LA VICTORIA DEL FRENTE POPULAR EN MÁLAGA

Manuel Azaña en el momento de depositar su voto

En mi anterior Crónica «LAS ELECCIONES GENERALES DEL 16 DE FEBRERO DE 1936 EN CAMPILLOS», ya describí como fueron esas elecciones en toda España, y en Campillos en particular. En ella me detuve en explicar cómo se realizaba la elección de Diputados y las particularidades que tenía la ley electoral por la que se realizaría dicha elección.

Haciendo un recuerdo rápido, la circunscripción electoral era la provincia, y también las capitales con más 150.000 habitantes, como era el caso de Málaga. Por tanto, Málaga tenía dos circunscripciones: Málaga capital que elegía a cuatro diputados y Málaga provincia que elegía a ocho diputados

Se votaba a los candidatos con un voto restringido, con un reparto fijo de escaños muy desproporcionado, en mayorías y minorías, aunque la diferencia de votos entre ambos grupos fuera muy pequeña.

En dicha Crónica detuve el relato en la tarde del 16 de febrero de 1936, cuando se cerraron las mesas electorales a las cuatro de la tarde.

16 DE FEBRERO

A diferencia de lo sucedido durante la campaña electoral, en que hubo un grado alto de violencia, en la mayoría de las circunscripciones, las medidas adoptadas por las autoridades permitieron que la constitución de las mesas y que, según la versión del gobierno, la movilización de millones de electores, se hiciera con una cierta normalidad, gracias, en parte, a que las fuerzas de orden público, Asalto, Guardia civil y Policía, patrullaron constantemente por las ciudades.

La realidad fue que durante la jornada electoral, hubo muchos incidentes, como rotura de urnas, agresiones a autoridades (jueces, notarios, interventores), coacciones a religiosos, choques entre simpatizantes de distintas candidaturas, en algunas de los cuales se exhibieron armas, lo que motivó la intervención de la policía y la detención de algunos individuos. En Galicia, con mucha diferencia, fue donde se produjeron más altercados.

En algunas provincias, hubo muertos y heridos. Según Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García en su libro “1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular” (. 282), ese día 16 de febrero, hubo diez muertos y dieciséis heridos de gravedad. La realidad de ese día, estuvo muy alejada de la imagen que quiso trasladar el gobierno de una jornada tranquila.

Los desórdenes comenzaron a propagarse, sobre todo a partir de las cuatro de la tarde, momento del cierre de las mesas electorales. En Madrid, nada más cesar la lluvia, al atardecer, grandes multitudes de personas, se lanzaron a la calle a proclamar la victoria de la izquierda, recorriendo en manifestaciones, que no parece que fueran espontáneas, las calles de la capital.

En ese contexto, el gobierno de Portela empezó a filtrar a media tarde del día 16 los resultados recabados hasta ese momento por el ministerio de la Gobernación. Las noticias apuntaban al triunfo del Frente Popular en las dos circunscripciones madrileñas, obteniendo trece de los diecisiete escaños en la capital, y seis de ocho en la provincia, así como en otras circunscripciones provinciales.

Las noticias recibidas esa misma noche desde Cataluña eran, que el «Front d’Esquerres», la marca del Frente Popular en la región, triunfaba de forma considerable en Barcelona capital e iba por delante en la provincia, así como en Gerona y Tarragona. Hacia las diez y cuarto de la noche, el secretario del jefe de Gobierno, confirmaba por la radio el triunfo de la Esquerra, y la dimisión del Gobernador General de Cataluña, Félix Escalas.

A las once de la noche, ya era imponente la concentración humana que había en la Puerta del Sol madrileña, celebrando la victoria del Frente Popular. Era una movilización mitad pacífica y festiva, y mitad reivindicativa, con brotes de violencia muy notables en distintos lugares, que los partidos de izquierda republicana querían atajar, mientras que los partidos obreros los aprovechaban y alentaban. Algunos dirigentes de izquierda, Azaña entre ellos, pidieron a sus seguidores que esperasen a que estuvieran contadas todas las papeletas en las mesas electorales.

Además de reivindicar el triunfo electoral, en muchas ocasiones ya pedían la aplicación inmediata del programa político del Frente Popular: proceder a amnistiar a los presos políticos encarcelados por su participación en la revolución de octubre de 1934, reponer en sus cargos a los alcaldes y ayuntamientos dominados por las izquierdas, y anulados como resultado de su actuación en 1934, exigir la readmisión de los trabajadores despedidos por secundar aquella huelga general, etc.

Era una situación revolucionaria, que se mantendría a lo largo de los días sucesivos, logrando influir en los cargos públicos existentes, de una manera parecida a lo que ocurrió el 14 abril de 1931, es decir, provocando la euforia por una victoria que todavía no existía, y desmoralizando a la derecha ante cualquier posibilidad de resistencia al movimiento subversivo.

Según Álvarez Tardío y Villa García (pp. 286 y 287):

“La noche del 16, cuando comenzaron los desórdenes, la composición de las Cortes, estaba en el aire. El resultado era ajustado en unas circunscripciones, por lo que las mayorías y las minorías se decidirían por unos pocos miles de votos; en otras, sencillamente, tan incompleto que era imposible conocer el vencedor. En esas circunstancias, la gestión del orden público era capital para asegurar un recuento tranquilo y, posteriormente, un traspaso de poderes ordenado a quien señalara el presidente de la República”

El presidente de gobierno, Manuel Portela Valladares, según confiesa en sus “Memorias”, vistas las noticias que llegaban a su despacho, y el fracaso de su proyecto político de centro, decidió la misma noche de las votaciones, presentar su dimisión inmediatamente al presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora.

“Los encargados de recoger los datos iban estableciendo los gráficos de los cuales resultaba a las diez de la noche mayoría para el Frente Popular. A las once y media podíase calcular que tendría quizá más de cuarenta actas sobre todos los demás partidos en el futuro Congreso. No quedaba más que someterse a aquella realidad, desvanecedora de esperanzas, de ilusiones, de sanos y nobles anhelos. Concluido el combate había que aceptar sana y noblemente también la derrota. Con este dolor me retiré a descansar considerando finalizada mi misión de Gobierno, mi aventura de gobierno. […] Pero mi inquietud en aquella noche no venía de las derechas. Vencidas en las elecciones, el momento psicológico, el clima del país no les era favorable para que intentasen una apelación a la fuerza. […] La preocupación surgía de ver que las izquierdas podían lanzarse a serios disturbios, exaltadas sus masas por el triunfo electoral, por las propagandas y promesas, por la natural ansia de ejercer el mando, y no contenidas, o mal dirigidas, por quienes estaban a su frente”.


17 DE FEBRERO

En la sede de la CEDA, preocupaban las noticias que llegaban de las manifestaciones que se estaban produciendo en toda España, que podían ser motivo de coacciones a la hora del recuentos de votos, y de la inacción de muchos gobernadores civiles que no las disolvían, a pesar de estar prohibidas en esas fechas electorales.

En esa noche del 16 al 17 de febrero, poco después de las tres de la madrugada, José María Gil-Robles, el líder de la CEDA, llegó al ministerio de la Gobernación en la Puerta del Sol, para entrevistarse con el presidente del Gobierno, y pedirle que adoptara las medidas de orden público necesarias, que permitieran que el escrutinio de votos no se viera coartado. A esa hora continuaba la concentración de manifestantes en la puerta del ministerio. Gil-Robles, en su libro de memorias “No fue posible la paz” (p. 492), así lo describe:

En breves palabras le pinté la situación. Dominaba ya la anarquía en algunas provincias, los gobernadores civiles desertaban de sus puestos, las turbas amotinadas se apoderaban de las actas. De no dictarse urgentes medidas, con mano férrea, sería inmenso el peligro de que se cubriera de tragedia el porvenir de España. […] “Deben darse —le dije— órdenes severísimas a los gobernadores, para que actúen con toda energía en las secciones donde haya de repetirse la elección y después en las circunscripciones de segunda vuelta...” Ante el desconfiado gesto de abatimiento en que parecía escudarse mi interlocutor, procuré, sobre todo, levantar su decaído ánimo: “Aún es tiempo, Portela, aún es tiempo... Tiene usted en sus manos los principales resortes del mando... Esos teléfonos bastan... Ellos le ponen en comunicación con las capitanías generales y con los gobiernos civiles de toda España... Prepárese a cualquier eventualidad, y empiece por declarar inmediatamente el Estado de Guerra...”.

Impresionado por las palabras de Gil-Robles, el presidente del gobierno, a pesar de la hora que era, cuatro y veinte de la noche, telefoneó al presidente de la República, que rechazó de plano el declarar el Estado de Guerra, aunque le prometió meditar sobre ello.

El Estado de Guerra, era un supuesto permitido por la Ley de Orden Público del 28 de julio de 1933, que podía ser declarado por el Gobierno, si la autoridad civil no podía «dominar en breve término la agitación y restablecer el orden». Bajo el Estado de Guerra el mando supremo era asumido por las autoridades militares. No implicaba en absoluto un golpe de estado, ni ir a una dictadura militar, como he leído en algunos supuestos libros de historia. La Segunda República, ya declaró el Estado de Guerra en Asturias durante la revolución de octubre de 1934, sin que impidiera el retorno a la normalidad constitucional, una vez superado el conflicto.

Según cuenta Portela Valladares en sus “Memorias”,

Al marcharse Gil Robles, en la quietud de aquellas horas de la madrugada, sin telegramas, sin teléfono y sin visitas, dispuse de tiempo para examinar el momento creado por el sufragio y tomar decisiones. […] En dos puntos recayó mi examen: el momento de dimitir, y la política de conducta durante el breve y complicado intermedio. […] Me propuse, pues, dimitir en el día 20, después de celebrados los escrutinios, esperando esta fecha más que nada para conocer el formalismo de la filiación de los candidatos, que de sobra era ya conocida. […] Como primer paso para la dimisión, me decidí a advertir al señor Azaña, jefe del Frente Popular, de mi propósito, guardándole la obligada consideración política de prevenirlo, para que tuviese acoplados los nombres de sus colaboradores para el día 20.

A primera hora de la mañana, en la Puerta del Sol la multitud de personas iba en aumento. Un grupo de ellos, intentó arrancar un cartel monumental de propaganda electoral, con la imagen de Gil Robles, que estaba fijado en el tejado de la casa situada entre las calles Mayor y Arenal. Como el grupo adoptase una actitud peligrosa, llegando algunos de los individuos a arrojar piedras sobre el mismo, la autoridad decidió desmontarlo, en previsión de posibles daños, trabajo que realizaron los bomberos.


Esa mañana, las manifestaciones se generalizaron por todo el país. Los noticias eran claras, en que el Frente Popular iba por delante en el escrutinio, y en que sus adversarios sólo podían encomendarse, para ganarles, a los votos en los distritos rurales aún por contar.

Era imposible, en aquel momento, saber cuál sería la composición definitiva de las Cortes. Faltaba por conocer el resultado del escrutinio general que debía realizarse el jueves 20 de febrero; en algunas provincias habría que esperar a la celebración de la segunda vuelta el 1 de marzo, y además quedaba por desarrollar la labor de la Comisión de Actas para que tuviera lugar la constitución definitiva del Congreso de los Diputados.

SE DECLARA EL ESTADO DE ALARMA

Esa mañana, sobre las doce, se celebró en el Palacio Nacional, un Consejo de Ministros al que asistió Alcalá Zamora, para analizar cómo se había desarrollado la jornada electoral del día anterior, y el avance de los resultados conocidos, que auguraban el triunfo de la izquierda y el fracaso, sin paliativos, del proyecto de centro que impulsaban Portela Valladares y Alcalá-Zamora.

Con referencia a lo hablado en el Consejo, dice Alcalá-Zamora en el libro “Asalto a la República” (p. 166 y 168):

El Consejo ha sido como lo exigen las circunstancias, tan breve como decisivo. Portela, deciblemente impresionado, ha dado cuenta de los resultados electorales hasta ahora conocidos o calculados. […] Acerca del orden público, confirmé mi criterio iniciado ya esta madrugada, para que no hubiera apresuramiento sin perjuicio de tenerlo todo preparado, ya que una declaración precipitada, innecesaria, para contener la revuelta hasta ahora contenida y fácilmente dominable, podía atraer el otro peligro, el de un golpe de Estado reaccionario, que exasperase además los ánimos harto exaltados. En cambio brindé la firma del decreto de alarma, o suspensión de garantías, aconsejando que de publicarse, como se acordó unánimemente, se anunciara el deseo de usarlo con moderación, para evitar que la prensa y las reuniones encendieran más las pasiones; y mostrando la esperanza de poder alzar dicha suspensión antes de los ocho días en que habría de reunirse la Diputación Permanente de las Cortes disueltas.

Durante los estados de alarma, los artículos 40 a 43 de la Ley de Orden Público permitían a la autoridad civil, incluyendo a los alcaldes, ordenar detenciones preventivas, imponer el cambio de domicilio o el destierro forzoso a personas que considerasen «peligrosas» o contra las que existieran «sospechas de participación en actos contra el orden público», así como decretar registros sin mandamiento judicial. La proclamación del Estado de Alarma, restringía la libertad de prensa y el derecho de reunión. 

Los ministros también aprobaron la propuesta del general Nicolás Molero, ministro de la Guerra, sobre tener preparada la declaración del Estado de Guerra. La misma se firmó sin fecha concreta, para que fuera aplicado a criterio del Gobierno, el cual lo dio a conocer a la opinión pública para disuadir a los alborotadores.

PRESIDENCIA DEL CONSEJO DE MINISTROS

De acuerdo con el Consejo de Ministros y a propuesta de su Presidente,

Vengo en decretar lo siguiente:

Artículo 1° Se declara en todo el territorio nacional, incluso en las plazas de Soberanía, el estado de alarma a que se refiere el artículo 34 de la Ley de 28 de Julio de 1933, en los términos prevenidos por el artículo 42 de la Constitución de la República.

Artículo 2° De este Decreto se dará inmediata cuenta a la Diputación permanente de las Cortes, quedando en esta forma cumplido el requisito que previene el párrafo cuarto del artículo 42 del propio Código constitucional.

Dado en Madrid a diecisiete de Febrero de mil novecientos treinta y seis.

NICETO ALCALA-ZAMORA Y TORRES

El Presidente del Consejo de Ministros,

Manuel Portela Valladares.

Gaceta de Madrid núm. 49, de 18/02/1936, página 1427.

El gobernador civil de Málaga, Valeriano del Castillo, hizo público en un Boletín Oficial de la Provincia extraordinario, el decreto que declaraba el Estado de Alarma en la provincia, “para conocimiento de todos los habitantes de esta provincia, y al propio tiempo, acuerdo que se somete a la previa censura la prensa periódica de toda clase y que queda en suspenso el ejercicio de los derechos de reunión y manifestación, reservándose también la facultad de utilizar las atribuciones que la vigente Ley de Orden Público me concede en sus artículos 34 al 47, ambos inclusive”

Esta mañana en la Presidencia se celebró Consejo de Ministros. Se acordó en la reunión ministerial, declarar el estado de alarma en toda España, establecer la previa censura y facultar al señor Portela Valladares para establecer el estado de guerra en aquellas provincias en donde la efervescencia sea mayor y levantisca. 19360217 04 El Día de Palencia

Por su parte, el general Franco, Jefe del Estado Mayor, se puso en contacto con las autoridades militares de las distintas regiones, ordenándoles que tuvieran preparados los bandos correspondientes por si hubiera necesidad de declarar el Estado de Guerra.

MADRID.—El Consejo de ministros ha tornado el acuerdo de darle un voto de confianza al presidente por el que queda autorizado para declarar, si ello fuera necesario, el estado de guerra en cualquiera de las provincias del territorio nacional; de esta medida usará de ella con toda discreción y procurará no llegar a ella, pero esto claro está, no dependerá tanto de la voluntad del Gobierno como de la actitud de los distintos sectores políticos que son los que intervienen en la vida pública de España. 19360217 01 La Tarde (Zamora)


Este es el Bando que tenía preparado el general Francisco Patxot Madoz, Gobernador militar de Málaga

Este Estado de Alarma, a pesar que se habló de limitarlo a ocho días, mediante sucesivas prórrogas, se mantendría vigente durante casi tres años, cubriendo casi en su totalidad la duración de la Guerra civil. Y es que el gobierno del Frente Popular, a pesar de iniciarse el 18 de julio la guerra, no declaró el Estado de Guerra hasta el 23 de enero de 1939, por tanto, hasta entonces, a pesar de estar en una guerra, las autoridades civiles eran las responsables de la acción gubernativa en la retaguardia republicana.

Muy pronto estuvo claro, que la sublevación militar del 18 de julio había fracasado, que lo que iba a ser un simple golpe de estado, se había transformado en una guerra, y como guerra había que afrontarla, y eso era propio de los profesionales de la guerra: los militares. Pero el gobierno del Frente Popular nunca acabó de confiar en sus militares, y evitó que la autoridad pasara a los mismos, y que fueran ellos los que manejaran las riendas de la contienda. Dicha desconfianza del poder político sobre el militar profesional, fue una constante en el bando gubernamental, y uno de sus principales errores a lo largo de toda la Guerra civil.

Solo los dos últimos meses de la guerra, el control pasó a manos de los militares, cuando el 23 de enero de 1939, siendo presidente de la República, Manuel Azaña, y presidente del gobierno Juan Negrín, se proclamó el Estado de Guerra, autorizando por fin a las autoridades militares a dictar los oportunos bandos. Ya para entonces la contienda estaba perdida. Tres días después de declararse el Estado de Guerra, la ciudad de Barcelona era ocupada por los sublevados.

Siguiendo con las memorias de Portela Valladares, a las siete de la tarde del lunes 17 de febrero:

En mi despacho de la Presidencia del Consejo, me anunciaron la visita del general Franco. Nunca había hablado con él, ni casi lo conocía. Sólo tenía las referencias públicas sobre sus destacadas actuaciones, en Marruecos, al frente de la Academia General Militar, y como Jefe de Estado Mayor con Gil Robles, quien, se aseguraba, ponía en él absoluta confianza. […] Venía a ofrecerme, a mí, personalmente, su adhesión y la del ejército, y a invitarme a que me mantuviese en el Gobierno haciéndome fuerte con ese apoyo, con el que podía contar. Mi respuesta, después de las frases corteses de rigor, fue terminantemente negativa. No recuerdo si hicimos referencia a la conversación que sobre ese tema había tenido aquella madrugada con Gil Robles, creo que no; pero sí que Franco, cortés y respetuosamente, insistió en las responsabilidades que yo contraería si dejaba el Ministerio, exponiendo España a los riesgos más graves”.

José María Gil-Robles hizo ese mismo día 17, a un redactor del periódico "Ya", las siguientes declaraciones:

Las posibilidades de mayoría están tan equilibradas entre derechas e izquierdas, que aventurar un vaticinio resulta muy difícil. Por consiguiente, cuanto se diga sobre el futuro Gobierno es prematuro. Por ahora no hay más Gobierno posible que el del señor Portela. Tiene el deber de mantenerse en su puesto. Primero, porque hasta que las Cortes estén constituidas y se sepa quienes tienen la mayoría en ellas, no se puede ni se debe pensar en una sustitución anticipada. Después, porque el señor Portela y sus ministros tienen el deber ineludible de acudir a las Cortes para dar cuenta de su gestión electoral y responder de la actuación del Gobierno. Eso se hizo el año 1933 y eso mismo se debe hacer ahora. No es admisible ni es democrático que se piense en la constitución de un Gobierno a las pocas horas o a los pocos días de un escrutinio. Sobre todo cuando el perfil de éste es todavía una incógnita. Falta una segunda vuelta y falta, sobre todo, una discusión de actas, en la cual el Parlamento, con su soberanía, puede modificar el resultado aparentemente legal de la lucha en los comicios. […]

El Gobierno Portela tiene ahora una misión que no puede abandonar y que espero no abandonará. La de defender a toda costa, con la máxima energía, el orden público. Después tiene otra obligación: la de llegar a las Cortes. Si tuviera dificultades para ello, si hubiese sucesos graves que pudieran significar un peligro, nosotros, nuestros diputados, lo que nosotros representamos en España, estamos incondicionalmente a su lado, como lo estuvo al lado del señor Martínez Barrio cuando, a raíz de las otras elecciones, se produjo el alzamiento anarcosindicalista.

Tanto Gil Robles como el general Francisco Franco, que era Jefe del Estado Mayor, le ofrecieron su colaboración incondicional, pidiéndole que continuara al frente del Gobierno, por lo menos hasta la realización de la segunda vuelta y la constitución de las nuevas Cortes. Le evocaron el precedente de las elecciones de 1933, presididas por Martínez Barrio, en que éste, que no tuvo más que 105 diputados para su partido, continuó al frente del Gobierno hasta presentarse a las Cortes y quedar éstas definitivamente constituidas.

Según el Decreto de convocatoria de elecciones del 7 de enero de 1936, las Cortes debían reunirse el 16 de marzo, a partir de la cual debía de transcurrir otro mes más para la discusión de actas, constitución del Congreso, debate político, etc. Total, unos de sesenta días de interinidad del Gobierno.

ARRECIAN LAS MANIFESTACIONES

Ese día 17, los manifestantes, en actitud muy agresiva, se presentaron ante los edificios oficiales, especialmente los gobiernos civiles y los ayuntamientos, intimidando a las autoridades provinciales  y municipales, y reivindicando todo el poder para la izquierda. En Madrid intentaron asaltar la Cárcel Modelo, para liberar los presos, produciéndose un muerto y dieciocho heridos al ser repelidos por los Guardias de Asalto.

Ese día fue especialmente violento en ciudades como Valencia, Murcia, Santander, Vizcaya, Las Palmas, Cáceres y Zaragoza. Se incendiaron iglesias en las provincias de Madrid, Santander y Valencia.

En Zaragoza se amotinaron los presos, y los sindicatos declararon una huelga general contra el gobierno por declarar el Estado de Alarma. Los manifestantes, entre los que había grupos armados, provocaron enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, que provocaron un muerto. El gobernador de la provincia no le quedó más remedio que declarar el Estado de Guerra y entregar el mando al general Cabanellas que era el gobernador militar de la provincia. La normalidad no se empezó a recuperar hasta bien avanzado el día 18.

En el penal valenciano de San Miguel de los Reyes, los reclusos, que reclamaban su libertad, se amotinaron e incendiaron parte de la prisión, se arrojaron sobre algunos vigilantes llegando a desarmarlos y someterlos. Se intercambiaron disparos, produciéndose varios heridos. Ante la imposibilidad de controlar el motín carcelario, y la situación existente en la ciudad, donde los huelguistas habían paralizado la circulación de tranvías, el gobernador civil de Valencia también declaró el Estado de Guerra, entregando el mando a las autoridades militares, según autorizaba la Ley.

La declaración del Estado de Guerra, durante la noche del día 17, se extendió también a Oviedo, Alicante y Murcia, donde las fuerzas de orden público, se había visto impotentes para disolver a los manifestantes.

En el periódico “El Heraldo de Madrid” de ese día (19360217 012), se publicaron unas declaraciones del líder socialista Francisco Largo Caballero.

Es urgentísimo dar la amnistía. No se puede pedir serenidad cuando se olvida la justicia. Que se abran las puertas de las cárceles y de los penales. La ley la hace el pueblo. Y el pueblo ha decretado la amnistía. […] El Gobierno dimitirá. Los presos saldrán y los republicanos ocuparán el Poder, respaldados por las masas, cuyo entusiasmo, si alguien se opusiese, arrollaría todos los obstáculos.

Nadie puede llamarse a engaño. Largo Caballero era coherente con lo había proclamado durante la campaña electoral.

18 DE FEBRERO

Durante el martes día 18, continuaron las manifestaciones y los altercados, aunque bajaron algo en intensidad con respecto a la jornada anterior. Se produjeron abundantes asaltos a Ayuntamientos con actitudes agresivas, y a instituciones religiosas, agresiones a simpatizantes o afiliados a partidos de centro o derecha. Continuaba la tensión en las prisiones, con amenazas de recurrir a la fuerza si no se ordenaba la excarcelación de los presos.

Los datos oficiales disponibles por el Gobierno de Portela, en la tarde del 18 de febrero, sólo confirmaban que el Frente Popular tenía 217 escaños asegurados, lejos aún de los 237 escaños de la mayoría absoluta.

Sin embargo, a pesar de la precariedad de los datos, la prensa de izquierdas, solicitaba que se entregara ya el poder a los vencedores de las elecciones.

“Las palabras que anoche pronunciara el señor Portela son bastante expresivas a este respecto. Pero a ellas hemos de agregar nosotros muy pocas. Las suficientes para decir que urgentemente debe entregarse el Poder al Frente Popular. De todo el clamor del país, de toda la ansiedad que ahora estremece a republicanos y socialistas para demandar con apremio aquellas aspiraciones más fundamentales, solo queremos recoger una: la entrega del Poder. Es el Frente Popular a quien corresponde liberar a nuestros presos. Ya ayer han comenzado a abrirse las cárceles y a salir de ellas nuestros camaradas. El pueblo ahora debe pedir una sola cosa: el Poder. Es suyo. Lo ha conquistado y nadie puede oponerse a que vaya a sus manos. Con el Poder en las manos, ya no tendrá que pedir nada.” El Socialista 19360218


Algunos periódicos afirmaban, en sus ediciones del 18 y el 19 de febrero, que las izquierdas habían logrado 240 escaños, la mayoría absoluta, por 221 de sus adversarios. Eran proyecciones de cifras oficiosas, y no formalmente sancionadas por las Juntas de Censo, que debían realizar el recuento oficial el jueves día 20.



Estaba claro que el Frente Popular había ganado las elecciones por una mayoría clara, aunque todavía incierta en su proporción parlamentaria final. Y en ese resultado, como indican Álvarez Tardío y Villa García en su libro, el fraude electoral tenía muy poco que ver. La causa hay que buscarla en la mayor cohesión y amplitud de las candidaturas del Frente Popular, una mayor movilización de sus votantes a la hora de acudir a las urnas, que contrastó con la división de los partidos de centro y derechas. 

Todo ello agregado al efecto de un sistema electoral perverso en la distribución de escaños, por el cual pequeñas diferencias de votos, le podían a un partido o coalición, en una circunscripción variar una gran cantidad de escaños, como ya explique en la Crónica «LAS ELECCIONES GENERALES DEL 16 DE FEBRERO DE 1936 EN CAMPILLOS»

19 DE FEBRERO. LA DIMISIÓN DE MANUEL PORTELA VALLADARES

Ante las manifestaciones, alborotos y tumultos, Portela Valladares no aguantó más y el día 19, sin esperar a los escrutinios oficiales del día 20, presentó su dimisión al presidente de la República, quien no consiguió persuadirlo de que continuara hasta la constitución de las Cortes.

El día 19 se reunió el Consejo de Ministros bajo mi Presidencia, a las diez y media de la mañana. Di cuenta exacta de la situación del orden público, y sin exponer parecer solicité el de los ministros sobre la situación política. Sin duda, ya la tenían formada. Uno a uno, y absolutamente conformes, estimaron que debíamos presentar la dimisión, llegándose al acuerdo de autorizarme para comunicarla al Presidente de la República, cuando lo tuviera por conveniente.
Se despacharon los asuntos pendientes y terminado el Consejo a las doce, allí mismo me dieron las últimas noticias: incendio de una cárcel en Vizcaya o Santander; chispazos de manifestaciones y de tumultos, finalmente vencidos, en varias provincias; preocupación grande de los gobernadores por la agitación popular; y, finalmente, que en los Ayuntamientos de Chamartín y Vallecas, suburbios muy poblados de Madrid, la multitud había penetrado en las Casas Consistoriales e instalado en ellas a los concejales de elección. […]
Según mis recuerdos los sucesos evocados ante el Consejo de Ministros fueron: el 17 los penados de San Miguel de los Reyes y Cartagena se amotinan con incendio de los edificios y agresión a los vigilantes; el 18 las turbas recorren las calles de Zaragoza, arrollan a los guardias y golpean a un teniente cruzándose bastantes disparos que ocasionan un muerto y trece heridos; el 19 se amotinan los reclusos de Santoña y acometen a los soldados, quienes matan a tres y hieren a cinco; el mismo día en Zaragoza, es general el tiroteo por toda la ciudad. Las noticias de los ministros confirmaban las graves amenazas de desorden.
Todo ello venía auspiciado por el Frente Popular, y especialmente por Izquierda Republicana, en cuyo Círculo de la calle Mayor residía un a modo de Consejo Supremo que impulsaba y dirigía los alborotos. Era intolerable ese juego indigno e insolente de negarse a aceptar el Poder y hacer la vida imposible al Gobierno, echando mano de las turbas para producir choques sangrientos.

La situación era tan crítica que el general Francisco Franco, Jefe del Estado Mayor del Ejército, solicitó del jefe del Gobierno que no presentara la dimisión y que declarara el Estado de Guerra.

Decidida la dimisión inmediata, antes de ir al Palacio presidencial entré en el Ministerio de la Gobernación para inquirir de las últimas nuevas. Con gran sorpresa encontré que allí estaba esperando desde hacía una hora el general Franco. Le recibí de seguida. Volvió a insistir para que no presentara la dimisión en ningún caso, reiterándome su adhesión y la de todos los elementos que le seguían. Por respuesta le dije que en aquel mismo momento salía para plantear la crisis, acordada por los ministros, ante el Jefe del Estado. Hablamos breves minutos.
Pero, durante su espera, había sido bastante comunicativo. Sostuvo en esta conversación con mi secretario, que él era apolítico, pero que la causa del orden y el bien de la Patria le preocupaban hondamente en aquella hora, y que para resguardar uno y otro, yo debía continuar en el gobierno, publicando el derecho de estado de guerra en toda España […]

Después de hablar con el general Franco, Portela Valladares, sobre las doce y media de la mañana, se dirigió al Palacio presidencial en la Plaza de Oriente, donde sería recibido por el Presidente de la República.

Expuse que, ante la situación creada en el orden público y en el orden político, el Consejo de Ministros, por unanimidad, había acordado presentar inmediatamente la dimisión.
¡Nada de eso!, repuso don Niceto Alcalá Zamora. ¡A continuar en los puestos y a publicar el decreto del Estado de Guerra que usted ya tiene! Y comenzó a razonar que debíamos proseguir en el Gobierno hasta que se reuniesen las Cortes. Me permití interrumpirle:
“Excúseme, señor Presidente. […] Mi resolución de dimitir está meditada, y es inmodificable”.

Alrededor de las dos de la tarde, se comunicaba a los periodistas, en medio de la mayor expectación, que el Gobierno había dimitido. La combinación de la movilización callejera, y la fuga del poder institucional, creó una crisis sociopolítica muy grave en todo el país.

Calificados elementos de izquierda en todas las zonas (de las derechas no hay que hablar), lamentaron mi dimisión y muchos la tacharon de precipitada, de huida, de cobardía.

Alcalá-Zamora, para quien la dimisión de Portela fue una deserción, decidió a media tarde de ese día 19, sin celebrar consultas, entregar el Gobierno al líder del Frente Popular, Manuel Azaña, con el fin de lograr la desmovilización y restablecer el orden público. Era una decisión inédita y anormal, aunque no anticonstitucional.

Ese cambio de gobierno en medio de un proceso electoral inconcluso, era algo anormal, porque el supuesto ganador, no confirmado aún oficialmente, y sin saber exactamente cuál iba a ser su mayoría parlamentaria (relativa, o absoluta), asumía la gestión de supervisar el final de dicho proceso. 

Así lo relata Manuel Azaña en su diario del 19 de febrero:

Hoy, ni siquiera sabemos exactamente cuál es el resultado electoral ni, por tanto, qué mayoría tenemos. Falta repetir la elección en algunas provincias. Todos estábamos en la creencia de que, aun ganando, no entraríamos en el Gobierno hasta dentro de unas semanas, y no tengo nada preparado respecto del personal.

A pesar de no tener nada preparado, ese mismo día, Manuel Azaña formó un nuevo gobierno, con nueve miembros de su partido Izquierda Republicana, dos de Martínez Barrio de Unión Republicana y un republicano independiente. Se trataba de un gobierno republicano moderado, en el que no había un solo socialista.

El nuevo ministro de la Gobernación, Amós Salvador Carreras, un arquitecto riojano, antiguo monárquico, intimo amigo de Azaña, cuenta que “se asustó mucho” por el nombramiento, y según el propio interesado fue “un error, un gran error traerme a este departamento tan complicado y difícil; he venido por obediencia”. Muy pronto, el titular de aquella cartera fue desbordado por el curso de los acontecimientos.

En general, el cambio de gobierno, no afectó sensiblemente a los resultados electorales, ya que la documentación de la gran mayoría de las mesas ya estaba en manos de los secretarios de las Juntas Provinciales del Censo. En muchas circunscripciones la candidatura del Frente Popular, era vencedora por diferencias tan grandes, que hacían ya imposible variar el reparto de los escaños.

Pero en otras, especialmente las que tenían un resultado apretado, el cambio de gobierno tuvo un impacto decisivo. Apenas tomó posesión el Gobierno de Azaña, muchos dirigentes del Frente Popular, se apoderaron de los edificios y cargos públicos, y empezaron a actuar sobre la documentación electoral. En numerosos lugares donde habían triunfado las derechas, en la madrugada del 19 al 20, se abrieron los sobres que contenían las actas de votación y se sustituyeron por otras falsificadas, en número suficiente para trasladar a las candidaturas de izquierda el triunfo que allí habían logrado las derechas.

Así ocurrió, al menos, en las cuatro provincias gallegas, en Cáceres y en Valencia. Esto permitió redondear los resultados de las elecciones y forzar la mayoría para el Frente Popular. En Cáceres en concreto, fue detenido el gobernador civil, Domingo Palmar Brandido, para poder intervenir libre y descaradamente en las operaciones de escrutinio, y ganar tres actas el Frente Popular.

Honorio Maura Gamazo, candidato de las derechas por Cáceres, relató así lo sucedido en la provincia:

Hasta el día 19, el triunfo de las derechas en Cáceres era indiscutible: Han salido seis candidatos de derechas y tres de izquierdas. Ese mismo día, a las diez de la noche, ya Azaña en el poder, todo cambia. El gobernador interino, un teniente alcalde socialista, ordena al dimisionario Palmar que se recluya en sus habitaciones hasta nueva orden. Llaman luego al presidente de la Diputación y le piden que entregue las actas del escrutinio, que están depositadas en la caja fuerte de la Corporación. El presidente se niega. Es destituido y se nombra otro. EI secretario de la Diputación, que también se opone a la exigencia, es igualmente destituido. Entonces se requiere a un capitán de Asalto para que acompañe al nuevo secretario a sacar las actas de la Diputación. El capitán se niega y se le castiga enviándole a Las Hurdes para apaciguar a unos pueblos que se dice están soliviantados. Como el capitán alegase que sólo cumplirá órdenes de quien pueda dárselas, se le requiere para que delegue el mando. Como no lo hace en la persona que les conviene, se prescinde de él y es un teniente de Asalto el que va con el funcionario de la Diputación a buscar las actas. Estas son trasladadas al Gobierno Civil, donde desde las tres de la madrugada hasta las nueve de la mañana se alteran de manera que resulte triunfante la izquierda y derrotada la derecha. 

El recuento final fue objeto de una reñida pugna para conseguir el máximo de los restantes escaños en disputa, circunstancia que ofreció oportunidades de intervención fraudulenta a las nuevas autoridades provinciales nombradas por el gabinete de Azaña.

Esas manipulaciones no tuvieron que ver con un plan sistemático del nuevo Ejecutivo de izquierdas, sino que fueron promovidas por los dirigentes que se hicieron interinamente con los gobiernos provinciales. Unas actividades, que magnificarían el volumen del triunfo del Frente Popular, pero no lo generarían ni fabricarían de manera espuria.

20 DE FEBRERO

El cambio de gobierno acaecido en la tarde del 19 de febrero, no apaciguó de inmediato los ánimos en las calles. La descripción del día 20, hecha por Manuel Azaña, no es nada tranquilizadora:

Continúan los alborotos en algunos puntos de Andalucía y Levante. En Valencia hay un lío tremendo por la sublevación de los presos de San Miguel de los Reyes. Han quemado parte del penal. Están revueltos los presos comunes y los políticos, que han caído como en rehenes de aquellos. En Alicante han quemado alguna iglesia. Esto me fastidia. La irritación de las gentes va a desfogarse en iglesias y conventos, y resulta que el Gobierno republicano nace, como en el 31, con chamusquinas. El resultado es deplorable. Parecen pagados por nuestros enemigos”.

En aquellos días, desde que el 16 de febrero se habían cerrado las urnas y se había producido el cambio en el gobierno del país, la Iglesia católica se había convertido en uno de los objetivos recurrentes de una oleada de violencia. En algunas localidades, ciertos individuos empezaron a actuar conforme al dictado de: «¡Abajo el fascismo vaticanista inquisitorial!», lo que se tradujo en un amplio elenco de protestas, coacciones y hasta actos de violencia física contra las personas y las propiedades de la Iglesia.

El líder socialista Francisco Largo Caballero, realizó ese día 20, una entrevista con el corresponsal de "Associated Press" en España, H.E. Knoblaugh, que fue publicado al día siguiente en el periódico de Nueva York de lengua hispana, "La Prensa", en la que habló del nuevo gobierno de Azaña, y cuales eran los objetivos del socialismo.

La Prensa 19360221 01

Ese día, se realizaron los escrutinios oficiales por las Juntas Provinciales del Censo. Según demuestran Álvarez Tardío y Villa García en su libro (p. 420), el Frente Popular obtuvo en esa primera vuelta 259 escaños parlamentarios (el 54,7% de los 473 escaños que conformaban el Parlamento) y la coalición de las derechas 189 escaños (39,9%). Sin embargo a nivel de votos, prácticamente hubo un empate técnico entre ambos grupos, en el entorno a los cuatro millones cuatrocientos mil. La victoria en las grandes circunscripciones, donde se premiaba con más número de escaños a las mayorías, le había dado la victoria al Frente Popular

Sin embargo, el fraude en el proceso de escrutinio de los votos fue claro y probado, en distinto grado, en determinadas circunscripciones, al menos ocho del total de sesenta, y tuvo su efecto distorsionador en la distribución final de escaños parlamentarios, que Álvarez Tardío y Villa García calculan entre los 36 y 40.

Las «determinadas circunscripciones» donde la ocasión para el fraude localizado fue evidente y significativo fueron La Coruña, Pontevedra, Lugo, Jaén, Málaga (aunque aquí el triunfo por las mayorías del Frente Popular era indudable), Valencia provincia, Santa Cruz de Tenerife y Cáceres. En todas ellas se produjeron, en mayor o menor medida, episodios fraudulentos, como cambios de actas, anulación de sufragios adversos, alteración interesada de sumas de votos, etc. a cargo de las nuevas autoridades gubernativas, o mediante presión sobre los integrantes de las Juntas Provinciales del Censo.

Esas irregularidades, fueron debidamente denunciadas por los candidatos de derechas ante la Junta Central, que en virtud de la ley electoral, debía pasar su consideración a la «Comisión de Actas» que habría de conformarse en el seno del nuevo Congreso, puesto que ése sería el «único organismo que podía solicitar un nuevo recuento».

Esta norma que se introdujo en la ley electoral del 27 de julio de 1933, al apartar del proceso al Tribunal Supremo, politizaba, inevitable y lamentablemente, el final del proceso electoral, haciendo de la «Comisión de Actas» parlamentaria se convirtiera en una especie de juez y parte extrajudicial en la resolución del proceso. Esto tuvo consecuencias muy indeseables, pues vino a primar «los criterios políticos sobre los de índole jurídica, con lo que la admisión de un diputado de la oposición dependería, en exclusiva, de la aquiescencia u hostilidad de la mayoría parlamentaria».

LAS ELECCIONES DEL 16 DE FEBRERO EN MÁLAGA

A las doce de la mañana del lunes día 17, fue facilitado por el Gobierno civil, con la información que les había llegado hasta ese momento, unos datos provisionales del escrutinio en la capital. (19360217 04 Diario de Málaga)

Luis Velasco Damas (PSOE)                                   34.739

Antonio Fernández-Bolaños Mora (PSOE)              34.409

Cayetano Bolívar Escribano (PCE)                          34.263

Emilio Hermida Rodríguez (CEDA)                          13.325

Ignacio Muñoz Rojas (CEDA)                                  13.064

Modesto Escobar Acosta (Indep.)                            12.650

Según estos datos provisionales, podían adquirir la condición de diputados, los tres candidatos del Frente Popular, Velasco Damas, Fernández-Bolaños y Cayetano Bolívar, y el candidato de la CEDA, Emilio Hermida, solo pendiente, como estaba legislado, del recuento final que debía realizarse el jueves día 20 por la Junta Provincial del Censo.

Estos datos provisionales, eran los correspondientes a los 121 colegios electorales en los que se había podido votar el domingo día 20. Recordemos, porque ya lo conté en la anterior Crónica, que de los 178 colegios electorales de Málaga capital, quedaron sin constituir 57, el 32% del total, por lo que en esos colegios no se pudo votar. De esos 57 colegios, en 43 no lo hicieron porque las urnas donde se debía depositar el voto, no llegaron a los mismos.

Según el periódico Eco Popular (19360217 01), una camioneta recogió las urnas en el Ayuntamiento a las seis de la mañana con objeto de llevarlas a los distritos más alejados, y la misma desapareció con ellas, en una clara intención de alterar el proceso electoral de ese día. En el interior de las urnas, iba toda la documentación, palilleros, tintero, etc. Hubo otros colegios, que no se constituyeron por no presentarse alguno de los miembros constituyentes de las Mesas, que era un presidente y dos adjuntos.

Nunca se supo quienes fueron los autores de este secuestro de las urnas, pero sí quienes fueron los que se aprovecharon de este suceso para sacarle una rentabilidad electoral.

A pesar de que inmediatamente de tener conocimiento de la desaparición de las urnas, los apoderados e interventores de izquierdas, con el candidato del PSOE Velasco Damas a la cabeza, se presentaron ante la Junta municipal del Censo, para presentar una “enérgica protesta”, y también ante los Juzgados de Instrucción para presentar las denuncias correspondientes, lo cierto es que nunca más se supo de las urnas, y que con las izquierdas ya en el poder, nadie se molestó en averiguar qué había sido de ellas.

Unos días después de las elecciones del domingo 16, la Junta Provincial, de acuerdo con la Junta municipal del Censo, acordó que las elecciones en los 57 colegios que no se habían podido realizar el domingo día 16, tanto en la capital como en la provincia, se realizaran el jueves 20. Ese día coincidía con la fecha oficial, fijada por ley, para realizar en toda España, el escrutinio oficial por las Juntas provinciales, por lo que el recuento en Málaga se pospuso para el día 21.

Las Juntas Provinciales del Censo, estaban presididas por el presidente de la Audiencia Provincial don Mariano Avilés. Estaban constituidas por un máximo de 16 miembros con voz y voto, a lo que se añadía el secretario de la Diputación, que era el que custodiaba la documentación electoral y levantaba acta del escrutinio. La sesión de escrutinio era pública, y debía celebrarse en la sala de la Audiencia.

Su labor, de acuerdo con el artículo 51 de la ley electoral de 1907, era puramente mecánica: verificaba que las actas cumplieran las formalidades de la ley, y computaba los votos obtenidos por cada candidato, sin discusión alguna. No era un organismo deliberativo, no interpretaba las normas, porque dicha competencia estaba reservada a la Comisión de Actas de las Cortes.

Recordemos también que el gobierno de Portela Valladares, había proclamado ese día 17 de febrero, ante la gravedad de los sucesos que estaban ocurriendo en todo el país, el Estado de Alarma. 

El gobernador civil de Málaga, Valeriano del Castillo, hizo público a su vez, en un Boletín Oficial de la provincia extraordinario, el decreto que declaraba el Estado de Alarma en la provincia, “para conocimiento de todos los habitantes de esta provincia, y al propio tiempo, acuerdo que se somete a la previa censura la prensa periódica de toda clase y que queda en suspenso el ejercicio de los derechos de reunión y manifestación, reservándose también la facultad de utilizar las atribuciones que la vigente Ley de Orden Público me concede en sus artículos 34 al 47, ambos inclusive”


Ese mediodía, “la impresión general en la ciudad, sobre todo entre los elementos de izquierda y proletarios, a la vista del triunfo resonante e inolvidable conseguido ayer, es presentar un candidato […], para que el Frente Popular se lleve las mayorías y la minoría por la capital” (19360217 09 Eco Popular)

Explicaré esto. A Málaga capital le correspondían cuatro diputados, pero al ser un voto restringido, al elector solo le permitían votar a tres candidatos. Por tanto, para que los votos de sus adictos no se desperdigaran, los partidos o coaliciones no presentaban más de esos tres candidatos a la elección. En teoría, podían presentar los que quisieran para ir también por el cuarto candidato, pero corrían el riesgo de que en unas votaciones muy igualadas, al repartirse el voto entre sus candidatos no saliera ninguno. Por eso, todos los partidos presentaban tres candidatos, y dejaban el cuarto para que se lo adjudicara lo que llamaban la “minoría”.

Pero en esta elección en los 57 colegios en los que no se votó el día 16 de febrero, que era el 32% del censo, una cantidad considerable de votos, la estrategia cambió por parte del Frente Popular. Como vimos con anterioridad los candidatos del Frente Popular habían obtenido más de 34.200 votos, lo cual le aseguraba, casi con toda certeza, el escaño, mientras que el cuarto, Emilio Hermida de la CEDA, había conseguido solo 13.325, que le daba, por ahora, el derecho al cuarto escaño de la “minoría”.

El objetivo que se marcaron los representantes del Frente Popular era ir al “copo”, es decir arrebatarle el cuarto escaño a la CEDA. Había margen de votos potenciales suficientes para conseguirlo. Para ello se reunieron el mismo lunes en la Casa del Pueblo.

Anoche (17), a primera hora, se celebró en la Casa del Pueblo, una importante reunión a la que acudieron los partidos de Izquierda Republicana, Unión Republicana, Socialista, Comunista, Sindicalista y Federal.
En dicha reunión, se estudió la conveniencia de ir al copo, o sea por los cuatro puestos, mayorías y minorías, en la próxima elección parcial, que tendrá lugar en esta semana y habiéndose llegado a la conclusión de que todas las probabilidades se inclinan a favor del Frente Popular, se acordó presentar candidato para el cuarto puesto.
Dicho candidato será, por designación unánime de los citados partidos reunidos en la Casa del Pueblo, don Francisco Galán, hermano del heroico Fermín Galán, sublevado en Jaca en diciembre de 1930 y glorioso mártir de la República (19360218 05 El Popular).

Finalmente el candidato presentado no fue Francisco Galán, sino el antequerano Luis Dorado Luque del PSOE, de profesión practicante, y presidente de la Agrupación Socialista de Málaga. El modo en que consiguieron hacerse con ese escaño, lo vemos en el periódico “El Popular” del 19 de febrero (p. 4).

Se ha designado al presidente de la Agrupación Socialista de Málaga, Luis Dorado Luque, para luchar por el cuarto puesto (minorías) de la capital. De esta forma se irá al copo de la circunscripción de Málaga (capital), ya que los resultados anteriores aseguran el triunfo completo de los tres compañeros Velasco Damas, Fernández-Bolaños y Bolívar. Sin embargo de esto, los tres candidatos últimamente citados seguirán luchando alternativamente con el nuevo candidato Luis Dorado, y como en cada papeleta solo podrán consignarse tres nombres, se empleará el procedimiento de dividir el total de secciones en tres partes o grupos, de tal forma que en cada grupo de secciones se voten a dos compañeros de los que lucharon el domingo más al compañero Dorado.
Para ello, se repartirán unas octavillas, en las puertas de cada colegio, con expresión de los nombres o candidaturas que cada elector tiene que votar. En las puertas de cada colegio se repartirán asimismo las respectivas candidaturas.
Por tanto se ruega a los delegados de distritos e interventores de las secciones que quedaron por constituirse, y que se mencionan en nota aparte, que se pasen por la Casa del Pueblo, salón Pablo Iglesias, esta noche, a las nueve, para recibir instrucciones y proceder al reparto de las nuevas candidaturas combinadas, a los mayores aciertos y organización.- El Comité Electoral.
Primer Grupo.- Comprende 16 secciones de los distritos noveno y décimo, que se votará a Cayetano Bolívar, Luis Dorado y Antonio Fernández-Bolaños.
Segundo Grupo.- Comprende 17 secciones de los distritos sexto, séptimo, octavo y noveno, que se votará, a Luis Velasco, Luis Dorado y Cayetano Bolívar.
Tercer Grupo.- Comprende 23 secciones de los distritos primero, segundo, tercero, cuarto, quinto y sexto, que votará a Luis Velasco, Luis Dorado y Antonio Fernández-Bolaños.

 

Tengo serias dudas que esa forma de proceder del Comité Electoral del Frente Popular, estuviera dentro de la ley. En primer lugar porque es una clara manipulación de las votaciones, y en segundo lugar, porque Luis Dorado Luque, no había sido proclamado candidato en la fecha y forma que indicaba la Orden Circular del ministerio de la Gobernación del 29 de enero de 1936:

Las Juntas provinciales del Censo Electoral sólo podrán proclamar candidatos a Diputados a Cortes a los que lo soliciten el domingo anterior al señalado para la elección y reúnan alguna de las condiciones siguientes:
1º Haber desempeñado el cargo de Diputado a Cortes por elección de la provincia en elecciones generares o parciales.
2º Ser propuesto por dos ex Senadores, por dos ex Diputados a Cortes, por tres ex Diputados provinciales o por diez Concejales de elección popular, todos ellos de la misma provincia.
Madrid, 29 de Enero de 1936. MANUEL PORTELA
Gaceta de Madrid — 30 Enero 1936

El domingo 9 de febrero, que era el anterior a las elecciones, por el Frente Popular se proclamaron tres candidatos por Málaga capital: Luis Velasco Damas, Antonio Fernández-Bolaños y Cayetano Bolívar Escribano. No podía presentarse a esas elecciones Luis Dorado Luque, porque la Junta Provincial no lo había proclamado ese día.

Es difícil entender el por qué la Junta admitió la presencia de ese candidato en las elecciones del jueves 20, a no ser que fuera sometida a las presiones coactivas a que fueron sometidas otras instituciones, como fue el caso del gobernador civil de Málaga, como veremos que ocurrió.

19 DE FEBRERO

La mañana del 19 de febrero, la Gestora municipal de Málaga, al frente de la cual estaba don Benito Ortega Muñoz, presentó la dimisión al gobernador civil Valeriano del Castillo, el cual pidió al gestor Miguel Ángel Ortiz Tallo, continuase al frente de la Gestora interinamente, hasta tanto fuera sustituida, a lo que accedió. (19360220 02 El Popular).

Ese mediodía, recordemos que el presidente del Gobierno, Portela Valladares, había presentado su dimisión al Presidente de la República, y que por la tarde Manuel Azaña había formado nuevo gobierno.

Por la tarde, fue el presidente de la Gestora provincial (Diputación), señor Eugenio García Cabrera, quien acompañado de otros miembros de la gestora, presentaron la dimisión al gobernador civil. El gobernador admitió la dimisión, pero les pidió que continuaran en sus puestos hasta que fueran designados los que habían de sustituirles. (19360220 16 El Popular). Según cuenta la prensa, la entrevista fue muy cordial y el gobernador pidió a sus visitantes que le dieran tiempo para consultar con el nuevo ministro de la Gobernación.

LA NOCHE DEL 19 AL 20 FEBRERO. DESTITUCIÓN DEL GOBERNADOR CIVIL

A la 1 y cuarto de la madrugada del ya día 20, se presentaron en el despacho del Gobernador civil de Málaga, Valeriano del Castillo, una comisión formada por diversos dirigentes de los partidos que componían el Frente Popular. Eran los señores Emilio Baeza Medina de Izquierda Republicana, y candidato en esas elecciones, (Francisco) González Oliveros P. R. Federal, Rodrigo Lara Vallejo secretario general del PCE, y Antonio Acuña Caraballar del PSOE, diputado en la legislatura que acababa de finalizar.

Le pidieron al Gobernador que dimitiera inmediatamente, y entregara el cargo al concejal municipal electo en 1931, don José Vázquez Campos, de Izquierda Republicana. Valeriano del Castillo, en un ambiente muy tenso, realizó una llamada telefónica al ministerio de Gobernación para plantearle la situación. Dada la hora que era, dudo que pudiera hablar con alguien relevante en el ministerio, desde luego con el nuevo ministro, Amós Salvador Carreras, pienso que no. Hablara o no hablara, lo cierto es que ante las presiones que estaba recibiendo, hizo entrega del mando de la provincia al secretario del Gobierno civil, don Fernando Benavides, marchándose posteriormente de La Aduana. Esta entrega, debió ser similar a la que se realizaba cuando el gobernador salía de viaje, y delegaba en el secretario para los asuntos de trámite.

Una vez ocurrido esto, la comisión se dirigió al domicilio de don José Vázquez Campos, para comunicarle que lo designaban nuevo gobernador civil de Málaga. A las dos menos cuarto de la noche, entraba el señor Vázquez Campos en el edificio del Gobierno civil, dirigiéndose seguidamente al despacho oficial. Tras el mutuo cambio protocolario de frases de saludo, entre los señores Benavides y Vázquez, éste se posesionó del cargo. José Vázquez Campos, era jefe de Negociado de la empresa Ferrocarriles Andaluces.

Vázquez Campos, rodeado de componentes del Frente Popular

Este nombramiento, quiero dejar claro que era completamente ilegal, independientemente de que se hubiera hablado con el ministro o no, ya que la potestad para nombrar gobernadores civiles provinciales, no la tenía el ministro de la Gobernación, de quien sí dependían funcionalmente, sino el presidente de Gobierno, que desde la tarde anterior ya era don Manuel Azaña.

Los integrantes de la comisión que lo había elegido, le expresaron a Vázquez Campos, su deseo de que fueran libertados inmediatamente los presos que se encontraban en la Prisión Provincial, diciendo el gobernador que lo haría esa misma mañana. (19360220 11 El Popular).

Lo primero que hizo esa noche Vázquez Campos, fue sacar un Edicto por el que quedaban anuladas todas las licencias concedidas para el uso de armas, dando a sus poseedores 72 horas para que las entregaran en el gobierno civil o en los cuarteles de la Guardia civil. (19360220 16 El Popular).

Esa misma noche del 19 al 20, se cursaron oficios para la restitución por la mañana del 20 de febrero, de todos los ayuntamientos de elección popular que se formaron en abril de 1931, salvo aquellos que estuvieran señalados por un procedimiento judicial.

LAS ELECCIONES DEL 20 DE FEBRERO

Desde que se supo que el día anterior, había dimitido el gobierno de Portela Valladares, y se había formado uno nuevo del Frente Popular, presidido por Manuel Azaña, se produjo en Málaga una enorme expectación. Muchos grupos de personas llenaban las calles céntricas y por los barrios, se producían manifestaciones para festejar el triunfo de la izquierda. Los manifestantes desfilaban con banderas republicanas, comunistas y socialistas, cantando «La Internacional» y el «Himno de Riego».

A las ocho de la mañana del 20, se constituyeron las cincuenta y siete secciones de la capital para ultimar la elección que no se pudo realizar el domingo 16. La animación en los alrededores de los colegios era enorme y las colas que se formaban, larguísimas.

Estas elecciones se desarrollaron sin garantía legal alguna, en un ambiente de desórdenes que no invitaba a una participación electoral masiva, sobre todo de la derecha. Estos desórdenes hubieran aconsejado el aplazamiento de las elecciones hasta normalizar el orden público, pero no fue así.

Emilio Hermida Rodríguez, el candidato de la CEDA, que hasta ese momento, el escrutinio parcial le adjudicaba el cuarto puesto de diputado, la noche anterior anunció, que ante la situación creada por las manifestaciones, las medidas tomadas por el supuesto “gobernador” Vázquez Campos, y la circulación de pasquines anónimos que anunciaban desórdenes para el día siguiente, no podía competir en igualdad de condiciones y por tanto retiraba su candidatura. Eso no significaba que no pudiera ser igualmente elegido, siempre que obtuviera más votos que el socialista Luis Dorado, pero ya hemos visto la estrategia que tenía preparada el Comité electoral del Frente Popular, y que se había hecho público en la prensa.

Al ser un día laborable, y con objeto de pudieran ir a votar los trabajadores, se convocó un paro en muchas empresas. Ese día, no trabajaron numerosos obreros, especialmente ferroviarios, portuarios y fabriles.

Con la justificación de evitar desórdenes, dos parejas de guardias de Asalto, realizaron esa mañana un registro en la sede de Falange Española en calle Granada nº 104, siendo detenidos dos individuos que se encontraban en el local, el cual fue clausurado.

Por la mañana, mientras se estaban celebrando las elecciones, Vázquez Campos, acudió a la Prisión Provincial, para ordenar que fueran puestos en libertad todos los detenidos gubernativos. El número de libertados sobrepasaba la cifra de veinte. A los demás presos les dijo que en la primera sesión que celebrara el Parlamento, se aprobaría la Ley de Amnistía, y seguidamente serían liberados todos los presos políticos y sociales. (19360221 03 El Popular)

De acuerdo con las órdenes que había dado Vázquez Campos, en Campillos, la mañana del 20, cesó la Comisión gestora presidida por José Galeote Moreno, y fue nombrado de nuevo alcalde Francisco Oliva González (39 años), militante del PSOE, reincorporándose al ayuntamiento todos los concejales elegidos el 31 de mayo de 1931. Era su tercer mandato como alcalde. Anteriormente lo había sido entre el 16 de abril y el 5 de junio de 1931, y entre el 17 de febrero y el 27 de octubre de 1934.

Francisco Oliva González

Francisco Oliva, acababa de salir de la cárcel, por la condena de un año y seis meses de prisión que le señaló el Consejo de guerra, por los sucesos ocurridos en Campillos en octubre de 1934. El Consejo de guerra se había celebrado a finales de noviembre de 1935.

El 20 de febrero de 1936 vuelven nuevamente al Ayuntamiento los socialistas con el mismo alcalde del año 31, y ahora con un marcado carácter de revancha y sectarismo. Desde las primeras actuaciones se puede ya profetizar que se aproximan momentos definitivos. Baltasar Peña “Pequeña Historia de la Villa de Campillos”

También en Málaga, el día 20 de febrero por la mañana, fue repuesto el ayuntamiento salido de las elecciones del 12 de abril de 1931, quedando al frente del mismo Eugenio Entrambasaguas Caracuel, de Unión Republicana, y los concejales que habían sido elegidos en aquella fecha, salvo los del partido Radical y los monárquicos. Hizo la entrega del cargo el señor Miguel Ángel Ortiz Tallo, gestor segundo de la Comisión que cesaba. El salón y los pasillos y la calle estaban invadidos por gran muchedumbre. Entre ovaciones y vítores terminó el acto. (19360220 16 El Popular).

En las primeras horas de la tarde, poco después de las tres, el paro era general en la ciudad, “para que todos los obreros, manuales e intelectuales, pudiera celebrar el triunfo izquierdista. Cerró el comercio, las industrias, los cafés, los taxis, autobuses, tranvías, y a las cuatro de la tarde el paro era general. Los trabajadores y empleados afluían a las calles céntricas, donde, jubilosamente, se comentaba el triunfo izquierdista en toda España”.

A las cuatro de la tarde, se cerraron las 57 mesas electorales donde se había votado ese día, para realizar el recuento de los votos. A pesar de lo que después quedó reflejado en las actas de las 57 secciones, el ambiente de coacción que hubo durante esos días para los votantes de derechas, hizo que muy pocos de ellos acudieran ese día a votar. Si a eso añadimos, la ausencia de interventores de los partidos de derecha en los colegios durante toda la jornada, dio por resultado que se produjera una clara manipulación de los resultados. El candidato socialista Luis Dorado, logró darle la vuelta al resultado y obtener el escaño que, hasta el 19 se atribuía a la CEDA. Las cifras oficiales reflejan datos inverosímiles. Los 29.000 electores censados en esas 57 mesas, fueron a votar casi en bloque, y cerca de 28.000 lo hicieron por Luis Dorado.

La Junta provincial del Censo, anunció que  no se reuniría hasta el día siguiente, con objeto de hacer los escrutinios generales, incluidas las actas de las mesas en las que se habían votado el domingo 16, que aún no se habían comprobado.

Al atardecer del 20 de febrero, algunos grupos de jóvenes pretendieron asaltar el local de Acción Popular, así como también la sede del periódico de derechas “La Unión Mercantil”. La fuerza pública intervino, pretendiendo apaciguar a los más exaltados, consiguiéndolo en la sede de Acción Popular, frente a la cual se habían aglomerado varios millares de personas, que fueron disolviéndose poco a poco. 

No logró lo mismo con la sede de “La Unión Mercantil”, cuyas dependencias fueron invadidas por la muchedumbre que causó grandes destrozos, lo que impidió la publicación del periódico durante un tiempo.

La pareja de guardias de Asalto que allí estaba de servicio, pretendió evitar que los grupos de personas continuaran la labor dañina que estaban realizando y, al no conseguirlo, hicieron uso de las armas de fuego, disparando primero al aire. Todo ello originó el natural revuelo, sustos y carreras, restableciéndose, finalmente la tranquilidad.

De resulta de los disparos, cayó herido en la acera, cerca de la calle Tomás Heredia, frente a la casa número 17, un hombre llamado Juan García Aranda, vendedor de periódicos. Rápidamente fue colocado en un camión de Asalto, trasladándole a la casa de socorro del Hospital Noble. En dicho establecimiento, ingresó cadáver. Resultó también herido un muchacho, José Ortega Cullera, por arma de fuego con orificio de entrada en el abdomen.

En la calle “14 de Abril” (Larios), intentaron agredir a Miguel Coloma Rubio, que había sido con anterioridad Gobernador civil de Málaga, (mayo 1931-agosto 1932), que tuvo que buscar refugio en una casa. Un camión de guardias de Asalto, acudió al lugar para rescatarlo y llevarlo a la Comisaría de Vigilancia, donde declaró lo que había sucedido.

A las seis y media de la tarde, el “gobernador” Vázquez Campos, se vio obligado a hablar por Radio Málaga, para pedir que se volviera al trabajo y que cesaran enseguida las manifestaciones, “pues de lo contrario, contra mi voluntad y contra lo que yo pienso que debe ser, la fuerza pública tendrá que disolver los grupos”.

Durante las primeras horas de la noche, fuerzas de la Guardia civil, Asalto y Policía adoptaron en la ciudad diversas medidas de precaución y vigilancia. (19360221 04 El Popular).

21 DE FEBRERO. EL ESCRUTINIO DE LA JUNTA PROVINCIAL DEL CENSO

El viernes 21 de febrero en protesta por el muerto y el herido habido el día anterior, continuó el paro en la capital, pero sin que se registraran incidentes graves. Ese día y para evitar que le ocurriera los mismo que a “La Unión Mercantil”, no se publicó el periódico “Diario de Málaga”.

Cumpliendo órdenes del “gobernador”, los agentes de vigilancia, procedieron a la clausura del local del partido Acción Popular. (19360222 010 Diario de Málaga). Ya habían cerrado el día anterior la sede de Falange en calle Granada.

Ese día, a las diez de la mañana, se constituyó en el Palacio de Justicia, la Junta Provincial del Censo para proceder a la revisión de las actas de la capital y de la provincia, y efectuar el escrutinio general, con el fin de proclamar a los diputados que han de representar a Málaga y su provincia en el futuro Parlamento.

Estuvo presidida por el presidente de la Audiencia de Málaga, don Mariano Avilés, actuando de secretario el de la Diputación, don Rafael Durán Pulis.

Próximo a las cuatro de la tarde, terminó la revisión de las actas de la capital, y hecho el escrutinio general, arrojó los siguientes resultados (en la primera columna pongo los resultados del día 16 y en la segunda los totales del 16 y el 20):

Luis Velasco Damas (PSOE)                                   34.739             55.295

Antonio Fernández-Bolaños Mora (PSOE)              34.409             55.224

Cayetano Bolívar Escribano (PCE)                          34.263             52.748

Emilio Hermida Rodríguez (CEDA)                          13.325             14.352

Ignacio Muñoz Rojas (CEDA)                                   13.064             13.446

Modesto Escobar Acosta (Indep.)                            12.650             13.531

Luis Dorado Luque                                                                            27.657

Mientras Luis Dorado conseguía el día 20 de febrero, 27.657 votos, Emilio Hermida, solo obtuvo algo más de mil. La maniobra al Frente Popular le había salido perfecta.

Esa tarde, después de terminar el escrutinio de la capital, se continuó con el de la provincia que se prolongaría durante todo el día siguiente.

En ambas circunscripciones, la de la capital y la de la provincia, el triunfo por las mayorías del Frente Popular era incontestable. Pero subsistía la polémica por el inverosímil escaño obtenido por el socialista Luis Dorado. La inasistencia de los candidatos conservadores al acto de recuento por la Junta, inhibidos, como se vio, ante las coacciones, imposibilitó protestar su proclamación.

Según Álvarez Tardío y Villa García (p. 394), “el fraude se evidenció no ya por lo sucedido en la elección del 20, sino por la falta de las actas de constitución de mesas, listas de votantes o actas de votación, o por no venir parte de los sobres sellados o firmados por los miembros de las mesas, disfunciones extendidas a 24 mesas que suponían unos 13.000 votos. Sin embargo, con ser importante, esto lo era menos que la ilegalidad manifiesta de celebrar elecciones en medio de manifestaciones y violencias, que contravenía explícitamente dos artículos de la ley electoral, el 67 y el 69.2”

LLEGA A MÁLAGA EL NUEVO GOBERNADOR CIVIL

Como ya hemos visto, el Gobernador civil de Málaga, Valeriano del Castillo, que había sido nombrado dos meses antes, la noche del 19 al 20 de febrero había sido obligado a entregar su cargo, por varios dirigentes de los partidos del Frente Popular malagueño, que se presentaron en su despacho, pidiéndole la entrega del mando de la provincia a José Vázquez Campos, de Izquierda Republicana.

Esta suplantación fue totalmente ilegal, pues solo el presidente del Gobierno puede nombrar y quitar Gobernadores civiles. Esto no impidió, que durante casi tres días, los más críticos, ejerciera el papel de gobernador con plenitud de funciones.

Ese día, viernes 21, el presidente de Gobierno, Manuel Azaña, hizo el cambio de gobernador en Málaga, admitiendo la dimisión de Valeriano del Castillo, y nombrando como nuevo gobernador civil de la provincia a don Enrique Balmaseda y Vélez. Era Juez de Primera Instancia e Instrucción, militante de Izquierda Republicana, y había sido con anterioridad Gobernador civil de Badajoz.

Enrique Balmaseda, llegó a Málaga el mismo día 21, a las cuatro y media de la tarde, en automóvil procedente de Madrid. Inmediatamente tomó posesión del cargo. Ya se había realizado el escrutinio de votos de la capital, por parte de la Junta Provincial. Lo primero que hizo fue dirigirse por radio a los malagueños (19360222 010 Diario de Málaga)

Al día siguiente 22, apareció el nombramiento en la Gaceta de Madrid

De acuerdo con el Consejo de Ministros, Vengo en admitir la dimisión que del cargo de Gobernador civil de la provincia de Málaga ha presentado D. Valeriano del Castillo Sainz de Tejada.
Dado en Madrid a veintiuno de Febrero de mil novecientos treinta y seis. NICETO ALCALA-ZAMORA Y TORRES
El Presidente del Consejo de Ministros, Manuel Azaña Díaz.
Gaceta de Madrid — Núm. 53 — 22 Febrero 1936

De acuerdo con el Consejo de Ministros, Vengo en nombrar Gobernador civil de la provincia de Málaga a D. Enrique Valmaseda (Vélez).
Dado en Madrid a veintiuno de Febrero de mil novecientos treinta y seis. NICETO ALCALA-ZAMORA Y TORRES
El Presidente del Consejo de Ministros, Manuel Azaña Díaz
Gaceta de Madrid — Núm. 53 — 22 Febrero 1936

Como se puede comprobar, en la misma fecha aparece en la Gaceta el relevo de Valeriano del Castillo, por Enrique Balmaseda, lo que demuestra la ilegalidad de la toma de la posesión del cargo de José Vázquez Campos. 

LEY DE AMNISTÍA

El nuevo gobierno de Azaña, no fue meramente de gestión hasta la finalización del proceso electoral, sino que empezó de inmediato, antes de tener los resultados definitivos, a aplicar buena parte del programa de Frente Popular pactado entre los partidos que lo conformaban, sobre todo la amnistía para los detenidos por su participación en la revolución de octubre de 1934, eje vital y sentimental del apoyo de las fuerzas anarquistas a su Gobierno.

Ante los motines provocados por los presos comunes, alborotados porque iban a salir los presos políticos y ellos no, y sabiendo que esa misma noche del 19 se habían sublevado los penados de Chinchilla, San Miguel de los Reyes, Santoña y algún otro penal más, Azaña escribe: “Es urgente conceder la amnistía, aunque en el pacto electoral se conviene en someterlo a las nuevas Cortes”.

El pacto electoral hablaba de una Ley de Amnistía, pero el Gobierno, en su primera reunión, el 21 de febrero, hizo uso del Decreto-Ley, cuyo proyecto remitió a la Diputación Permanente de las Cortes anteriores, unas Cortes ya disueltas. Era una medida perfectamente constitucional, para dar legalidad a unas excarcelaciones que ya se estaban produciendo de forma “alegal”.

La imperiosa necesidad de esas medidas cabe apreciarla en el hecho de que recibieron el voto favorable, dada la composición de la Diputación Permanente, de los representantes de las derechas: el Partido Radical, la CEDA e, incluso, diputados monárquicos votaron a favor sin reservas, como “medida de pacificación, conveniente al bien público y a la tranquilidad de la vida nacional, en que están interesados por igual todos los sectores políticos”. La tarde del viernes 21, la Diputación Permanente, aprobó el Decreto-Ley concediendo amnistía “a los penados y encausados por delitos políticos y sociales”.

DECRETO-LEY
Siendo inequívoca la significación del resultado de las elecciones a Diputados a Cortes en cuanto a la concesión de una amnistía por delitos políticos y sociales, en favor de la cual se ha pronunciado la mayoría del Cuerpo electoral, y tratándose de una medida de pacificación conveniente al bien público y a la tranquilidad de la vida nacional, en que están interesados por igual todos los sectores políticos; de acuerdo con el Consejo de Ministros, a propuesta de su Presidente y previa la aprobación de la Diputación permanente de las Cortes,
Vengo en disponer lo siguiente:
Artículo único. Se concede amnistía a los penados y encausados por delitos políticos y sociales. Se incluye en esta amnistía a los Concejales de los Ayuntamientos del País vasco, condenados por sentencia firme.
El Gobierno dará cuenta a las Cortes del uso de la presente autorización.
Dado en Madrid a veintiuno de Febrero de mil novecientos treinta y seis.
NICETO ALCALA-ZAMORA Y TORRES
El Presidente del Consejo de Ministros, Manuel Azaña Díaz.
Gaceta de Madrid — 22 Febrero 1936

En esa misma reunión de la Diputación Permanente, también se corroboró la imposición del «estado de excepción en los términos dictados por el Gobierno», que incluían «el Estado de Guerra en Albacete, Alicante, Zaragoza y Valencia».

El decreto de amnistía, tuvo un posterior desarrollo a finales de abril, una vez constituidas las nuevas Cortes.

Decreto autorizando al Ministro de este Departamento para que presente a las Cortes un proyecto la ley ratificando y ampliando el contenido del Decreto-ley de 21 de Febrero del año en curso sobre amnistía.
Gaceta de Madrid 29 abril de 1936

22 DE FEBRERO. SALIDA DE PRESOS

Desde las diez de la mañana del día 22, hora en que se recibió la comunicación de Madrid, de haberse aprobado la Ley de Amnistía, desde la Audiencia Provincial y desde el Juzgado militar, empezaron a enviar las oportunas órdenes de libertad para todos aquellos presos sociales y políticos que habían sido sometidos a procedimientos civil o militar. El total de ellos se elevaba a 160, la mayoría vecinos de Teba, Cañete la Real y Almargen de donde existían numerosos detenidos por los sucesos de octubre de 1934. Los primeros liberados fueron los presos de Málaga, y entre ellos los socialistas José López Rosas y Juan Ponce Lepe. Fueron puestos en libertad en grupos de cuatro o cinco. El último preso fue liberado a la una de la tarde.

https://cronicasdelvientosolano.blogspot.com/2022/11/octubre-de-1934-segunda-parte-los.html

Sobre las tres y media de la tarde, cuando los presos comunes de la Prisión Provincial, comprobaron que los presos sociales y políticos eran puestos en libertad, se registraron en la cárcel unos incidentes al tratar algunos presos comunes de evadirse. (19360222 012 Diario de Málaga)

Muchas familias organizaron viajes a Málaga, en automóviles y camionetas, para recibir a sus familiares en el momento en que franquearan la puerta de salida de la Prisión provincial (19360223 04 El Popular)



ALMARGEN. LLEGADA DE LOS PRESOS SOCIALES Y POLÍTICOS AMNISTIADOS
El domingo 23, a las dos de la tarde, tuvo lugar la llegada a esta estación de los presos políticos y sociales de este pueblo, que han sido últimamente amnistiados con motivo del cumplimiento de la primera base del programa que se había impuesto el Bloque Popular de izquierdas.
El andén se hallaba completamente abarrotado por el numeroso público que acudió en masa, en unión de los respectivos familiares de los amnistiados, para dar la bienvenida que merecían a quienes supieron perder la libertad por defenderla. Fueron objeto de recibimiento tan singular como simpático y emocionante, seguido de vítores al Bloque Popular y a la República española.
19360226 010 El Popular

DOMINGO 1 DE MARZO. SEGUNDA VUELTA DE LAS ELECCIONES

La segunda vuelta electoral, se efectuó en aquellos sitios donde la lista electoral más votada había recibido menos del 40% de los votos. Esto ocurrió en cinco circunscripciones: las tres provincias vascas, en Castellón y en Soria.

Con el Frente Popular en el poder, y con mayoría parlamentaria asegurada, la importancia de la segunda vuelta parecía secundaria. Las coacciones y el ambiente revolucionario, provocaron la retirada de muchos candidatos derechistas o su derrota, incluso en aquellos lugares en que se había obtenido la victoria parcial en la primera vuelta.

Por eso, en gran medida, los resultados fueron muy favorables al Frente Popular, que revirtió parcialmente los triunfos conservadores en esas provincias: ganó en Castellón y obtuvo las minorías de Álava, Guipúzcoa y Soria, sumando ocho escaños más. El segundo triunfador fue el PNV, que obtuvo siete escaños. El resto, cinco escaños en total, fueron para las derechas. Como resultado, el Frente Popular pudo alcanzar así las 267 actas, por 206 del centro y las derechas.

READMISIÓN DE OBREROS

Uno de los temas más recurrentes en los mítines del Frente Popular durante la campaña electoral, fue la readmisión por los patronos de todos los trabajadores despedidos por huelgas, o por los sucesos de octubre de 1934.
Una vez el Frente Popular en el poder, a finales de febrero, desde el Ministerio de Trabajo se publicó un Decreto relativo a la readmisión forzosa de los obreros, empleados o agentes que hubieren sido despedidos por sus ideas o con motivo de huelgas políticas a partir de 1º de Enero de 1934.

Artículo 1º Todas las entidades patronales, tanto las que tengan a su cargo la explotación y el funcionamiento de servicios de carácter público o asimilados por disposiciones legales, como las de índole privada, se hallan obligadas, desde la publicación de este Decreto, a readmitir a todos los obreros empleados o agentes que hubiesen despedido por sus ideas o con motivo de huelgas políticas, a partir de 1° de Enero de 1934.
Asimismo dichas entidades patronales habrán de restablecer, desde la misma fecha, en sus negocios, establecimientos o talleres las plantillas que estuviesen vigentes en 4 de Octubre de 1934.
[…]
La indemnización que haya de darse por los patronos a los obreros readmitidos por el tiempo que estuvieron privados del ejercicio de su profesión, no podrá en ningún caso ser inferior a treinta y nueve jornales ni superior a seis meses de salarios.
GACETA DE MADRID 1 DE MARZO DE 1936

La readmisión de los obreros despedidos con objeto de reponer las plantillas existentes el 4 de octubre de 1934, supuso el despido a su vez de los que habían sido contratados en el lugar de aquellos. Además debían ser indemnizados, en algunos casos, con seis meses de salario.

Esto dio lugar a múltiples conflictos, como fue el caso que ocurrió en Toledo, donde una viuda tuvo que readmitir, en su modesta explotación, a los asesinos de su esposo. O como el caso que ocurrió en Antequera:

Comunican de Antequera que esta mañana, a causa de la readmisión del carrero José Martín, en la carbonería donde fue despedido, se originó una riña entre el obrero y el dueño del establecimiento, Emilio Cabrera. El carrero sacó una navaja y agredió al dueño, el cual, con una pala, produjo a José heridas leves en la cabeza. La cuestión trascendió a la calle y se promovió tal revuelo que la Guardia civil hubo de intervenir para disolver a los grupos. A consecuencia del suceso, la Sociedad de Carreros Cargadores y Faeneros declaró la huelga, por lo que quedan suspendidos todos los transportes durante 24 horas. 19360321 027 La Vanguardia

15 DE MARZO. COMISIÓN DE ACTAS DEL CONGRESO

El 15 de marzo tuvo lugar la sesión preparatoria de las Cortes, que concluyó con los diputados socialistas y comunistas cantando "La Internacional" y saludando puño en alto. Al día siguiente se celebra la primera sesión ordinaria, siendo elegido Presidente de las mismas, Diego Martínez Barrios. El 17 se constituye la Comisión de Actas, de mayoría izquierdista, catorce diputados del Frente Popular frente a siete de la oposición, siendo presidida por el socialista Indalecio Prieto.

Ese día empezaron a discutirse las actas denunciadas ante la Junta Central, eran nada menos que los resultados de treinta y cinco circunscripciones, del total de sesenta.

Los primeros dictámenes se tomaron casi por unanimidad y con criterios jurídicos impecables, solventando sin problemas muchas impugnaciones. Pero la discusión de las actas de Cáceres, La Coruña y Pontevedra, donde sí había evidencias palmarias de fraude que afectaban a las izquierdas, fueron objeto de una dura discusión, que acabó con la imposición del dictamen favorable por parte de la mayoría del Frente Popular, y pese a las críticas de la oposición en minoría.

Los conservadores consideraron inadmisible las operaciones de la Comisión de Actas, y el 31 de marzo se retiraron de la Comisión Manuel Giménez Fernández de la CEDA, José María Lamamié de Clairac de la minoría Tradicionalista y Antonio Goicoechea con la minoría de Renovación Española, dejando clara su discrepancia con el doble criterio utilizado por la mayoría, que en unos casos utilizaba criterios estrictamente jurídicos y, cuando éstos no le resultaban convenientes, recurría a la “convicción moral”.

Según palabras del diputado Manuel Giménez Fernández, el uso partidista de las instituciones estaban convirtiendo al Gobierno y a la mayoría parlamentaria, en los verdaderos promotores del fascismo: «Vais a convencer a los demás de que la lucha legal no es posible, de que hay que ir a la lucha antilegal, y eso sí que constituye un mal terrible para la democracia y la República».

El grado de acritud de esa ruptura llevó a la dimisión del socialista Indalecio Prieto como miembro de la Comisión de Actas, en evidente desacuerdo con sus decisiones, y en clara demostración de la fuerza de la izquierda socialista frente a sus camaradas más centristas.  En una nota, fundamenta la dimisión en

El temor de que no pueda ser tan absoluta mi conformidad en algún dictamen de los aún no emitidos. Y sospechando que mi convicción discrepante llegue a ser tan profunda que me impida sostener con mi firma y con mi palabra lo que a ella se oponga, abandono este puesto

Le sustituyó en la presidencia, el diputado malagueño Emilio Baeza Medina de Izquierda Republicana, el partido de Manuel Azaña.

La situación en la Comisión de Actas, llegó a ser tan grave que la mayoría de izquierdas, tuvo la tentación de dejar sin escaño a Gil-Robles, a Calvo Sotelo y a otros destacados líderes de la oposición. Una circunstancia que forzó al propio Niceto Alcalá-Zamora a advertir a Azaña el día 2 de abril: «expulsar a los dos jefes de la oposición equivaldría a suprimir el régimen parlamentario».

No se llegó a tal extremo, pero ciertamente el balance del debate de actas en el Congreso en esos meses de 1936 fue manifiestamente desequilibrado. Fue una sobreactuación de los vocales del Frente Popular innecesaria, que no hizo más que enturbiar y distorsionar unos resultados electorales que, en altísimo porcentaje, procedían de votaciones limpias. Ese sectarismo en la Comisión de Actas reforzó abusivamente la ya notable mayoría electoral del Frente Popular en las Cortes.

Por fraudes atribuidos a las derechas durante la emisión de los votos, se declararon nulas las elecciones de Cuenca y Granada, sin admitir la Comisión ninguno de los recursos ante las clarísimas intromisiones del Frente Popular en otros lugares. Las izquierdas tampoco consintieron en investigar los robos de actas. Dichas anulaciones, se fundaron en criterios partidistas y, ante la falta de pruebas, hubo de recurrirse al argumento de las «convicciones morales».

A espera del resultado de estas elecciones, el 3 abril quedaba constituida definitivamente una Cámara con la siguiente composición: 265 diputados para las izquierdas; 133 para las derechas; 24 para los partidos de centro, y 21 puestos vacantes pendientes de elección. El Frente Popular disponía ya de mayoría absoluta, pero no conseguía los tres quintos de la cámara (284 escaños), necesarios, según el artículo 82 de la Constitución, para derribar al Presidente de la República

A comienzos de mayo se repitieron las elecciones en Cuenca y Granada. Las presiones fueron tales que en Granada las derechas se retiraron y, en medio de enormes dificultades, concurrieron en Cuenca donde se registró un triunfo del Frente Popular fruto de las coacciones y el fraude. Estas elecciones otorgarían otros diecisiete diputados más al Frente Popular.

La CEDA pasó de 101 diputados electos a 88 tras el proceso de revisión y anulación de algunas candidaturas y elecciones provinciales.

VICTIMAS DURANTE EL PROCESO ELECTORAL

Según Álvarez Tardío y Villa García, autores del libro “1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular” (pp. 344):

“El orden público, no llegó a restablecerse ni con los nuevos gobernadores civiles, ni con la promulgación de la amnistía, ni con la readmisión de los obreros. Entre el día 21 de febrero hasta el día 1 de marzo de 1936, jornada de celebración de la segunda vuelta (10 días), hubo nada menos que 23 muertos y 51 heridos graves. Sumadas a las víctimas de los días 19 y 20, daban un total de 129 muertos y heridos graves, a una media de doce al día”.

Los episodios violentos de mayor frecuencia durante esa semana previa a la segunda vuelta, fueron aquellos que más contribuían  a generar una sensación de intimidación entre los conservadores: los ataques a sus sedes; las agresiones antirreligiosas; los atentados a adversarios políticos, que se cobraron la vida de ocho personas; y, finalmente, los enfrentamientos entre grupos rivales, que produjeron diez muertos”

La mayor parte de las víctimas se registraron entre el 19 y el 20 de febrero, ya con Azaña al frente del Ejecutivo y empezando a gobernar con resolución. Y, significativamente, el 62% de los muertos registrados entonces lo fueron por «disparos de las fuerzas del orden», que cumplían las órdenes de mantener la paz pública. Sólo el restante 38% murió como resultado de choques entre grupos izquierdistas y derechistas, sin intervención policial o de la Guardia Civil (pp. 317-318).

El 17 de marzo, Manuel Azaña escribe a su cuñado Cipriano Rivas:

Antes de contar más cosas, intercalo mi negra desesperación. Hoy nos han quemado Yecla: Siete iglesias, seis casas, todos los centros políticos de derecha y el Registro de la propiedad. A media tarde, incendios en Albacete, y Almansa. Ayer, motín y asesinato en Jumilla. El sábado, Logroño; el viernes, Madrid: Tres iglesias. El jueves y el miércoles, Vallecas… Han apaleado, en la calle del Caballero de Gracia, a un comandante, vestido de uniforme, que no hacía nada. En Ferrol, a dos oficiales de artillería; en Logroño acorralaron y encerraron a un general y cuatro oficiales… Lo más oportuno. Creo que van más de doscientos muertos y heridos desde que se formó el gobierno y he perdido la cuenta de las poblaciones en que han quemado iglesias y conventos”.

Para saber qué ocurrió, ese día después de cerrar los colegios electorales, nada mejor que el testimonio del presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, publicado el 17 de enero de 1937 en el periódico suizo “Journal de Geneve”, en el que sintetiza las irregularidades cometidas por el Frente Popular entre las elecciones y su propia destitución:


« […] Al principio se creyó que el Frente Popular resultaba vencido. Pero cinco horas después de la llegada de los primeros resultados, se comprendió que las masas anarquistas, tan numerosas y que hasta entonces se habían mantenido fuera de los escrutinios, habían votado compactas. Querían mostrar su potencia, reclamar el precio de su ayuda: la paz, y tal vez, la misma existencia de la Patria.
A pesar de los refuerzos sindicalistas (se refiere al partido Sindicalista), el Frente Popular obtenía solamente un poco más, muy poco, de doscientas actas, en un Parlamento de cuatrocientos setenta y tres diputados. Resultó la minoría más importante, pero la mayoría absoluta se le escapaba. Sin embargo, logró conquistarla consumiendo dos etapas a toda velocidad, violando todos los escrúpulos de legalidad y de conciencia.
Primera etapa: Desde el diecisiete de febrero, incluso desde la noche del dieciséis, el Frente Popular, sin esperar el fin del recuento del escrutinio y la proclamación de los resultados, la que debería haber tenido lugar ante las Juntas Provinciales del Censo en el jueves veinte, desencadenó en la calle la ofensiva del desorden, reclamó el Poder por medio de la violencia. Crisis: algunos Gobernadores Civiles dimitieron. A instigación de dirigentes irresponsables, la muchedumbre se apoderó de los documentos electorales: en muchas localidades los resultados pudieron ser falsificados.
Segunda etapa: Conquistada la mayoría de este modo, fue fácilmente hacerla aplastante. Reforzada con una extraña alianza con los reaccionarios vascos, el Frente Popular eligió la Comisión de validez de las actas parlamentarias, la que procedió de una manera arbitraria. Se anularon todas las actas de ciertas provincias donde la oposición resultó victoriosa; se proclamaron diputados a candidatos amigos vencidos. Se expulsaron de las Cortes a varios diputados de las minorías. No se trataba solamente de una ciega pasión sectaria; hacer de la Cámara una convención, aplastar a la oposición y sujetar el grupo menos exaltado del Frente Popular. Desde el momento en que la mayoría de izquierdas pudiera prescindir de él, este grupo no era sino el juguete de las peores locuras.
De este modo las Cortes prepararon dos golpes de estado parlamentarios. Con el primero, se declararon a sí mismas indisolubles durante la duración del mandato presidencial. Con el segundo, me revocaron. El último obstáculo estaba descartado en el camino de la anarquía y de todas las violencias de la guerra civil». 

El fraude en el proceso de escrutinio de los votos fue claro y probado en distinto grado en varias circunscripciones, al menos ocho del total de sesenta, y tuvo su efecto distorsionador en la distribución final de escaños parlamentarios.


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