido realizarse merced al
ambiente creado por las incitaciones a la violencia y al atentado personal
contra los Diputados de derechas que a diario se profieren en el Parlamento».
Finalizado el discurso, Suarez de Tángil, anunció el abandono definitivo de las Cortes, de todos los diputados de su grupo.
Posteriormente al discurso de Fernando Suárez de Tangil,
conde de Vallellano, tomó la palabra José María Gil Robles en nombre de la
CEDA, pronunciando un violento discurso ante
la Diputación permanente. Con palabras tremendamente apasionadas, lanzó gravísimas acusaciones contra el Gobierno de la
República en relación con el asesinato de Calvo Sotelo. En su libro “No fue posible la paz”, dejó escrito:
«Quise que mi último discurso parlamentario representase el más solemne repudio de una política suicida que nos echaba fuera de la legalidad. Reconozco que hablé con dureza, con acritud, con violencia máxima. Quería que mis palabras llevaran a los últimos rincones de España la tremenda verdad de la tragedia que vivíamos».
Discurso de José María Gil Robles
«Y ahora he de referirme, con toda la brevedad posible, a la comunicación del Gobierno pidiendo una nueva prórroga del estado de alarma y, por consiguiente, de la suspensión de garantías constitucionales prevista en el artículo 42 de nuestra ley fundamental.
Es la quinta vez que el Gobierno viene a solicitar de organismos parlamentarios, la prórroga del estado de alarma. Y no deja de ser extraño que, presentada la comunicación en el día de ayer a las Cortes, se hayan suspendido ayer mismo las sesiones, y haya sido necesario venir hoy a tener una reunión especial de la Diputación permanente.
Si en la Mesa del Congreso obraba ya una comunicación del Gobierno pidiendo una prórroga del estado de alarma, que, con arreglo al espíritu de la Constitución, debía discutirse, no en la Diputación permanente; sino en las propias Cortes, con toda la publicidad, con toda la solemnidad que tiene el mayor rango de las Cortes sobre la Diputación permanente, ¿no es una violación clara y manifiesta por parte del Gobierno y por parte de la Mesa el haber consentido en una suspensión de sesiones, que no ha tenido más objeto que sustraer a la publicidad necesaria, y que reclama la opinión pública, sucesos tan graves, sucesos tan escandalosos, sucesos tan criminales como los que han motivado la comunicación del Sr. Suarez de Tangil?
La suspensión de garantías constitucionales tiene dos finalidades muy claras, encaminadas al mantenimiento del orden público, incluso tal como la define nuestra ley orgánica en la materia, que dice: “Se garantizan los derechos civiles, políticos, sociales e individuales de los españoles”, y para garantizar también el normal funcionamiento de los organismos del Estado. Si no sirve para cumplir estas dos finalidades, el estado de alarma no puede tener la menor justificación. Si el estado de alarma no tiene eficacia suficiente para garantizar los derechos de los ciudadanos y el normal funcionamiento de los órganos del Gobierno, el estado de alarma, resorte normal y legitimo de todos los Gobiernos, se convierte en una facultad abusiva.
En cierto modo, así lo ha reconocido el propio Presidente del Consejo de Ministros, en la pasada reunión de la Diputación permanente de Cortes, cuando vino a pedir otra prórroga del estado de alarma, diciendo que se iba extendiendo por España un estado de subversión y de anarquía que era preciso cortar por todos los medios posibles.
Hace escasamente un mes, el señor Casares Quiroga pronunció unas palabras
que eran la promesa formal, venían a ser el compromiso solemne, de la eficacia
de las medidas que el Gobierno estaba dispuesto a adoptar. Decía: “Tenga la seguridad S. S. que en este caso,
como en otros, el Gobierno impondrá su autoridad sin teatralidad, sin excesos
de gesto ni de palabra, […] El Gobierno tiene en estudio la posibilidad, incluso, de levantar la
censura, permitiendo a los periódicos emitir libremente su opinión; pero, desde
luego, tenga S. S. la seguridad de que los textos parlamentarios serán
respetados”.
Tanto lo han sido, que cuando ayer un
periódico quiso publicar unas palabras muy nobles y muy levantadas del señor
Calvo Sotelo, al aceptar toda la responsabilidad que sobre él quisiera echar en
plena sesión, la censura ha sido implacable y las ha tachado. Ni el homenaje al
muerto, ni el respeto debido a las palabras en que aceptó una responsabilidad y
una muerte con que Dios quiso luego honrarle, ni el respeto tampoco a la
palabra del Presidente, ni a la inviolabilidad de las palabras contenidas en el
Diario de Sesiones, la censura ha sido implacable para unos y para otros.
Pero, ¿es que ha cumplido alguna de las
finalidades el estado de alarma en manos del Gobierno? ¿Ha servido para conocer
la ola de anarquía que está arruinando moral y materialmente a España? Mirad lo
que pasa por campos y ciudades. Acordaos de la estadística del último mes de
vigencia del estado de alarma.
Desde el 16 de junio al 13 de julio,
inclusive, se han cometido en España los siguientes actos de violencia,
habiendo de tener en cuenta los señores que me escucha,n que esta estadística no
se refiere más que ha hechos plenamente comprobados y no a rumores que, por
desgracia, van teniendo en días sucesivos una completa confirmación: Incendios
de iglesias, 10; atropellos y expulsiones de párrocos, 9; robos y
confiscaciones, 11; derribos de cruces, 5; muertos, 61; heridos de diferente
gravedad, 224; atracos consumados, 17; asaltos e invasiones de fincas, 32;
incautaciones y robos, 16; Centros asaltados o incendiados, 10; huelgas
generales, 15; huelgas parciales, 129; bombas, 74; petardos, 58; botellas de
líquidos inflamables lanzadas contra personas o casas, 7; incendios, no
comprendidos los de las iglesias, 19. Esto en veintisiete días.
Al cabo de hallarse cuatro meses en vigor
el estado de alarma, con toda clase de resortes el Gobierno en su mano para
imponer la autoridad, ¿cuál ha sido la eficacia del estado de alarma? ¿No es
esto la confesión más paladina y más clara de que el Gobierno ha fracasado
total y absolutamente en la aplicación de los resortes extraordinarios, que no
ha podido cumplir la palabra que dio solemnemente ante las Cortes de que el
instrumento excepcional que la Constitución le da y el Parlamento pone en sus
manos había de servir para acabar con el estado de anarquía y subversión en que
vive España? Ni el derecho a la vida, ni la libertad de sindicación, ni la
libertad de trabajo, ni la inviolabilidad del domicilio han tenido la menor
garantía con esta ley excepcional en manos del Gobierno, que, por el contrario,
se ha convertido en elemento de persecución contra todos aquellos que no tienen
las mismas ideas políticas que los elementos componentes del Frente Popular.
Ya sería esto bastante grave; pero lo es
muchísimo más que esos resortes en poder del Gobierno tampoco han servido para
garantizar el normal funcionamiento de los órganos del Estado. Las sentencias
de los Jurados Mixtos no se cumplen; el Ministro de la Gobernación puede decir
hasta qué punto los gobernadores civiles no le obedecen; los gobernadores
civiles pueden decir hasta qué punto los alcaldes no hacen caso de sus
indicaciones; los ciudadanos españoles pueden decir cómo en muchos pueblos del
Sur existen Comités de huelga, los cuales dan el aval, el permiso, la
autorización para que puedan circular por carretera. Diferentes personas de la
provincia de Almería han sido detenidas en cinco pueblos del trayecto por otros
tantos Comités de huelga, que, a despecho de las órdenes del Ministro de la
Gobernación y de los gobernadores civiles, han impedido la circulación de vehículos,
les han obligado a pasar por Comités de huelga y Casas del Pueblo para que les
den un volante de circulación, que es el mayor padrón de ignominia, fracaso y
vergüenza para un Gobierno que tolera, al cabo de cinco meses, que ese estado
de cosas continúe en una nación civilizada.
Son las propias organizaciones que apoyan
al Gobierno las que no quieren o no pueden cumplir las órdenes que emanan de la
autoridad. Ahí tenéis los conflictos obreros, que se están ventilando
diariamente a tiros entre las organizaciones societarias, aunque la censura no
permite que se diga ni una palabra; ahí tenéis esos obreros que han muerto ayer
en Cuatro Caminos bajo las balas de otros hermanos de trabajo, que, en plena
subversión contra el Gobierno, no acatan las órdenes emanadas de la autoridad.
El Gobierno dio un laudo, fijó un plazo: ese plazo se incumplió. Tomó
recientemente el Consejo de ministros un acuerdo terminante y categórico que
implicaba la reafirmación del principio de autoridad. Elementos que controlan
al Gobierno y que comparten con él las funciones de autoridad, aunque no la
responsabilidad ante la opinión y ante la Historia, le obligaron a que diera un
nuevo plazo, que venció anteayer; ni anteayer, ni ayer, ni hoy se ha cumplido
el laudo del Ministro de Trabajo. Las obras paradas, los obreros tiroteándose,
Madrid abandonado, la autoridad por los suelos. ¿Para eso queréis una prórroga
del estado de alarma? ¿Para eso queréis unos resortes excepcionales? ¿Qué
confianza podemos tener ni las oposiciones ni la opinión pública en lo que
vosotros hagáis?
Pero yo sé que fácilmente os vais a acoger al recurso ordinario con que estáis pretendiendo paliar vuestro fracaso: esto es una maniobra fascista, esto es un ataque de los enemigos del régimen. Cuando tenéis un fracaso, tenéis que invocar al fascismo, parte por un comodín ante la opinión pública, parte porque estáis viendo el estado de opinión que se está creando en España. En más de una ocasión, en público en las Cortes, en privado con alguno de los que me escuchan, yo he expuesto la hondísima preocupación que me produce el ambiente de violencia y de subversión que se va creando en España.
Es este
momento de recordar que en España está creciendo de día en día un ambiente de violencia;
que los ciudadanos se están apartando totalmente del camino democrático; que a
nosotros diariamente llegan voces que nos dicen: “Os están expulsando de la legalidad; están haciendo un baldón de los
principios democráticos; están riéndose de las máximas liberales consignadas en
la Constitución. Ni en el Parlamento ni en la legalidad, tenéis ya nada que
hacer”. Y este clamor que nos viene de campos y ciudades, indica que está
creciendo y desarrollándose eso que en términos genéricos habéis dado en llamar
fascismo, pero que no es más que ansia, muchas veces nobilísima, de libertarse
de un yugo y de una opresión que, en nombre del Frente Popular, el Gobierno y
los grupos que le apoyan están imponiendo a sectores extensísimos de la opinión
nacional. Es un movimiento de sana y hasta de santa rebeldía, que prende en el
corazón de los españoles, y contra el cual somos totalmente impotentes los que
día tras día, y hora tras hora, nos hemos venido parapetando en los principios
democráticos, en las normas legales y en la actuación normal.
Así como vosotros estáis total y absolutamente rebasados, el Gobierno y los
elementos directivos, por las masas obreras, que ya no controláis, así nosotros
estamos ya totalmente desbordados por un sentido de violencia que habéis sido
vosotros los que habéis creado y estáis difundiendo por toda España.
Cuando habláis de fascismo no olvidéis, señores del Gobierno y de la mayoría, que en las elecciones del 16 de febrero los fascistas apenas tuvieron unos cuantos miles de votos en España, y si hoy se hicieran unas elecciones verdad, la mayoría sería totalmente arrolladora, porque incluso está prendiendo en sectores obreristas, los cuales, desengañados de sus elementos directivos y de sus directores societarios, están buscando con ansia una libertad que no encuentran en esas vagas quimeras que muchas veces encarnan en la fantasía de las gentes cuando ya están al borde de la desesperación y de la ruina.
Cuando la vida de los ciudadanos está a
merced del primer pistolero; cuando el Gobierno es incapaz de poner fin a este
estado de cosas, no pretendáis que las gentes crean ni en la legalidad ni en la
democracia; tened la seguridad de que derivarán cada vez más por los caminos de
la violencia, y los hombres que no somos capaces de predicar la violencia, ni
de aprovecharnos de ella, seremos lentamente desplazados por otros más audaces
o más violentos que vendrán a recoger este hondo sentido nacional.
El
estado de cosas actual ha culminado, señores, en el episodio tristísimo de la
muerte del Sr. Calvo Sotelo. Me duele mucho que nadie pueda pensar que
alrededor de su muerte yo pretendo hacer nada que signifique política. […] Yo quisiera que mis palabras fueran exclusivamente un homenaje a su
memoria; pero han sido tales las circunstancias que han rodeado su muerte, es
tal el contenido que tiene para toda la sociedad española ese crimen, que es
necesario que cuanto antes, aquí ahora, en el Parlamento en su primera sesión,
si es que a ella asistimos, quede perfectamente claro nuestro pensamiento y
queden planteados los jalones de lo que nosotros creemos gravísimas
responsabilidades que en torno a ese suceso se han producido.
Yo sé que muchas gentes, que ahora
disminuyen el volumen del suceso, pretenden establecer un simple parangón entre
dos crímenes que se han producido con una leve diferencia de horas. Yo esos
parangones no los admito. En primer lugar, porque tanto condeno una violencia
como la otra. Ante el cadáver del teniente Castillo tengo yo idéntica
condenación que para todos esos actos de violencia, y no pienso en sus ideas ni
en su actuación; para mí es nefando, para mí es criminal el modo como se le ha
arrebatado la vida. ¡Ah!, pero pretender ligar un acontecimiento con el otro,
como muchos sectores afectos a la política del Gobierno han hecho, eso es, a mi
juicio, la mayor condenación que puede tener toda la política que vosotros
estáis desarrollando.
¿Qué tenía que ver el señor Calvo Sotelo
con el asesinato del teniente Castillo? ¿Quién ha podido establecer la menor
relación de causa a efecto entre su actitud y la muerte de este teniente? ¿Es
que acaso el señor Calvo Sotelo, en pleno salón de sesiones, no ha condenado de
una manera sistemática la violencia, y no anunció que ante la muerte violenta de
su mayor adversario, no tendría más que la condenación como ciudadano, el
respeto como caballero y el perdón como creyente? ¿Es que se puede ni por un
momento admitir que el señor Calvo Sotelo tuvo la menor relación, directa ni
indirecta, por acción, por omisión o por inducción, con el asesinato del
teniente Castillo? ¿Por qué se ligan ambas cosas? ¡Ah! Porque en el ánimo
incluso de aquellos que pretenden rebajar la gravedad del suceso, hay esta idea
terrible que prende en el corazón de todos los españoles: que no ha sido una
pasión política la que ha quitado la vida al señor Calvo Sotelo, que no ha sido
un momento pasional de unos cuantos ciudadanos ofuscados, sino que ha sido una
represalia ciega, ejercida por aquellos que tenían una relación más o menos
directa con el teniente Castillo.
La gravedad del hecho es enorme, y yo
tengo que examinarla con la luz de los antecedentes del hecho mismo y de las
circunstancias en que se ha producido. Yo sé la gravedad de las manifestaciones
que voy a hacer. Estoy perfectamente penetrado, incluso, de las consecuencias
que para mí, personalmente, pueden tener. El cumplimiento del deber no se puede
detener ante ese orden de consideraciones.
Lamento que no esté aquí el señor
Presidente del Consejo de ministros; no porque no esté aquí muy dignamente
representado, sino porque a él necesariamente, de un modo personal, he de
referirme en este momento.
El miércoles pasado, señores diputados,
hace hoy exactamente ocho días, el señor Calvo Sotelo me llamó aparte, en uno
de los pasillos de la Cámara, y me dijo: “Individuos
de mi escolta, que no pertenecen ciertamente a la Policía, sino a uno de los
Cuerpos armados, han recibido una consigna de que en caso de atentado contra mi
persona procuren inhibirse. ¿Qué me aconseja usted?”. “Que hable usted inmediatamente con el Ministro de la Gobernación”.
El señor Calvo Sotelo fue a contárselo, el
miércoles o el jueves, al señor Ministro de la Gobernación, el cual, según mis
noticias tenidas por el señor Calvo Sotelo, dijo que en absoluto de él había
emanado ninguna orden de esa naturaleza. Pero el señor Calvo Sotelo tuvo una
confidencia exactísima.
¿Quién dio esa orden? ¿Quién dio esa
consigna? Me adelanto a decir que el señor Ministro de la Gobernación, no. No
me atrevería a decir otro tanto de organismos subalternos dependientes del
Ministro de la Gobernación.
El señor Juan Ventosa (Lliga Catalana) lo
sabe, porque yo le comuniqué: “Contra el
señor Calvo Sotelo se prepara un atentado. Ha habido parte de organismos
dependientes del Ministerio de la Gobernación, nunca del Ministro de la Gobernación,
órdenes para que se deje impune el atentado que se prepara. Usted lo sabe;
usted y yo somos testigos de que esta advertencia se ha hecho al Gobierno, de
que esa amenaza se está cerniendo sobre la cabeza del señor Calvo Sotelo”. Y esa
amenaza se ha realizado y ese atentado ha tenido lugar.
Tengo la seguridad de que el señor
Ministro de la Gobernación hizo lo posible, en lo que de él dependía. Pero los
organismos que dependen del Gobierno, ¿lo han hecho así? ¿Se estableció la
debida vigilancia alrededor de una persona seriamente amenazada para evitar el
atentado? No se ha hecho.
Pero, ¿es que es ésta la única
responsabilidad que al Gobierno y a los grupos de la mayoría les corresponde en
este asunto? ¿Es que estamos cansados de oír todos los días, en las sesiones de
Cortes excitaciones a la violencia contra los diputados de derechas? Voy a
prescindir de lo que a mí se refiere; bien claras han estado algunas amenazas
en el salón de sesiones.
Me voy a referir exclusivamente a lo
ocurrido con el señor Calvo Sotelo. ¿Es que no recordamos, aunque las
facultades presidenciales, interviniendo oportunamente, quitaran ciertas
palabras del Diario de Sesiones, que el señor Ángel Galarza,
perteneciente a uno de los grupos que apoyan al Gobierno, dijo en el salón de sesiones,
yo estaba presente, que contra el señor Calvo Sotelo toda violencia era lícita?
¿Es que acaso esas palabras no implican una excitación, tan cobarde como
eficaz, a la comisión de un delito gravísimo? ¿Es que este hecho no implica
responsabilidad alguna para los grupos y partidos que no desautorizaron estas
palabras? ¿Es que no implica una responsabilidad para el Gobierno que se apoya
en quien es capaz de hacer una excitación de esa naturaleza?
En el orden de la responsabilidad moral, a
la máxima categoría de las personas le atribuyo yo la máxima responsabilidad y,
por consiguiente, la máxima responsabilidad en el orden moral tiene que caer
sobre el señor Presidente del Consejo de Ministros. El señor Presidente del
Consejo de Ministros que al llegar al más alto puesto de la gobernación del
Estado no ha prescindido del carácter demagógico que impregnan todas sus
actuaciones, dijo un día que frente a las tendencias que podía encarnar el
señor Calvo Sotelo u otras personas de significación ideológica parecida, el
Gobierno era un beligerante. ¡El Gobierno un beligerante contra unos
ciudadanos! ¡El Gobierno nunca puede ser un beligerante! El Gobierno tiene que
ser un instrumento equitativo de justicia, aplicada por igual a todos, y eso no
es ser beligerante, como no lo es el juez que condena a un criminal.
Cuando desde la cabecera del banco azul se
dice que el Gobierno es un beligerante, ¿quién puede impedir que los agentes de
la autoridad lleguen en algún momento hasta los mismos bordes del crimen?
Pero aún hay más: En virtud de unas
palabras pronunciadas por el señor Calvo Sotelo en un debate de orden público,
haciendo referencia a acontecimientos que precisamente los grupos que apoyan al
Gobierno airean estos días, pronunció el señor Presidente del Consejo de
Ministros unas frases provocadoras, que implicaban el hacer efectiva en el
señor Calvo Sotelo una responsabilidad por acontecimientos que pudieran
sobrevenir, lo cual, como dice muy bien ese documento leído por el señor conde
de Vallellano, equivale a señalar, a anunciar una responsabilidad a priori,
sin discernir si se ha incurrido o no en ella. “¿Ocurre esto, va a ocurrir este acontecimiento? Pues Su Señoría es
el responsable”.
Periódicos inspirados por elementos del
Gobierno, han venido estos días diciendo que se iba a producir ese
acontecimiento; que era inminente en la noche pasada, en la que viene; que el
observatorio está vigilante; que va a surgir en seguida lo que se teme. Ya se
está dibujando la responsabilidad. Y esa noche cae muerto el señor Calvo Sotelo
a manos de agentes de la autoridad. ¿Creéis que esto no representa una
responsabilidad? ¡Ah! Pero hay otra, todavía mayor, si cabe. El señor Calvo
Sotelo no ha sido asesinado por unos ciudadanos cualesquiera: el señor Calvo
Sotelo ha sido asesinado por agentes de la autoridad.
Señor Gil Robles, piense S. S. que se trata de un suceso que está sometido en estos instantes a la investigación de la Justicia. Su señoría, anticipadamente, resuelve que la responsabilidad de este suceso corresponde a personas investidas del carácter de agentes de la autoridad. Será ello así o no lo será. Es la justicia la que lo tiene que decir y no es, ciertamente, aquí donde podemos poner cortapisas ni ejercer en el ánimo de los juzgadores coacción alguna.
Contesta Gil Robles:
Esperaba esas palabras del Sr. Presidente, me hace una advertencia que, en la práctica, es puramente un convencionalismo.
Es exacto, señor Presidente, que está
actuando los Tribunales de Justicia; pero los diputados tenemos, no sólo el
derecho, sino la obligación de traer aquí, como la hubiéramos llevado a la
sesión pública, si nos hubiese sido posible, esta acusación categórica y
terminante. ¿Qué importa que la censura lo haya tachado y haya obligado a decir
a los periódicos que los autores de ese asesinato han sido unos individuos, si
en la conciencia de todos está la verdad de lo ocurrido? Tengan en cuenta S. S.
y quienes me oyen, que está bien lejos de mi ánimo arrojar una mancha por igual
sobre todos los agentes de la autoridad, ni muchísimo menos. Bien lejos de mi
pensamiento, igualmente, lanzar sobre un Cuerpo benemérito del Estado una culpa
colectiva. Han sido determinados agentes de la autoridad, que probablemente el
mismo Cuerpo a que pertenecen estará deseando en estos momentos que sean
expulsados, que sean arrojados de su convivencia.
Pero lo que no puede negarse, señor
Presidente y señores diputados que me escuchan, es que el señor Calvo Sotelo se
resistió a entregarse a los que llegaban a su domicilio y que únicamente cuando
uno de ellos le exhibió un carné en el que acreditaba su condición de la
Guardia Civil, el señor Calvo Sotelo se entregó. Las averiguaciones judiciales
irán encaminadas a saber quién fue el oficial de la Guardia Civil; pero que fue
un agente de la autoridad que iba acompañado de guardias de Asalto, de paisano
o de uniforme, y en una camioneta de la Dirección General de Seguridad, que
después fue dejada en el mismo Ministerio de la Gobernación o en el cuartelillo
que está al lado, esto no puede negarlo nadie.
¿Y es que cuando ocurre un suceso de ese
volumen y de esa magnitud un Gobierno puede decir: Lo he entregado simplemente
a un juez para que investigue, sin haber tomado ninguna medida para ver quiénes
habían sido esos oficiales que han ido en la camioneta y acompañando a los
guardias de Asalto, los que había dispuesto el servicio, los que han estado
reclutando voluntarios entre determinada compañía o determinada sección del
teniente Castillo, para con ellos ir a ejercer una represalia y una venganza
sobre la persona del señor Calvo Sotelo?
Cuando todo esto ocurre, el Gobierno ¿no
tiene que hacer otra cosa que publicar una nota anodina, equiparando casos que
no pueden equipararse y diciendo que los Tribunales de Justicia han de entender
en el asunto, como si fuera una cosa baladí que un jefe político, que un jefe
de minoría, que un parlamentario sea arrancado de noche de su domicilio por
unos agentes de la autoridad, valiéndose de aquellos instrumentos que el
Gobierno pone en sus manos para proteger a los ciudadanos; que le arrebaten en
una camioneta, que se ensañen con él, que le lleven a la puerta del cementerio,
que allí le maten y que le arrojen, como un fardo, en una de las mesas del
depósito de cadáveres? ¿Es que eso no tiene ninguna gravedad?
Señores del Gobierno: vosotros en estos
momentos habéis creído que todo lo tenéis libre con nombrar un juez, con dictar
una nota y con acudir el día de mañana a que la pasión política os dé un “bill”
de indemnidad en forma de voto de confianza. Tened la seguridad de que eso no
se limpia tan fácilmente.
Un día el señor Calvo Sotelo pronunció en
la Cámara unas palabras contestando al señor Presidente del Consejo de
Ministros, que si son su mayor glorificación, constituyen la mayor condenación
para vosotros.
«Yo tengo, Sr. Casares Quiroga,
anchas las espaldas. Su señoría es hombre fácil y pronto para el gesto de reto
y para la palabra de amenaza. Lo he oído tres o cuatro discursos en mi vida,
los tres o cuatro desde ese banco azul, y en ellos ha habido siempre la nota
amenazadora. Bien, Sr. Casares Quiroga; me doy por notificado de la amenaza de
S. S.; me ha convertido S. S. en sujeto y, por tanto, no solo activo, sino
pasivo, de las responsabilidades que puedan nacer de no sé qué hechos. Bien, Sr.
Casares Quiroga; lo repito: mis espaldas son anchas. Yo acepto, con gusto, y no
desdeño ninguna de las responsabilidades que puedan derivar de actos, que yo
realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien .de mi Patria y para
gloria de España, las acepto también ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo
Domingo de Silos contestó a un rey castellano: Señor: la vida podéis quitarme,
pero más no podéis, y es preferible morir con gloria que vivir con vilipendio».
Esto dijo el señor Calvo Sotelo; le ha
llegado la muerte con gloria. Pero vosotros, como Gobierno, aunque no tengáis
la responsabilidad, que yo no la arrojo sobre vosotros, la responsabilidad
criminal directa ni indirecta en el crimen, sí tenéis la enorme responsabilidad
moral de patrocinar una política de violencia, que arma la mano del asesino; de
haber, desde el banco azul, excitado a la violencia; de no haber desautorizado
a quienes desde los bancos de la mayoría han pronunciado palabras de amenaza y
de violencia contra la persona del señor Calvo Sotelo. Eso no os lo quitaréis
nunca; podéis, con la censura, hacer que mis palabras no lleguen a la opinión;
podéis, con el ejercicio férreo de facultades que la ley pone en vuestras
manos, hacer imposible que esto llegue, en sus detalles, a conocimiento de la
opinión pública; podéis ir al Parlamento y pedir una votación de confianza.
Pero tened la seguridad de que la sangre
del señor Calvo Sotelo está sobre vosotros y sobre la mayoría y no os la
quitaréis nunca. ¡Triste sino el de este régimen si incurre, frente a un crimen
de esta naturaleza, en el error tremendo de pretender paliar los
acontecimientos! Si exigís las debidas responsabilidades, si actuáis
rápidamente contra los autores del crimen, si ponéis en claro los móviles, en
ese caso, quizá –y no lograréis en todo– quedará circunscrita la
responsabilidad a los autores; pero si vosotros estáis, con habilidades mayores
o menores, paliando la gravedad de los hechos, entonces la responsabilidad
escalonada irá hasta lo más alto y os cogerá a vosotros como Gobierno, y caerá
sobre los partidos que os apoyan como coalición de Frente Popular y alcanzará a
todo el sistema parlamentario, y manchará de barro y de miseria y de sangre al
mismo régimen. En vosotros está.
Quizá muy pocas palabras más hayamos de
pronunciar en el Parlamento. Todos los días, por parte de los grupos de la
mayoría, por parte de los periódicos inspirados por vosotros, hay la
excitación, la amenaza, la conminación a que hay que aplastar al adversario, a
que hay que realizar con él una política de exterminio. A diario la estáis
practicando: muertos, heridos, atropellos, coacciones, multas, violencias… Este
período vuestro será el período máximo de vergüenza de un régimen, de un
sistema y de una nación. Nosotros estamos pensando muy seriamente que no
podemos volver a las Cortes a discutir una enmienda, un voto particular, un
proyecto más o menos avanzado que presentéis, porque eso, en cierto modo, es
decir ante la opinión pública que aquí todo es normal, que aquí la oposición
cumple su papel, que éste es el juego corriente de los sistemas políticos. No;
el Parlamento está ya a cien leguas de la opinión nacional; hay un abismo entre
la farsa que representa el Parlamento y la honda y gravísima tragedia nacional.
Nosotros no estamos dispuestos a que
continúe esa farsa. Vosotros podéis continuar; sé que vais a hacer una política
de persecución, de exterminio y de violencia de todo lo que signifique
derechas. Os engañáis profundamente; cuanto mayor sea la violencia, mayor será
la reacción; por cada uno de los muertos surgirá otro combatiente. Tened la
seguridad –esto ha sido la ley constante en todas las colectividades humanas–
de que vosotros, que estáis fraguando la violencia, seréis las primeras
víctimas de ella. Muy vulgar, por muy conocida, pero no menos exacta, es la
frase de que las revoluciones son como Saturno, que devoran a sus propios
hijos. Ahora estáis muy tranquilos porque veis que cae el adversario. ¡Ya
llegará un día en que la misma violencia que habéis desatado se volverá contra vosotros!
[…]
El paro ha aumentado extraordinariamente en vuestras manos. Y dentro de poco vosotros seréis en España el Gobierno del Frente Popular del hambre y de la miseria, como ahora lo sois de la vergüenza, del fango y de la sangre. Nada más».
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