FEDERICO MANZANO GOVANTES. 2.- PARACUELLOS

 


En la primera parte de la Crónica sobre Federico Manzano Govantes, he intentado describir, cómo el que era un simple funcionario de Obras Públicas al iniciarse la guerra civil, a primeros de noviembre de 1936, cuando el Gobierno de la República huyó a Valencia y se constituyó en Madrid la Junta de Defensa, llegó a ser Inspector General de las Milicias de Vigilancia de Retaguardia, y uno de los máximos dirigentes del orden público en la capital.

Desde ese puesto, se vio implicado en las sacas que se produjeron en las cárceles de Madrid, y en el asesinato de muchas personas en Paracuellos y Torrejón de Ardoz, en las que él fue partícipe. 

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El 21 de septiembre de 1936, las columnas del teniente coronel Juan Yagüe, que avanzaban desde Talavera de la Reina hacia Madrid, tomaron Maqueda, localidad toledana donde la carretera de Extremadura se bifurca, en una dirección hacia Madrid y en otra hacia Toledo. En ese momento el general Franco, decidió parar el avance hacia Madrid, y desviarse hacia Toledo, donde, desde hacía dos meses, resistían en el Alcázar, sitiado por las milicias del Frente Popular, unos mil guardias civiles y soldados de tropa, bajo el mando del coronel José Moscardó.

Como Yagüe no estuvo de acuerdo con la decisión de desviarse a Toledo, y no seguir hacia Madrid, Franco lo sustituyó por el general Varela, que acababa de tomar la localidad malagueña de Ronda el 16 de septiembre.

El 22 de septiembre el general Varela abandona Ronda, y el día 24 se entrevista con Franco en Cáceres, recibiendo la orden de tomar el mando de las fuerzas que operaban en el “sector de Talavera y de las columnas que operan en el frente Toledo-Madrid”. Las columnas, ahora al mando del general Varela, llegaron a Toledo el 26 de septiembre y tomaron el Alcázar el día 27, terminando así el asedio.

Como consecuencia de la decisión de Franco, las operaciones bélicas hacia Madrid se detuvieron dos semanas, hasta el 7 de octubre cuando las tropas de Varela toman Escalona (Toledo), lo que dio tiempo al Gobierno de Madrid a reforzar, durante ese tiempo, las defensas de la capital.

LA QUINTA COLUMNA

A medida que las tropas franquistas iban avanzando por Extremadura y Toledo, acercándose de forma imparable a Madrid, el desasosiego en la capital crecía y la respuesta de las milicias se traducía en un incremento de la violencia contra las personas de derechas.

El Quinto Regimiento de Milicias, formado por iniciativa del PCE, organizó el domingo 4 de octubre en su cuartel general de la calle Francos Rodríguez, un acto en pro de la defensa de Madrid. A él asistieron representaciones de todas las organizaciones de milicias de la capital.

Estuvo presidido por el comandante jefe del Quinto Regimiento, Enrique Líster, que en su discurso dijo «que cuando hablaba de la necesidad de defender Madrid se refería a la defensa interior y exterior. Que el fascista Mola habló de cuatro columnas, dictando que éstas atacarían a Madrid simultáneamente, pero que al final intervendría la quinta columna». Se refería a los emboscados, a los traidores que aún permanecen ocultos en Madrid.

«La existencia de estos elementos emboscados se nota continuamente. Camaradas milicianos: el enemigo será destrozado; nosotros triunfaremos; pero para la victoria es preciso tener siempre en cuenta que cuando estéis en el frente debéis mirar como un enemigo, como un servidor del fascismo, a todo el que no guarde la debida disciplina. Con ella, con nuestra cohesión y con nuestro valor, el pueblo triunfara frente a los verdugos fascistas».

Enrique Líster

Hallamos otra referencia a la quinta columna el 6 de octubre, en «Milicia popular», el diario del Quinto Regimiento:

«Pero la defensa de Madrid no se limita sólo a la de su recinto, no se limita a impedir que entren en ella los fascistas y mercenarios que vienen de fuera. Dentro de Madrid hay aún muchos fascistas emboscados que constituyen la “quinta columna” de que ha hablado Mola, y que, levantándose en armas en el momento oportuno contra el Gobierno del pueblo, se unirá a las otras cuatro que rodean Madrid para aplastar al pueblo madrileño. Pero esto será imposible; el quinto regimiento lo ha dicho, y esta “quinta columna” será aniquilada antes de que los fascistas se acerquen a muchos kilómetros de Madrid. La defensa de Madrid cobrará con este nuevo vigor, podrá hacerse sin que exista el peligro de que a sus defensores les tiren por la espalda. Y al aniquilamiento de la "quinta columna*' sucederá, pronto el de las otras cuatro».

19361006 006 Milicia Popular

También Dolores Ibarruri “La Pasionaria”, en un mitin celebrado el 14 de octubre, en el Monumental Cinema de Madrid, decía que «los defensores de Madrid tienen la obligación de acabar, de exterminar la quinta columna, ya que el enemigo se agazapa en todos los rincones»

Sin embargo, Mijaíl Koltsov, considerado el hombre de Stalin en Madrid, en su obra «Diario de la guerra de España», pág. 208, asignaba la frase al general Varela: «El general Varela ha declarado que el ejército fascista ataca a Madrid con cinco columnas: por la carretera de Extremadura, por la de Toledo, por Ávila (Guadarrama) y por Sigüenza (Guadalajara); la quinta columna, está formada por las fuerzas clandestinas de la propia capital»

Uno de los dilemas más apremiantes para el Gobierno, era qué hacer con los aproximadamente 10.000 presos políticos recluidos en las cárceles madrileñas. Muchos miembros del Frente Popular de todo signo, estaban convencidos de que aquellos "fascistas" se preparaban para apuñalar por la espalda a la República, y que eran parte de la quinta columna.

La única entidad oficial con facultades para disponer del destino de los reos y para ordenar el traslado de los mismos de una prisión a otra, era la Dirección General de Prisiones, dependiente del ministerio de Justicia. El Cuerpo de Seguridad interior de las prisiones lo integraban los jefes de Servicio y los Oficiales, que procedían de la Guardia Civil, del Cuerpo de Asalto, de los Carabineros, el Ejército o la Marina, por lo tanto, la seguridad de las cárceles estaba en manos de gente diestra en la vigilancia y el orden.

No obstante los milicianos del Frente Popular, al poco tiempo de producirse la sublevación, se harían con el control de las cárceles en Madrid, y costaría mucho tiempo volverlos a sacar fuera de los muros de las prisiones.

Mijail Koltsov afirma en su libro «Diario de la guerra de España» (pág. 209 y 239):

«En las cárceles de Madrid hay ocho mil fascistas encerrados, de ellos tres mil oficiales de carrera y de la reserva. Si en la ciudad penetra el enemigo o se produce un motín, el enemigo tendrá ya preparada una columna excelente de oficiales. Es necesario sacar de la ciudad a esos cuadros inmediatamente, aunque sea a pie, por etapas. Pero nadie se ocupa de ello».

«Miguel preguntó qué había de la evacuación de los fascistas detenidos. Respondió (Pedro) Checa (miembro del Comité Central del PCE) que no se había hecho nada y que ya era tarde. Para ocho mil personas hace falta muchísimo transporte, escolta, una verdadera organización; ¿dónde hacerse con todo ello en un momento semejante?

No hay por qué evacuar a todos los ocho mil, entre los que hay mucha gente inofensiva, morralla. Es necesario elegir a los elementos más peligrosos y mandarlos a la retaguardia a pie, en grupos pequeños, de doscientos hombres».

Mijail Koltsov

COMIENZAN LAS SACAS

La saca de presos de las cárceles y las matanzas comenzaron la noche del 28 al 29 de octubre con una saca que realiza el Comité Provincial de Investigación Pública (CPIP), en la cárcel de Ventas (CG 1526 Exp.10).

El CPIP, era un organismo que dependía de Dirección General de Seguridad (DGS), pero que actuaba en paralelo a ésta Dirección. Según Manuel Muñoz Martínez, director de la DGS, la CPIP «no tenía conferidas otras atribuciones que las de investigación, control de las actividades de orden público, de los partidos y de apoyo a la DGS». Estaba constituido con tres representantes de cada uno de los partidos y sindicatos que formaban el Frente Popular. Se ubicó en un palacio situado en el número 9 de la calle de Fomento, de aquí su nombre popular de «Checa de Fomento» con el que fue conocido el CPIP.

Entre esa fecha de finales de octubre y el 5 de noviembre, se realizaron once sacas de presos de las cárceles de Ventas, Porlier, Modelo y San Antón. En poco más de una semana, la CPIP "evacuó" 190 presos militares y civiles, siguiendo órdenes de la Dirección General de Seguridad. El destino oficial de los presos “evacuados”, eran los centros penitenciarios situados lejos del frente, en Alcalá de Henares, Chinchilla y Valencia. En realidad, "evacuación" era una palabra en clave para referirse a una orden de asesinato: todos esos reclusos eran ejecutados extrajudicialmente en localidades de las afueras de Madrid.

Estas expediciones estaban comandadas por representantes del Comité de la «Checa de Fomento» o CPIP, con la autorización firmada del Director General de Seguridad, en unos casos, o de altos funcionarios de la misma dirección, en otros. Se ha podido confirmar que las tres primeras sacas que salieron de Ventas y que terminaron en asesinatos en el cementerio de Aravaca, llevaban la firma de Manuel Muñoz Martínez, director de la DGS.

El 6 de noviembre, el CPIP estaba organizando una nueva saca de la Cárcel Modelo, y tenía un orden de “evacuación” firmada por el Subdirector General de Seguridad, Vicente Girauta Linares, pero en la orden no se indicaba los nombres de los presos, es decir, era un cheque en blanco para "evacuar" a quien quisieran. Sería Girauta, el que firmaría la mayor parte de las órdenes de evacuación de presos de las cárceles de Madrid, realizadas hasta ese momento.

Por razones logísticas, la CPIP no pudo efectuar ese día la saca prevista en la Cárcel Modelo, debido a la salida ese mismo día, de forma precipitada, del Gobierno de Largo Caballero hacia Valencia. Con el Director General de Seguridad, y el ministro de Gobernación fuera de Madrid, el CPIP necesitaba esa noche del 6 al 7 de noviembre, el consentimiento de Santiago Carrillo, como nuevo responsable del Orden Público en Madrid.

En la primera reunión de la Junta de Defensa de Madrid, celebrada esa misma noche del 6 de noviembre, Santiago Carrillo y los comunistas, se reunieron en un aparte con los miembros anarquistas de la Junta, y deciden continuar con la “limpieza” de la retaguardia. En la reunión acuerdan, siguiendo las recomendaciones de Koltsov, dividir a los presos de las cárceles madrileñas en tres grupos.

Primer grupo.- Fascistas y elementos peligrosos. Ejecución inmediata, cubriendo la responsabilidad (es decir, ocultando el origen de la decisión y el nombre de quienes la han tomado).

Segundo grupo.- Detenidos de menor peligrosidad. Su evacuación inmediata al penal de Chinchilla, con toda clase seguridades.

Tercer grupo.- Detenidos sin responsabilidad. Su libertad inmediata con toda clase de garantías, sirviéndonos de ello como instrumento para demostrar a las Embajadas, nuestro humanitarismo.

Así, la Consejería de Orden Público (COP) de la Junta de Defensa presidida por Santiago Carrillo se habría limitado a recoger el testigo, dando continuidad al exterminio previsto con anterioridad por la Dirección General de Seguridad.

Esa misma noche del 6 al 7 de noviembre, la operación prevista de evacuación, pasó a ser responsabilidad del Consejo de la DGS, recién creado por el propio Carrillo.

RAMÓN TORRECILLA GUIJARRO, vocal del Consejo de la DGS, declara en la Causa General: «La noche del 6 al 7 de noviembre tuvo aviso el declarante de que iba a ser nombrado vocal del Consejo de la Dirección General de Seguridad (nuevo organismo que entonces se creaba), y aunque hasta el día 10 del mismo mes no recibieron él y los demás consejeros sus nombramientos escritos, expedidos por Santiago Carrillo, ya en la madrugada del 7 de noviembre celebró con otros consejeros una reunión, y a partir de este momento empezó a funcionar aquel Consejo de la DGS». (CG. 1526 Exp.5)

El acuerdo entre los comunistas y anarquistas de la Junta de Defensa de Madrid, tuvo un carácter tan decidido, que durante esa misma noche del 6 al 7 de noviembre, se produjo la primera saca realizada por la Consejería de Orden Público de Santiago Carrillo: la de la cárcel de Porlier (Eran las instalaciones del colegio Calasancio, en la calle general Díaz Porlier, 54).

Porlier

El Delegado de la COP, Segundo Serrano Poncela, se encargó personalmente de dar las órdenes oportunas al Parque Móvil de la DGS para disponer de los vehículos necesarios, y al Inspector General de las Milicias de Vigilancia de Retaguardia (MVR), Federico Manzano Govantes, para tener dispuestos los elementos armados que acompañaban a las expediciones y componían los piquetes de ejecución.

De esta forma, Federico Manzano pasó a ser quien iba a designar a los grupos de milicianos encargados de efectuar las ejecuciones. Sus milicias fueron las que acudían a las cárceles, iniciaban las expediciones, llegaban en autobuses a los lugares elegidos y procedían a fusilar a los presos.

Hacia las cuatro de la madrugada del día 7 de noviembre, las milicias llegaron a la cárcel de Porlier, y realizaron una saca de unos doscientos hombres.

De noche todavía, partió el convoy de autobuses de línea regular, pertenecientes a la Sociedad Madrileña de Tranvías, con el aparente propósito de trasladar a los presos a la prisión valenciana de San Miguel de los Reyes. Sin embargo, una vez llegado a Torrejón de Ardoz (la carretera de Valencia estaba bajo el fuego de los nacionales), en lugar de seguir hacia Loeches y Camporreal para enlazar con la carretera de Valencia, se desvió hacia el municipio de Paracuellos de Jarama, un pueblo a unos 20 kilómetros al noreste de Madrid, y allí, sobre las ocho de la mañana, los presos fueron fusilados. El lugar de las ejecuciones fue el arroyo de San José.

Según testimonio de RICARDO ARESTÉ YEBES, de 19 años, hijo del alcalde de Paracuellos, Eusebio Aresté Fernández, un jornalero de izquierdas: «Serían alrededor de las ocho de la mañana del 7 de noviembre de 1936 cuando salió de su casa para dirigirse a la Cooperativa Popular de Paracuellos, donde trabajaba. Era deber suyo abrir a aquella hora la tienda de comestibles.
Mientras caminaba por la calle, oyó, de repente, el ruido de una serie de ráfagas y gritos que subió desde allí abajo, hacia el río.
El joven se asomó al borde de la abrupta pendiente, desde donde una escena insólita se le presentó ante los ojos. Tres autobuses de dos pisos habían aparcado en la llanura que se extiende al pie del altozano en cuya cumbre, a un kilómetro escaso en línea recta, se asienta el pueblo de Paracuellos. […] Eran tres autobuses de los que por entonces se utilizaban en Madrid para el transporte público, autobuses “londinenses”. Estaban rodeados de muchos camiones llenos de milicianos. Se veía un gran movimiento de coches de todo tipo. Aquello fue un hervidero. De los autobuses iban bajando numerosos presos, con las manos atadas, y allí, en la llanura, los mataban, con armas automáticas. Desde su posición en lo alto de la pendiente, el joven Aresté lo veía todo, aunque en miniatura. Durante un cuarto de hora no apartó los ojos del siniestro espectáculo.
Luego, bajo la vivísima impresión de lo que acababa de presenciar, fue a abrir la tienda».


DECLARACIÓN DE GREGORIO MUÑOZ JUAN.- «… llegó alrededor de las 9 de la mañana (día 7) al “Arroyo de San José”, y vio que contra la ladera del cerro, o sea junto a la zanja número 1 del plano, había aproximadamente 200 cadáveres que presentaban señales de fusilamiento. Oyó decir allí que las víctimas procedían de la Cárcel Modelo (eran de la cárcel de Porlier) y habían llegado a las ocho de la mañana de aquel día en autobuses de dos pisos de los del servicio público en Madrid y fusilados inmediatamente.
Cuando llegó el declarante, ya no estaban allí los autobuses. Sólo vio a unos 12 o 15 milicianos desconocidos, armados de fusil, que se dedicaban a quitar a los cadáveres lo que llevaban en los bolsillos y las mejores prendas de vestir. Entretanto, medio centenar de vecinos de Paracuellos cavaban la fosa número 1 hasta una profundidad de dos y medio metros. Todos los cadáveres que allí había vestían de paisano, salvo unos veinte, que tenían uniforme de soldado... Aquella tarde enterraron en la fosa número 1 más de la mitad de los cadáveres. Los que quedaron insepultos fueron inhumados a la mañana siguiente, también en la fosa número 1,… »
 (CG. 1526. Exp.5, pp. 1-4).

DECLARACIÓN DE ÁLVARO MARASA BARASA.- «Los agentes del Consejo, para intervenir en las expediciones de presos, recibían orden de Serrano Poncela de realizar tal intervención; esta orden les venía por mediación del agente Lino Delgado, el que con Serrano Poncela o con persona de la confianza de este se entendía directamente. La orden venía escrita, con el membrete de la Dirección General de Seguridad, sello del mismo organismo y firmado por Serrano Poncela. Estos agentes se limitaban a ser portadores de la orden escrita, la que iba dirigida al Director de la cárcel correspondiente y la que decía, poco más o menos: «Sírvase poner en libertad a los detenidos cuya relación se acompaña, o, cuyos nombres se reseñan al dorso». El director hacia que cumplía la orden, y se los entregaba al agente portador de ella, el que dirigía la expedición y la conducía a donde Serrano Poncela, verbalmente y por conducto de Lino Delgado, les había ordenado llevarla, y donde los presos, en virtud de la misma orden verbal, eran fusilados.
La única orden escrita que en estos casos figuraba era la dirigida al Director de la prisión; las demás instrucciones, que constituían el fondo del caso, eran de palabra y por el citado conducto. Consumado el fusilamiento; el cumplimiento de lo ordenado se comunicaba al dicho Lino Delgado, el que daba cuenta a Serrano Poncela.
A punto de salir de la cárcel, los detenidos eran despojados por milicianos que les habían de fusilar, de todos los objetos de su pertenencia, los que luego eran entregados a Santiago Álvarez Santiago. La ropa la conservaban hasta morir, y al final debía de caer en manos de la gente del pueblo próximo al lugar del fusilamiento.
Serrano Poncela daba orden de facilitar un determinado número de coches al parque de la Dirección General de Seguridad, y a los diversos puestos de las Milicias de Retaguardia de destinar milicianos a la ejecución; esta última orden era recibida por el teniente Federico Manzano, Comandante General de Milicias de Retaguardia.
La expedición, en orden a quien la dirigía, se componía de dos momentos: entrega de presos, so pretexto de libertad, en que el agente mandado por Serrano Poncela se hacía cargo de ellos; fusilamiento de los mismos, en que el jefe de los milicianos Federico Manzano o su delegado organizaban la matanza, la realizaban y cuidaban de que ningún detenido quedase con vida.
El fusilamiento realizado, la misión de todos ellos había terminado y volvían a Madrid sin enterrar los cadáveres. El agente delegado, aparte de hacerse en el primer momento cargo de los presos, era el que en un coche ligero abría marcha y marcaba el camino a seguir por la expedición hasta el lugar donde todo era consumado.
Federico Manzano o su delegado ya sabían al llegar a la cárcel de lo que se trataba, y eran los que cuidaban de custodiar a los detenidos hasta el final».
(CG. 1526. Exp.5)

Segundo Serrano Poncela

La declaración de Álvaro Marasa confirma que la selección de los presos que iban a ser asesinados y las órdenes para su extracción corrían a cargo de las autoridades de la Conserjería de Orden Público con un respaldo directo y explícito del gobierno del Frente Popular. La primera tarea la desempeñaba Serrano Poncela en colaboración con el Consejo de la DGS y con la autorización del ministro Galarza. Se trataba, desde luego, de una tarea que se consideraba de enorme importancia, lo que explica que se deseara mantener una continua supervisión de las matanzas. De hecho, en todo momento, Segundo Serrano Poncela era informado de los fusilamientos a través de un policía llamado Lino Delgado Sainz, que actuaba de enlace.

DECLARACIÓN DE MARIANO DE CABO PÉREZ.- «Las ejecuciones las llevaban a cabo fuerzas de las Milicias de Vigilancia de Retaguardia, a las que se agregaban para colaborar en la matanza y apropiarse de ropas y objetos que encontraran en los cadáveres, milicianos de los Ateneos Libertarios de Ventas, La Guindalera y La Elipa.
El Jefe inspector de Milicias de Vigilancia de Retaguardia, apellidado Manzano, era el encargado de designar los milicianos que ejecutaban los fusilamientos de presos. De estas Milicias de Vigilancia de Retaguardia existían en Madrid más de treinta puestos, todos los cuales fueron verdaderas Checas que practicaron detenciones y ejecutaron asesinatos en sus detenidos».
 (CG. 1526. Exp.5)

Ese día 7 de noviembre, hubo en total cinco sacas de presos. Una de madrugada, procedente de la cárcel de Porlier, que ya hemos visto. Otra, a primera hora de tarde, procedente de San Antón con 55 presos, y una tercera, a media tarde, de la Cárcel Modelo, con más de 550 presos. Estas dos últimas, al igual que la primera, su destino fue Paracuellos del Jarama.

Hubo otras dos sacas ese día, procedentes de la cárcel de San Antón, que llegaron sanas y salvas a la cárcel de Alcalá de Henares.

    San Antón

La cárcel de San Antón, estaba en las instalaciones de las Escuelas Pías de San Antón Abad en la calle Hortaleza

CÁRCEL MODELO DE MADRID

Políticos republicanos como José Giral y Manuel de Irujo, alarmados ante la situación, exigieron explicaciones al Gobierno. Lo que estaba ocurriendo, lo empieza a saber también el cuerpo diplomático, encabezado por el encargado de Negocios de Argentina, Edgardo Pérez Quesada; Félix Schlayer, un alemán que trabaja para la de Noruega, y el delegado en Madrid del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), doctor Georges Henny. A ellos les llegan noticias alarmantes y realizan investigaciones que les conducen a comprobar in situ, la verdad de los rumores sobre las matanzas.

El cónsul de Noruega en Madrid, Félix Schlayer, supo de las inexistentes evacuaciones de presos a Valencia, y exigió aclaraciones a las autoridades de Madrid. Tras una reunión del Cuerpo Diplomático, Félix Schlayer se reúne la tarde del día 7 en el ministerio de la Guerra, sede de la Junta de Defensa de Madrid, con el general Miaja. Schlayer había estado ese día por la mañana en la Cárcel Modelo, antes de que se produjese la saca. Por la tarde volvió a ir a la cárcel Modelo, cuando la saca ya se había producido, y fue a pedir explicaciones a Santiago Carrillo.

«Tuvimos con él una conversación muy larga, en la que recibimos toda clase de promesas de buena voluntad y de intenciones humanitarias respecto a la protección de los presos y al cese de la actividad asesina. Pero la impresión final que sacamos de la entrevista fue de una total inseguridad y falta de sinceridad. Le dije lo que acababa de oír en la Moncloa (sede de la cárcel Modelo) y le pedí explicaciones. Carrillo pretendía no saber nada de todo aquello, lo cual me parece totalmente inverosímil, como lo demuestra el hecho de que durante la noche y el día siguiente prosiguieron, pese a sus falsas promesas, los transportes de presos sacados de las cárceles. Prosiguieron sin que Miaja ni Carrillo intervinieran para nada; y sobre todo, sin que pudieran seguir alegando desconocer unos hechos de los que les acabábamos de informar». (Félix Schlayer – “Matanzas en el Madrid republicano”, página 124)

Efectivamente, como escribe Schlayer, a esos asesinatos del día 7 de noviembre, se les sumarían en la siguiente noche, más de 500 presos también procedentes de la cárcel Modelo de Madrid (estaba en Moncloa, donde está el actual Cuartel General del Ejército del Aire).

Cárcel Modelo

En la noche del 7 al 8 de noviembre, se presentaron en la misma cárcel, un gran contingente de policías y milicianos. Los testigos relatan que el edificio de la prisión estaba acordonado por las milicias y, tras el cordón, era posible ver a centenares de presos, atados, embarcando en camiones y autobuses. Según los milicianos de guardia, la expedición se dirigía a la prisión de San Miguel de los Reyes en Valencia. Esa era, en efecto, la explicación oficial, pero no era lo que iba a pasar.

DECLARACIÓN DE RAMÓN TORRECILLA GUIJARRO.- «El 7 de noviembre de 1936, el secretario de la Dirección General de Seguridad […] dio al declarante y a los que después nombrará, la orden, de parte del Delegado de Orden Público, Serrano Poncela, de presentarse en la cárcel Modelo para hacer una selección de los presos allí encerrados. En cumplimiento de la citada orden, entre 10 y 12 de aquella noche se presentaron en la cárcel Modelo el declarante y los siguientes: Manuel Rascón Ramírez, Manuel Ramos Ramírez, Agapito Sainz de Pedro, Andrés Urresola Ochoa, Lino Delgado.
Al llegar a la cárcel el capitán de guardia se oponía a que entrasen, por no llevar orden escrita alguna, pero se telefoneó a la Dirección de Seguridad y como desde allí contestaran que estaban autorizados para penetrar en la prisión, se les franqueo el paso.
El dicente y sus cinco compañeros se encaminaron seguidamente al fichero de presos y pasaron varias horas apartando las fichas, según la profesión de los presos, en los cuatro grupos siguientes:


1º.- Militares.
2º.- Hombres de carreras y aristócratas.
3º.- Obreros.
4º.- Personas cuya profesión no constaba.

Ya llevaban seleccionando más de la mitad del fichero, cuando de madrugada, se presentó el Delegado de Orden Publico, Serrano Poncela y ordenó que todos los seleccionados en los grupos 1º y 2º (Militares y burgueses) saliesen de las galerías a las naves exteriores, porque los fascistas avanzaban y si los libertasen les serian un refuerzo formidable.
Mandó prepararlos, pues en seguida llegarían unos autobuses para trasladarlos, y refirió que el Ministro de la Gobernación (Ángel Galarza) cuando marchó a Valencia la noche del 6 de Noviembre había dado orden por teléfono desde Tarancón de que los trasladasen, y añadió en tono malicioso que quien mandaba la expedición ya tenía instrucciones de lo que había de hacerse con los presos, que era “una evacuación....definitiva”.
En cumplimiento de esta orden de Serrano Poncela, suspendieron la selección de fichas el declarante y sus compañeros. Era entre tres y cuatro de la madrugada. Sacaron a los seleccionados a las naves y con cuerdas les ataban las manos a su espalda uno a uno y a veces por parejas. No puede precisar el número de ellos, pero sí que pasaban de los quinientos. La mayoría eran militares, pero también había paisanos.
Alrededor de las nueve o diez de la mañana del 8 de Noviembre llegaron a la Cárcel Modelo siete o nueve autobuses de los de dos pisos de servicio público urbano, y dos autobuses grandes de turismo. A todos los llenaron de presos. En el interior de cada uno de los coches de dos pisos metieron 60 o más detenidos y en su plataforma trasera, iban de 8 a 12 milicianos armados. (…)».
 (CG. 1526. Exp.5 - 026)

Unos 400 presos fueron transportados a Paracuellos. Al llegar allí, el convoy tuvo que ser desviado hacia la hacienda del «Castillo de Aldovea», en Torrejón de Ardoz, porque los enterradores de Paracuellos no habían terminado de inhumar a las víctimas del día anterior. Al llegar a la hacienda, fueron fusilados en el cauce seco de un canal de regadío.

DECLARACIÓN DE GREGORIO MUÑOZ JUAN.- «A las ocho y media de la mañana (día 8), el Comité del Frente Popular de Paracuellos ordenó de nuevo a los vecinos bajasen, provistos de palas y picos, al «Arroyo de San José». Al llegar junto al sitio que ocupa la fosa número 2 del plano, vio, a la orilla N. de la misma unos 500 cadáveres de fusilados, muchos de los cuales tenían las manos atadas a la espalda…. A las 11 de la mañana del 8 de noviembre de 1936 vio llegar al «Arroyo de San José» varios coches ligeros, procedentes de Madrid, ocupados por policías rojos, que, estuvieron hablando con los Comités del Frente Popular de Paracuellos y Ventas, y marcharon seguidamente.
Supo el declarante que aquellos policías iban con el propósito de que se matase allí otra expedición de presos, pero al ver que todavía quedaban muchos cadáveres insepultos de la expedición de la noche anterior, resolvieron conducir la nueva expedición a un antiguo caz de riego, existente en la finca del duque de Tovar, llamada «Castillo de Aldovea», sita entre los términos municipales de San Fernando de Henares y Torrejón de Ardoz»
. (CG. 1526. Exp.5, pp. 1-4).

DECLARACIÓN DE VICENTE GIL LÓPEZ.- «A eso de las siete de la mañana (día 8) empezaron a salir presos de la cárcel. Los milicianos formaban cordón desde la entrada de la cárcel hasta los autobuses en que aquellos eran embarcados.
El número de autobuses era de cinco o seis. En cuanto un autobús quedaba lleno de detenidos, salía en dirección de las Ventas, precedido por un coche ligero ocupado por un agente de los que dirigían todo aquello; dentro del autobús varios milicianos de los grupos citados daban guardia; algunos autobuses iban seguidos por un coche ligero ocupado por más milicianos. Los autobuses eran grandes, algunos de dos pisos. El dicente salió con sus milicianos, y algunos no a sus órdenes, a eso de las nueve de la mañana, dando escolta a detenidos en uno de los autobuses, en que de estos irían cuarenta o cincuenta.
Tomaron la carretera de Alcalá de Henares; antes de llegar a este lugar cogieron una carretera a la derecha de menos importancia que la anterior, por la que fueron cosa de un kilómetro, al cabo del cual, en un pequeño montículo, vieron una guardia de milicianos; en este montículo paró el autobús; al pie, en una hondonada había gran tropel de milicianos y un autobús vacio; cuando éste subió y dejó libre el paso, el autobús del dicente bajó con los detenidos y su escolta interior; rectifica el dicente en el sentido de que fue de escolta con su gente en un coche ligero y no dentro del autobús. Él se quedó con su fuerza en el montículo.
Paró el autobús abajo y los detenidos fueron desembarcados y puestos en fila dando el frente a otra fila de milicianos, los que al toque del pito hicieron fuego contra ellos; una vez caídos, los cadáveres fueron rodeados por turbas de milicianos, los que les despejaron de todo lo que encima llevaban. El Teniente Federico Manzano, llevaba un pito. Este era el jefe de la Comandancia de retaguardia. Andaba por allí el Teniente (Antonio Pérez) Herrera. Lo del pito lo sabe por referencia de milicianos.
El sitio donde se desarrollaron las dichas muertes, según el dicente tiene oído, era término municipal de San Fernando de Henares. Terminados los fusilamientos el dicente y los milicianos a sus órdenes, volvieron a Madrid, sin ver enterrar los cadáveres. A las once de la mañana estarían en Madrid».
 (CG. 1526. Exp.5).

Pedro Díaz Currinche, natural de Torrejón, era pastor y tenía en 1936 dieciséis años. Según relató al hispanista Ian Gibson, una mañana, a principios de noviembre, cuidaba su rebaño de ovejas en las afueras del pueblo, cerca del río Henares. Sería a eso del mediodía. Recuerda que hacía fresco, y que se sorprendió sobremanera al ver llegar al otro lado del río tres autobuses madrileños de dos pisos, de los cuales fueron bajando muchos hombres con las manos atadas detrás de la espalda. Con ellos iban numerosos milicianos armados con fusiles.

En aquel paraje, llamado el Soto de Aldovea, había un canal de irrigación excavado antes de la guerra y entonces completamente seco. Un canal llamado «caz» por los lugareños. La tierra quitada durante la excavación estaba todavía amontonada sobre los bordes del caz, que tendría una longitud de varios cientos de metros.

El chico comprendió en seguida lo que iba a ocurrir. Los presos eran llevados en grupos cerca del canal y matados allí con fusiles. «No con ametralladoras», insiste Díaz Currinche. Después los milicianos arrojaban los cadáveres a la zanja.

Aquella tarde, hacia las cuatro, llegaron al mismo sitio otros tres autobuses, posiblemente los mismos, con más prisioneros, y se repitió la macabra operación, que también fue presenciada por el joven pastor.

DECLARACIÓN DE VICENTE NUÑO FONDEVILLA.- «Que en Noviembre de 1936 era guarda del «Castillo de Aldovea». El día ocho de ese mes, a las ocho y media de la mañana, se dirigió al mismo…Al poco rato llegó una camioneta que conducía unos sesenta milicianos armados, cubiertos con unas gorras negras que llevaban en el frente bordadas unas estrellas rojas, los cuales se pusieron a las órdenes del capitán y los oficiales. Poco después llegaron tres autobuses de tres pisos, con unos setenta presos cada uno, y 3 o 4 milicianos de escolta. Entonces el capitán, los oficiales y el Laureano comenzaron a sacar gente de los autobuses; haciéndolo en grupos de unas veinte personas. Estas eran puestas de espaldas al caz y cerca de él. El capitán hacía sonar un pito y los de la gorra hacían la descarga. Antes de disparar los milicianos, los fusilados gritaban «¡Viva Cristo Rey!». A algunos, el capitán les daba, ya en el suelo, el tiro de gracia.
Terminaron los fusilamientos cerca de las doce. Los de la gorra se dedicaron a robar los objetos que llevaban las víctimas, objetos que, colocados en una manta, fueron llevados a la camioneta. Entonces el capitán dijo que no se marchara nadie pues por la tarde iba a venir otra expedición…
Entonces llegaron dos (tres) autobuses iguales que los de por la mañana (ahora serian las dos de la tarde). Se repitió la misma escena de por la mañana, con las mismas exclamaciones de los asesinados… Cuando se fusilaba uno de los grupos se escapó uno de los presos, alto, de unos 25 años, de pelo liso y negro, vestido con un traje gris oscuro. Los dos Marián (Miguel y Manuel Marián) y el declarante salieron en su persecución, cada cual por su lado, encontrándolo los dos primeros escondido entre unas matas, y al encontrarlo, se lo entregaron al declarante quien, a su vez, lo dio al capitán. Este, con una pistola, le dio muerte en el acto. Al terminar los asesinatos se reprodujo la escena del saqueo a los muertos. Tanto los que murieron por la mañana, como los de la tarde, llevaban las manos atadas a la espalda»
(CG. 1526. Exp.5).

DECLARACIÓN DE LUCIANO FERNÁNDEZ CASTILLA.- «Al poco rato llegaron tres autobuses de dos pisos llenos de detenidos. Inmediatamente fueron sacados de ellos los presos, en grupos de doce a catorce que eran puestos a unos veinticinco metros del caz y asesinados por un pelotón de unos cincuenta milicianos, a derecha e izquierda del cual estaban colocadas dos ametralladoras, Las víctimas llevaban las manos atadas a la espalda. La voz de fuego la daba un individuo vestido de paisano muy alto, con una pistola ametralladora en la mano, que, otras veces, provocaba la descarga haciendo sonar un pito…Acabados los fusilamientos, unos individuos de paisano, que el declarante cree recordar haber oído que eran policías, se dedicaron a desvalijar los cadáveres» (CG. 1526. Exp.5).

Federico Manzano en el interrogatorio que le hizo el Fiscal delegado para la instrucción de la Causa General de Madrid, el 29 de Noviembre de 1940, declaró que el 7 de noviembre no estuvo en el «Castillo de Aldovea», sino en el Paseo de Pontones y en la carretera de Valencia.

DECLARACIÓN DE FEDERICO MANZANO GOVANTES.- «El día 7 de noviembre le dieron la orden de que acudiera al Paseo de los Pontones en donde estuvo al mando de unos 60 hombres, armados de fusil, para evitar el retroceso de la gente que había en los frentes, no llegó a disparar ni a hacer detenciones y en el mismo día, sobre las 2 de la tarde, le ordenaron que dejara a aquella gente y se trasladara a la carretera de Valencia en donde tendría a otros 60 para efectuar como servicio la revisión de la documentación de los coches que salían de Madrid; prestó este servicio aunque no reunió a casi ninguno de los 60 que se habían destinado a este servicio». (CG. 1531. Exp.19)

DECLARACIÓN DE FEDERICO MANZANO GOVANTES.- «El día 9 de noviembre de 1936, alrededor de las diez de la noche, volvió a la Cárcel Modelo, al mando de un centenar de milicianos, con los cuales se instaló ante las puertas de la prisión. Vio que a las dos de la madrugada del día diez de noviembre de 1936, penetraron en la prisión Santiago Álvarez Santiago, Arturo García de la Rosa y Agapito Sainz y otro u otros dos individuos.
Al poco tiempo, llegaron tres autobuses de dos pisos, del Servicio Urbano, que se situaron a la puerta de la Cárcel. Serían las cuatro de la madrugada, cuando salió De la Rosa, a ordenar al declarante que sus fuerzas, acordonasen desde el rastrillo a los camiones. Por entre los cordones de milicianos, fueron pasando los presos que se extrajeron de la Cárcel y, con los que se llenaron los tres autobuses, qué, acto seguido partieron. Iba en cabeza de la expedición, un coche de turismo, en el que viajaban, De la Rosa, Santiago Álvarez Santiago y Agapito Sainz. Cada autobús de aquellos hizo dos viajes, lleno de presos regresando de nuevo a la puerta de la Cárcel Modelo. Supo el dicente que aquellos dos primeros viajes, los dedicaron a trasladar presos de la Cárcel Modelo a otra prisión de Madrid que no puede precisar si fue a la de San Antón o a la de Porlier.
A las cinco y media o seis de la misma madrugada, partieron por tercera vez, los tres autobuses, llenos de presos; pero estos no iban a cambiar de cárcel, sino que se les sacó para asesinarles. En cabeza de esta expedición, iban también en un coche de turismo, Arturo García de la Rosa, Agapito Sainz, Santiago Álvarez Santiago; los vigilaban unos cuarenta milicianos a las ordenes del declarante; el dicente iba, al final de la caravana en un coche, acompañado de Pablo Andújar, Pedro Cimorra Génova, y, el chofer del declarante llamado Agustín Campos Gómez.
Marcharon por la carretera de Aragón, la que dejaron para tomar camino hacia la izquierda, llegando alrededor de las siete de la mañana, a un despoblado que cree, es Paracuellos de Jarama. Allí pararon todos los vehículos. De los autobuses, fueron sacados los presos, en grupos de veinte, aproximadamente. Los pusieron en fila y, frente a ellos, a 8 o 10 metros, formaban una veintena de milicianos que los fusilaban por la orden de ¡fuego!, dada de palabra por De la Rosa, en las primeras descargas; pero después la orden de ¡fuego! para consumar la ejecución la daba el declarante, haciendo sonar un pito.
No vio, abierta zanja alguna, en el lugar de los fusilamientos. Dejaron los cadáveres sobre el suelo y regresaron hacia Madrid, todos los que habían llevado hasta allí, aquellas victimas. Mientras sucedía todo lo que deja referido, no había presenciándolo ningún vecino de aquellos alrededores. Cuando ya habían acabado la ejecución, vio llegar a un individuo montado sobre un burro; quien, según oyó decir, venía a quitar la ropa a los cadáveres, lo que cree, realizó por orden de los organizadores de la matanza, ya que no se permitía a nadie acercarse al lugar de los fusilamientos.
Varios días después de la matanza de Paracuellos, recibió orden del Consejero de Orden Público, Santiago Carrillo, de enviar 20 hombres, a la Cárcel de Ventas. Dispuse, que marcharan a ella, al mando de Vicente Gil, alrededor de la una o las dos de la madrugada. Acaso este servicio tuviera por objeto, asesinar presos, pero el declarante lo ignora. Vicente Gil, no le dio cuenta de la clase de servicio que hubieran prestado.
Por aquel mismo mes de noviembre de 1936, y en virtud de igual orden del Consejero de Orden Público, Santiago Carrillo, ordenó el declarante a Antonio del Moral, que fuese al mando de un grupo de milicianos a la Cárcel de San Antón, a la misma hora que la madrugada anterior. También ignora la índole del servicio que prestara».
 (CG. 1526. Exp.5).

«Desde esta ocasión, no volvió personalmente a dirigir ningún servicio de sacas y traslados de presos» (CG. 1531. Exp.19).

DECLARACIÓN DE PABLO ANDÚJAR GARCÍA.- «Recuerda que 2 o 3 días después de la huida de Madrid del Gobierno Rojo en noviembre de 1.936, fue el declarante en unión de Pedro Cimorra, dando escolta a Federico Manzano, para el servicio que pasa a relatar: Se presentaron en la Cárcel Modelo alrededor de las cuatro de la madrugada, y en ella penetró Manzano. Cimorra y el declarante se quedaron en el coche fuera de la prisión. A la puerta de esta esperaban cinco autobuses del Servicio Urbano de los de dos pisos, que fueron llenándose con presos maniatados que sacaban de la prisión. Iban partiendo los autobuses a medida que estaban llenos, y cuando ya había partido el último, salió de la Cárcel Federico Manzano, y con él marcharon Cimorra y el declarante, tras de los autobuses hasta Paracuellos del Jarama.
A las primeras luces del amanecer fueron extrayendo, por tandas, los presos de cada autobús, quienes seguidamente eran colocados al borde de una gran zanja abierta a la izquierda del camino. Frente a ella se situaron 40 o 50 milicianos que, a las voces de mando de Federico Manzano, disparaban sobre ellos»
. (CG. 1526. Exp.5).

MELCHOR RODRÍGUEZ GARCÍA, «EL ÁNGEL ROJO» 

Mariano Sánchez-Roca, subsecretario del ministerio de Justicia en Valencia, pudo frenar las matanzas que se estaban produciendo, con el nombramiento del anarquista sevillano Melchor Rodríguez García como Inspector General del Cuerpo de Prisiones el 9 de noviembre (Gaceta del 14 de noviembre de 1936).

«... El ocho de noviembre de mil novecientos treinta y seis el Presidente y Magistrados del Tribunal Supremo y el Secretario del Colegio de Abogados hablaron por teléfono con el Gobierno, que estaba en Valencia, y le dirigieron telegramas, proponiendo que encargasen al declarante de la alta dirección de los servicios de Prisiones en Madrid. El siguiente día nueve, fue llamado al Palacio de Justicia por el Presidente del Tribunal Supremo que le comunicó haber recibido orden telefónica del Ministro de Justicia (García Oliver) de que el dicente se hiciera cargo inmediato de la Jefatura Superior de los servicios en Madrid de la Dirección General de Prisiones. El mismo día se presentó en el Ministerio de Justicia y tomó posesión de las funciones de la citada Dirección General (el Director General propietario estaba en Valencia. Se llamaba Antonio Carnero Jiménez. Era de la C.N.T.) Aunque tardó varios días en llegar el nombramiento escrito y su publicación en la Gaceta, el mismo día nueve de noviembre dio orden verbal a los Directores de las Cárceles de Madrid que no permitiesen la salida de preso alguno desde las seis de la tarde a las ocho de la mañana y tampoco durante el día si hubiera algún peligro para la seguridad de los excarcelados […]» (CG 1526 Exp.5)

Melchor Rodríguez

Melchor Rodríguez, dispuso inmediatamente que los milicianos abandonaran el interior de las prisiones, y que prestaran servicio exclusivamente en el exterior de las mismas. Y que volvieran a ellas los funcionarios de prisiones.

«El mismo día nueve de noviembre dispuso el que declara que los milicianos que vengan actuando en el interior de las prisiones, saliesen de ellas a prestar servicio exclusivamente en el exterior. Desde entonces, hasta el día catorce de noviembre, no volvieron a penetrar los milicianos dentro de ellas.
Por su Secretario particular Juan Batista (hasta entonces fue Jefe de servicios en la Modelo…) tuvo noticia de que para la noche del nueve de noviembre estaba preparada una saca de más de cuatrocientos presos de aquella Prisión Celular. Al saberlo, el declarante se personó a medianoche en la Prisión y dio orden terminante a su Director Jacinto Ramos y a los Oficiales de Prisiones para que no la permitiesen. Posteriormente supo que el Director de la Cárcel Modelo, para cumplir esta orden, tuvo discusiones con los Milicianos que en la madrugada siguiente se presentaron en busca de los presos, pero no se los llevaron».
 (CG 1526 Exp.5)

De la cárcel Modelo, la comitiva de Melchor Rodríguez, marcha a la cárcel de Porlier, donde paraliza otra saca; los presos ya estaban en la sala de espera de la prisión, aligerados de todos sus objetos personales y con las manos amarradas. Cuando llega a la cárcel de San Antón, algunos de los autobuses ya han partido, pero no otros. Decenas de presos se salvan, ante la mirada inquieta de los milicianos que no saben por qué se paraliza todo.

«A partir del diez del mismo mes nadie intentó efectuar más sacas de presos de las Cárceles de Madrid mientras el que declara fue Inspector General. Tampoco se hizo gestión o presión alguna cerca del que declara para que autorizase sacas de aquella clase». (CG 1526 Exp.5)

Entre el 10 y el 17 de noviembre no hubo extracción alguna de presos de las cárceles. Bajo su protección las sacas cesaron, pero no por mucho tiempo. En la DGS se continuaba con la planificación de eliminación de la “quinta columna” en las cárceles de Madrid.

DECLARACIÓN DE RAMÓN TORRECILLA GUIJARRO.- «En la reunión del Consejo de la Dirección General de Seguridad, celebrada el 10 de Noviembre, se acordaron las normas y procedimiento para llevar a cabo la selección de presos que debían ser matados y, estableciendo el criterio que debía seguirse. Serrano Poncela que asistía a la reunión explicó que debían ser elegidos:


1º.- Los militares con graduación superior a Capitán
2º.- Todos los falangistas
3º.- Todos los hombres que hubieran tenido actividades políticas francamente derechistas.

Las órdenes para las sacas de los presos que debían ser asesinados, las firmaba el Delegado de Orden Público, Segundo Serrano Poncela.
Serrano Poncela, tenía que ir diariamente despachar con el Consejero de Orden Público en la Junta de Defensa, Santiago Carrillo en la oficina de este. Además Santiago Carrillo iba con frecuencia a la Dirección de Seguridad a conferenciar con Serrano Poncela
». (CG. 1526. Exp.5).


UN DISCURSO DE SANTIAGO CARRILLO

Ayer tarde, por la emisora de Unión Radio, Santiago Carrillo, consejero de Orden público de la Junta de Defensa, pronunció el siguiente discurso:

[…]

Conviene afirmar que la única resistencia que tiene la Junta de Defensa es la resistencia que le ofrece el enemigo, la resistencia que le ofrecen los combatientes fascistas que están a nuestras puertas, porque la resistencia que pudiera ofrecerse desde el interior está garantizado que no se producirá, ¡que no se producirá! Porque todas las medidas, absolutamente todas, están tomadas para que no pueda suceder en Madrid ningún conflicto ni ninguna alteración que pueda favorecer los planes que el enemigo tiene con respecto a nuestra ciudad. La quinta columna está camino de ser aplastada, y los restos que de ella quedan en los entresijos de la vida madrileña están siendo perseguidos y acorralados con arreglo a la ley, con arreglo a todas las disposiciones de justicia precisas; pero sobre todo con la energía necesaria para que en ningún momento esa quinta columna pueda alterar los planes del Gobierno legítimo y de la Junta de Defensa.

19361113 009 Ahora

La noche del 14 de noviembre, Melchor Rodríguez dimitió de su cargo de Inspector después de discutir duramente con el ministro de Justicia Juan García Oliver, también anarquista, que quería que continuaran las sacas.

«El trece o catorce del mismo noviembre se presentaron inopinadamente en Madrid el Ministro de Justicia (García Oliver) y el Director General de Prisiones (Carnero). Este último se instaló en el despacho oficial de la Dirección General, que venía ocupando el dicente, y molesto por ello el que declara, no se presento a él. Pero el día catorce acudió al despacho del Ministro a quien, a presencia del Presidente del Tribunal Supremo y del Secretario del Colegio de Abogados (Luis Zubillaga), expuso su actuación impidiendo matanzas de presos en los cinco días que llevaba de Inspector General.

Al Ministro no debió satisfacerle esta conducta pues sólo replicó que no debla actuar en estas cuestiones sin consultar el parecer del propio Ministro y del Director General del Ramo. Aunque el Ministro no decía su parecer, bien claramente mostraba ser contrario al declarante en la cuestión de matanzas de presos y, por ello, dimitió en el acto, de palabra, su cargo de Inspector. El Ministro le admitió instantáneamente la dimisión, a reserva de la resolución definitiva. […] El quince de noviembre regresaron a Valencia el Ministro de Justicia y el Delegado General Carnero, quedando encargado de la Dirección General el que era Jefe de Personal Nicolás Navas…»(CG 1526 Exp.5)

La Dirección General de Seguridad, dependiente del Consejo de Orden Público que dirigía Santiago Carrillo se hizo de nuevo con la situación. La intervención de García Oliver fue interpretada por Carrillo como una señal de que las actividades de la DGS contaban con la aprobación del Gobierno, Las sacas se reanudaron el 18 de noviembre y continuaron del 24 de noviembre al 3 de diciembre desde las cárceles de Porlier, San Antón y Ventas. Entre esas fechas, más de un millar de personas fueron transportadas hasta Paracuellos desde las prisiones de Ventas, Porlier y San Antón, y fusiladas allí.

El 15 de noviembre el ejército de Franco alcanza el Hospital Clínico a escasamente un kilómetro de la cárcel Modelo. Dicha cárcel, había quedado en la zona de guerra, siendo alcanzada esta por los disparos de ametralladoras y de artillería, llegando a producirse bajas entre los presos, por lo que tuvo que ser evacuada el 16 de noviembre. Los 5.000 presos que se encontraban en la cárcel son distribuidos por el resto de cárceles madrileñas (1.500 a San Antón, 2.500 a Porlier, 1.000 a Ventas) sin pérdida de vidas en la evacuación.

La Modelo se usó a partir de esa fecha de cuartel general de las Brigadas Internacionales y de la columna Durruti. Fue la cárcel que registró el mayor número de víctimas, cerca de mil, pese a que las sacas se practicaron allí solo los días 7, 8 y 9 de noviembre.

DECLARACIÓN DE FEDERICO MANZANO GOVANTES.- «El 23 de noviembre del 36 fue nombrado por la Junta de Defensa, Inspector General de Milicias de Retaguardia» (CG. 1560. Exp.31)

DECLARACIÓN DE ÁLVARO MARASA BARASA.- «A últimos de Noviembre de 1936 el Delegado de Orden Público, Serrano Poncela le encargó que hiciera una extracción de presos en la cárcel de Ventas y se les diera muerte en Paracuellos de Jarama. Esta extracción se hacía de la siguiente manera: el declarante recibía de Serrano Poncela un oficio dirigido al Director de la Cárcel en el que se ordenaba que se le entregaran los detenidos que se consignaban al margen, los cuales serian destinados a donde dispusiera la autoridad del Delegado de Orden Público…Verbalmente, el Serrano le ordenaba al dicente que los dichos presos fueran asesinados en Paracuellos. Por otro lado, se pedían milicianos de las milicias de Retaguardia a su jefe el Teniente Manzano, los cuales se encargaban de la ejecución material de los asesinatos; las camionetas en que eran conducidas las víctimas eran facilitadas por el Parque Móvil de la Dirección.
Una vez en posesión del oficio mencionado, el declarante acudía a la Cárcel, extraía los presos y se encontraba con las milicias que enviaba Manzano y con un miembro del Consejo de la Dirección de Seguridad, que acudía como Delegado del Consejo. La expedición se ponía en marcha.
Las expediciones en que tomó parte el declarante fueron tres, todas a Paracuellos. Como delegados del Consejo acudieron un tal (Manuel) Rascón en la primera y un tal De la Rosa en las dos últimas. El número de presos sacrificados en cada una oscilaba entre veinte y treinta.
Cuando la expedición llegaba a su lugar de destino, los milicianos (de 15 a 30) hacían las descargas y el Delegado del Consejo hacia el tiro de gracia. Antes de morir, la mayoría de los asesinados gritaban: ¡Viva Cristo Rey!, Arriba España y ¡Viva España!
Cuando regresaban a Madrid, el declarante acudía ante Serrano Poncela y le daba cuenta de haberse llevado a cabo la matanza».
 (CG. 1526. Exp.5)

Segundo Serrano Poncela permaneció en el cargo de Delegado de Orden Público hasta el 27 de noviembre de 1936, fecha en la que, dependiendo de las fuentes, dimitió o fue cesado por Santiago Carrillo.

La creciente presión internacional, el cuerpo diplomático y el presidente del Tribunal Supremo, Mariano Gómez, fueron los que finalmente logran parar las sacas. Para ello, el Ministro de Justicia, el anarquista Juan García Oliver, volvió a llamar a Melchor Rodríguez, nombrándolo ahora Delegado en Madrid de la Dirección General de Prisiones (Gaceta del 3 de Diciembre de 1936)

«En cuanto el que declara cesó de Inspector General de Prisiones, se reprodujeron las sacas. Como la Magistratura izquierdista, pero no criminal, hiciese mucha campaña en favor del dicente y ante las presiones continuas que el Cuerpo Diplomático ejercía sobre el Gobierno para que acabasen las matanzas de presos, en las que se distinguieron los Decano y Secretario Núñez Morgado (de Chile) y Helfant (Rumania) y el Dr. Schlayer (Noruega), el Ministro de Justicia llamó por teléfono el veinticuatro o veinticinco de noviembre al Secretario del Colegio de Abogados ordenándole buscase al declarante; para que conferenciase con aquel. […] Se entrevistó con García Oliver y le encomendó volviera a hacerse cargo de los servicios propios de la Dirección General de Prisiones de Madrid y Alcalá creándose al efecto para él el cargo de Delegado Especial. Comprendió claramente que este cambio de conducta del Ministro era debido a las presiones, ya indicadas más arriba, del Cuerpo Diplomático, para que acabasen las matanzas de detenidos. […] En el acto repitió su orden a las Cárceles, de que no se llevase a efecto libertad o salida de presos de noche o en condiciones que hicieran temer por su seguridad. En el mismo mes de diciembre dispuso que fuesen retirados los milicianos de la guardia interior (adonde habían vuelto) y exterior de las Prisiones, sustituyéndolas por guardias de Asalto y Seguridad. A partir del momento de la toma de posesión del declarante en este cargo, nadie intentó efectuar saca alguna de presos para su matanza. Por ello no tuvo de resistir o contradecir gestión o presión de autoridad, partido ni persona». (CG 1526 Exp.5)

En torno a 2.500 personas, militares y civiles, habían muerto ya para entonces. Melchor Rodríguez consiguió así detener las masacres en el momento en que las tropas rebeldes más cerca estaban de la cárcel Modelo. Sería apodado más tarde el «Ángel Rojo», con su actuación protectora salvó miles de vidas.

Del total de 33 sacas de presos que tuvieron lugar desde el 7 de Noviembre hasta el 3 de Diciembre, 23 de ellas terminaron en asesinatos, y otras 10 llegaron sanas y salvas a la prisión de Alcalá de Henares. En rojo pongo estas últimas sacas

7-Noviem        Porlier (200) San Antón (60) San Antón (55) San Antón (60) Modelo (+550)

8                      Modelo (414 - Torrejón), Porlier (15/20)

9                      Porlier (150/200), Modelo

16                    Evacuada cárcel Modelo

18                    Porlier (31), Ventas

20                    Ventas

22                    San Antón (13)

24                    Porlier (254)

25                    Porlier (24)

26                    Porlier (46), Ventas

27                    Ventas, San Antón (65)

28                    San Antón (183), San Antón (105), San Antón

29                    San Antón, Ventas, San Antón (500)

30                    San Antón (216), Ventas (75), Porlier (24)

1-Diciem         Porlier (19), Ventas (180 Schlayer -114)

2                      Ventas (57 Schlayer -114 / 117)

3                      Porlier (73), Ventas (60)

Todas estas sacas se llevaron a cabo con documentación de la DGS, en la que se indicaba que los prisioneros iban a ser puestos en libertad o trasladados a Chinchilla. En los casos en que se dio la orden de llevarlos a Alcalá de Henares, los prisioneros generalmente llegaron a su destino, lo que indica que “libertad” o “Chinchilla” eran palabras clave para ordenar su asesinato. Dichas órdenes fueron firmadas por el número dos de la DGS, el policía Vicente Girauta Linares. Cuando el 22 de noviembre Girauta abandona Madrid rumbo a Valencia, de la firma se ocupó su sucesor, Bruno Carreras Villanueva o Segundo Serrano Poncela, Delegado de Orden Público (hasta el 27 de noviembre que dimitió o cesó en el cargo).

Melchor Rodríguez fue una figura clave para devolver a la República el control del orden público y las prisiones. Aseguró el orden en las cárceles y devolvió la dignidad a la justicia. Bajo su mandato mejoraron las condiciones de los 11.200 reclusos de Madrid y su provincia.

ATENTADO CONTRA EL DELEGADO EN MADRID DEL COMITÉ INTERNACIONAL DE LA CRUZ ROJA

El 8 de diciembre, el médico suizo Georges Henny, delegado en Madrid del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), que ya vimos como se había preocupado por las sacas de presos de las cárceles madrileñas, y su asesinato en masa en Paracuellos y Torrejón de Ardoz, despegó de Barajas, en un avión Potez-54 de la Embajada francesa con destino Toulouse. Con él viajaban dos niñas españolas, a las que evacuaba, y dos periodistas franceses, Louis Delaprée, corresponsal del diario "Paris Soir", y André Château, de la agencia "Havas".

Nada más despegar, cuando llevan pocos minutos de vuelo, el Potez-54 se vio flanqueado sucesivamente por dos cazas republicanos (Polikarpov), perfectamente identificados por el piloto del Potez, quien los saluda con un ligero movimiento de las alas.

Al instante, el segundo de los cazas se coloca bajo el Potez-54 y lo ametralla, hiriendo a Henny y a los dos periodistas. El piloto logra un aterrizaje forzoso sobre tierras de labor a siete kilómetros de Pastrana (Guadalajara), donde el avión capota. Uno de los periodistas, Louis Delaprée, fallecería tres días después.

George Henny, que resultó herido de bala en el gemelo derecho, viajaba a Ginebra con pruebas documentales y gráficas de las matanzas de presos en Madrid, que pensaba presentar en la reunión extraordinaria, que iba a celebrar en la ciudad suiza, el «Consejo de la Sociedad de Naciones», reunión solicitada por el gobierno español para denunciar la intervención militar de Alemania e Italia.

George Henny

El delegado del CIRC había enviado con anterioridad a la Cruz Roja Internacional, dos informes, el 24 de noviembre y el 2 de diciembre, sobre las matanzas de presos, junto con listas sobre los detenidos trasladados y los ejecutados, y se sospechaba que llevaba consigo nuevas pruebas que podían perjudicar al gobierno de Madrid.

Este hecho, junto con el conocimiento por parte de las democracias occidentales de las matanzas de presos que se estaban realizando en Madrid, desde instituciones oficiales, no clandestinas, y dependientes del Gobierno, le costaría muy caro a dicho Gobierno, que intentaba romper el bloqueo de esos países, que identificaban la palabra España con barbarie. Fue una de las causas principales por lo que las grandes democracias occidentales, decidieron no intervenir en la guerra civil española, y no dar su apoyo al gobierno del Frente Popular.

CREACIÓN DEL «CUERPO DE SEGURIDAD»

Aunque el Gobierno había huido a Valencia, desde allí seguía tomando medidas en el terreno del orden público, porque si la Junta de Defensa de Madrid era el poder en Madrid, la zona republicana no era solo la capital de España.

Ángel Galarza, ministro de la Gobernación, publica en la Gaceta, el 27 de diciembre de 1936 un Decreto por el que se crea el «Cuerpo de Seguridad», “que será el único encargado de todas las funciones relacionadas con el mantenimiento del orden, vigilancia e investigación”. Mediante dicho decreto quedaban disueltos los Cuerpos de la Guardia Nacional Republicana, de Seguridad y Asalto, de Vigilancia e Investigación y las Milicias de Vigilancia de Retaguardia, cualquiera que fuese su nombre y la entidad que las hubiera organizado.

Como vemos, desaparecía también la Guardia Nacional Republicana, que era el nombre nuevo que se había dado a la Guardia Civil en el bando del Frente Popular.

Los cuerpos de seguridad del Estado y las Milicias que se disolvían por este Decreto, seguirían funcionando a las órdenes directas del Ministerio de la Gobernación, hasta que la nueva fuerza  «Cuerpo de Seguridad» se organice y comience su funcionamiento.

Todo el personal que constituía las plantillas de los Cuerpos y Milicias que se disolvían por las disposiciones de este Decreto, tenían un plazo de quince días, para solicitar, si así lo deseaban, su ingreso en el «Cuerpo de Seguridad», indicando el Grupo a que deseen pertenecer y la Sección.

El nuevo Cuerpo de Seguridad se dividía en dos Grupos:

a) Grupo uniformado que se divide en tres secciones, Seguridad rural, Seguridad urbana y Seguridad de vanguardia.

b) Grupo sin uniforme que se divide en tres secciones, Sección de fronteras, Judicial y de Investigaciones especiales.

En el mismo Decreto, también se creaba un "Consejo Nacional de Seguridad", que sería el órgano de gobierno del «Cuerpo de Seguridad», presidido por el Ministro de la Gobernación, con el Director General de Seguridad de vicepresidente, con representantes de los partidos y sindicatos afectos al frente antifascista, y con representantes de los distintos Grupos del «Cuerpo de Seguridad». En cada capital de provincia se crea también un "Consejo Provincial de Seguridad", presidido por el Gobernador civil.

El proceso de unificación y organización del «Cuerpo de Seguridad» fue mucho más lento de lo que las autoridades habían previsto. Paulatinamente los cuerpos y milicias que se disolvían irían ingresando en dicho Cuerpo, bajo un solo mando: el Director General de Seguridad, Wenceslao Carrillo, padre de Santiago Carrillo.

Federico Manzano Govantes, siguió desempeñando el cargo de Inspector General de Milicias de Vigilancia de Retaguardia hasta que a primeros de mayo de 1937, dichas Milicias pasaron a depender de la Dirección General de Seguridad, y le nombraron Delegado Jefe de Milicias de Vigilancia de Retaguardia, cargo que ejerció hasta que en enero de 1.938 las disolvieron.

DECLARACIÓN DE FEDERICO MANZANO GOVANTES.- « y desempeñando el que declara el referido cargo hasta primero de Mayo de 1937, en cuya época, habiéndose agregado los milicianos de Vigilancia de Retaguardia a las Comisarías y distintos departamentos policíacos, se disolvió la Jefatura de Milicias, cesando Lucio de Santiago y siendo nombrado el declarante Delegado Jefe del Negociado de Personal de Milicias de la Comisaría General de Seguridad de Madrid, conservando su despacho en la calle de Serrano nº 43, ya que de él dependía todo lo referente a movimiento de personal, ficheros, nóminas, etc. ». (CG. 1531. Exp.19)

«Permaneció en dicho cargo hasta enero de 1938 en que las Milicias fueron ya definitiva y oficialmente absorbidas en la Policía Gubernativa, especialmente en el Cuerpo de Asalto, siendo nombrado el que declara, Agente de Primera Clase del Cuerpo de Seguridad, con destino en Madrid (Orden aparecida en la Gaceta del 10 de abril 1938 pág. 215), hasta que el 18 de julio de 1.938 fue destinado a Valencia donde prestó servicios en la Comisaría de Serrano, como secretario de la guardia». (CG. 1526. Exp.5)

«Con anterioridad, el 3 de abril de 1937, causó baja en el Partido Socialista por motivos personales, afiliándose al Partido Comunista un mes más tarde, al que perteneció hasta el final de la guerra» (CG. 1531. Exp.19)

Federico Manzano, tomó parte en la sublevación comunista de marzo de 1939 contra la Junta de Defensa de Madrid, por cuyo motivo fue procesado y condenado a la pena de 30 años de reclusión. (CG. 1560. Exp.31). Pero de esto me ocuparé en la próxima Crónica.


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