EL CONTRABANDO Y LOS MATUTEROS

 

Matuteras

“…las matuteras de Gibraltar. Desde Algeciras a Bobadilla, el estraperlo era el rey. Cuántas historias conocen esos trenes, cuánto mercadeo en los vagones, cuántas vergonzantes transacciones de algunos salidos y lúbricos revisores en los inmundos servicios para que pudieran pasar las pobres mujeres unos plátanos y un poco de café, su marido en la cárcel, o alcoholizado o tuberculoso, y ocho churumbeles esperando la llegada de la mamá procedente de Algeciras. Habrá que hacer una oda a las matuteras del pí..., píí…,pííí…, cuando al tomar el tren la curva de la Silleta comenzaban a caer a la vía bultos sospechosos recogidos por otros bultos más sospechosos aún, camuflados, pegados al terreno como nuestra fiel infantería, para que la guardia civil en pareja no detectara la operación".

Alfonso Valencia Lozano

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Poco tiempo antes de que ocurrían los sucesos de «El Almirez» en la sierra de la Camorra, se producía a finales de noviembre de 1934, la aprehensión en «Las Pilillas», por parte de los Carabineros del puesto de Campillos, de una partida de tabaco de contrabando. La noticia apareció en el Heraldo de Madrid, el 31 de enero de 1935. En el artículo, describen como se realizó el servicio, y realizan una entrevista al brigada D. Eugenio Jiménez Fernández, que era el jefe del puesto.

Me he decidido a publicar el artículo en el Blog por diversos motivos. Porque en él se alaba la acción de los Carabineros de Campillos, un cuerpo que a diferencia del de la Guardia civil, tiene muy pocas referencias, por no decir ninguna, en los libros o artículos que hablan de la historia del pueblo. Porque también trata y define muy bien la actividad de los matuteros, un oficio desconocido para la población menor de cincuenta años, y que en Campillos, durante los siglos del XVIII al XX, lo desempeñaron muchas personas, principalmente mujeres, que hicieron del contrabando un modo de vida.

Al final de la crónica reproduzco íntegro el artículo del Heraldo de Madrid

EL CONTRABANDO Y LOS MATUTEROS

Se llama matutero a la persona que se dedica a introducir matute, y el matute lo define la R.A.E. como: “Introducción de géneros en una población sin pagar el impuesto de consumos”. El impuesto sobre consumos se remonta al reinado de Felipe II. El monarca autorizó al municipio de Madrid, el cobro de un pequeño impuesto a determinadas mercancías que se introducían en la capital para sufragar obras de mejora de la ciudad. Este impuesto se fue aplicando en otras ciudades de España, y pasó a ser el principal ingreso en las arcas municipales.

La palabra matute es un derivado de matutino y parece que se utilizó por primera vez en Murcia en el siglo XVII, y hacía referencia a los matuteros, que eran las personas que intentaban introducir “de matute” mercancías en la ciudad antes de que amaneciera. La utilización de la expresión matutero se expandió por toda España, referida al pequeño contrabandista.

En la baja Andalucía, el matute está íntimamente ligado a la colonia de Gibraltar. El matute se inicia con la ocupación por los británicos de Gibraltar en 1704 y con la firma del Tratado de Utrech en 1713.

Pero fue a partir de mediados de siglo XVIII cuando el contrabando adquirió un gran desarrollo, convirtiéndose en un medio alternativo, muy utilizado, para realizar comercio desde Gibraltar hasta Algeciras. El origen de este intenso contrabando obedecía especialmente a los elevados aranceles que habían de abonar las mercancías extranjeras al pasar por nuestras fronteras.

Durante los siglos XVIII y XIX el contrabando fue tolerado y estimulado por las autoridades británicas, las cuales lo usaron como instrumento de presión en momentos en los que las relaciones con España, por cualquier motivo, se enturbiaban. Dicha política, acabó socavando las endebles estructuras del comercio legal en la bahía de Algeciras y en los pueblos que la rodean. Pero no solo era lesivo para la economía de la zona, era también, uno de los grandes agujeros de la Hacienda pública española. Los esfuerzos de la Administración para atajar la actividad fraudulenta colisionaban con la realidad de una zona con una economía deprimida.

Los contrabandistas eran personajes cercanos y familiares para los habitantes de la sierra de Ronda, que comerciaban con todo tipo de productos que, saltándose a las autoridades, introducían desde Gibraltar, sin pagar impuestos.

El contrabando desde Gibraltar, en especial el de pequeñas mercaderías, que es el típico de la zona, dio la posibilidad de supervivencia a muchas familias de esta tierra. Café, especias, azúcar, jabones, medias, mantequilla y sobre todo tabaco, eran objeto de encargos a los matuteros, que los transportaban amparados por la noche, la mayor parte de las veces en los serones de las recuas de mulos o burros, o en las mochilas a espaldas de los más fuertes, o en los cestos de las matuteras.

Las condiciones geográficas de la sierra de Ronda, facilitaba el tráfico clandestino, favoreciendo, en caso necesario, la huida de los contrabandistas y el escondite seguro de las mercancías.

EL CUERPO DE CARABINEROS

Para combatir el contrabando, realizar la vigilancia de costas y fronteras, y para la represión del fraude fiscal, el rey Fernando VII creó mediante un Real Decreto, publicado en la Gaceta de Madrid el martes 31 de marzo de 1829, el cuerpo de Carabineros. Era, por tanto, más antiguo que la Guardia Civil, que se creó en 1844.

Dependía del Ministerio de Hacienda, aunque en lo referente a su organización, en cuanto a régimen de personal y jurisdicción, lo sería del Ministerio de la Guerra. Para garantizar su éxito, se le dotó por tanto de una naturaleza militar. Estaba presente, en todas las fronteras terrestres, en las provincias marítimas y en Madrid.

En el preámbulo del mencionado Real Decreto decía:

«El contrabando, por consiguiente, constituye un delito o un robo del Estado, además de que por la extensión que ha logrado, y la combinación de los medios y formas que ha llegado a emplear, ha preparado resultados muy funestos, y degenerado en oprobio del honor y del amor a la patria. […] Para hacer la guerra al contrabando, para prevenirlo o atacarlo vigorosamente en sus puntos de generación, y perseguirlo en todas sus direcciones hasta su exterminio, es menester establecer un sistema homogéneo, concentrado y vigilante, bajo un pie militar de servicio activo, que la practica enseña, no debe esperarse de su mezcla y confusión con la dirección y servicio sedentario de recaudación de las rentas. Es necesario para oponer defensas adecuadas a la fuerza de los ataques, apelar a la adopción de un sistema represivo, semejante al que tiene recomendado la experiencia para proteger los habitantes en sus comunicaciones y seguridad interior. Solo la formación de un cuerpo militar especialmente aplicado a destruir el contrabando, organizado con sus buenas condiciones militares, y no heterogéneamente compuesto, dirigido y mandado por jefes familiarizados con el mando, la rapidez del servicio y la disciplina, fundado sobre el honor militar,… »

Como vemos, se hace una mención explícita del honor militar, presentándolo como una garantía moral frente a las tentaciones que recibían los Carabineros, durante la prestación del servicio de vigilancia. Era habitual que los contrabandistas intentasen sobornar a quienes tenían la obligación de perseguirles.

El cuerpo de Carabineros, convivía en muchas ciudades y pueblos, con el de la Guardia civil. Actuaban coordinadamente. Las instrucciones que recibían los Carabineros se realizaban siempre por conducto de los gobernadores civiles que se dirigirían a los respectivos jefes de Comandancia. Asimismo las informaciones que consiguiera el personal de Carabineros, y las intervenciones que realizasen en relación con el orden público, las debían poner en conocimiento de los jefes de las fuerzas de la Guardia Civil más próximas, quienes, sin perjuicio de adoptar las medidas procedentes que se requirieran, las debían transmitir al gobernador civil de la provincia.

Cuando se alteraba el orden público en las localidades donde coincidiesen fuerzas de la Guardia Civil y de Carabineros, ambas deberían coordinar sus servicios y prestarlos con sujeción a sus reglamentos y bajo sus respectivos mandos, salvo que las circunstancias requirieran una acción militar conjunta, en cuyo caso tomaría el mando de toda la fuerza el de mayor graduación de ambos Cuerpos, actuando con arreglo a los preceptos de la legislación militar entonces vigente.

Tras la Guerra Civil, en 1940, el cuerpo de Carabineros desaparecería, siendo integrado dentro de la Guardia Civil, que asumió todas sus funciones.

LOS VIAJEROS ROMÁNTICOS

Andalucía era para los viajeros románticos un lugar insólito, y descubrirla constituía una maravillosa experiencia aventurera. Su paisaje montañoso y multicolor, sus recónditas y arriesgadas sendas, sus pueblos y ciudades, sus misteriosas ruinas, atrajeron la sed de aventura y la moda viajera de unos europeos que huían del racionalismo y la modernidad.

Dichos viajeros europeos, ávidos de conocer y vivir experiencias, cabalgaron a lo ancho y largo de la serranía de Ronda, en busca de contrastes y exotismo. Por el camino se encontraban con los arrieros, contrabandistas y bandoleros que poblaban los caminos, los cuales eran para los viajeros, los protagonistas principales de la atmósfera legendaria que envolvía a la Andalucía romántica.

Son numerosos los viajeros, principalmente británicos, a los que llamó la atención el fenómeno del contrabando y los grandes beneficios que Gibraltar obtenía por medio de este comercio ilegal. Se sorprendían ante la indigencia y miseria que observa en los pueblos españoles, en comparación con la opulencia y riqueza de la colonia británica.

En 1862, el pintor y dibujante Gustave Doré convenció al barón Charles Davillier para emprender juntos un largo viaje por España. Los dos artistas acordaron ir enviando sus impresiones del camino a la editorial francesa Hachette, que publicaba una famosa revista de viajes, Le Tour du Monde. Las colaboraciones de los dos turistas fueron apareciendo por entregas desde 1862 hasta 1873. Davillier y Doré presentaban en sus artículos, una España diferente. Las descripciones de Davillier conducían al lector por una España real, ajena al tópico, sobre todo en la exposición directa de la vida cotidiana. Y la prodigiosa visión del dibujante G. Doré, sumergía al espectador por los caminos de la ensoñación. En 1874, la editorial Hachette reunió en el libro Viaje por España todos los capítulos que había publicado.


Sobre el contrabandista en la serranía de Ronda, decían:

«El tipo más curioso de la Serranía de Ronda es el contrabandista. Estas montañas abruptas, surcadas por senderos a menudo impracticables, incluso para las mulas, están recorridas en todos los sentidos por ágiles y atrevidos serranos que van a aprovisionarse a Gibraltar, ese gran almacén que Inglaterra abastece sin cesar de mercaderías de desecho destinadas a ser introducidas en España y que hacen la fortuna de los contrabandistas, pues trabajan de ordinario con productos gravados en España con más de un 30%, lo que les deja, como se ve, un honrado margen. En una venta cercana a Gaucín, un contrabandista les descubre los misterios de su aventurado oficio: La primera operación del contrabandista consiste en ir a abastecerse a Gibraltar. Casi siempre son judíos los que se encargan de proveerles de las mercancías necesarias: muselinas, sedas y sobre todo cigarros y tabaco. Entrar las mercancías en territorio español es lo dificultoso, que resuelve el corredor, personaje que vive en Gibraltar, donde se ha refugiado para evitar la acción de la Justicia por algunos pecadillos, dos o tres asesinatos por ejemplo.»

La misión del corredor consistía, en allanar las dificultades que los carabineros podrían poner a la introducción del contrabando en territorio español.

«Para ello se ponen de acuerdo con el Comandante de Carabineros, que establece un precio según la naturaleza de las mercancías [...] los contrabandistas están en buena armonía con las autoridades de los pueblos que atraviesan [...] llegado al término de su viaje, entregan la mercancía a sus corresponsales.»

Raro era el día en que no hubiese un encuentro, incluso armado y con muertos de por medio, entre contrabandistas a caballo con cargas de tabaco, café y azúcar, y el cuerpo de la Guardia civil o de Carabineros.

«La guardia civil del puesto de Estepa (Sevilla) tuvo noticia de que en la mañana del día 1º iba a verificarse en la villa de Almargen, la entrega de 35.000 reales a los secuestradores del joven Enrique Rubio, vecino del Arahal, y con objeto de capturar a los criminales, se apostaron varias parejas en las inmediaciones de la población.

Algún tiempo  después, avanzaron hacia el sitio vigilado dos jinetes, y dad con repetición por la fuerza de la guardia civil la voz de “alto”, emprendieron la fuga, visto lo cual se les hizo fuego resultando muerto uno de los desconocidos y gravemente herido su compañero.

Practicado inmediatamente el reconocimiento de las víctimas, se observó con sentimiento que los dos individuos, lejos de ser los malhechores, eran unos infelices, naturales de Campillos, que conducían sal de contrabando.»

18700812 La Correspondencia de España

Un mes antes de este desgraciado suceso, había sido secuestrado el joven de 17 años, Enrique Rubio. Así lo recogió la prensa:

«D. Enrique Rubio fue sorprendido por tres hombres a caballo en la hacienda del Pilar, a media legua escasa de la citada villa. El secuestrado es hijo de D. Manuel Rubio, acomodado labrador en El Arahal y de edad de 17 años, según nuestras noticias. Los malhechores fingieron pertenecer a la Guardia rural, y a la una de la madrugada del viernes perpetraron el hecho, maltratando a un criado de confianza de D. Enrique y llevándose a este a la grupa del caballo del que parecía jefe de los bandidos.»

18700712 003 La Época

El joven fue encontrado vivo por una pareja de la Guardia civil en La Puebla de Cazalla, pocos días después del incidente con los contrabandistas de Campillos, siendo detenidos los cinco secuestradores.

18700816 004 Diario oficial de avisos de Madrid
18700825 004 La Esperanza.

He encontrado en la prensa varias actuaciones de los Carabineros de Campillos contra el contrabando de tabaco.

Por el sargento segundo Julián Salazar Paz, jefe del puesto de Campillos y tres carabineros a sus órdenes, fueron aprehendidas la noche del 9 del actual (octubre), tres caballerías mayores con ocho bultos de tabaco de contrabando.

18821016 Gaceta Universal.

Por el carabinero Juan Martín Notario, perteneciente al punto de Campillos, se efectuó el día 26 del anterior (noviembre) en el molino de D. Félix, carretera de Málaga, la (aprehensión) de un bulto que contenía tabaco de contrabando.

18831213 Gaceta Universal

LA CREACIÓN DE LA COMPAÑÍA ARRENDATARIA DE TABACOS

En 1887 (ley de 22 de abril) se creó la Compañía Arrendataria de Tabacos (CAT). Era una empresa privada, participada mayoritariamente por el Banco de España, a la que se le otorgaba la concesión de gestionar el monopolio de fabricación y venta del tabaco en todo el territorio nacional. El Estado recibiría un canon fijo garantizado de 90 millones de pesetas anuales durante, al menos, el primer trienio.

La CAT, viendo el incremento que iba tomando el contrabando de tabaco en el Campo de Gibraltar, lo que atribuía al abandono en el que se hallaba el servicio de guarda costas, a consecuencias de las continuas supresiones de buques y personal realizadas por el gobierno, decidió la creación de un grupo con empleados propios a los que les confió la vigilancia y represión del contrabando de tabaco. Era por tanto un grupo de vigilantes privados. Por el color de sus uniformes, eran denominados popularmente como «blanquillos».

En el diario “El Correo Militar” del 24 de mayo de 1895. Habla de los «blanquillos» como empleados de una empresa particular, que provocaban continuos roces con la fuerza de la Guardia civil y con los Carabineros

Parece que los empleados del resguardo que allí ha creado la Compañía Tabacalera, y a los cuales llaman blanquillos, no reconocen más ley ni más autoridad que la que de sus personas emana, y haciendo alarde de facultades que no tienen, […] y se permiten además discutir y desobedecer a la Guardia civil cuando ésta interviene, en cumplimiento de su deber, para evitar tales abusos.

Por lo que respecta a los Carabineros, tienen que sufrir la “inmixtión” de esos empleados en operaciones que sólo a ellos y a los del cuerpo pericial de Aduanas compete, viendo como se colocan a su lado para vigilar los registros, y como se atreven a poner las manos encima de los pasajeros, y hasta zarandear a las mujeres de quienes sospechan pueden llevar oculto algún tabaco.

Los «blanquillos» estaban muy mal vistos por el pueblo, que se quejaba del celo y la vigilancia, que rayaba el exceso, pues se llegaba a quitar al pasajero que venía de Gibraltar hasta dos o tres cigarrillos que traía en la petaca o en el bolsillo para su uso.

EL TREN ALGECIRAS - BOBADILLA

A finales del siglo XIX, con la puesta en servicio del tren de Algeciras a Bobadilla, y de los barcos que hacían el trayecto desde Gibraltar a Algeciras, fue creciendo un contrabando de poca monta, que llegó a denominarse «de hormigas», porque era realizado por numerosos matuteros que portaban pequeñas cantidades de género en cada viaje. Eran personas que recurrían al contrabando como una forma de supervivencia y frente al cual las autoridades locales mantenían una actitud pasiva, cuando no de evidente colaboración con el fenómeno que, en teoría, debían perseguir. La inauguración del tren, supuso un antes y un después en las relaciones comerciales con la colonia.

El tránsito de tabaco, café, jabones, azúcares y harinas, chocolates y licores, telas y lanas, era constante en el tren que salía al amanecer de Ronda y volvía de noche de Algeciras. No era difícil encontrar mujeres con las enaguas cargadas de mercancías y con grandes bultos por los que, a veces, pagaban precios extra, cuando no otros favores, a los revisores y a los Carabineros.

Cuando el tren se aproxima a la sierra de Grazalema, el curso del Guadiaro se encaja en un valle estrecho y sombrío entre las poblaciones de Jimera de Líbar y Benaoján. El antiguo camino que conduce a Ronda, discurre en paralelo con la línea férrea y el río.

Este tramo, antes de llegar a la estación de Benaoján, era uno de los puntos establecidos por los contrabandistas para arrojar por la ventanilla del tren los sacos con la mercancía, que eran rápidamente recogidos por los hijos y familiares. Posteriormente, las matuteras se encargaban de transportar los paquetes e introducir el género en casas y comercios.

OTROS VIAJEROS A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

El escritor y político, Vicente Blasco Ibáñez realizó a finales de julio de 1904 un viaje por la provincia de Cádiz, por Gibraltar y Tánger, preparando material para su futura novela “La Bodega que publicaría en 1905. La obra tiene lugar en Jerez y se desarrolla en el ambiente de las bodegas andaluzas. En ella refleja el entorno y los problemas del campo andaluz.

Llegado a Valencia, en agosto, después del viaje, publicó en el diario republicano “El Pueblo”, una serie de artículos relatando sus impresiones del viaje. El primero lo tituló “En la sierra” y lo publicó el 3 de agosto de 1904. 

Llevaba tres días de marcha a caballo por la serranía. Había visitado la campiña de Jerez, Arcos de la Frontera, Ubrique, y se dirigía hacia Algeciras.

«Una tarde, el calor nos obligó a detenernos en una choza al bordo de la vereda. Era una mísera vivienda, poco más alta que un hombre, con paredes de piedra y ramaje, y el techo de cortezas de alcornoque. La puerta era un agujero por el que había que entrar casi a rastras. Bajo un sombrajo de ramas de pino, una mesita con una botella de aguardiente y un botijo, indicaba que aquella choza, solitaria, quería ser un ventorrillo al borde de un camino per donde nadie pasa. Una vieja nos miró echar pie a tierra, con ojos fijos, que revelaban hostilidad. Éramos cuatro, y nos sirvió otras tantas copas sin decir palabra. Con la curiosidad del observador, me asomé al agujero que servía a la par de puerta y ventana a la choza.

—¡Mie usted!—gritó la viaja con voz colérica, en su acento de la sierra—¡Mie usted todo lo que guste! Ná encontrará. Probeza ná más. Aquí no hay más que jambre... ¡mucha jambre!

Comprendimos en la mirada y en el tono de la vieja, que nos tomaba por enemigos, e intentamos excusarnos. Pero ella atajó nuestras explicaciones. Hacíamos bien cumpliendo nuestra obligación: cada uno a su oficio; sólo que ciertos oficios merecían un par de tiros por ser contra los probes.

—¿Pero por quién nos toma usted, señora? Ella me miró burlona y hostil. Ya nos conocía por nuestras barbas y nuestros trajes que no eran de la sierra.

—¿Por quién los he de tomar? Ustés son blanquillos y quieren ver si algún probe ha escondío aquí argo. Busquen, huelan, que ná encontrarán. ¡Jambre ná más! ¡Miseria!...

La vieja nos creía del resguardo de la Tabacalera, los únicos jinetes que pasaban de día por aquella vereda desierta, los “blanquillos” que se apostan en las gargantas de la sierra aguardando a los contrabandistas que vienen de Gibraltar. Por la noche era cuando pasaban los únicos parroquianos del ventorrillo desierto: los caballistas, llevando en las ancas de sus fuertes corceles el par de fardos, y cruzada en la silla la escopeta amartillada; los pobres mochileros que en Algeciras o en La Línea se echan la espalda tres arrobas de tabaco, y con esta cruz abrumadora realizan una marcha de dos días por los montes, siguiendo caminos de águila, ocultándose cuando sale el sol para emprender de nuevo la caminata al llegar la noche, siempre por lugares abruptos que otros no se atreverían a cruzar en plena luz.

Uno de los que venían conmigo me explicó esta vida de sobresaltos y miserias por haberla hecho en su juventud. La cadena de montes que veíamos entre nosotros, todo el oleaje de cumbres que se extendía hasta el mar, guardaba en sus repliegues innumerables dramas de la lucha por la vida. El gañán enérgico y de alguna iniciativa, agobiado por la existencia mísera de los cortijos, busca su salvación en el contrabando. La mochila de tabaco puede proporcionarle una ganancia de unos cuantos duros. Contando los días que emplea para ir de vacio por los caminos de la sierra hasta Gibraltar y las noches que necesita para volver cargado, su jornal diario apenas si llega a tres pesetas; pero prefiere exponer su vida por esta cantidad, a seguir con los dos reales y medio, y los tres gazpachos del cortijo. En cada garganta de la sierra le esperan emboscados los carabineros; los jinetes de la Arrendataria le dan caza como si fuese un corzo apenas desciende a una vereda practicable, y en su afán de huir del hombre, se arrastra encorvado bajo el peso de su jiba de tabaco por alturas que de día sólo son holladas por las cigüeñas. Los cuervos, al verle pasar, adivinan que algún día podrá servirles de festín cuando lo encuentren aplastado en el fondo de un precipicio.

Un tropiezo con los representantes de la ley supone la quiebra del negocio, la pérdida del tabaco que representa todo su capital, y las más de las veces una paliza bárbara en el silencio. de la noche, en la soledad salvaje de la sierra, lejos de todo amparo, como si en la tierra hubiese muerto de pronto la civilización, vengándose la autoridad en el pobre mochilero, en el paria del contrabando, del miedo que la hacen pasar los aristócratas de !a defraudación, los audaces caballistas, varones fuertes que tienen confianza en las patas de sus corceles y en lo certero de su escopeta».

19040803 El Pueblo

Otro viajero fue el misionero protestante escocés Alexander Stewart, que en su libro In Darkest Spain” publicado en 1927, describe como era este tipo de contrabando, y que él pudo observar en el viaje que realizó en uno de los barcos, desde Gibraltar hasta Algeciras en 1912:

«Durante los treinta y cinco minutos que tarda la travesía, se podía contemplar a estos hombres y mujeres afanosamente ocupados en repartir, escondiéndolos por todo el cuerpo, artículos y paquetes de tabaco, usando para ellos, además de los bolsillos secretos, los lugares más inverosímiles, tales como las botas, las gorras, los sombreros; y las mujeres, incluso las medias, los pañuelos y las mantillas. En el momento de tocar el puerto de Algeciras, algunas mujeres, con sus cuerpos más voluminosos de lo presumible, se notaban tan pesadas que muy dificultosamente podían descender por las escalerillas del vapor.

Esperando la llegada del barco había en el muelle de Algeciras, que por aquel entonces era de madera, un grupo de oficiales, policías, carabineros, así como otros funcionarios cuyo especial deber era prevenir el contrabando. Tan pronto como el vapor tocó el malecón y apenas los de la segunda clase se disponían a desembarcar, cuando a bordo unos suboficiales de aduanas, los cuales vestían uniformes de marino con paramentos rojos y sables colgando de sus costados, rápidamente descendieron al departamento de proa, donde ya los contrabandistas estaban esperándolos con varios de sus artículos preparados como obsequios.

Los oficiales escondieron aceleradamente cuanto pudieron en sus zamarras, gorras y otras partes del uniforme. Cuando se hubieron cargado de todo cuanto podían convenientemente llevar, dejaron a los matuteros bajar con el resto del contrabando».

EL CUERPO DE CARABINEROS EN CAMPILLOS

En 1935 en Andalucía había cuatro de las quince Zonas en que se dividía el territorio nacional, a efectos de la estructura del cuerpo de Carabineros:

  • 4ª Zona, que tenía las Comandancias de Almería y Granada.
  • 5ª Zona, que tenía las Comandancias de Málaga y Estepona
  • 6ª Zona, que tenía las Comandancias de Algeciras y Cádiz
  • 7ª Zona que tenía las Comandancias de Sevilla y Huelva

La Comandancia de Estepona, perteneciente a la 5ª Zona, al frente de la cual estaba el teniente coronel Carlos Florán Casasola (59 años), tenía tres compañías:

  • 1ª Compañía en Ronda
  • 2ª Compañía en Estepona
  • 3ª Compañía en Marbella

En Ronda estaba la 1ª Compañía de la Comandancia de Estepona. Al mando de la misma estaba el capitán Ignacio Grau Altés (43 años).

Estaba compuesta por cinco Secciones (una de ellas de caballería ubicada en Ronda). En la Primera Sección estaban los puestos de Ronda, Faraján, Arriate, Almargen y Campillos. En el total de las cinco Secciones de Ronda, había quince puestos. Al frente de la sección de Campillos estaba el brigada Eugenio Jiménez Fernández.


Heraldo de Madrid 31 de enero de 1935

LOS CARABINEROS DEL PUESTO DE CAMPILLOS HAN APREHENDIDO CINCO CABALLERÍAS CARGADAS DE TABACO.

En un bello y apartado rincón de la provincia de Málaga descansa, como un nido de ensueño, el pueblo de Campillos. Sus casas blancas como palomas, algo envejecidas, apoyadas unas y otras se prestan una solidaridad que para sí quisieran los hombres. Sus moradores, al margen de las luchas políticas y sociales, con esa gracia y esa alegría propias del campesino andaluz, se lanzan desde muy temprano a la conquista del pan. Mujeres, muchas mujeres guapas y hermosas, envueltas en sus viejos mantones, invaden los olivares, mientras los yunteros remueven con sus arados las entrañas de la tierra.

Pues bien, en ese típico pueblo andaluz, situado a veinticinco kilómetros del famoso pantano de El Chorro, obra del ex conde de Guadalhorce, los carabineros del puesto, a las órdenes del brigada don Eugenio Jiménez Fernández, han prestado dos servicios que por la forma en que se realizaron y también por su importancia son dignos de elogio.
El día 29 de noviembre, cumpliendo órdenes de la superioridad, el jefe del puesto estableció un servicio de emboscada en la partida denominada “Las Pilillas”, con los carabineros Nemesio Pérez, Juan Montes y José Caravaca. A las once de la noche, hora en que la población dormía, éstos hombres, convenientemente pertrechados, abandonaron su hogar. Dos horas de penosa marcha entre zarzales y malezas hasta el lugar del acecho.
Apostados en un lugar estratégico de la sierra, percibieron, con la consiguiente emoción, un ruido lejano en el silencio de la noche. A tales horas no podía tratarse sino de contrabandistas. Conteniendo la respiración, esperaron y pronto descubrieron las siluetas de unas caballerías que, rendidas por el cansancio, avanzaban lentamente por el sendero con su carga preciosa de tabaco. Cuando los carabineros los tuvieron al alcance de la mano, el preferente, terror de los contrabandistas de la comarca, les dio el alto. Se arma el barullo consiguiente, suenan unos disparos hecho por los carabineros para intimidar, por el barranco se oye el vertiginoso rodar de las piedras, y con ellas, posiblemente, los cuerpos de unos hombres, plenos de romanticismo, que muchas veces prefieren la sombra de la muerte a la luz de la justicia.
Vuelve la calma de la oscuridad de la noche, y tras un detenido reconocimiento se encuentran abandonados entre los accidentes del terreno tres hermosos caballos cargados de tabaco. Satisfechos del deber cumplido, los carabineros regresan a su población, donde sus familias esperan con inquietud su llegada. ¡Cuántos peligros acechan al pobre carabinero!
En la mañana siguiente, o en el mismo día si es posible, el jefe del puesto da a la superioridad el siguiente parte: “Evacuado el servicio por los carabineros Sres. Pérez, Montes y Caravaca, han aprendido tres caballos con un cargamento de 298 kilogramos de tabaco”.
Veinticuatros horas después, los caballos con su carga, son embarcados en la estación de Campillos con destino a Málaga. Mozos de estación, viajantes y curiosos devoran con la mirada el contenido de unos sacos cuyo aroma les impide visitar el estanco por unos días. Al llegar al punto de destino, la Delegación de Hacienda se hace cargo de la expedición. Subasta los caballos y el género pasa a la Tabacalera, por un precio igual o similar al de la clase expendida en los estancos.
La Tabacalera, para estimular a los carabineros que toman parte en la aprehensión, les abona, cuando se detiene a los delincuentes, 3 pesetas por kilo, y cuando no hay detenciones, 75 (pesetas).
Que el personal que forma parte de éste puesto se ha distinguido no cabe la menor duda.  El día 3 de octubre practicaron otro servicio, en el que aprehendieron dos caballos y un contrabandista. El capitán de la primera compañía, don Ignacio Grau, está de enhorabuena, puesto que en un intervalo de tres meses se han practicado por los carabineros a sus órdenes seis importantes servicios, en los que se aprehendieron: nueve caballos en Gaucín, dos en Casares, cinco en Campillos y un auto en Ronda. Todo ello representa un total de 1.800 kilogramos de tabaco.
El inteligente brigada don Eugenio Jiménez, con su característica amabilidad, nos informa:
— Los contrabandistas se clasifican en matuteros, paqueteros, mochileros y cargueros. Los matuteros entran en el Campo de Gibraltar con cananas tan ajustadas y pegadas al cuerpo, que les permiten pasar en cada viaje dos o tres kilos de buen tabaco. Por lo general tienen unos perros a los que aparejan como si fuesen caballos y los cargan con sus diez kilitos. Como la playa está tan vigiladísima, estos canes son lanzados al agua en Gibraltar durante la noche. Olfatean, y cuando ven que los guardianes se retiran unos pasos de su puesto salen del mar y emprenden veloz carrera en busca de su “amo”. Es curiosa la preparación y enseñanza de estos animalitos. Durante el curso, en casa del contrabandista, dos amigos de la casa se visten de carabineros y propinan al can unas palizas de las de llamadas “de abrigo”. Entonces su verdadero propietario le acaricia, le echa de comer y maldice en voz alta a estos funcionarios. Tantos palos llevan sobre sus costillas que, con carga o sin ella, no suelen tropezarse frecuentemente con los subordinados de don Miguel Cabanellas (Inspector General de Carabineros). Los paqueteros llevan el contrabando en un pequeño “lío”, y sobre él la chaqueta, un poco extendida sobre el brazo, simulando la salida del trabajo. Cuando han conseguido reunir unos kilitos los venden a los mochileros, que como el nombre le indica, llevan sobre sus espaldas una chepa muy parecida a la del jorobado de “Nuestra Señora de París”. Éstos, por regla general, suelen transportar tres arrobitas de mercancía, que venden, por ejemplo, en Ubrique, San Roque, Almoraima, San Pablo, Gaucín, etc. En estas poblaciones es donde el contrabando va adquiriendo mayor proporción. De ahí nacen ya los “cargueros”, que con sus diez arrobas de tabaco se internan por las provincias de Málaga, Sevilla, Córdoba, Granada, etc. ¿Se llegará a formar la clase de los “treneros”, encargados de abastecer a Madrid y al resto de España? ¡Quién lo sabe!...
Nosotros tenemos plena confianza en los carabineros, que, mejorada su situación moral y económica por los gobernantes de la República, con el mayor celo e interés irán situando dentro de la ley a estos “trabajadores” legendarios, a quienes tanto gusta andar fuera de ella.
Campillos, enero de 1935
Heraldo de Madrid 19350131-006

Después de la guerra civil, cuando llegaron los días de racionamiento, de miserias y hambruna, algunas mujeres que estaban en situación de desamparo y desesperación, recurrieron al oficio de matutera para poder llevar algo de comida a casa.

La mayoría de estas mujeres tenían un rasgo común: eran mujeres solas, la mayoría, viudas o separadas, con cargas familiares. Sus maridos habían muerto durante la guerra o durante la represión franquista, o estaban en la cárcel, o eran enfermos crónicos. Con suerte, estos hombres estaban huidos o en el exilio.

El número de mujeres dedicadas a esta actividad en Campillos, durante la posguerra, no se puede determinar de forma objetiva, por las características propias de la actividad. No llegué a conocer las matuteras de Campillos, pero sí a las de otras poblaciones.

Las matuteras viajaban en dirección a La Línea llevando algunos productos de la comarca en que vivían, con objeto de recaudar más dinero y poder adquirir todos los productos de contrabando que pudiese transportar: tabaco de picadura y cigarrillos rubios, café, azúcar, sacarina, telas y medias, etc. El viaje lo hacían en pequeños grupos de dos o tres personas.

Tras la carga de los productos adquiridos, volvían al pueblo sorteando como podían las inspecciones de los agentes de la autoridad. La venta a vecinos y conocidos, solían realizarla en su propio domicilio particular.


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