EL CONTRABANDO Y LOS MATUTEROS
Matuteras |
“…las matuteras de Gibraltar. Desde Algeciras a Bobadilla, el estraperlo era el rey. Cuántas historias conocen esos trenes, cuánto mercadeo en los vagones, cuántas vergonzantes transacciones de algunos salidos y lúbricos revisores en los inmundos servicios para que pudieran pasar las pobres mujeres unos plátanos y un poco de café, su marido en la cárcel, o alcoholizado o tuberculoso, y ocho churumbeles esperando la llegada de la mamá procedente de Algeciras. Habrá que hacer una oda a las matuteras del pí..., píí…,pííí…, cuando al tomar el tren la curva de la Silleta comenzaban a caer a la vía bultos sospechosos recogidos por otros bultos más sospechosos aún, camuflados, pegados al terreno como nuestra fiel infantería, para que la guardia civil en pareja no detectara la operación".
Alfonso Valencia Lozano
Me he decidido a publicar el artículo
en el Blog por diversos motivos. Porque en él se alaba la acción de los Carabineros
de Campillos, un cuerpo que a diferencia del de la Guardia civil, tiene muy
pocas referencias, por no decir ninguna, en los libros o artículos que hablan
de la historia del pueblo. Porque también trata y define muy bien la actividad
de los matuteros, un oficio desconocido para la población menor de cincuenta
años, y que en Campillos, durante los siglos del XVIII al XX, lo desempeñaron
muchas personas, principalmente mujeres, que hicieron del contrabando un modo
de vida.
Al final de la crónica reproduzco
íntegro el artículo del Heraldo de Madrid
EL CONTRABANDO Y LOS MATUTEROS
Se llama matutero a
la persona que se dedica a introducir matute, y el matute lo define la R.A.E.
como: “Introducción de géneros en una población sin pagar el impuesto de
consumos”. El impuesto sobre consumos se remonta al reinado de Felipe
II. El monarca autorizó al municipio de Madrid, el cobro de un pequeño impuesto
a determinadas mercancías que se introducían en la capital para sufragar obras
de mejora de la ciudad. Este impuesto se fue aplicando en otras ciudades de
España, y pasó a ser el principal ingreso en las arcas municipales.
La palabra matute es
un derivado de matutino y parece que se utilizó por primera vez en Murcia en el
siglo XVII, y hacía referencia a los matuteros, que eran las personas que
intentaban introducir “de matute” mercancías
en la ciudad antes de que amaneciera. La utilización de la expresión matutero
se expandió por toda España, referida al pequeño contrabandista.
En la baja Andalucía, el matute está
íntimamente ligado a la colonia de Gibraltar. El
matute se inicia con la ocupación por los británicos de
Gibraltar en 1704 y con la firma del Tratado de Utrech en 1713.
Pero fue a partir de mediados de siglo
XVIII cuando el contrabando adquirió un gran desarrollo, convirtiéndose en un
medio alternativo, muy utilizado, para realizar comercio desde Gibraltar hasta
Algeciras. El origen de este intenso
contrabando obedecía especialmente a los elevados aranceles que habían de
abonar las mercancías extranjeras al pasar por nuestras fronteras.
Durante los siglos
XVIII y XIX el contrabando fue tolerado y estimulado por las autoridades
británicas, las cuales lo usaron como instrumento de presión en momentos en
los que las relaciones con España, por cualquier motivo, se enturbiaban. Dicha
política, acabó socavando las endebles estructuras del comercio legal en
la bahía de Algeciras y en los pueblos que la rodean. Pero no solo era lesivo para la economía de la zona, era también, uno de los grandes agujeros de la Hacienda
pública española. Los esfuerzos de la Administración para atajar la
actividad fraudulenta colisionaban con la realidad de una zona con una economía
deprimida.
Los contrabandistas eran personajes
cercanos y familiares para los habitantes de la sierra de Ronda, que comerciaban
con todo tipo de productos que, saltándose a las autoridades, introducían desde
Gibraltar, sin pagar impuestos.
El contrabando desde
Gibraltar, en especial el de pequeñas mercaderías, que es el típico de la zona, dio la posibilidad de
supervivencia a muchas familias de esta tierra. Café, especias, azúcar, jabones,
medias, mantequilla y sobre todo tabaco, eran objeto de encargos a los matuteros, que los
transportaban amparados por la noche, la mayor parte de las veces en los serones de
las recuas de mulos o burros, o en las mochilas a espaldas de los más fuertes,
o en los cestos de las matuteras.
Las
condiciones geográficas de la sierra de Ronda, facilitaba el tráfico clandestino,
favoreciendo, en caso necesario, la huida de los contrabandistas y el escondite
seguro de las mercancías.
EL CUERPO DE CARABINEROS
Para combatir el
contrabando, realizar la vigilancia de costas y fronteras, y para la represión
del fraude fiscal, el rey Fernando VII creó mediante un Real Decreto, publicado
en la Gaceta de Madrid el martes 31 de marzo de 1829, el cuerpo de Carabineros. Era, por tanto, más antiguo que la
Guardia Civil, que se creó en 1844.
Dependía del
Ministerio de Hacienda,
aunque en lo referente a su organización, en cuanto a régimen de personal y
jurisdicción, lo sería del Ministerio de la Guerra. Para garantizar su éxito,
se le dotó por tanto de una naturaleza militar. Estaba
presente, en todas las fronteras terrestres, en las provincias marítimas y en Madrid.
En el preámbulo del mencionado Real
Decreto decía:
«El contrabando, por consiguiente, constituye un delito o un robo del Estado, además de que por la extensión que ha logrado, y la combinación de los medios y formas que ha llegado a emplear, ha preparado resultados muy funestos, y degenerado en oprobio del honor y del amor a la patria. […] Para hacer la guerra al contrabando, para prevenirlo o atacarlo vigorosamente en sus puntos de generación, y perseguirlo en todas sus direcciones hasta su exterminio, es menester establecer un sistema homogéneo, concentrado y vigilante, bajo un pie militar de servicio activo, que la practica enseña, no debe esperarse de su mezcla y confusión con la dirección y servicio sedentario de recaudación de las rentas. Es necesario para oponer defensas adecuadas a la fuerza de los ataques, apelar a la adopción de un sistema represivo, semejante al que tiene recomendado la experiencia para proteger los habitantes en sus comunicaciones y seguridad interior. Solo la formación de un cuerpo militar especialmente aplicado a destruir el contrabando, organizado con sus buenas condiciones militares, y no heterogéneamente compuesto, dirigido y mandado por jefes familiarizados con el mando, la rapidez del servicio y la disciplina, fundado sobre el honor militar,… »
Como
vemos, se hace una mención explícita del honor militar, presentándolo como una
garantía moral frente a las tentaciones que recibían los Carabineros, durante
la prestación del servicio de vigilancia. Era habitual que los contrabandistas
intentasen sobornar a quienes tenían la obligación de perseguirles.
El
cuerpo de Carabineros, convivía en muchas ciudades y pueblos, con el de la
Guardia civil. Actuaban coordinadamente. Las instrucciones que recibían los
Carabineros se realizaban siempre por conducto de los gobernadores civiles que
se dirigirían a los respectivos jefes de Comandancia. Asimismo las informaciones
que consiguiera el personal de Carabineros, y las intervenciones que realizasen
en relación con el orden público, las debían poner en conocimiento de los jefes
de las fuerzas de la Guardia Civil más próximas, quienes, sin perjuicio de
adoptar las medidas procedentes que se requirieran, las debían transmitir al
gobernador civil de la provincia.
Cuando se alteraba el orden
público en las localidades donde coincidiesen fuerzas de la Guardia Civil y de
Carabineros, ambas deberían coordinar sus servicios y prestarlos con sujeción a
sus reglamentos y bajo sus respectivos mandos, salvo que las circunstancias
requirieran una acción militar conjunta, en cuyo caso tomaría el mando de toda
la fuerza el de mayor graduación de ambos Cuerpos, actuando con arreglo a los
preceptos de la legislación militar entonces vigente.
Tras la Guerra Civil,
en 1940, el cuerpo de Carabineros desaparecería, siendo integrado dentro de la Guardia
Civil, que asumió todas sus funciones.
LOS VIAJEROS ROMÁNTICOS
Andalucía era para los viajeros
románticos un lugar insólito, y descubrirla constituía una maravillosa
experiencia aventurera. Su paisaje montañoso y multicolor, sus recónditas y
arriesgadas sendas, sus pueblos y ciudades, sus misteriosas ruinas, atrajeron
la sed de aventura y la moda viajera de unos europeos que huían del
racionalismo y la modernidad.
Dichos viajeros europeos, ávidos de conocer y vivir experiencias, cabalgaron a lo
ancho y largo de la serranía de Ronda, en
busca de contrastes y exotismo. Por el camino se encontraban con los arrieros,
contrabandistas y bandoleros que poblaban los caminos, los cuales eran para los
viajeros, los protagonistas principales de la atmósfera legendaria que envolvía
a la Andalucía romántica.
Son numerosos los viajeros, principalmente británicos, a
los que llamó la atención el fenómeno del contrabando y los grandes beneficios
que Gibraltar obtenía por medio de este comercio ilegal. Se sorprendían ante la
indigencia y miseria que observa en los pueblos españoles, en comparación con
la opulencia y riqueza de la colonia británica.
En 1862,
el pintor y dibujante Gustave Doré convenció al barón Charles Davillier para
emprender juntos un largo viaje por España. Los dos artistas acordaron ir enviando sus impresiones del camino a la editorial francesa Hachette, que publicaba una
famosa revista de viajes,
Le Tour du Monde. Las
colaboraciones de los dos turistas fueron apareciendo por entregas desde 1862
hasta 1873. Davillier y Doré presentaban en sus artículos, una
España diferente. Las descripciones de Davillier conducían al lector por una
España real, ajena al tópico, sobre todo en la exposición directa de la vida
cotidiana. Y la prodigiosa visión del dibujante G. Doré, sumergía al espectador
por los caminos de la ensoñación.
Sobre el contrabandista en la
serranía de Ronda, decían:
«El tipo más curioso de la Serranía de Ronda es el contrabandista. Estas montañas abruptas, surcadas por senderos a menudo impracticables, incluso para las mulas, están recorridas en todos los sentidos por ágiles y atrevidos serranos que van a aprovisionarse a Gibraltar, ese gran almacén que Inglaterra abastece sin cesar de mercaderías de desecho destinadas a ser introducidas en España y que hacen la fortuna de los contrabandistas, pues trabajan de ordinario con productos gravados en España con más de un 30%, lo que les deja, como se ve, un honrado margen. En una venta cercana a Gaucín, un contrabandista les descubre los misterios de su aventurado oficio: La primera operación del contrabandista consiste en ir a abastecerse a Gibraltar. Casi siempre son judíos los que se encargan de proveerles de las mercancías necesarias: muselinas, sedas y sobre todo cigarros y tabaco. Entrar las mercancías en territorio español es lo dificultoso, que resuelve el corredor, personaje que vive en Gibraltar, donde se ha refugiado para evitar la acción de la Justicia por algunos pecadillos, dos o tres asesinatos por ejemplo.»
La misión del corredor consistía, en allanar las
dificultades que los carabineros podrían poner a la introducción del
contrabando en territorio español.
«Para ello se ponen de acuerdo con el Comandante de Carabineros, que establece un precio según la naturaleza de las mercancías [...] los contrabandistas están en buena armonía con las autoridades de los pueblos que atraviesan [...] llegado al término de su viaje, entregan la mercancía a sus corresponsales.»
Raro era el día en que no hubiese un encuentro, incluso
armado y con muertos de por medio, entre contrabandistas a caballo con cargas
de tabaco, café y azúcar, y el cuerpo de la Guardia civil o de Carabineros.
«La guardia civil del puesto de Estepa (Sevilla) tuvo noticia de que en la mañana del día 1º iba a verificarse en la villa de Almargen, la entrega de 35.000 reales a los secuestradores del joven Enrique Rubio, vecino del Arahal, y con objeto de capturar a los criminales, se apostaron varias parejas en las inmediaciones de la población.
Algún tiempo después, avanzaron hacia el sitio vigilado dos jinetes, y dad con repetición por la fuerza de la guardia civil la voz de “alto”, emprendieron la fuga, visto lo cual se les hizo fuego resultando muerto uno de los desconocidos y gravemente herido su compañero.
Practicado inmediatamente el reconocimiento de las víctimas, se observó con sentimiento que los dos individuos, lejos de ser los malhechores, eran unos infelices, naturales de Campillos, que conducían sal de contrabando.»
18700812 La Correspondencia de España
Un mes antes de este desgraciado suceso, había sido
secuestrado el joven de 17 años, Enrique Rubio. Así lo recogió la prensa:
«D. Enrique Rubio fue sorprendido por tres hombres a caballo en la hacienda del Pilar, a media legua escasa de la citada villa. El secuestrado es hijo de D. Manuel Rubio, acomodado labrador en El Arahal y de edad de 17 años, según nuestras noticias. Los malhechores fingieron pertenecer a la Guardia rural, y a la una de la madrugada del viernes perpetraron el hecho, maltratando a un criado de confianza de D. Enrique y llevándose a este a la grupa del caballo del que parecía jefe de los bandidos.»
18700712 003 La Época
El
joven fue encontrado vivo por una pareja de la Guardia civil en La Puebla de
Cazalla, pocos días después del incidente con los contrabandistas de Campillos,
siendo detenidos los cinco secuestradores.
He encontrado
en la prensa varias actuaciones de los Carabineros de Campillos contra el
contrabando de tabaco.
Por el sargento segundo Julián Salazar Paz, jefe del puesto de Campillos y tres carabineros a sus órdenes, fueron aprehendidas la noche del 9 del actual (octubre), tres caballerías mayores con ocho bultos de tabaco de contrabando.
18821016 Gaceta Universal.
Por el carabinero Juan Martín Notario, perteneciente al punto de Campillos, se efectuó el día 26 del anterior (noviembre) en el molino de D. Félix, carretera de Málaga, la (aprehensión) de un bulto que contenía tabaco de contrabando.
18831213 Gaceta Universal
LA CREACIÓN DE LA COMPAÑÍA ARRENDATARIA DE TABACOS
En 1887 (ley de 22 de abril) se creó la Compañía
Arrendataria de Tabacos (CAT). Era una empresa privada, participada
mayoritariamente por el Banco de España, a la que se le otorgaba la concesión
de gestionar el monopolio de fabricación y venta del tabaco en todo el
territorio nacional. El Estado recibiría un canon fijo garantizado de 90
millones de pesetas anuales durante, al menos, el primer trienio.
La CAT, viendo el incremento que iba
tomando el contrabando de tabaco en el Campo de Gibraltar, lo que atribuía al
abandono en el que se hallaba el servicio de guarda costas, a consecuencias de
las continuas supresiones de buques y personal realizadas por el gobierno,
decidió la creación de un grupo con empleados propios a los que les confió la
vigilancia y represión del contrabando de tabaco. Era por tanto un grupo de
vigilantes privados. Por el color de sus uniformes, eran denominados
popularmente como «blanquillos».
En el diario “El Correo Militar” del 24 de mayo de 1895. Habla de los «blanquillos» como empleados
de una empresa particular, que provocaban continuos roces con la fuerza de la
Guardia civil y con los Carabineros
Parece que los empleados del resguardo que allí ha creado la Compañía Tabacalera, y a los cuales llaman blanquillos, no reconocen más ley ni más autoridad que la que de sus personas emana, y haciendo alarde de facultades que no tienen, […] y se permiten además discutir y desobedecer a la Guardia civil cuando ésta interviene, en cumplimiento de su deber, para evitar tales abusos.
Por lo que respecta a los Carabineros, tienen que sufrir la “inmixtión” de esos empleados en operaciones que sólo a ellos y a los del cuerpo pericial de Aduanas compete, viendo como se colocan a su lado para vigilar los registros, y como se atreven a poner las manos encima de los pasajeros, y hasta zarandear a las mujeres de quienes sospechan pueden llevar oculto algún tabaco.
Los «blanquillos» estaban muy mal vistos por el pueblo,
que se quejaba del celo y la vigilancia, que rayaba el exceso, pues se llegaba
a quitar al pasajero que venía de Gibraltar hasta dos o tres cigarrillos que
traía en la petaca o en el bolsillo para su uso.
EL TREN ALGECIRAS - BOBADILLA
A finales del siglo XIX, con la puesta en servicio del
tren de Algeciras a Bobadilla, y de los barcos que hacían el trayecto desde
Gibraltar a Algeciras, fue creciendo un contrabando de poca monta, que llegó a
denominarse «de hormigas», porque era realizado por numerosos matuteros que
portaban pequeñas cantidades de género en cada viaje. Eran personas que
recurrían al contrabando como una forma de supervivencia y frente al cual las
autoridades locales mantenían una actitud pasiva, cuando no de evidente
colaboración con el fenómeno que, en teoría, debían perseguir. La inauguración
del tren, supuso un antes y un después en las relaciones
comerciales con la colonia.
El tránsito de tabaco,
café, jabones, azúcares y harinas, chocolates y licores, telas y lanas, era constante en el
tren que salía al amanecer de Ronda y volvía de noche de Algeciras. No era difícil
encontrar mujeres con las enaguas cargadas de mercancías y con grandes bultos
por los que, a veces, pagaban precios extra, cuando no otros favores, a los
revisores y a los Carabineros.
Cuando el tren se
aproxima a la sierra de Grazalema, el curso del Guadiaro se encaja en un valle estrecho y
sombrío entre las poblaciones de Jimera de Líbar y Benaoján. El
antiguo camino que conduce a Ronda, discurre en paralelo con la línea férrea y
el río.
Este tramo, antes de
llegar a la estación de Benaoján, era uno de los puntos establecidos por los
contrabandistas para arrojar por la ventanilla del tren los sacos con la
mercancía, que eran rápidamente recogidos por los hijos y familiares. Posteriormente,
las matuteras se encargaban de transportar los paquetes e introducir el género
en casas y comercios.
OTROS VIAJEROS A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX
El escritor y político, Vicente Blasco Ibáñez realizó a
finales de julio de 1904 un viaje por la provincia de Cádiz, por Gibraltar y
Tánger, preparando material para su futura novela “La
Bodega” que publicaría en 1905. La obra
tiene lugar en Jerez y se desarrolla en el ambiente de las bodegas andaluzas.
En ella refleja el entorno y los problemas del campo andaluz.
Llegado a Valencia, en agosto, después del viaje, publicó en el diario republicano “El Pueblo”, una serie de artículos relatando sus impresiones del viaje. El primero lo tituló “En la sierra” y lo publicó el 3 de agosto de 1904.
Llevaba tres días de marcha a caballo por la
serranía. Había visitado la campiña de Jerez, Arcos de la Frontera, Ubrique, y
se dirigía hacia Algeciras.
«Una tarde, el calor nos obligó a detenernos en una choza al bordo de la vereda. Era una mísera vivienda, poco más alta que un hombre, con paredes de piedra y ramaje, y el techo de cortezas de alcornoque. La puerta era un agujero por el que había que entrar casi a rastras. Bajo un sombrajo de ramas de pino, una mesita con una botella de aguardiente y un botijo, indicaba que aquella choza, solitaria, quería ser un ventorrillo al borde de un camino per donde nadie pasa. Una vieja nos miró echar pie a tierra, con ojos fijos, que revelaban hostilidad. Éramos cuatro, y nos sirvió otras tantas copas sin decir palabra. Con la curiosidad del observador, me asomé al agujero que servía a la par de puerta y ventana a la choza.
—¡Mie usted!—gritó la viaja con voz colérica, en su acento de la sierra—¡Mie usted todo lo que guste! Ná encontrará. Probeza ná más. Aquí no hay más que jambre... ¡mucha jambre!
Comprendimos en la mirada y en el tono de la vieja, que nos tomaba por enemigos, e intentamos excusarnos. Pero ella atajó nuestras explicaciones. Hacíamos bien cumpliendo nuestra obligación: cada uno a su oficio; sólo que ciertos oficios merecían un par de tiros por ser contra los probes.
—¿Pero por quién nos toma usted, señora? Ella me miró burlona y hostil. Ya nos conocía por nuestras barbas y nuestros trajes que no eran de la sierra.
—¿Por quién los he de tomar? Ustés son blanquillos y quieren ver si algún probe ha escondío aquí argo. Busquen, huelan, que ná encontrarán. ¡Jambre ná más! ¡Miseria!...
La vieja nos creía del resguardo de la Tabacalera, los únicos jinetes que pasaban de día por aquella vereda desierta, los “blanquillos” que se apostan en las gargantas de la sierra aguardando a los contrabandistas que vienen de Gibraltar. Por la noche era cuando pasaban los únicos parroquianos del ventorrillo desierto: los caballistas, llevando en las ancas de sus fuertes corceles el par de fardos, y cruzada en la silla la escopeta amartillada; los pobres mochileros que en Algeciras o en La Línea se echan la espalda tres arrobas de tabaco, y con esta cruz abrumadora realizan una marcha de dos días por los montes, siguiendo caminos de águila, ocultándose cuando sale el sol para emprender de nuevo la caminata al llegar la noche, siempre por lugares abruptos que otros no se atreverían a cruzar en plena luz.
Uno de los que venían conmigo me explicó esta vida de sobresaltos y miserias por haberla hecho en su juventud. La cadena de montes que veíamos entre nosotros, todo el oleaje de cumbres que se extendía hasta el mar, guardaba en sus repliegues innumerables dramas de la lucha por la vida. El gañán enérgico y de alguna iniciativa, agobiado por la existencia mísera de los cortijos, busca su salvación en el contrabando. La mochila de tabaco puede proporcionarle una ganancia de unos cuantos duros. Contando los días que emplea para ir de vacio por los caminos de la sierra hasta Gibraltar y las noches que necesita para volver cargado, su jornal diario apenas si llega a tres pesetas; pero prefiere exponer su vida por esta cantidad, a seguir con los dos reales y medio, y los tres gazpachos del cortijo. En cada garganta de la sierra le esperan emboscados los carabineros; los jinetes de la Arrendataria le dan caza como si fuese un corzo apenas desciende a una vereda practicable, y en su afán de huir del hombre, se arrastra encorvado bajo el peso de su jiba de tabaco por alturas que de día sólo son holladas por las cigüeñas. Los cuervos, al verle pasar, adivinan que algún día podrá servirles de festín cuando lo encuentren aplastado en el fondo de un precipicio.
Un tropiezo con los representantes de la ley supone la quiebra del negocio, la pérdida del tabaco que representa todo su capital, y las más de las veces una paliza bárbara en el silencio. de la noche, en la soledad salvaje de la sierra, lejos de todo amparo, como si en la tierra hubiese muerto de pronto la civilización, vengándose la autoridad en el pobre mochilero, en el paria del contrabando, del miedo que la hacen pasar los aristócratas de !a defraudación, los audaces caballistas, varones fuertes que tienen confianza en las patas de sus corceles y en lo certero de su escopeta».
19040803 El Pueblo
Otro viajero fue el misionero protestante escocés Alexander Stewart, que
en su libro “In
Darkest Spain” publicado en 1927, describe como era este
tipo de contrabando, y que él pudo observar en el viaje que realizó en uno de
los barcos, desde Gibraltar hasta Algeciras en 1912:
«Durante los treinta y cinco minutos que tarda la travesía, se podía contemplar a estos hombres y mujeres afanosamente ocupados en repartir, escondiéndolos por todo el cuerpo, artículos y paquetes de tabaco, usando para ellos, además de los bolsillos secretos, los lugares más inverosímiles, tales como las botas, las gorras, los sombreros; y las mujeres, incluso las medias, los pañuelos y las mantillas. En el momento de tocar el puerto de Algeciras, algunas mujeres, con sus cuerpos más voluminosos de lo presumible, se notaban tan pesadas que muy dificultosamente podían descender por las escalerillas del vapor.
Esperando la llegada del barco había en el muelle de Algeciras, que por aquel entonces era de madera, un grupo de oficiales, policías, carabineros, así como otros funcionarios cuyo especial deber era prevenir el contrabando. Tan pronto como el vapor tocó el malecón y apenas los de la segunda clase se disponían a desembarcar, cuando a bordo unos suboficiales de aduanas, los cuales vestían uniformes de marino con paramentos rojos y sables colgando de sus costados, rápidamente descendieron al departamento de proa, donde ya los contrabandistas estaban esperándolos con varios de sus artículos preparados como obsequios.
Los oficiales escondieron aceleradamente cuanto pudieron en sus zamarras, gorras y otras partes del uniforme. Cuando se hubieron cargado de todo cuanto podían convenientemente llevar, dejaron a los matuteros bajar con el resto del contrabando».
EL CUERPO DE CARABINEROS EN CAMPILLOS
En 1935 en Andalucía había cuatro de
las quince Zonas en que se dividía el territorio nacional, a efectos de la
estructura del cuerpo de Carabineros:
- 4ª Zona, que tenía las Comandancias de Almería y Granada.
- 5ª Zona, que tenía las Comandancias de Málaga y Estepona
- 6ª Zona, que tenía las Comandancias de Algeciras y Cádiz
- 7ª Zona que tenía las Comandancias de Sevilla y Huelva
La Comandancia de Estepona,
perteneciente a la 5ª Zona, al frente de la cual estaba el teniente coronel
Carlos Florán Casasola (59 años), tenía tres compañías:
- 1ª Compañía en Ronda
- 2ª Compañía en Estepona
- 3ª Compañía en Marbella
En Ronda estaba la 1ª Compañía de la
Comandancia de Estepona. Al mando de la misma estaba el capitán Ignacio Grau
Altés (43 años).
Estaba compuesta por cinco Secciones
(una de ellas de caballería ubicada en Ronda). En la Primera Sección estaban
los puestos de Ronda, Faraján, Arriate, Almargen y Campillos. En el total de
las cinco Secciones de Ronda, había quince puestos. Al frente de la sección de
Campillos estaba el brigada Eugenio Jiménez Fernández.
Heraldo de Madrid 31 de enero de 1935 |
En un bello y apartado
rincón de la provincia de Málaga descansa, como un nido de ensueño, el pueblo
de Campillos. Sus casas blancas como palomas, algo envejecidas, apoyadas unas y
otras se prestan una solidaridad que para sí quisieran los hombres. Sus moradores,
al margen de las luchas políticas y sociales, con esa gracia y esa alegría
propias del campesino andaluz, se lanzan desde muy temprano a la conquista del
pan. Mujeres, muchas mujeres guapas y hermosas, envueltas en sus viejos
mantones, invaden los olivares, mientras los yunteros remueven con sus arados
las entrañas de la tierra.
Después de la guerra civil, cuando llegaron los días de racionamiento, de miserias y hambruna, algunas mujeres que estaban en situación de desamparo y desesperación, recurrieron al oficio de matutera para poder llevar algo de comida a casa.
La mayoría de estas
mujeres tenían un rasgo común: eran mujeres solas, la mayoría, viudas o
separadas, con cargas familiares. Sus maridos habían muerto durante la guerra o
durante la represión franquista, o estaban en la cárcel, o eran enfermos
crónicos. Con suerte, estos hombres estaban huidos o en el exilio.
El
número de mujeres dedicadas a esta actividad en Campillos, durante la
posguerra, no se puede determinar de forma objetiva, por las características propias
de la actividad. No llegué a conocer las
matuteras de Campillos, pero sí a las de otras poblaciones.
Las matuteras
viajaban en dirección a La Línea llevando algunos productos de la comarca en
que vivían, con objeto de recaudar más dinero y poder adquirir todos los
productos de contrabando que pudiese transportar: tabaco de picadura y
cigarrillos rubios, café, azúcar, sacarina, telas y medias, etc. El viaje lo hacían en pequeños grupos
de dos o tres personas.
Tras la carga de los
productos adquiridos, volvían al pueblo sorteando como podían las inspecciones
de los agentes de la autoridad. La venta a vecinos y conocidos, solían
realizarla en su propio domicilio particular.
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