INTRODUCCIÓN A LA CRÓNICA SOBRE LA GUERRA CIVIL EN CAMPILLOS


Hasta ahora he descrito en diversas Crónicas, cómo fue la vida durante la Guerra civil en el municipio de Campillos. He escrito sobre cómo el Comité del Frente Popular fue la autoridad única durante las primeras ocho semanas de la guerra, desplazando de esa función a la Corporación municipal; cómo fue el comportamiento de la Guardia civil y del cuerpo de Carabineros, el reparto de armas a las milicias, cómo se organizaron dichas milicias, sus guardias, su retribución económica, el problema de la cosecha en el campo, las requisas de alimentos y ganado, el reparto de vales para alimentar a las familias del pueblo, del funcionamiento del economato, de la clínica de urgencia, de los refugiados que llegaron al pueblo, de las salidas de milicianos de Campillos a pueblos cercanos, La Roda, Setenil, Olvera, El Saucejo, etc. De forma deliberada, aún no he hablado en mis Crónicas de las detenciones de las personas de derechas que hubo en esas primeras ocho semanas de la Guerra, ni de los asesinatos que se produjeron. Estos sucesos los he ido dejando para más adelante, porque merecían un análisis sereno, profundo y reposado. Pero considero que ha llegado ese momento.

Pronto se cumplirán ochenta y siete años de aquellos sucesos, y es hora de dar a conocer a las nuevas generaciones la realidad de unos hechos que no debieron ocurrir.

Me gustaría escribir también sobre la represión franquista, y sobre los muertos y fusilados que hubo en el bando del Frente Popular. Pero hoy día, aparte de poder presentar un listado de personas represaliadas, poco más se puede hacer.

Como acertadamente señala José Mª García Márquez en su obra «La represión militar en la Puebla de Cazalla», página 64:

«No existen dificultades para investigar la represión que se llevó a cabo por la izquierda, pero otra cosa muy distinta es acercarse a la represión de los sublevados. Los archivos determinantes de los asesinatos realizados por los golpistas no están disponibles y, en muchos casos, han desaparecido. Tanto los fondos de las Delegaciones de Orden Público (encargadas de dirigir y controlar la represión), como de las Comandancias Militares de los distintos pueblos, no existen para la investigación. Los archivos de ambos fueron asumidos por las Jefaturas Provinciales de Policía y por las Comandancias de la Guardia Civil, y así permanecieron durante toda la dictadura. Fue tras la llegada de la democracia a nuestro país, cuando se vio oportuno hacerlos desaparecer. De la misma forma, en la mayoría de los archivos municipales, se procedió a un extenso saqueo de documentación relacionada con los años de la guerra. Y no hablemos de los archivos de Falange en los pueblos, de los que sólo se han conservado algunas decenas entre los más de ocho mil pueblos del país».

Uno de los archivos que sería imprescindible consultar para realizar ese estudio, es el Archivo Histórico Municipal de Campillos. Pero el poder acceder a los documentos que en él están custodiados, es hoy una tarea totalmente imposible para el investigador, ya que el Ayuntamiento actual no lo permite, alegando «que dicha documentación se encuentra dispersa y sin clasificar, ni está ordenada para poder tener un fácil acceso a ella».

Antes de redactar esa Crónica sobre esos primeros días de la Guerra en Campillos, me veo en la necesidad de aclarar con anterioridad a los que me siguen en este Blog, mi posicionamiento a este respecto, y dejar claro cuál es mi pensamiento sobre lo sucedido en aquellas fechas. Porque sé que es una historia muy delicada, y porque me voy a introducir en un terreno muy pantanoso del que espero salir limpio.

Voy a procurar contar lo sucedido intentando ser lo más objetivo posible, de una manera limpia, evitando a toda costa los clichés al uso, de que solos los de un bando fuero malvados y perversos. En los dos bandos hubo víctimas y verdugos.

Para ello, intentaré escribir centrándome en los datos y en los hechos que ocurrieron, huyendo de las opiniones. Es lícito y aconsejable revisar la historia, porque ésta se reescribe continuamente. Pero la historia se escribe con datos, narrándola a base de documentos, con el propósito de llegar a la verdad, y no opinando. Hoy, lamentablemente, en España los políticos y los “opinadores”, han sustituido a los historiadores a la hora de hablar y escribir sobre la Guerra civil.

Daré toda la información de la que disponga de las personas asesinadas, como un postrero homenaje a unas muertes que nunca se debieron producir.

Con respecto a los verdugos, daré sus nombres, pero sin aportar más información adicional, y siempre intentaré que su identidad no sea rastreable, ocultando algunos apodos que hoy día continúan existiendo. No creo que sea cuestión de rebrotar viejos odios y venganzas entre familias y vecinos.

En la actualidad, la mayoría de los documentos emanados de la actividad del bando nacional se puede consultar, incluso en la web, como es el caso de la Causa General o el Centro Documental de la Memoria Histórica. Por tanto son documentos públicos, y los nombres que aparecen en ellos son públicos, tanto de los verdugos como de las víctimas, por lo que pienso, no tiene sentido esconder esos nombres abreviándolos detrás de unas siglas.

Cuando me puse delante del ordenador a escribir, me ocurrió que conforme lo iba haciendo, me iba dando cuenta que me estaba copiando a mí mismo, y que todo aquello que me venía a la mente, lo tenía ya escrito con anterioridad. Porque mi visión de la guerra civil no ha variado en nada desde hace más de diez años, y con el paso del tiempo me reafirmo en mis principios que se han mantenido inalterables. Todo aquello que escribí hace más de una década, puedo firmarlo hoy mismo, sin variar una coma. Lo que he ganado con el tiempo y con la lectura, es tener un mejor conocimiento de aquella historia, pero no ha variado en nada mi opinión sobre ella.

Es el motivo por lo que voy a reproducir los prólogos que tuve el gran honor de escribir para los dos libros que escribió Alfonso Ruiz Padilla. El primero ya tiene más de diez años, «CAMPILLOS, 1936», y el segundo «HISTORIAS DE PUEBLOS DEL NORTE DE MÁLAGA DURANTE LA GUERRA CIVIL», es del 2015.

Desde aquí quiero volver a reiterar mi deuda y mi agradecimiento a Alfonso Ruiz, que fue el que me metió en esta aventura de la historia de Campillos. Gracias a su generosidad, compartiendo conmigo la información que conseguía en los distintos Archivos, y que mucha de ella me ha ayudado a escribir muchas de las Crónicas que contienen este Blog.

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1.- PRÓLOGO AL LIBRO «CAMPILLOS, 1936» DE ALFONSO RUIZ PADILLA - 2012

La generación de los españoles que rondamos los sesenta años, todos aquellos que venimos de las escuelas de Franco y que nos educaron en la historia del “Alzamiento Nacional”, siempre supimos que había otra historia de la guerra civil. Una historia que nunca nuestros mayores nos quisieron contar. Eran años de dolor, miedo, silencio y olvido.

Es ahora, cuando ya han pasado tres cuartos de siglo, cuando la generación de quienes vivieron en primera persona aquellos trágicos sucesos han desaparecido; cuando sus hijos rondan ya los ochenta años y su recuerdo es una luz tenue de su infancia y juventud, es cuando nos corresponde a los nietos y biznietos de aquellos, recuperar aquel trozo trágico de nuestra historia.

Este libro empezó con la lectura de unos folios del diario personal de Federico Manzano Sancho, donde describía con realismo los sucesos ocurridos en Campillos en aquel verano de 1936. Aquellas hojas daban parte de la respuesta a nuestras preguntas, a las que nuestros padres y abuelos no quisieron responder. Fue el detonante para que Alfonso Ruiz decidiera dar el paso adelante, y llenar el tiempo de su jubilación con la investigación de los sucesos en archivos y hemerotecas.

Este es un libro necesario, en el que abundan los testimonios directos de los que vivieron aquella tragedia. Es un libro escrito desde la serenidad que da el tiempo transcurrido; en el que no se buscan a los culpables de lo que sucedió. Que pretende arrojar luz sobre unos hechos que no se deben ocultar. Solo desde el conocimiento de los mismos, podremos llegar a entender que desde el sectarismo, el odio, la explotación del más débil, la negación de los derechos del hombre, no se puede construir una sociedad, sea monárquica o republicana.

Los actores de aquella guerra de hermanos, ya perdonaron. Quiero traer a éste prólogo, el testimonio de ese perdón de dos campilleros ya fallecidos, hijos de dos víctimas de aquella barbarie, y cuyos padres, uno derechas y otro de izquierdas, fueron fusilados por el bando contrario.

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DIEGO MORENO JORDAN
(1927), era hijo de D. Diego Moreno Casasola, abogado y Juez Municipal de Campillos. Era el mayor de tres hermanos. Su padre fue asesinado el 26 de julio de 1936 cerca de Gobantes, a los 42 años de edad. Diego tenía nueve años cuando mataron a su padre.

El siguiente escrito fue publicado en el periódico DIARIO 16, el día 22 de octubre de 1983, con el título «A MI PADRE, NO». En el prólogo, del libro de Alfonso Ruiz, solo reproduje un extracto del artículo. Aquí lo expongo íntegramente. Agradezco a Noelia Rodríguez el haberme proporcionado dicho artículo.

DIEGO MORENO JORDÁN

«El día 16 de agosto de 1976, la Cruz de los Caídos de mi pueblo —Campillos— fue objeto de una «reconversión»: las dos lápidas en que estaban escritos los nombres de los «caídos» en uno solo de los bandos de la guerra civil fueron sustituidas por otras dos; en las que constaba una leyenda —«Campillos, a todos los muertos en la guerra»— y campeaban unos versos de José María Hinojosa, poeta campillero de la generación del 27, fusilado por los «rojos», y otros de Miguel Hernández, cuyo nombre no reclama mayor precisión.

Lápidas

La decisión fue tomada por un Ayuntamiento, aún no democrático, pero si compuesto por personas racionales, sensibles y generosas, y contó con la aprobación de todos, salvas las excepciones de rigor. Bueno, pues en las lápidas desterradas estaban escritos los nombres de mi padre y de hasta 23 parientes míos, en mayor o menor grado. Ni qué decir tiene que la decisión municipal contó con mi aplauso.
Mi padre fue fusilado por los «rojos». Naturalmente, yo no puedo justificarlo, porque pienso que la muerte no debe darse ni al más consumado criminal; porque mi padre no la merecía y porque no la sufrió en cumplimiento de sentencia: fue simplemente «paseado». También otros fueron pasados por las armas, no precisamente por los «rojos», ni todos tras un juicio.
Siempre he pensado que, si bien la muerte de una persona no se justifica nunca, en ocasiones la actitud de alguna clase que se produce de manera injusta, frívola o provocadora, determina irracionalidad en la clase a quien toca el papel de víctima, hasta el extremo de llevarla a vengar en los individuos de aquélla las culpas, negligencias o errores de su colectivo, creador de una situación injusta. Nadie personalmente me parece culpable. Todos, si no se aplican a cortar la espiral de la venganza. Por eso, a mí no me costó ningún trabajo perdonar —y hasta comprender— a los que mataron a mi padre. Por eso y, porque en mi niñez, pude observar cómo los criadas de mi casa o las de mis amigos eran obligadas a ir a misa, a aprender el Ripalda y a prescindir del maquillaje, pero no supe de ninguna que hubiera sido enseñada a leer.
Ahora quieren beatificar a los «mártires de la Cruzada». Por Dios, a mi padre, no. Como su hijo y heredero pido formalmente que nadie sea osado de tomar su nombre como signo de división entre un español y otro español. Que ya está bien de muertos, compañeros. Y de santos. Tengo para mí que, si en el martirologio constituyen mayoría los clérigos, monjes, frailes, religiosos y grandes de este mundo, acaso porque sus amigos tuvieron medios para conseguir su canonización, en la vecindad de Dios tienen mejor sitio los pobres, los trabajadores, los pacíficos —ellos verán a Dios—, las madres de familia, los que padecieron persecución por la justicia... Y que más de un poderoso habrá escuchado o tendrá que escuchar: «Hijo, acuérdate de que recibiste tus bienes durante la vida y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado y tú atormentado.» Estoy persuadido —y no quiero ser temerario ni faltar a la caridad— que acaso más santos haya entre las víctimas de los nacionales que entre los «mártires de la Cruzada», acaso porque, entre éstos, no demasiados merecieran escuchar el «ven, bendito de mi Padre, porque tuve hambre y me diste de comer, anduve desnudo y me vestiste, estuve en la cárcel y me viniste a visitar…»

Perdonar

En cuanto a mí, espero que mi padre —y yo en su día—, si no entre los ciento cuarenta y cuatro mil sellados, si tengamos un lugar entre la «gran multitud que nadie podía contar, de toda nación, tribu, pueblo y lengua», que en Patmos vio San Juan «en pie, delante del trono de Dios y del Cordero». Por ello no quiero que ni su memoria, ni mi palabra, ni mis actos, ni, en cuanto pueda, los de mis hijos sirvan, siquiera sea por negligencia o error, para dividir aún más a los españoles, a cuya división no contribuyeron en poca medida quienes más obligados estaban a recordar el deber de perdonar hasta setenta veces siete, y a no olvidar que el juicio pertenece a Dios».

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JESUS LUNA PADILLA, hijo de Benito Luna Anoría, abogado. Fue concejal del primer ayuntamiento republicano del municipio de Campillos, surgido de las elecciones municipales del 30 de Mayo de 1931. Diputado a Cortes por Málaga-Provincia en las Elecciones de 1933, por el partido socialista.

Decidió permanecer en Málaga, después de la pérdida de la misma por la República en febrero de 1937, al considerar que su vida no corría peligro. Pero se equivocó. Fue fusilado en Málaga el 7 de marzo de 1937 a los 57 años. Jesús Luna tenía nueve años cuando fusilaron a su padre.

En este escrito, relata la muerte de su tío Francisco San Martin de 39 años, asesinado por una patrulla de la FAI el 18 de agosto de 1936, cuando estaba refugiado en casa de su padre Benito Luna.

Porque... ¿cómo puedo yo describir, con la ecuanimidad que intento, los minutos -siglos en realidad- de espanto y terror de la viuda de un hombre bueno, recién asesinado, en tan trágicas circunstancias, rodeada de hijos pequeños...y los de otra mujer, también con sus hijos menores, uno de ellos, recién nacido, en sus brazos... a la que, al mismo tiempo y en circunstancias no menos terribles, le acababan de arrebatar su esposo - tan bueno como el que más, que pasó por la vida haciendo sólo el bien a cuantos lo necesitaron-, sin conocer su destino... y todos en medio de la calle, junto a una hoguera cada vez más intensa, viendo caer por lo balcones objetos venerados y entrañables, hasta poder hallar un refugio hospitalario y casi dos meses después, a la misma mujer con sus hijos, expulsada nuevamente de su casa, por unos moros terroríficos, desaliñados y sucios por el sudor y la pólvora, de aspecto feroz y amenazador, con fusiles y sables en las manos, mandados por un joven oficial victorioso y prepotente, hasta ser acogidos en una casa amiga que, milagrosamente, les dio asilo, a pesar del miedo que lógicamente sentían y venciendo, además, el temor añadido por tener la increíble osadía de recibir en su casa a una familia “públicamente enemiga”, estremecidos luego al oír, durante toda una tarde y una noche de pesadilla, el fragor intermitente de los disparos de los fusiles y el rugir de los cañones y salir, apenas amaneció, para refugiarse en la casa de sus familiares directos, con el miedo a flor de piel sintiéndose acosados, perseguidos y amenazados sorteando, con el valor que la desdicha presta, la increíble cantidad de cadáveres apilados en medio de las calles, cubiertos -afortunadamente- con mantas y sin saber qué nuevas y mayores desdichas les depararía el destino y la impiedad de la gente...?.
La sensibilidad de las personas que puedan leer este breve y verídico relato, sabrán entender y perdonar que no me extienda y profundice más en estas líneas, que me sangran del corazón, pues aún tengo en los ojos y la memoria la dantesca visión de tanto horror y tanto miedo... pero que he considerado un deber relatar, sucintamente, en honor del padecimiento sufrido por mis familiares y por el de tantas y tantas personas inocentes, de cualquier color, que se vieron envueltas en situaciones de similar intensidad, que todos, absolutamente todos, tenemos la ineludible obligación de impedir que se vuelvan a repetir... ¡Dios lo quiera...!

Y pido yo……. ¡Dios lo quiera...!

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2.- PRÓLOGO AL LIBRO «HISTORIAS DE PUEBLOS DEL NORTE DE MÁLAGA DURANTE LA GUERRA CIVIL» DE ALFONSO RUIZ PADILLA - 2015

El libro de Alfonso Ruiz, «Historias de pueblos del norte de Málaga durante la guerra civil», viene a arrojar luz sobre unos sucesos que siguen sin ser conocidos por las generaciones más jóvenes, principalmente porque los actuales escritores de la guerra civil en Málaga, más cercanos a la propaganda que a la historiografía, aún siendo conocedores de los hechos ocurridos, no han querido introducirse en ésta investigación. De hecho, es muy difícil encontrar algún libro, artículo en revista de divulgación o página en internet, que cuente, aunque sea mínimamente, lo que ocurrió en los primeros meses de la guerra en el norte de la provincia de Málaga.

Este libro está expuesto a la revisión y a las correcciones, como todos los libros de historia, pero es innovador porque va contracorriente, y pone el foco en lo ocurrido esos meses posteriores al 18 de julio en nuestra comarca, cuando aún las milicias del Frente Popular eran dueñas de los pueblos.

En él no se pretende señalar responsables, ni tampoco se pretende abrir heridas, solo quiere aportar unos datos que puedan servir de material a los que, sin prejuicios, traten de comprender aquella época de huelgas y revoluciones que desembocó en una guerra civil. Solo se intenta recordar un estado de cosas que cualquiera puede consultar hoy, gracias a Internet, en los archivos históricos y en las hemerotecas.

Hoy se puede consultar las fuentes primarias de aquella historia, hasta ahora inaccesibles, para comprender como se llegó a aquella situación, sin pasar ese conocimiento por el filtro del historiador parcial, que pone su ideología por delante de la verdad. También están más cercanos los libros de memorias de los protagonistas de aquella época: Niceto Alcalá Zamora y Manuel Azaña (los dos presidentes de la República), de Indalecio Prieto, general Varela, Martínez Barrio, Alejandro Lerroux, Largo Caballero, Gil Robles, Juan Simeón Vidarte, etc., que invito a leerlos para conocer la voz de los auténticos protagonistas de aquella tragedia.

Para la mayoría de los libros actuales que hablan de la guerra civil en Málaga, ésta empieza el 8 de febrero de 1937, el día que las tropas de Queipo de Llano entran en la capital, y en ellos solo se habla de la represión, éxodo, fosas, refugiados, cárceles y fusilamientos de un bando. Lo ocurrido los meses previos, para ellos no existió. Se habla de la represión, pero se minimiza y justifica lo ocurrido en zona republicana y se presenta magnificado lo ocurrido en zona nacional. Para los autores de esos libros, la búsqueda de la verdad tiene poca importancia, y todo su empeño se concentra en asegurar, a toda costa, la difusión de sus tesis aprovechando su predominio en los medios de comunicación.

Para remarcar sus afirmaciones, se apoyan, con más pasión que rigor, en los testimonios de aquellos testigos que favorecen sus planteamientos y reafirman sus conclusiones, o recurren a los recuerdos de quienes eran niños en 1936 y cuyos testimonios se airean sin someter a la previa y más elemental crítica. No les importa hacer algo tan grave como ocultar o tergiversar hechos históricos, hoy fácilmente comprobables.

Quienes ponemos de manifiesto esas manipulaciones recibimos el título de fascistas y calificativos similares, pese a que, en mi caso y sobre todo en el caso de Alfonso Ruiz, luchamos contra el franquismo cuando la gran mayoría de los acusadores, no lo hacían, y hoy se definen como progresistas y republicanos de toda la vida. Es muy ilustrativo leer el capítulo de éste libro, en el que Alfonso cuenta los tres años (1976 – 1979) que estuvo como alcalde de Cuevas del Becerro, recién muerto Franco y cuando aún estaban bien asentados los poderes fácticos del régimen, contra los que tuvo que luchar para llevar la voz del pueblo a las instituciones.

Como si no hubieran pasado casi ochenta años desde el inicio de la guerra civil y cuarenta desde la muerte de Franco, financiado en buena parte con dinero público y que está al servicio de una clara intencionalidad política, se coge como bandera el legítimo interés de algunas personas por conocer dónde reposan los restos de sus antepasados muertos y se hace una explotación cínica de los sentimientos ligados a las víctimas para sacar tajada política actual. Desde hace tres décadas, solo se recuerdan a las víctimas de la izquierda. Soy un gran admirador de García Lorca como poeta, pero en la obsesión por descubrir donde están sus restos enterrados, a pesar de que la propia familia de Lorca se niega a que se abra su tumba, hay una clara intencionalidad política, mientras intelectuales asesinados por las izquierdas, como Ramiro de Maeztu o Pedro Muñoz Seca o nuestro José María Hinojosa, permanecen olvidados.

Cuando se escribe un libro sobre la guerra civil española, hay que tomar como punto de partida un conocimiento real de lo que ocurrió en España antes y después del 18 de julio de 1936. El inicio de la misma no se entiende si no se conoce lo ocurrido en los cinco años que duró la Segunda República. Hay que entender la realidad de aquella «república democrática», ocultada deliberadamente por supuestos historiadores.

No hay nada más alejado de la realidad que decir que la República del año 1936 era democrática y un oasis de libertad. Y sin embargo, continúan publicándose libros y realizándose reportajes, en los que se insiste en la visión de una República idílica, progresista y maravillosa para los trabajadores, y que fue destruida por las conspiraciones de la oligarquía, omitiendo o desvirtuando los propios testimonios de Azaña, Largo Caballero, Prieto, Alcalá-Zamora, Lerroux, los «fundadores de la república», ignorando la documentación interna de los partidos o la prensa de la época.

La izquierda marxista entendía la República como un instrumento para imponer en breve tiempo su dictadura revolucionaria, y la izquierda burguesa concebía el nuevo régimen como algo de su propiedad, aceptable sólo si ella tenía el poder. El periodo de 1931 a 1933 se caracterizó por el propósito de construir una República solo para los republicanos. La coalición izquierdista no tuvo una actitud integradora que, sin renunciar a un programa de izquierda, permitiese convivir a la vieja y a la nueva España. Se impuso una Constitución, claramente anticatólica, inaceptable para una parte notable de la población. Antes de que hubiera pasado un mes de su proclamación, se produjo la quema de iglesias, imágenes sagradas y conventos, especialmente en Málaga.

En la Constitución actual, se respeta de forma escrupulosa las opiniones contrarias a la Monarquía. En el Congreso se sientan diputados republicanos, y se permite, con toda normalidad, actos y manifestaciones a favor de la República. Durante la Segunda República, los monárquicos no podían invocar al régimen derrocado, ni elogiar al Rey desterrado sin exponerse a graves consecuencias. La ley de Defensa de la República, facultaba al ministro de la Gobernación para perseguir y castigar lo que llamaba «actos de agresión a la república», y uno de esos actos era nada menos que la apelación a la monarquía, tanto a las personas como al uso de emblemas, insignias o banderas alusivas a la misma. Esa ley contribuyó a su descrédito.

Si la Segunda República hubiera sido la República de todos, hoy la forma de estado sería la República, y nos hubiéramos ahorrado la guerra civil y cuarenta años de dictadura. Porque la Segunda República nació en medio de una desbordante euforia, el pueblo la recibió con ilusión, veían en ella el fin de sus penalidades y el fin de siglos de opresión por parte de la oligarquía dominante. Pero la clase política demostró su radical incapacidad para resolver los problemas cotidianos de los españoles, y para establecer unos niveles aceptables de convivencia, justicia social y libertad.

No fueron capaces de construir una República que albergara una mayoría social, desde las clases conservadoras católicas hasta los socialistas. La República se convirtió en una ideología revolucionaria y en un caos de orden público. Fracasó por la desunión de los hombres que la crearon. Todos fueron culpables: partidos de uno y otro signo, sindicatos, gobiernos, iglesia, oligarquía, anarquistas, militares, cuerpos de seguridad. Sus grandes errores dieron lugar a un clima de guerra civil, que nació del odio a las ideas y a las personas. Por esta razón la democracia resultó inviable, y los odios acumulados se transformaron en una marea de crímenes y asesinatos cuando se produjo el hundimiento del Estado y las barreras de la ley cayeron definitivamente por tierra. Nada hay ya que hablar cuando la regla del juego es la fuerza.

¿Pero cómo pudo llegarse a tales extremos de odio y crueldad en los dos bandos? Importa entender el proceso que llevó en nuestro país al hundimiento de la legalidad, ya que no por azar se origina una guerra civil. Las diferencias políticas fueron transformándose en auténticas hostilidades, y cuando en febrero de 1936 ocuparon el poder quienes propugnaban una política de revancha por los sucesos de octubre de 1934, España se convirtió en un teatro de violencias y muertes, abocado fatalmente a la guerra civil. La convivencia ciudadana se había deteriorado hasta límites increíbles, bajo un clima de odio de clases y persecución religiosa. Atentados, huelgas salvajes, incendio de cosechas, quema de iglesias y conventos, en una espiral sangrienta que culminó con el asesinato de Calvo Sotelo, líder de la oposición parlamentaria, por unos agentes de la autoridad al servicio del gobierno del Frente Popular. Ese día se abrieron las dos «Españas».

Lo que primó durante los primeros meses de la guerra, antes de que los frentes se estabilizaran en otoño de 1936, fue la de un golpe de estado expeditivo e implacable. El verano y el primer tramo del otoño de 1936 se convirtió allí donde prosperó la rebelión, en un baño de sangre que pretendía paralizar al oponente y limpiar la retaguardia. En esos meses se concentraron más de los dos tercios de las ejecuciones producidas en toda la guerra, la mayoría de ellas bajo la simple aplicación de los bandos de guerra, sobre todo allí donde había un fuerte movimiento obrero que se pudiera resistir al golpe. Asimismo, allí donde la rebelión no tuvo lugar y sobre todo donde fue derrotada, se reproducían las matanzas, pero de signo contrario. Se seguía una lógica igualmente urgente e implacable, en que la improvisación sustituía a la planificación del otro bando.

De lo que se descubre en el libro de Alfonso, me ha sobrecogido los acontecimientos ocurridos en la noche del 26 de agosto en Almargen, donde fueron asesinadas cerca de cuarenta personas en la sala de armas del cuartel de la Guardia civil. Los cuarteles de la Guardia civil de todos los pueblos de la comarca, habían quedados vacíos un mes antes, porque el Gobernador civil de Málaga dio la orden de que se trasladaran los guardias, para reforzar la capital. El Comité local del Frente Popular decidió habilitarlo como cárcel y en él fueron encerrando a los vecinos del pueblo de derechas que iban deteniendo. Ese mismo Comité, viendo el avance de las tropas nacionales por los pueblos próximos de la provincia de Sevilla, decidió ejecutar a todos los prisioneros encerrados en el cuartel. Desde las ventanas y puertas que daban al interior del patio del cuartel, fueron tiroteados los vecinos que estaban prisioneros en el mismo. Murieron los varones de familias enteras, padres con sus hijos, hermanos, etc., la mayoría eran labradores, y algunos estudiantes. Solo una tercera parte estaba afiliada a algún partido político.

«…esa noche, había cerca de cien personas todas pegando tiros por las ventanas y puertas de la Sala de Armas. Después cargamos los muertos en una camioneta y los quemamos con gasolina... »

La principal víctima fue el pueblo que, engañado por todos, se vio inmerso en una lucha de hermanos contra hermanos, de padres contra hijos. Pueblos y ciudades destruidas, tesoros artísticos, que era el legado de muchos siglos, desaparecidos para siempre, y medio millón de muertos. Fue el periodo más doloroso y trágico de la historia de España. Muchísimas personas murieron en el frente, pero muchas más fueron asesinadas en la retaguardia del bando nacional y en la del Frente Popular. Y no por haber cometido un delito, sino por el odio a las ideas de las víctimas o por rencores personales. España fue víctima de una epidemia de odio, que al igual que la peste negra en Europa durante la Edad Media, aniquiló a cientos de miles de personas.

Por desgracia, las pérdidas humanas que dejó tras de sí la guerra civil española, y más en concreto las víctimas causadas por la represión, siguen sirviendo de arma arrojadiza para los dos bandos. En ambos se practicó el terror, en algunos casos de una forma espontánea, fruto de los odios de clases, y en otros casos fue una represión de Estado, programada e impulsada desde arriba. Se mataba con cualquier disculpa o sin disculpa. Muchos de los muertos no supieron jamás por qué luchaban, ni siquiera por qué morían. La muerte paseó sus dominios con frialdad y crueldad por todo el territorio español.

En los dos bandos hubo muertos republicanos, católicos y demócratas (José María Hinojosa, Benito Luna, Diego Moreno). Como muestra diré que los sublevados ejecutaron a unos cuarenta diputados del Frente Popular, mientras que en la zona republicana fueron ejecutados veinticinco de la coalición de derechas. ¿Dónde había quedado la República democrática? Casi siempre se magnifica lo ocurrido en el bando contrario, negando o justificando los excesos propios.

En la guerra civil se produjo la lucha entre dos dictaduras, la del proletariado y la fascista. Ganaron la guerra los militares rebeldes, y tuvimos cuarenta años de dictadura, pero si hubiera ganado el Frente Popular hubiéramos tenido de igual forma otra dictadura, la del proletariado. Triunfaron unas ideas, pero España fue la que perdió la guerra. Aquella fue una generación fracasada.

La lectura de éste libro, no solo muestra la historia de lo que ocurrió, sino que deja entrever que hay detrás de esas historias: miedos, tragedias, llantos, angustias, silencios. Las milicias se dedicaron a dar el «paseíllo» a todo aquel que identificaban como fascista. Al amparo de la noche, sacaban de sus casas a aquellos que arbitrariamente eran denunciados por colaborar con los sublevados; en algunos casos, la prueba consistía en haber escuchado a Queipo de Llano en radio Sevilla, ser monárquico o simplemente ser católico y haber ido a misa.

Los «sospechosos» apenas si salían a la calle, y cuando lo hacían nadie se acercaba a ellos, todos les evitaban. Con el miedo metido en las entrañas, pasaban días enteros y noches en vigilia. Los amigos les fueron abandonando, solo la familia les acompañaba en su aislamiento. Pero sobre todo temían por ellas, por sus familias, por lo que les pudiera pasar. La tensión soportada por las mujeres y la familia con los que compartían el secreto es inimaginable.

Eran habituales las batidas de búsqueda, los registros de domicilios y los controles en las calles. Ante la imposibilidad de escapar de la muerte o huir a otro lugar, ocultarse era la única opción inmediata de supervivencia para estas personas. Tuvieron que esconderse, siempre con temor a que pudieran ser descubiertos, cambiando de casa la noche que recibían el chivatazo, del miliciano amigo, de que iban esa noche a por ellos.

La mayoría eran pequeños propietarios, labradores, comerciantes, médicos, sacerdotes, antiguos alcaldes, secretarios municipales, jueces, etc. Muchos de ellos, funcionarios públicos al servicio de la República, que no pertenecían a ningún partido político, ni tuvieron conocimiento ni participación alguna en el golpe militar, pero que fueron perseguidos y finalmente asesinados por quienes detentaban la autoridad en nombre de la República.

«Oímos camiones que bajaban al pueblo, voces gritos, protestas, fuertes golpes en una puerta, voces encolerizadas, gritos angustiosos de mujeres. Permanecimos despiertos preguntándonos por quien habrían venido, qué habría ocurrido allá abajo en la oscuridad, si vendrían por nosotros… Al final los camiones se marcharon, las voces airadas y angustiadas se apagaron, incluso el último sonido, los sollozos de una mujer, se desvaneció y se cernió el silencio sobre las casas» (Gamel Woolsey).

Si apartamos las causas sociopolíticas de los hechos, las grandes ideas de los políticos, las estrategias militares y nos centramos en las personas aisladas, en las historias concretas de cada individuo, nos encontramos con familias rotas, con una espantosa carnicería entre hermanos. Aquella fue «una guerra sangrienta en la que lucharon hermanos contra hermanos, sólo por encontrarse en diferente situación geográfica.»

Han pasado cuatro generaciones, desde que comenzó la guerra civil. Apenas quedan supervivientes de aquellos acontecimientos. Hasta hace muy poco había miedo a hablar. Fue una catástrofe de toda la sociedad, que no debemos olvidar. Ese gran pueblo que forjó civilizaciones, y llevó su idioma y su cultura al último rincón del mundo, a pesar de sus gobernantes, fue capaz de encontrar el camino de la reconciliación y sacar adelante un régimen de libertad y democracia. El tiempo y la convivencia diaria, obligó a los supervivientes a perdonar.

Quiero poner el ejemplo de dos hermanos: Pedro Velasco Olmo, alcalde por el PSOE de Campillos cuando se inició la guerra civil, y que intervino activamente en la lucha armada contra el bando nacional, y Fernando Velasco Olmo que luchó en el bando contrario. Era Oficial de la Guardia civil y Jefe de Línea de Lebrija (Sevilla). Al mediodía del 24 de julio, al mando de una fuerza compuesta por miembros de la Guardia civil y Carabineros, ocupó el ayuntamiento de Lebrija, con la intención de reprimir cualquier desorden, no encontrando resistencia alguna, y nombrando una comisión gestora municipal con partidarios de la sublevación militar, hasta que el 27 de julio el ejército entra en Lebrija, al mando del comandante Antonio Castejón.

Pedro Velasco fue apresado por las tropas nacionales, al finalizar la guerra, cuando estaba intentando embarcar en Alicante para huir de España, siendo condenado a muerte en el Consejo de Guerra celebrado en Málaga el 25 de Abril de 1942. Su hermano Fernando, pidió el indulto el 18 de Mayo, pero no sirvió para nada ya que fue fusilado en la madrugada del 22 de septiembre de 1942 en las inmediaciones del cementerio de San Rafael en Málaga.

Y recordar también, como perdonaron el asesinato de sus padres, Diego Moreno Jordán y Jesús Luna Padilla, y cuyo relato me sirvió para escribir el prólogo del anterior libro de Alfonso Ruiz «Campillos, 1936»

El propio Partido Comunista de España, en Junio de 1956 hizo la declaración «Por la reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español»

«Crece en España una nueva generación que no vivió la guerra civil, que no comparte los odios y las pasiones de quienes en ella participamos. Y no podemos, sin incurrir en tremenda responsabilidad ante España y ante el futuro, hacer pesar sobre esta generación las consecuencias de hechos en los que no tomó parte.
Existe en todas las capas sociales de nuestro país el deseo de terminar con la artificiosa división de los españoles en «rojos» y «nacionales», para sentirse ciudadanos de España, respetados en sus derechos, garantizados en su vida y libertad, aportando al acervo nacional su esfuerzo y sus conocimientos».

Y por esta razón tienen tanto valor y oportunidad éste libro de Alfonso Ruiz. Es una importante contribución al esclarecimiento de la verdad, y por tanto a la libertad y la reconciliación de los españoles en unos momentos de grandes tensiones políticas. Pretende contribuir, aunque sea con una aportación modesta, a salvar la memoria de los que vivieron la guerra civil, de los que nacimos en la España de la posguerra y de las generaciones actuales que están sufriendo la tentación de destruir el patrimonio democrático recibido.

Bartolomé Soto Gil

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Para finalizar esta Crónica, quiero hacer una serie de consideraciones sobre las dos lápidas que había a la espalda de la Cruz de los Caídos, a las que se refiere Diego Moreno Jordán en su artículo «A MI PADRE, NO».



En estas lápidas, como dice Diego Moreno, «estaban escritos los nombres de los «caídos» en uno solo de los bandos de la guerra civil fueron sustituidas por otras dos; en las que constaba una leyenda —«Campillos, a todos los muertos en la guerra»— y campeaban unos versos de José María Hinojosa, poeta campillero de la generación del 27, fusilado por los «rojos», y otros de Miguel Hernández, cuyo nombre no reclama mayor precisión».


Estas lápidas fueron sustituidas el 15 de agosto de 1977, por dos nuevas.


La leyenda de una de las nuevas lápidas ponía: «CAMPILLOS A TODOS SUS MUERTOS EN LA GUERRA DE 1936 – 39» «15 DE AGOSTO DE 1977»

Los versos que se reproducían en la otra lápida, eran uno de Miguel Hernández, perteneciente a la «Elegía por Ramón Sijé»:

No hay extensión más grande que mi herida.
Lloro mi desventura y sus conjuntos.
Y siento más tu muerte que mi vida

Y otro de José María Hinojosa, del poemario «La sangre en libertad»:

Por qué evitó tu mano unirse con mi mano
y por qué en nuestros labios no cuajaron panales…
Cuando en mi cuerpo ardían los muros de mi cárcel,
y ahora mi cuerpo es fuente por sus cuatro costados,
de donde brota el agua y manan libertades

Una más completa información sobre las Lápidas de los Caídos, la podemos encontrar en el siguiente enlace del Blog "VERDAD HISTÓRICA CAMPILLOS":

https://verdadhistoricacampillos.blogspot.com/2022/07/xi-la-transicion-vista-desde-campillos.html

Continúa diciendo Diego Moreno Jordán: «La decisión fue tomada por un Ayuntamiento, aún no democrático, pero si compuesto por personas racionales, sensibles y generosas, y contó con la aprobación de todos, salvas las excepciones de rigor».

Dicho Ayuntamiento “aún no democrático”, según lo denomina Diego Moreno, estaba presidido por D. César Rodríguez Docampo, alcalde de Campillos desde el 25 de enero de 1976, dos meses después de la muerte de Franco.

La elección de César R. Docampo, fue todo lo democrática que, en aquellos momentos tan difíciles, podía ser.

El día anterior a la muerte de Franco, se había aprobado en las Cortes la Ley 41/1975, de Bases del Estatuto de Régimen Local. Ley con la que se quería reformar el funcionamiento de los municipios, dando un impulso a la participación ciudadana, y que, en su Base Quinta, hablaba de cómo debía realizarse la elección del Alcalde:

1. El Alcalde será elegido mediante votación, secreta efectuada por los concejales del Ayuntamiento. Serán proclamados candidatos los vecinos de la localidad que lo soliciten de la Junta Municipal del Censo y reúnan alguna de las condiciones siguientes:

1ª. Ser o haber sido Alcalde o Concejal del propio Ayuntamiento.
2ª. Ser propuesto por vecinos incluidos en el censo electoral del respectivo Municipio en número no inferior a mil o al 1 por ciento del total de electores.
3ª. Ser propuesto por cuatro Consejeros locales del respectivo Consejo Local del Movimiento.

Con esta nueva Ley de Bases, el 10 de Diciembre de 1975, Fraga Iribarne, ministro de Gobernación, convoca elecciones a todas las alcaldías de España para el día 25 de enero de 1976. De esa forma daría comienzo la Transición en todos los pueblos de España. Ahora está de moda desmontar la Transición, entre los que no lo vivieron entonces. No conocieron lo difícil que era aquello y la buena voluntad de todos porque todo funcionara.

César R. Docampo, pudo salir elegido como alcalde de Campillos, gracias a la ayuda decisiva de dos personas. Por una parte Paco Ruiz Padilla, que consiguió las firmas de los cuatro Consejeros del Consejo Local del Movimiento necesarias para poder presentarse, y por otra parte de Francisco Caballero Mesa, que convenció a siete de los nueve concejales que formaban la Corporación municipal para que le votaran.

A los pocos días de ser nombrado alcalde, una de las primeras decisiones que tomó, fue retirar la placa en mármol, que había en antiguo edificio del Ayuntamiento, sobre la pared que daba a la calle Santa Ana, que conmemoraba la entrada de las tropas del general Varela, el 13 de septiembre de 1936, en Campillos.



El acuerdo del pleno en el que acordó el cambio de las lápidas tiene fecha del lunes 27 de junio de 1977. Hubo un gran consenso para ello, incluso con el visto bueno de D. Federico Manzano Sancho, que era el alcalde que erigió la Cruz y las lápidas.

“Apruebo y me agrada este acuerdo, así como el día en que lo realizan, que contribuye a la paz y concordia entre todos”

Las lápidas antiguas se cambiaron por las nuevas el día 15 de Agosto de 1977.

Posteriormente, durante la etapa de D. Pedro Benítez como alcalde, el monumento de la Cruz fue derribado, las nuevas lápidas fueron desmontadas y trasladadas al Cementerio Municipal, donde hoy se ubican.

CÉSAR RODRÍGUEZ DOCAMPO

César R. Docampo, con atrevimiento y valentía asumió importantes retos para sacar a Campillos de la sombra de la dictadura, y liderar en el pueblo un cambio que ya avanzaba por todo el país.

Con estos actos simbólicos de retirar la placa de la calle Santa Ana, y de cambio de lápidas en la Cruz de los Caídos, Campillos comenzó a recorrer el difícil camino de la reconciliación y la democracia.

FRANCISCO AYALA ARROYO, UN CAMPILLERO OLVIDADO

 

FRANCISCO AYALA ARROYO CON SU HIJO FRANCISCO

Francisco Ayala Arroyo, nació en Campillos el 28 de abril de 1878 en el número 18 de la calle San Benito. Sus padres fueron Vicente Ayala y Gignar, de Málaga, y Mª Dolores Arroyo Gavilanes, de Sevilla.

El padre, Vicente Ayala y Gignar, era funcionario judicial, y había sido destinado como Promotor Fiscal al juzgado de Campillos en agosto de 1877.

Promotor fiscal era la antigua denominación que daba la justicia española al funcionario que desempeñaba, en los juzgados de primera instancia, las funciones que actualmente están encomendadas al Ministerio fiscal.

En Campillos, solo estuvo destinado dieciséis meses, hasta diciembre de 1878, fecha en la que se marchó a la Audiencia de Sevilla.

En la Gaceta de Madrid, del 24 de junio de 1885, página 879, Vicente Ayala es nombrado Magistrado de la Audiencia de lo criminal de Sigüenza (Guadalajara), y en dicha Gaceta aparecen los “Méritos y servicios de D. Vicente Ayala Gignar”, que hicieron que le dieran ese puesto. Esto nos ayuda a conocer mejor al personaje.


Posteriormente fue nombrado Magistrado de las Audiencias de Cádiz (12/07/1886), de Baza (16/12/1889) y de Córdoba (5/09/1892). En Córdoba desempeñaba en 1895, el cargo de Presidente de la sección segunda de la Audiencia Provincial.

Vicente Ayala y Gignar, falleció el 2 de julio de 1895 en Granada, donde estaba con una licencia especial, pasando unos días recuperando su deteriorada salud.

Pues bien, durante esa corta estancia en Campillos, doña Dolores Arroyo dio a luz a Francisco Ayala Arroyo, que con el paso del tiempo sería el padre de Francisco Ayala García-Duarte (1906-2009), el gran escritor y jurista granadino, que fue Premio Nacional de las Letras Españolas en 1988, Premio Miguel de Cervantes en 1991 y Premio Princesa de Asturias de las Letras en 1998, entre otros muchos premios. En el año 2006 se le otorgó la Gran Cruz de Isabel la Católica.

Francisco Ayala García-Duarte

Esta eminencia de las letras españolas, era hijo de un campillero.

BREVE BIOGRAFÍA DE FRANCISCO AYALA ARROYO

De su infancia, no sabemos absolutamente nada, aunque es de suponer que la familia seguiría a su padre por las distintas localidades en las que ejerció sus funciones de fiscal y magistrado.

Cuando Vicente Ayala falleció en Granada en 1895, su hijo Francisco tenía diecisiete años. Estudió Derecho, licenciándose en dicha carrera, aunque nunca ejerció la profesión de abogado.

Era una familia acomodada, conservadora y muy católica. En sus memorias, Francisco Ayala García-Duarte escribió sobre ella, diciendo «que su estirpe estaba adherida al sistema de valores que los más arcaizantes estratos de la sociedad española preservaban con ahínco: orgullo de la propia posición, desprecio, no ya hacia el trabajo físico sino hacia cualquier actividad lucrativa (pues el comercio, la industria y cuanto no fuera la percepción de rentas o, a lo sumo, un cargo público dotado de autoridad, eran ocupaciones impropias de caballeros) y, por supuesto, un catolicismo enteramente acrítico».

Francisco Ayala Arroyo, en junio de 1905 se casó en Granada con María de la Luz García-Duarte González, una pintora granadina procedente de una familia muy liberal. Ambos tenían 27 años.

Como el padre de la novia acababa de morir, «la boda de mi madre se celebró sin demora, en familia, y con el triste recato impuesto por el luto. Lo cierto es que mi abuelo había procurado retrasar cuanto pudo el casamiento, poniendo como condición al novio, mi padre, que terminara sus estudios y, licenciado al fin en Derecho, se aplicara a algún trabajo profesional».

María de la Luz García-Duarte González había nacido en Granada el 27 de febrero de 1878. Era la hija menor del matrimonio formado por Josefa González Pérez y Eduardo García Duarte, catedrático de Medicina y rector de la Universidad de Granada entre el 27 de junio de 1872 y el 27 de febrero de 1875, falleciendo en 1905.

Eduardo García Duarte

La educación de Luz, fue la habitual de las jóvenes de familia burguesa en la época, enfocada a las labores domésticas y a su papel como elemento cohesionador del hogar.

Pronto demostró dotes para el dibujo. Con 19 años comenzó a exponer en certámenes granadinos sus pinturas, principalmente paisajes y jardines, logrando galardones y la aprobación de la crítica. Su trayectoria artística fue breve. A partir de 1905, su dedicación a la familia, condicionó que abandonara su actividad creativa.


Fruto del matrimonio nacieron 10 hijos, de los cuales siete llegarían a la edad adulta. Su primogénito, el escritor Francisco Ayala García-Duarte, explica en sus memorias que su madre se vio forzada a dejar la pintura a causa de sus obligaciones como madre y esposa.

Francisco Ayala García-Duarte nació en Granada el 16 de marzo de 1906, en la casa familiar, situada en el número 11 de la calle Canales, propiedad de su abuelo materno Eduardo García Duarte. Fue bautizado en la parroquia de los Santos Mártires Justo y Pastor el 11 de abril de 1906, por el cura párroco de dicha iglesia, Joaquín Urbano Vegas, con el nombre de Francisco de Paula Eduardo Vicente Julián de la Santísima Trinidad. Sus padrinos fueron don Pedro Arroyo Pineda y doña Blanca García-Duarte González, la hermana mayor de la madre.

Francisco Ayala con sus padres y sus hermanos José Luis, Eduardo y Vicente en 1913.

Aquella casa situada en el número 11 de la calle Canales vino a constituir, con el paso del tiempo, el paraíso de la memoria del escritor. En el libro de Francisco Ayala “El jardín de las delicias” dice: «A mi madre le gustaban mucho las flores y yo la acompañaba en su gusto. Siempre había tenido ella jardín y cuando alguna vez ya no lo tuvo procuraba suplir su falta con algunas macetas. En casa había un cuadro pintado por su mano donde se ve el jardín de la casa de mi abuelo, al que yo nunca hube de asomarme. Ese cuadro me serviría, corriendo el tiempo, como punto de partida para una especie de relato poemático titulado “Nuestro jardín”, el jardín inmortal de nuestras nostalgias».


Francisco Ayala dirá de ella en sus memorias “Recuerdos y Olvidos”: «Después de casada, apenas si pudo seguir pintando. Alguna vez, para encanto mío, sacaba el estuche de pinturas, la paleta, todos los instrumentos, e intentaba algo en mi obsequio; pero debía interrumpir la tarea a cada paso, hasta renunciar con enfado. Al fin terminó por abandonar completamente ese grato ejercicio en el que era bastante diestra, y en el que procuró adiestrarme a mí, que le tenía mucha afición y me quedaba horas viéndola pintar a ella. Entonces me decía: si te dedicas a ello en serio, para ti serán los avíos de pintar (...)».

Por la educación recibida en ambas familias, el matrimonio de Francisco y Luz, puede decirse que representaba dos ideas de vida completamente antagónicas. Y confiesa el escritor: «Mientras que mi padre, atenido a un concepto muy puntilloso del honor, podía tenerse por modelo de caballero, la delicadeza moral de mi madre era en ella casi como un instinto maravilloso (como un perfume sutil, diríase)»

Francisco Ayala Arroyo, heredó de su familia un carácter conservador, que a veces había de chocar con el liberalismo de la familia de su mujer, y también heredó un abundante patrimonio que fue pronto dilapidado en malos negocios e inversiones descabelladas.

La familia atravesó por situaciones económicas con muchos altibajos, por lo que tuvieron que deshacerse de la casa familiar, y marcharse a vivir de alquiler a la calle San Agustín número 14.

Posteriormente, la familia se trasladó al barrio granadino del Albaicín, a una vivienda ubicada en el «Carmen de la Cruz Blanca». Estamos en los años 1912 – 1914, donde se enmarcan los primeros recuerdos de niñez del escritor.

Del Albaicín pasa la familia a vivir en la calle San Miguel Baja número 18, cerca de la Puerta Real.

«Retrospectivamente, me veo jugando horas enteras a la pelota en el patio de aquella casa, el número 18 de San Miguel Baja.»

En 1922, las dificultades económicas empujaron a Francisco Ayala Arroyo a aceptar un puesto de trabajo en la sede madrileña de la naviera británica MacAndrews Co, que explotaba una línea marítima entre Gran Bretaña y puertos españoles.

Allí se trasladó la familia al completo: los padres, Francisco y sus hermanos José Luis (1908), Eduardo, Vicente (14/12/1911), Rafael (1917) y Enrique (1922). Vivieron en una casa cerca del Retiro, en un piso en el entresuelo del número 2 de la calle Lope de Rueda, donde al poco tiempo nació la hermana pequeña, María de la Luz (1925).

«Aunque solo he pasado en Granada los primeros dieciséis años de mi vida siento que soy muy radicalmente granadino en la rara mezcla de despego y nostalgia que compone mi actitud hacia la ciudad.»

La familia Francisco Ayala Arroyo y Luz García-Duarte, residió en Madrid hasta 1931, cuando se trasladaron a Burgos, donde Francisco había sido contratado como administrador de los Patronatos del Monasterio de Huelgas y Hospital del Rey. Vivieron en la calle Laín Calvo número 18.

«Con referencia al asunto de la cesión de los bienes del Real Patronato al Ayuntamiento, participa el arquitecto, señor Salvador, que por acuerdo de la Comisión nombrada para administrar provisionalmente los Patronatos de la extinguida Real Casa ha tomado posesión de los establecimientos, Monasterio de las Huelgas y Hospital del Rey de esta capital, entregando la administración a don Francisco Ayala Arroyo, que le ayudará en cuantas investigaciones sean necesarias para proporcionar un informe detallado a la Comisión de la que es miembro.
Esa Comisión compuesta de abogados, médicos, directores de Sanidad, Administración, Enseñanza, Registros, representantes del Colegio de Abogados y Academia de Jurisprudencia etc., determinará en su día lo que proceda hacer con todos los Patronatos, labor compleja y difícil puesto que, cada uno se rige por normas fundacionales diferentes y administraciones complicadas para cuyo estudio se necesita trasladar toda la documentación de la oficina del antiguo Palacio Real al Ministerio de la Gobernación donde se está habilitando un local para esos trabajos
».
19310601 04 Diario de Burgos


Francisco Ayala Arroyo y Luz García-Duarte, en el jardín de su casa de Burgos. Era el año 1932.



La madre, María de la Luz García-Duarte, falleció en Burgos, el 7 de octubre de 1935 a la edad de 57 años, debido a una septicemia.

LA GUERRA CIVIL

El éxito de la sublevación militar y golpe de Estado del 18 de julio de 1936 fue inmediato en la ciudad de Burgos, ya que en la madrugada del 19 de julio salieron las fuerzas militares de los cuarteles, armándose también a los falangistas, que comenzaron a realizar las detenciones, sacas y ejecuciones.

La Guerra Civil tuvo trágicas consecuencias para la familia Ayala Arroyo, tal como cuenta Francisco Ayala en sus memorias. El escritor perdió a su padre, que fue fusilado, y a su hermano Rafael, que también fue ejecutado tras un Consejo de Guerra.

«... Llevado al presidio de Burgos (4 de agosto de 1936) con dos de sus hijos (mis hermanos José Luis, que, casado ya, vivía con él, y Vicente, que se hallaba de paso visitándolo), a mi padre le había tocado entrar cierto día en una de las cotidianas sacas de presos y había sido asesinado junto con los demás infelices (8 de octubre de 1936). A mi hermano Rafael, reclutado por el ejército a los diecisiete años de edad, lo habían fusilado como desertor».

Francisco Ayala Arroyo, fue detenido el 4 de agosto de 1936, y la noche del 8 al 9 de octubre de 1936 se produjo una saca de la Prisión Central de Burgos, de una lista de 24 presos entre los que estaba el nombre de Francisco.

Fueron trasladados, fusilados y arrojados a una de las fosas comunes del monte Estépar, situado a unos veinte kilómetros de la capital burgalesa. Tenía 58 años.


FRANCISCO AYALA ARROYO

Sobre la saca del 8 de octubre de 1936, en la que fueron asesinadas 24 personas, he encontrado un artículo en el Diario de Burgos del 9 de octubre de 2011, firmado por A.S.R. en el que relata ese suceso, contando la historia de Antonio José Martínez Palacios, un compositor burgalés de solo 34 años, que fue asesinado ese día y que pasó por las mismas circunstancias que Francisco Ayala Arroyo.

«Hacia las doce de la noche del jueves 8 de octubre, un grupo de Falange Española uniformado y armado llega a la Prisión Central, como en noches anteriores, con una orden del gobernador civil disponiendo la “libertad” de veinticuatro detenidos. Los funcionarios recorren las distintas brigadas ordenándoles bajar al patio. Al entrar uno de los funcionarios en la tercera brigada, llama a Antonio José Martínez. Nada más oír éste su nombre, serenamente se incorpora, se arregla la ropa y el pelo, y se despide de sus compañeros.
Entre el patio y la puerta principal en la entrada de vehículos de la Prisión, se colocan unas mantas en el suelo y se les ordena a los veinticuatro detenidos a echar en ellas todo cuanto posean. Entonces comprendió Antonio José, como el resto de sus compañeros, que no les trasladarían a otra prisión por mayor higiene o seguridad, como se decía, ni menos aún se les pondría en libertad, sino que irían directamente a la muerte y sin juicio previo.
[...]
El camión con los veinticuatro detenidos y la fuerza de Falange sale del penal, cruza el río Arlanzón y gira a la derecha en dirección a Valladolid. La escasa media hora que tardará en recorrer los veinte kilómetros hasta llegar a Estépar se les hará inacabable a las víctimas. […]
Al llegar a Estépar, el camión tuerce nuevamente a la derecha en dirección a Villanueva de Argaño. A pocos metros, se detiene en el monte. Los falangistas les obligan a bajar y a colocarse delante de una fosa ya cavada. En la madrugada del viernes 9 de octubre, a los 33 años, Antonio José cae asesinado junto a sus compañeros. Desde entones su restos yacen en alguna fosa común del carrascal de Estépar, sagrado camposanto de tantas víctimas inocentes».
DIARIO DE BURGOS 9 de octubre de 2011


Cuando fue detenido Francisco Ayala Arroyo, en su domicilio estaban también sus hijos José Luis y Vicente. El primero, con 28 años, trabajaba con su padre en Patrimonio, y vivía junto con su mujer en el domicilio paterno. Vicente, 24 años, trabajaba de auxiliar de oficinas en la Marina civil en Santander, y había ido a pasar unos días con su padre. Ambos fueron detenidos y acompañaron a su padre a la cárcel.

José Luis Ayala, era tesorero del partido Acción Republicana. Permaneció en la Prisión Central de Burgos encarcelado durante toda la guerra. Fue liberado el 1 de mayo de 1939, marchándose al exilió a Chile.

Vicente Ayala, lo excarcelaron de la Prisión Central de Burgos para que luchara en el bando nacional en la batalla del Ebro. Según él, fue su manera de salir con vida del penal de Burgos.

Poco después de acabar la guerra se marchó desde Barcelona a Argentina, gracias a su hermano Francisco que le facilitó la salida de España.«El cónsul de Argentina en Barcelona, un alemán que no hablaba siquiera bien el español, retrasó mucho mi entrada en Argentina y puso multitud de trabas». Finalmente, en mayo de 1940, mediante la intercesión de un ministro argentino, amigo de Francisco, logró un visado para él y para Carmen, su esposa. Francisco también les pagó el pasaje en el barco “Oceanía”.

El primogénito consiguió un préstamo y con su hermano Vicente, fundaron la librería “Ayala”, aún existente en Buenos Aires. Aquellos primeros años fueron duros.«Yo trabajaba 18 horas diarias en la librería junto a mi mujer y dormíamos en la trastienda para ahorrar gastos, el local era alquilado», rememoró Vicente.

Rafael Ayala, el otro hermano al que se refiere Francisco, era estudiante y había sido miembro de la ejecutiva de las Juventudes Socialistas de Burgos. Estuvo en la Prisión Central de Burgos desde el 23 de julio de 1936 al 1 de abril de 1938. Fue reclutado por el ejército nacional, desertando y huyendo dos veces al bando contrario. Estuvo en el Campo de concentración de Santa Eulalia (Teruel). Tras un Consejo de Guerra, fue fusilado el 20 de octubre de 1938. Tenía 21 años.

Otro hermano, Eduardo Ayala, luchó en el lado republicano. Era capitán del Cuerpo Jurídico militar.

FRANCISCO AYALA GARCÍA-DUARTE

Haré una muy pequeña biografía de Francisco Ayala García-Duarte, pero dejando a un lado la parte literaria, de la que el interesado podrá encontrar abundante información, en artículos, libros y en internet.

En 1923, Francisco Ayala terminó el Bachillerato en el Instituto San Isidro de Madrid, y en 1924, empieza a cursar la licenciatura de la carrera de Derecho.

A principios de noviembre de 1929, con 23 años, recién obtenida la licenciatura de Derecho, viajó a Berlín con una beca de la facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, de la que ya era Ayudante en la cátedra de Derecho político, para ampliar su formación.

En los dos años que estuvo en la capital alemana, asistió al surgimiento del nazismo. En Alemania se encontró con “una sociedad de masas que, bien manipulada por los nuevos medios de control ideológico, estaba derivando en el totalitarismo nazi”.

Allí conoció a Etelvina Silva Vargas (1908), una estudiante chilena con la que contrajo matrimonio el 19 de enero de 1931. Tras la boda, se instalan en Madrid. Francisco tenía 25 años y ella 23.

Doctor en Derecho por la Universidad de Madrid en 1931. En junio 1932 aprobó las oposiciones a Letrado de las Cortes, y en enero de 1935, también aprobó las de una cátedra de Derecho Político en la Universidad de La Laguna (Tenerife), y de la que nunca llegó a tomar posesión.

Viaja a Sudamérica en 1936 junto a su mujer para impartir conferencias, y visita Uruguay, Argentina, Paraguay y Chile.

El estallido de la Guerra Civil le sorprendió al escritor dando unas conferencias en Chile. Al principio cree que va a ser una crisis más de las que vivió la República, y que se iba a solucionar fácilmente, como otras intentonas militares, pero decide volver a España, para reincorporarse a su puesto de funcionario.

Durante la guerra civil, Ayala desempeñó diversas tareas para el gobierno de la República. En el mes de octubre de 1936, es nombrado presidente de la Comisión para la depuración de los letrados de las Cortes en Madrid, con el fin de separar del servicio a aquellos que pudieran apoyar al bando franquista.

Ayala fue nombrado decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid el 6 de octubre de 1936. Aceptó a regañadientes porque pensó que una implicación institucional de este tipo podía tener consecuencias familiares. Pero tomó posesión el 8 de octubre en la Facultad de Derecho, y, quizás fuera casualidad, pero en la saca de la Prisión de Burgos de ese mismo día, su padre fue fusilado.

En Valencia firmó el manifiesto del periódico Fragua Social de 1937, denunciando los crímenes del franquismo, diciendo que el bando franquista ha roto todos los límites, no ya humanitarios en épocas de paz, sino también crueles en épocas de guerra.

En junio de 1937 fue destinado a la Embajada española en Praga, como secretario consejero del embajador Luis Jiménez de Asúa. A su vuelta en mayo de 1938, siguió trabajando para el gobierno republicano en Barcelona.

Ante la inminencia de la derrota republicana, el 23 de enero de 1939, parte hacia el exilio. En su pasaporte se registra la salida ese día desde La Junquera y su entrada en Le Perthus, Francia.

Pasa algunas semanas en París, hasta que el 4 de abril de 1939, se embarca hacia La Habana desde Saint-Nazaire. Le acompañan su mujer, su hija y dos de sus hermanos, Enrique (al que había rescatado del campo de concentración de Argelès-sur-Mer) y Mari Luz. En La Habana permanecerá hasta junio, cuando viaja a Chile.

Francisco se afincó en agosto en Buenos Aires, en el número 441 de la calle Defensa, cerca de la Casa Rosada. Mantenía a su primera esposa y a la hija de ambos, Nina, con su sueldo de profesor y haciendo traducciones.


El largo exilio de Francisco Ayala, lo llevaría a Argentina, Brasil (1944), Puerto Rico y Estados Unidos. Desde 1956 vive en Nueva York, donde fue profesor de literatura.

En el verano de 1960, con 54 años, el escritor volvió a España por primera vez desde el final de la guerra civil, con visado de turista. El viaje también supuso el retorno a su Granada natal, a la que no había vuelto desde su adolescencia.

Desde entonces fueron habituales los viajes veraniegos a España, hasta que, tras su jubilación, y ya muerto el dictador e iniciado el proceso de transición a la democracia, Ayala regresó a definitivamente.



Francisco Ayala García-Duarte, falleció en Madrid el 3 de noviembre del 2009, a los 103 años de edad.




DIEGO GÓMEZ GARCÍA (A) “DIEGO EL DE LA JUSTA”

 

DIEGO GÓMEZ GARCÍA (A) “DIEGO EL DE LA JUSTA”

Nace en Ardales en 1887. Hijo de Antonio Gómez y Josefa García. Siendo aún pequeño, sus padres se trasladaron a vivir a Teba, donde estuvieron domiciliados en la calle Santiago nº 4. Diego estuvo casado con Carmen Romero Arroyo, siendo padre de cinco hijos: María, Antonio, Diego, Carmen y Dolores.

“Diego el de la Justa”, durante la Dictadura de Primo de Rivera, había sido jefe del Somatén local, una milicia ciudadana organizada para colaborar con la autoridad en la seguridad de los pueblos. Durante algún tiempo fue trabajador temporero en el campo, lo que le llevó a conocer bien la mayor parte de los cortijos de la comarca. Esto le había permitido tener buenas relaciones con muchos cortijeros, ya que tenía fama de hombre trabajador y servicial.

En el libro “Revolución de octubre de 1934 en Teba”, de Rafael Valero Herrera (páginas 74 – 80), encontramos una información sobre Diego Gómez García:

El 19 de julio de 1931, se constituyó en Teba la sociedad denominada “Sección Comunista de Teba”. La sede de esta sociedad estaba en la calle Herradores, 27. La formaban militantes procedentes del PSOE. Entre los vocales se encontraba Diego Gómez García.


Este grupo comunista fue muy minoritario; la inmensa mayoría de los obreros de Teba estaban afiliados al partido socialista. Las relaciones entre ambos partidos no fueron buenas, hasta el punto que las manifestaciones y fiestas del 1º de Mayo, las realizaban por separado.

La “Sección Comunista de Teba”, tuvo una corta vida, disolviéndose el 2 de agosto de 1934, dos meses antes de los sucesos que ocurrieron en dicho pueblo, en octubre de 1934.

https://cronicasdelvientosolano.blogspot.com/2022/10/octubre-de-1934-parte-primera-la.html

En aquella época, abril de 1933, Diego Gómez, con 46 años, trabajaba de encargado con el propietario Pablo Ramos Torres-Linero, siendo su hombre de confianza.

Pablo Ramos, era el dueño de la “Fábrica de la luz”. Además de ser tratante de ganado, era también propietario de un molino harinero.

FÁBRICA DE LA LUZ

MUERTE DE PABLO RAMOS TORRES-LINERO

En el libro “Mi vida entre bandoleros” de José Lora Jiménez, en la página 164, podemos leer:

En la huerta de la “Cuevecilla”, tenía D. Pablo Ramos Torres-Linero unas propiedades, y entre ellas la "Fábrica de la luz". Diego le pidió que le dejara un cerro que tenía en aquel paraje sin cultivar, con el fin de meterlo en luz y sacarle algún provecho. D. Pablo Ramos, se lo cedió sin renta, solo para que lo aprovechara y lo desmontara.

La tarea no fue fácil, pero Diego logró plantar almendros, higueras, y otros aprovechamientos del terreno.

Conseguir todo esto le costó el esfuerzo de unos años. Pero cuando todo su esfuerzo empezó a dar frutos, D. Pablo aconsejado por algunas personas del pueblo, quiso cobrarle una renta. Diego que no se esperaba esta reacción, le dijo:

— ¿Cómo me quieres cobrar una renta por una finca incultivable y que tanto trabajo me ha costado hacer? Yo no pienso pagarte nada.

D. Pablo, que era un hombre de genio, llevado por el amor propio, no quiso que se quedara ni un momento más y le dijo:

— ¿Conque no quieres pagar renta eh? Pues te vas a tener que marchar por las buenas o por las malas.

Desde entonces empezaron las discordias entre los dos y aunque quisieron mediar algunas personas, no hubo forma de arreglar el asunto.

Los consejeros de D. Pablo, le habían calentado la cabeza, diciéndole que Diego se estaba aprovechando de su finca y se estaba haciendo rico a costa de él.

En el libro “Yo estaba allí”, coordinado por Francisco Arcas, en la página 393, leemos una declaración de José Castaño Ruiz (29/03/1921) de Cañete la Real:

Un señorito de Teba tiene unas tierras. Ese hombre tenía seis fanegas de tierra, y a “Diego el de la Justa” les da unas tierras y el dice: Mira, Diego me va a sembrar estas tierras de olivos y de almendros, y te voy a estar seis años sin cobrarte renta. Cogió sus olivos, cogió sus almendros, ahora cuando ya estaban los almendros criados va… y por la renta le embarga las seis fanegas de tierra.

YO ESTABA ALLÍ (393 y 394)

Vuelvo al libro de José Lora Jiménez, página 165:

Desde entonces se iban sucediendo las discusiones hasta llegar a la violencia. Los dos eran buenos tiradores y temían un enfrentamiento. […] Diego que estaba en una balanza sin saber a qué lado iba a caer, con un solo grano de arena, se le inclinó la mencionada balanza justamente al lado de la tragedia, y temiendo que el otro le cogiera la vez, lo esperó junto al río cerca de la presa, y con la escopeta le disparó produciéndole la muerte. Este suceso ocurrió el día 30 de abril de 1.933, teniendo D. Pablo Ramos 57 años de edad.

Diego registró las ropas del cadáver y se apoderó de las 3.300 pesetas que llevaba en la cartera. A continuación va a su casa para despedirse de su familia, y después se marcha a la sierra para esconderse.

Se conocen algunos detalles del crimen cometido en las cercanías de Teba. El dueño de la fábrica de electricidad, don Pablo Ramos Torres, tenía pendiente un litigio con el agresor, Diego Gómez García (a) “Diego de la Justa”, y en una entrevista que celebraron para tratar de resolver la cuestión, Diego apoderándose de un rifle de éste hizo un disparo, matándole. Continúa la persecución del criminal, que armado del rifle y una pistola se internó en la sierra.

ABC19330503 032

El Sol 19330503 007

Aun no ha sido capturado Diego Gómez García, que dio muerte a don Pablo Ramos Torres, dueño de la fábrica de electricidad de Teba. Se halla en una sierra que enlaza con la de Ronda, y que es tan abrupta como ésta.

Fuerzas de la Guardia civil de varios pueblos están realizando una acción conjunta para su captura. En Málaga también se realizan pesquisas, pero con la casi seguridad de que el criminal no ha podido entrar en la población.

Se sabe que Diego Gómez, después de cometer el hecho, fue a su casa y se despidió cariñosamente de su mujer y de sus hijos, diciéndoles que no le verían en mucho tiempo.

El Sol 19330504 006

Málaga, 4. La Guardia civil de Campillos ha recibido una carta desde Ardales, escrita por Diego Gómez García (a) “Diego el de la Justa”, autor del asesinato de don Pablo Ramos Torres, propietario de la fábrica de electricidad de Teba.

Anuncia en ella que se entregará si se le promete no matarle ni maltratarle.

El jefe de la Guardia civil ha llamado a un hermano del fugitivo para que se entreviste con éste y le asegure que nada le ocurrirá y que debe presentarse lo antes posible.

No obstante este propósito de Diego, la Guardia civil de varias demarcaciones lo busca por la sierra.

La Libertad 19330505 003

El Sol 19330505 010

El hermano fue a buscarlo a la sierra, pero ha regresado de ésta sin encontrar rastro alguno de Diego.

La Voz 19330506 006

El Sol 19330507 007

Málaga 8 (3,15 t). Comunican de Teba que la Guardia Civil ha capturado a Diego Gómez García (a) “Diego el de la Justa”, autor de la muerte del dueño de la fábrica de electricidad de Teba, don Pablo Ramos. Parece que el criminal no opuso resistencia y entregó en el acto de su detención el rifle de su víctima, del que se apoderó al huir a la sierra.

La Voz 19330508 003

El Heraldo de Madrid 19330509 007

La Libertad 19330509 006

Luz 19330509 003

EN EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS SE HABLA DE “DIEGO EL DE LA JUSTA”

El diputado socialista por la provincia de Málaga en la primera legislatura de la Segunda República, Antonio García Prieto (1892-1940), realizó una protesta en la sesión de las Cortes del 1 de junio de 1933, por los abusos y atropellos de que son víctimas los socialistas en muchos pueblos de la provincia de Málaga, entre ellos cita a Diego Gómez García, que no era socialista como ya hemos visto.

GARCÍA PRIETO

Autorizado por la Presidencia, dijo:

El Sr. GARCIA PRIETO (Antonio): Señores Diputados, estoy convencido de la ineficacia de los ruegos e interpelaciones en esta Cámara, porque cuantas veces me he levantado a hablar en defensa de los intereses de la provincia de Málaga, que es la cenicienta de todas las provincias españolas, mi palabra ha caído en el vacío y no se han tomado por quien corresponde las mis indispensables medidas, para subsanar, siquiera sea en parte, aquellas injusticias de mayor volumen.

Hay un sector de Diputados que cree que se está gobernando en socialista; que es a éstos a los únicos que se atiende por parte del Gobierno. Para contestar a los que así argumentan, voy a denunciar a la Cámara el abandono en que, por parte del Poder público, se tiene a aquellos pueblos donde hay organizaciones sindicales y agrupaciones socialistas. Es tan grande el poder de los caciques en la provincia de Málaga, enrolados en diferentes partidos republicanos, que basta la más leve intervención de ellos para conseguir que la ley se vulnere, se condonen multas a patronos, se encarcele a trabajadores inocentes, se asesine a compañeros que militan en nuestras filas.

[…] por ser socialista el pequeño colono Diego Gómez García le fueron secuestradas las tierras que labraba en el término de Valdeteba de Arrales por el patrono Pablo Gómez Torres (Ramos Torres-Linero), que sobornó al juez de Campillos, suscitándose entre ambos una riña, y al ser agredido por el patrono, el colono Diego hizo uso de su escopeta, matando a aquel. A continuación marchó, huido, a la sierra, y al ser requerido por sus familiares para que se entregara a la Guardia civil, así lo hizo el día 8 del mes pasado, dándosele tan tremenda paliza por el suboficial y comandante del puesto, Joaquín Simó, que a los pocos días murió a consecuencia de los golpes recibidos, siendo oídos los lamentos que este desgraciado daba a quinientos metros del cuartel donde era apaleado por los sicarios y asesinos que han cometido este crimen.

DIARIO DE SESIONES DE LAS CORTES DEL 1 DE JUNIO 1933 – PÁGINA 13255

Lo de “Valdeteba de Arrales”, es tal como viene escrito en el Diario de Sesiones. El nombre de Pablo Ramos lo confunde, y el colmo de todo es la exageración y la demagogia que utiliza para describir la “muerte” de Diego Gómez.

Seamos benévolos, y digamos que el diputado socialista Antonio García Prieto, que en febrero de 1936 sería nombrado alcalde de Antequera, estaba mal informado o que no tuvo su mejor día.

EL JUICIO A DIEGO, DOS AÑOS Y MEDIO DESPUÉS

MÁLAGA, 30 (10,30 n)

En la Audiencia ha terminado a las nueve de la noche la vista de la causa seguida contra Diego Gómez García, que el 30 de abril de 1933 se apostó en las cercanías del pueblo de Teba, cerca de unas matas, y esperó el paso de Pablo Ramos Torres, rico hacendado y dueño de una fábrica de electricidad de aquel pueblo y contra el cual disparó dos veces, matándole.

Diego Gómez era arrendatario de una finca del señor Torres, y éste había presentado diversas demandas contra Diego a causa de una deuda. Diego Gómez registró las ropas del cadáver y se apoderó de 3.300 pesetas que llevaba en la cartera. Después huyó y fue perseguido durante bastante tiempo.

El fiscal pidió para el procesado una condena de treinta años de prisión, petición a la que también se sumó el acusador privado, letrado don Martínez Jiménez.

El defensor [...] don Benito Pavón, pidió una sentencia absolutoria.

El Jurado dictó veredicto de culpabilidad contra Diego Gómez García, a quién el Tribunal de Derecho condenó a veinticinco años de presidio por el delito de homicidio, en el que concurren tres agravantes, y un año y un día, por el de robo.

Pero el Tribunal popular le pareció excesiva la pena, por lo cual se incoará el correspondiente expediente de indulto.

La Vanguardia 19351031 026

ABC 19351031 040

El Sol 19351031 008

MÁLAGA, 30.—El día 30 de abril del año 1933 fue asesinado en las inmediaciones del pueblo de Teba el rico hacendado don Pablo Ramos Torres por su colono Diego Gómez García, de cuarenta y siete años, arrendatario de una finca del interfecto. Este había presentado diversas demandas contra su arrendatario en diversas ocasiones.

El día mencionado Diego se apostó en un lugar estratégico, y al paso del señor Ramos le hizo dos disparos consecutivos, que le produjeron la muerte instantánea. Después se acercó al cuerpo sin vida de su víctima y se apoderó de 3.300 pesetas que guardaba en una cartera, así como de un rifle y una pistola, y huyó al monte. Más tarde se entregó a la Guardia civil.

A las nueve de la mañana comenzó la revisión de esta causa, que había despertado gran expectación. Defendió al procesado el abogado de los Sindicatos, don Benito Pavón, y actuaron de acusador privado el ex diputado radical socialista y actual director del Instituto de Segunda enseñanza, don José María Martínez Jiménez, y de fiscal don Francisco Checa.

De la prueba testifical se dedujo que era persona tan apreciada el interfecto, que el día 1 de mayo, día siguiente al del hecho y Fiesta del Trabajo, los obreros de Teba, socialistas en su mayoría, al pasar en manifestación ante la casa en que don Pablo Ramos vivía, pusieron un lazo negro a la bandera que llevaban y desfilaron en medio de un silencio absoluto.

El Tribunal de Jurados dictó veredicto de culpabilidad. El Tribunal de Derecho dictó sentencia, por la que se condena al procesado a la pena de veinticinco años de presidio por homicidio, con las agravantes de despoblado, premeditación y alevosía, y a un año y un día por el delito de robo.

Al Jurado le pareció excesiva la pena impuesta.

19351031 007 El Debate

De Diego Gómez “Diego el de la Justa”, después de su condena e ingreso en prisión, no volvemos a tener información alguna, hasta finalizada la guerra civil. Posiblemente saliera de la cárcel, donde cumplía condena, cuando tras las elecciones de febrero de 1936, el Frente Popular comenzó su tarea de gobierno, concediendo una amplia amnistía a todos los presos.

Es de pensar que "Diego el de la Justa", al recuperar la libertad en febrero de 1936, volvería a Teba con su familia, donde permanecería hasta el 15 de septiembre de ese año, fecha en que las tropas sublevadas conquistan la población. No hay ninguna información que indique que durante esos primeros días de la guerra, Diego actuara violentamente contra las personas de derechas.

MANUEL DEL RÍO ARROYO (24/08/1920) TEBA
Sí, eso fue un asunto de tierras. Con el que tuvo problemas, era dueño de una fábrica de luz en la aldea. Y tuvo por lo visto… Le quiso quitar lo que ya tenía antes, arrendado, se lo quiso quitar, y por eso, por ahí vino la enemistad. Y luego de eso, él, Diego el de la Justa, lo mató y se tiró a la sierra, y luego después cuando vino el movimiento, seguía en la sierra y se agruparon unos pocos. Y después cuando terminó la guerra, pues quedaron en la sierra unos pocos.
YO ESTABA ALLÍ (397)

DIEGO SE MARCHA A LA SIERRA

Lo que hizo Diego, desde ese momento hasta finalizar la guerra, se ignora, aunque todos los testimonios indican que temeroso de que lo apresaran de nuevo, huyó a la sierra de Ortegícar. Otras muchas personas se fueron a la sierra con la intención de pasar a zona republicana. Pero también fue el hambre lo que empujó a muchos a abandonar los pueblos y esconderse en la sierra como bandoleros.

En aquellas fechas de la posguerra, había en cada pueblo un destacamento de moros, además de la Guardia Civil. El hambre y la miseria, eran generales, a raíz de la guerra civil. Las mujeres y los hombres, la inmensa mayoría vestían de luto; rara era la familia que se libraba de tener a algún muerto en su casa. La tragedia de la guerra se veía reflejada en todos los rostros. (MI VIDA ENTRE BANDOLEROS - 51)

En esos primeros momentos, a Diego le acompaña, José Portillo Barba (a) el “Chanca", que también huyó cuando las tropas nacionales entraron en Teba, pero regresó al pueblo cuando finalizó la guerra, siendo detenido y encarcelado en Antequera, de donde se evadió en 1940, después de agredir a un centinela.

Diego se quedó en la sierra junto con Francisco Rosado Quirós (a) el “Tobalo", que con solo 28 años, se unió a “Diego el de la Justa”, después de haber realizado labores de contacto y enlace, suministrándole alimentos, ropa y noticias de su familia.

Francisco Rosado Quirós (a) el “Tobalo" (1912), natural y vecino de Teba, hijo de Cristóbal Rosado Carrión y de Encarnación Quirós. Durante la guerra civil fue acusado de participar en el asesinato de varias personas en Teba, como José Lora Galán que con solo 19 años, fue asesinado el 14 de agosto de 1936.

EL TOBALO

Cuando el “Chanca" se evadió de la cárcel, huyó de nuevo a la sierra y se unió a “Diego el de la Justa” y al “Tobalo”. Los tres, estuvieron sin realizar actividad delictiva alguna, durante un largo periodo de tiempo.

José Portillo Barba (a) el “Chanca" (1906), natural y vecino de Teba, hijo de Juan y de María, domiciliado en calle Alta, sin número. Casado con Carmen Hueso Sevillano. A pesar de estar escondido en la sierra, los contactos con su esposa fueron frecuentes, hasta tal punto de dejar a su mujer embarazada, la cual dio a luz a una niña llamada Dolores. A el "Chanca" se le acusó de la detención de José Galán Escalante el 22 de agosto de 1936, el cual sería asesinado el 28 de agosto por los milicianos del grupo de "Pancho Villa" de Málaga

EL CHANCA

LOS ENLACES DE LOS “HOMBRES DE LA SIERRA”

La peregrinación laboral de "Diego el de la Justa", en su época de jornalero, como ya comenté con anterioridad, le había permitido tener buenas relaciones con muchos cortijeros, lo cual le iba a permitir más tarde disponer de muchas ayudas y de puntos de apoyo durante los algo más de nueve años de vida clandestina en la sierra.

CARMEN PARADA (18/08/1926) TEBA

De la sierra, cuando venían había que darles de comer, pan o lo que fuera, había que dárselo y ya está. Mi padre estuvo preso nueve meses a consecuencia de esto.

Mi padre, cuando eso le daba de comer al que le pedía, no se lo iba a negar… Y mi padre decía: Han llegado y yo se lo he dado. Con su conciencia tranquila de decir: Bueno, yo si me piden un pan o me piden comida… Dos personas que vienen con sus fusiles y sus cosas, ¿no se lo voy a dar? Pues eso, lo tengo que dar, eso cualquiera, ¿no? Y con eso lo tenían bastante para meterlo en la cárcel. El que se encuentra en un campo y vienen a pedirle, y le ponen… eso (un fusil), pues le tiene que dar lo que pida. Porque una vida… La vida vale mucho, todo el mundo apreciamos la vida y ellos creían que la vida no la apreciaban nada más que ellos.

YO ESTABA ALLÍ (396)

SALVADOR ROSADO NIEBLA (17/02/1929). CUEVAS DEL BECERRO

La vida de la gente de la sierra era muy mala, muy rastrera, eso sería espantoso, porque ellos estaban perseguidos por la Guardia civil. La comida se la tenían que llevar los trabajadores, los enlaces que tenían, ellos vivían de los atracos que daban para poder sobrevivir, tenían que pagar los enlaces, sus familiares, el armamento que compraban, que les costaba una barbaridad, y todo eso lo tenían que ir llevando, estaban ocultos de la Guardia civil, porque si no los cogían. Ese primo mío dio tres atracos un día en el pueblo él solo.

YO ESTABA ALLÍ (391)

Adquirir alimentos y ropa para los hombres de la sierra era enormemente difícil sin llamar la atención. En el pueblo podíamos comprar muy poco, porque éramos familias pobres y se notaba mucho. Teníamos que hacerlo en otros pueblos. Pero entonces estabas siempre en vilo, no fuese que uno de los numerosos controles de la Guardia Civil te registrase para verlo que llevabas.

“El Chanca” como todos ellos, tenían sus enlaces y colaboradores, y estos fueron los que verdaderamente disfrutaron de los dineros que ellos robaron.

Por la circunstancia en la que se encontraban, no tenían más remedio que pagarlos bien y todos menos sus familiares, aprovecharon el fruto de sus atracos. Algunos se enriquecieron a costa de la “gente de la sierra” (MI VIDA ENTRE BANDOLEROS - 182)

Pagaban al doble de su precio los favores que recibían, como los remiendos y lavado de ropa, comidas y encargos de compras; con lo que se ganaban la complicidad de los campesinos, bastante necesitados por aquellos tiempos.

En estos días de tanta actividad “bandoleril”, la Guardia Civil hacían detenciones a los familiares de estos. Una de las veces, detuvieron a la señora de “Diego el de la Justa”, y la llevaron a Campillos para interrogarla. Cuando le preguntaron si veía a su marido, ella dijo que no se encontraba por esta zona, mostrándole una carta con el matasellos de Algeciras.

Esta carta había sido llevada por una "matutera" y echada al correo para despistar.

Mientras la señora estaba en Campillos, "Diego el de la Justa", estaba escondido en una casa de la calle Real, desde donde presenció el traslado cuando la conducían para Antequera.

En Campillos, como en todos los pueblos de la comarca, los bandoleros tenían sus enlaces, que los ponían al corriente de todo, e incluso les aconsejaban a quien tenían que secuestrar. (MI VIDA ENTRE BANDOLEROS - 144)

1942

Las primeras noticias de la estancia de Diego en la sierra, la tenemos en los primeros años de la década de los cuarenta, por la zona de Cañete, Cuevas del Becerro y Teba.

En el mes de mayo de 1.942, los hijos de D. Javier Martín de la Hinojosa, labraban la finca de su propiedad la "Cacería" del término de Cañete la Real. Un día venía el administrador de la finca, acompañando a los dos hijos de D. Javier, Alberto e Ignacio, de repasar los campos, montados cada uno en un caballo.

Al cruzar un arroyo cercano a la finca, les salió al paso la banda de "Diego el de la Justa"; que les echó el alto. Al administrador le entregaron una carta donde le exigían a la madre de Alberto e Ignacio, doscientas cincuenta mil pesetas por el rescate de uno de sus hijos.

Doña Ignacia, viuda de D. Javier, residía en Osuna, y allí fue el administrador montado en un caballo para hacerle entrega de la carta, la cual detallaba el modo y el sitio por donde tenía que pasar para hacerle entrega del dinero.

La operación tuvo una duración de tres días. Cuando volvió de Osuna el administrador, llevó el dinero al sitio indicado y rescató a su patrón sano y salvo. (MI VIDA ENTRE BANDOLEROS - 54 y 55)


LA CACERÍA

1943

En los últimos días de mayo de 1943, cuando Antonio Moriel venía del cortijo “La Puente”, le salieron al paso tres hombres, que estaban escondidos en el trigo. Eran “Diego el de la Justa”, el “Tobalo” y el “Chanca”.

Le echaron el alto, pero Antonio Moriel emprendió una veloz carrera con el caballo. Se encajó entre los olivos, agachando la cabeza pegada al albardón del hato, haciendo algunas maniguetas entre los olivos, para esquivar los disparos. Así pudo conseguir quitarse de en medio. El caballo, recibió algunos impactos de bala en el cuello y en la culata. El albardón del hato, también lo tenía atravesado, saliendo Antonio ileso del tiroteo. Al momento la Guardia civil salió a realizar rastreos en toda la zona, sin éxito ninguno.

Sobre el tiroteo de Antonio Moriel había muchas versiones. Unos opinaban que iban a por él para matarlo, por el mero hecho de haber sido jefe de Falange en la guerra, y otros decían que lo que pretendían era sacarle el dinero. Posiblemente fuera por lo segundo. Después recibió varios anónimos, con amenazas, pidiéndole un dinero que nunca dio (MI VIDA ENTRE BANDOLEROS - 57 y 58).

La banda de “Diego el de la Justa”, durante ese tiempo, tomó contacto en Cuevas del Becerro con otros bandoleros. Allí conocieron a José García González (a) “Mandamás” y su cuadrilla, como también a Francisco Brescia Burgos (a) el “Rubio Brescia”, jefe de otra partida.

El “Rubio Brescia” hizo su aparición en la sierra el año 1941, con varios compañeros. Su primera zona de actuación fue en torno a Coín. Al poco tiempo se unió al “Mandamás” de Alhaurín de la Torre, que tenía formada otra banda.

El refugio preferido de la banda lo tenían en el “Parador Chico” de Cuevas del Becerro, donde se reunían ocho o más forajidos. Sus encuentros con la partida de “Diego el de la Justa” eran frecuentes, llegando a reunirse once o doce bandoleros.

En 1943 la banda de “Mandamás”, por discrepancias y razones de mando, se separa de la banda del “Rubio Brescia”, marchándose el primero para sierra Bermeja, quedando el segundo en el “Parador Chico” de Cuevas del Becerro.

1944

El día 29 de mayo de 1944, apareció asesinado en Guadalteba, D. Rafael Quirós Sevillano, de 45 años de edad. Fue en el camino de la loma del Cuerno, del cortijo “Los Destrozos”.

Las sospechas recayeron inmediatamente en los fugitivos de la sierra, con un colaborador del pueblo. La guardia civil hizo investigaciones, interrogando a los trabajadores de “Los Destrozos”, y entre ellos al mulero Antonio Aguilera Castillero, alias el “Magnate”, que se encontraba la noche del crimen en la misma haza de tierra donde fue transportado el cadáver. El había presenciado el hecho y reconocido a los autores, pero en las declaraciones que hizo a la Guardia Civil, negó haber visto nada.

No obstante en el cortijo, se le ocurrió decir, que si las fuerzas del orden lo volvían a molestar, le contaría todo de “pe a pa”, y lo mismo se le ocurrió decir en el pueblo. Seguramente lo oyó algún enlace y la noche del 21 de agosto del mismo año, cuando guardaba los mulos en el rastrojo, se acercaron unos hombres, que primero se encontraron con el guarda de la finca, le preguntaron por el mulero y este en principio no les quiso decir nada, pero en vista de las amenazas que recibió, les indicó, donde guardaba los mulos, recibiendo ordenes amenazantes para que se retirara y no volviera por allí.

Al poco rato se oyeron unos disparos que fueron los que acabaron con la vida del mulero a los 55 años de edad.

La muerte de éste tenía un móvil, pero de la de Rafael Quirós Sevillano, nunca se supo nada (MI VIDA ENTRE BANDOLEROS - 62)

1946

En 1946, secuestran a Rafael Lora Galán, hijo de Francisco Lora Vera (asesinado el 31 de julio de 1936), cuando venía del cortijo Vaca Blanca y se dirigía a Teba montado a caballo, en compañía de su primo Antonio Lora Jiménez. Los secuestradores eran José Portillo Barba (a) “Chanca” y Francisco Rosado Quirós (a) “Tobalo”, que los llevaron ante la presencia de “Diego el de la Justa”.

Cuando se pusieron de acuerdo con los secuestradores en la cantidad de dinero que tenían que entregarles para la libertad de Rafael Lora, su primo fue a Teba por el dinero. Los secuestradores se llevaron 100.000 pesetas, más otras 5.000 que llevaba Rafael encima en el momento del secuestro.

Ese año, se unieron la banda del “Rubio Brescia” y la de “Diego el de la Justa” para perpetrar el secuestro de José Lora Jiménez, hijo de José Jesús Lora Vera, en el cortijo del Mayorazgo situado a dos kilómetros de Peñarrubia.

  • ·         Diego Gómez García (Diego el de la Justa) de Teba
  • ·         José Portillo Barba (El Chanca) de Teba
  • ·         Francisco Rosado Quirós (El Tobalo) de Teba
  • ·         Francisco Brescia Burgos (El Rubio Brescia) de Alhaurín el Grande
  • ·         Diego Sánchez Ortega (El Tormenta) de Cuevas del Becerro
  • ·         Rafael Bermúdez Rosado (El Recluta) de Cuevas del Becerro
  • ·         Ramón Rosado Ponce (El Moreno) de Cuevas del Becerro

José Lora Jiménez, que en el momento del secuestro, contaba con solo doce años, escribiría en el año 2001 el libro “Mi vida entre bandoleros”, editado por él mismo. De él he entresacado mucha de la información con la que hago ésta Crónica

CORTIJO MAYORAZGO

El 18 de febrero de 1946, en el cortijo del Mayorazgo, secuestran al niño  José Lora Jiménez. Los ejecutores materiales del secuestro fueron el “Rubio Brescia” y Ramón el “Moreno”. Cuatro bandidos más quedaron fuera del cortijo observando los movimientos de los trabajadores del mismo (el “Recluta”, el “Tormenta”, el “Chanca” y el “Tobalo”).

El mismo José Lora, de su puño y letra escribió a sus padres una carta que el “Rubio Brescia” le dictó. Esta carta y otra que ya tenía escrita el “Rubio”, donde pedía la cantidad del rescate, fueron entregadas al casero del cortijo, Rafaelito el de la “Chiculina”, para que la hiciera llegar a sus padres. “Diego el de la Justa”, desde la lejanía había estado observado toda la operación con los prismáticos.

José Lora estuvo secuestrado nueve días en unas cuevas existentes en la sierra de los Merinos, cerca de El Burgo. El trato que recibió el niño de los secuestradores fue afable y cariñoso.

El buen trato que me habían dado, sobre todo el “Recluta”, que fue mi compañero de cama mientras permanecí en la sierra.

Cuando llevábamos seis o siete días, las muestras del cariño que constantemente me demostraban, no eran fingidas. Los que se ausentaban por la mañana, cuando volvían, me echaban el brazo por el hombro y me apretujaban como muestras de afecto. (MI VIDA ENTRE BANDOLEROS - 172)

Antonio García González, (a) el “Zaragata” fue el enlace que recogió el rescate, y entregó al niño a la familia. Según algunas informaciones el rescate fue de 100.000 pesetas, y según otras de 60.000.

Antonio García González, (a)Zaragata” (1910), era natural y vecino de Teba, era uno de los enlaces que tenía la partida de “Diego el de la Justa”. Al enterarse que la guardia civil de Teba le buscaba por ser colaborador de los bandidos, huye a la sierra para unirse a ellos. La banda de Diego, pasó a estar compuesta por cuatro miembros, con el “Chanca”, el “Tobalo” y el “Zaragata

Cuando los bandoleros entregaron a José Lora a un tío de este, se refugiaron en “El Parador Chico" de Cuevas del Becerro. Estando allí, se separaron las dos bandas, por un lado el “Rubio Brescia”, con el “Recluta”, el “Tormenta” y el “Moreno”, que se quedaron en Cuevas del Becerro, mientras que “Diego el de la Justa” y los otros tres de Teba se marcharon a las cercanías de su pueblo.

JOSÉ LORA JIMÉNEZ

EL RECLUTA

Rafael Bermúdez Rosado (a) el “Recluta”, (1923) hijo de Juan y de Josefa, 25 años, soltero, natural y vecino de Cuevas del Becerro, con domicilio en la calle General Varela. Profesión albañil. Era alto, fino y muy ágil. Alegre y muy charlatán.

Al ser movilizado su reemplazo, a mediados de mayo de 1943, se incorporó al Regimiento de Infantería Extremadura nº 15, de guarnición en Algeciras, y al terminar el periodo de instrucción, se alistó voluntario a la División Azul, a la que marchó en agosto del mismo año (1943), regresando a España el 8 de febrero del año siguiente, procedente del Hospital de Riga, en el que estuvo herido.

En octubre de 1945, volvió nuevamente a su Regimiento de Infantería, donde permaneció hasta el día 25 de enero 1946, en el que por los malos tratos recibidos de un sargento apellidado Camacho, desertó llevándose consigo un mosquetón, correaje y municiones, dirigiéndose a su pueblo natal, y en las inmediaciones de este, permaneció oculto hasta que se unió a la partida capitaneada por “Diego el de la Justa”, con el cual estuvo 20 días aproximadamente, marchando después a la del “Rubio Brescia”, que se separaron por disgustos habidos entre ambos jefes.

Según declaraciones del propio “Recluta”, el mosquetón con el que desertó, se lo quedó el “Rubio Brescia”, cambiándoselo por la escopeta que él tenía. “Diego el de la Justa”, llevaba un mosquetón y una pistola de 9 mm corto, y el “Chanca” llevaba un fusil y una pistola pequeña.

El “Parador Grande” era propiedad de don Salvador Sánchez Martín, y estaba situado en la carretera de Ronda a Gobantes, en el kilómetro 22,250. En él paraba una línea de carruajes que partiendo de Ronda y pasando por Cuevas del Becerro, llevaba pasajeros con destino a la estación ferroviaria de Gobantes.

PARADOR GRANDE

Después del secuestro de don Salvador Sánchez, por parte de la banda del “Rubio Brescia”, en el “Parador Grande”, por el que consiguieron 100.000 pesetas, y de un encuentro a primeros de junio de 1946, con la Guardia civil en el alto de “El Mojón” en el que hubo un herido leve, la banda del “Rubio Brescia”, se marcha de Cuevas del Becerro, y ubica su base en el Valle de Abdalajís, donde buscan refugio en el cortijo el “Granadino”, en la casa de la “Rosenda”, donde Francisco Brescia se emparejó con la hija de la casera. Allí establecieron el cuartel general, para el lavado de ropas y comer algo caliente, todo con el beneplácito de la madre de su novia.

El 27 de junio de 1946, el grupo de “Diego el de la Justa” asesinan al médico de Ardales, D. Antonio Ferreras Valencia en el cortijo “Los Polvillares”, que era de su propiedad. Al médico le habían mandado un anónimo, al que hizo caso omiso. Fue el bautizo de sangre del “Zaragata”, que fue quien le asesinó.

POLVILLARES

A último de 1946, la partida de “Diego el de la Justa”, sorprenden a Antonio Cantos Berlanga y a su sobrino José Cantos Cantos, cuando venían de la finca “Los Balazos”, acompañados del encargado de la finca. Los bandoleros entregaron una carta al encargado para que se la entregara a la familia, pidiendo 50.000 pesetas, cantidad que les fue entregada.

Ese mismo año la partida de “Diego el de la Justa”, detienen cerca de la estación de Gobantes al administrador del cortijo “Ortegícar”, Antonio Arnau, que venía en tren de Málaga. Solicitaron para liberarlo una cantidad de dinero, que la familia pudo reunir con la ayuda de varios amigos de la familia.

MUERTE DEL “RUBIO BRESCIA”

Dos parejas de la Guardia civil, realizaron el 3 de diciembre de 1946, una visita de inspección al cortijo “El Granadino”, perteneciente a Valle de Abdalajís, donde se encontraba la banda de el “Rubio Brescia” después de marcharse de Cuevas del Becerro. Era habitual que parase la patrulla en este cortijo, al igual que en muchos otros, para descansar y tomar café con un rato de charla; pero ese día iban con la orden de registrar todas las casas del cortijo.

Según declaraciones del “Recluta”, estaban ajustando cuentas con uno de los dueños del cortijo El Granadino, referente a la compra de víveres que había sido efectuada en Málaga”.

Al llegar a la de La Rosenda, dijeron que querían hacer una inspección en la casa. La dueña puso cierta oposición, pero al final tuvo que acceder. Al llegar a cierta puerta, la oposición fue mayor, lo que provocó la sospecha de los guardias que intentaron entrar con la máxima precaución.

Aquel día, después del almuerzo, dormían en la cámara alta de la vivienda el “Rubio Brescia” y el “Recluta”. Los dos hombres, atentos a lo que abajo sucedía, cogieron sus armas, una pistola cada uno, y bajaron las escaleras buscando la salida.

Al abrir el primer guardia la puerta de acceso a la planta alta, aparecieron los dos hombres que bajaban la escalera a la carrera y disparando sus armas cortas, sin dar tiempo a los guardias a reaccionar con sus armas largas, con lo que cayó muerto el primer guardia civil. Tras salir de la casa, en el patio cayeron un segundo y un tercer guardia.

A continuación atravesaron la cuadra y salieron a la calle a toda prisa, buscando la protección de la sierra. El “Recluta” corría el primero, seguido de cerca por el "Rubio"; pero poco antes de llegar a la carretera, distante unos 20 metros de la casa, este último pensó que no había más guardias, y que sería fácil apoderarse de las armas.

Volvió a la casa con esta intención, pero cuando, ya en el patio, se disponía a recoger el fusil del último de los caídos, el cuarto guardia civil, aunque malherido, pudo dispararle; disparo que le atravesó el cuello, pero que aún le permitió correr unos pocos metros antes de caer. Sólo le dio tiempo de llegar a la puerta de salida, donde le faltaron las fuerzas y cayó sobre el alto escalón de piedra que la franqueaba, con una mano en el cuello, medio cuerpo dentro y medio fuera. Tenía treinta y tres años de edad.

Los tres guardias civiles muertos eran:

  • ·         Mariano Berlanga de la Peña, jefe de la fuerza
  • ·         Félix Luján Izquierdo
  • ·         José Esparraguera González

ENTIERRO DE LOS TRES GUARDIAS CIVILES

1947 - 1948

El “Recluta” consiguió huir, regresando a las inmediaciones de Cuevas del Becerro, donde permaneció oculto, recibiendo ayuda de su hermano Salvador Bermúdez Rosado.

Tenía pensado marcharse a Tánger, para lo cual necesitaba dinero y con tal motivo, la tarde del 16 de febrero de 1947, salió al encuentro de su convecino Salvador Villarejo Sánchez, cuando este se dirigía al cortijo de su propiedad, "La Lozanilla”, y después de mantenerlo retenido, mandó al encargado del cortijo en busca de un hermano del dueño, llamado Rafael Villarejo, que le entregó la suma de nueve mil pesetas, las cuales le sirvieron para pasarse a Tánger un mes más tarde. En Tánger entró en contacto con miembros de la resistencia antifranquista.

Al poco tiempo volvió por Algeciras (6 de agosto de 1947) con la intención de contactar con la partida de “Diego el de la Justa”, portando armas para la banda. Al llegar a la costa, fue apresado sin que le diera tiempo a defenderse. En la barca con la que arribó, encontraron el armamento que traía para los compañeros. Ingresó en la prisión del partido de San Roque.

SALVADOR ROSADO NIEBLA (17/02/1929). CUEVAS DEL BECERRO

Había uno solo que era primo hermano mío. Ese estaba haciendo el servicio militar y se puso en complot con la gente de la sierra en un permiso que vino, y se trajo el fusil y las pistolas, y se presentó en su casa, y ya lo presentaron la gente de la sierra y le pusieron “el Recluta” porque iba vestido de soldado, y ese fue muy afamado, Rafael Bermúdez Rosado. Y ese se pegó aquí con ellos en la sierra, todas las sierras que rodean el pueblo, ésta que está aquí, una montaña que llaman Piedras de Molino, que es donde más paraban.

Luego también estaban por la parte de Mojón Gordo, que le dicen, por Ortegícar, la sierra Ortegícar. Estaba uno que era oriundo de Teba, le dicen "Diego la Justa", ese estaba con un grupo, y uno que le decían el “Rubio de Brescia”, ese estuvo con otro grupo aquí, que lo mató en el Valle la Guardia civil.

YO ESTABA ALLÍ (391)

Siguiendo con las acciones de “Diego el de la Justa”, el 5 de mayo de 1947 realizan el secuestro de Juan Bernal Martos, hijo del colono del cortijo “El Morisco”, entre Teba y Ardales, lo que le reporta  a Diego 75.000 pesetas.

El 20 de junio de 1947, asesinan en Campillos a Juan Luis Martín Machuca, arrendatario del cortijo “La Herriza”. Con anterioridad le habían mandado un anónimo, al que hizo caso omiso. El procuraba salir al campo lo menos posible, pero cuando lo hacía tenía la mala costumbre de hacerlo siempre por el mismo sitio.

De los cuatro que pasamos por la carretera de Almargen, Manuel Recio y Rafael Escalante en auto, yo en el Cabriolet y Juan Luis Martín que labra La Herriza en un caballo, eligen a éste, para lo que se entre trigo y olivo que está junto volador del pozo y esperan su paso montado en la bestia. Le dan el alto, pero este retrocede, da media vuelta y espolea al caballo, en cuyo momento un tiro de escopeta con postas le destroza el vientre. DIARIO DE FEDERICO MANZANO SANCHO (132/133)

Aún así logró huir y fue a refugiarse a "La Herriza”. Los operarios, al verlo llegar herido, lo recogieron y cerraron todas las puertas por indicación suya, para que no pudieran entrar los bandoleros que le iban siguiendo. Estos al comprobar que no podían entrar, le prendieron fuego al portón principal, con taramas y otras materias combustibles que encontraron al alcance.

El humo delató el incendio cuando casualmente pasaba por allí, D. Manuel Recio, que se dirigía a su finca en el coche. Al ver el humo desvió el camino y llegó a "La Herriza” ignorante de lo que había sucedido. Los bandoleros, al oír el ruido del coche, se quitaron de en medio creyendo que podía ser la Guardia Civil. Cuando D. Manuel llegó a la puerta se la encontró cerrada y en vivas llamas. Al no poderse acercar, comenzó a dar voces hasta lograr que los de dentro lo oyeran y reconocieran su voz. Pero estos no le abrieron hasta que comprobaron que estaba solo.

Al entrar se encontró que D. Juan Luis estaba todo bañado en sangre y muy malherido. De momento lo metió en su coche y lo trasladó a Campillos donde dio conocimiento y sin perder tiempo se dirigió al hospital de Antequera. (MI VIDA ENTRE BANDOLEROS - 145)

En la madrugada siguiente muere Juan Luis en el Sanatorio de los Remedios de Antequera, siendo después trasladado a Estepa, su tierra natal, para recibir sepultura.

Días antes, dando yo un paseo a caballo por el cortijo del Puerto, vi desde lo alto de la bestia en el espesísimo trigo de la Loma del Caballo, tres redondeles de mies achancadas formando camas que quedaban ocultas al paso de personas. No me explicaba este destino del trigo, ni la finalidad de esas camas, pero ésta muerte me dio la explicación, viendo que era el refugio de ellos mientras maquinaban éste secuestro, ya que era un sitio oculto y estratégico para desde allí comunicarse con Teba por medio de luces e incluso de personas. Gracias a Dios a que cuando yo pasé, o no estaban o se corrieron por el trigo al sentir el ruido de la bestia, aunque ellos sabían que yo usaba una pistola del 9 largo, de la que hacía ostentación para que a sus oídos llegara y por consiguiente supieran que iba preparado y que conmigo teníamos que jugarnos la vida y así hacia inútil intentar mi secuestro, ya que veían el firme propósito de no entregarme. Lo único que podían hacer era matarme; pero lo que a ellos les interesaba era el dinero del secuestro; aunque en este sentido la historia de estos desgraciados es bastante calamitosa, pues con Ferreras y Juan Luis fallaron, como hemos visto, y en el que hicieron a Manuel Anaya (Risco), que se llevaron a la sierra de Gobantes, se desconectaron con la familia y cuando creían recoger el dinero encontró uno la muerte (Tobalo)y los otros, disgustados entre sí y desmoralizados, pronto fueron muertos por la Guardia Civil.

DIARIO DE FEDERICO MANZANO SANCHO (132/133)

Yo recuerdo de aquel día que las campanas tañían a fuego, y que los Guardias entraban en los bares de la Plaza, donde por casualidad yo me encontraba y veía como estos alertaban  y solicitaban la ayuda de los parroquianos que jugaban al dominó o al tute, y montaban en el camión de Currito Torres. Esto sucedía, creo recordar, sobre las 16 o 18 horas de aquel fatídico día.

Ildefonso Felguera - MISCELÁNEA CAMPILLERA – 361

El 16 de julio, la partida de “Diego el de la Justa”, secuestró a Pedro Carabantes Cardoso, en la huerta de Turón, del término de Ardales por el que recibieron 125.000 pesetas. Así decía la carta en la que pedían el rescate:

“Su esposo está en manos de los guerrilleros de la sierra, si no entrega usted la cantidad de 30.000 duros, su esposo será matado a machetazos. Si usted no manda el dinero completo, su esposo será matado a machetazos. Si usted hace la torpeza de dar cuenta a la guardia civil u alguna otra fuerza del estado, su esposo será matado a machetazos y toda su familia. Si usted le pone alguna señal al dinero que entregue, su esposo será matado a machetazos.

Itinerario a recorrer para la entrega del dinero. Saldrá de Ardales para Ronda a las 10.00 horas de la noche por la carretera de El Burgo con un mulo blanco. Si al llegar a Ronda no le han salido, pasará todo el día en Ronda y a las 10.00 horas de la noche regresará por el mismo camino".

El 18 de abril de 1947 se publicó en el BOE el Decreto-ley de Bandidaje y Terrorismo, con el que se pretendía acabar con los bandidos y guerrilleros de la sierra, que atentaban contra el orden franquista establecido. Se endurecieron las penas y se amplíó la tipificación de delito político a todos los que prestaban ayuda a los “criminales”.

En sus primeros artículos decía lo siguiente:

Artículo primero.--Los que para atentar contra la seguridad pública, atemorizar a los habitantes de una población, realizar venganzas o represalias de carácter social o político o perturbar la tranquilidad, el orden o los servicios públicos, provocasen explosiones, incendios, naufragios, descarrilamientos, interrupción de comunicaciones, derrumbamientos, inundaciones o voladuras o empleasen cualesquiera otros medios o artificios que ocasionen grandes estragos, serán castigados:

Primero. Con la pena de muerte, si se produjese la muerte de alguna persona.

Segundo. Con la de reclusión menor a muerte en los demás casos.

Artículo segundo.--La mera colocación o empleo de substancias, materias o artificios adecuados con los propósitos a que se refiere el artículo anterior, será castigada con la pena señalada en su número segundo, aunque no se produzca la explosión, incendio o efecto pretendido.

Artículo tercero.--Los que para cometer un robo o con motivo u ocasión del mismo atracasen o intimidasen a las personas con armas de fuego, serán castigados:

Primero. Con la pena de muerte, si produjesen la muerte de alguna persona.

Segundo. Con la pena de reclusión mayor a muerte:

a) Si el malhechor o malhechores hubiesen sorprendido a los moradores de algún lugar habitado, asaltado algún establecimiento industrial o mercantil, o persona profesionalmente encargada de la custodia o transporte de fondos o valores, ha detenido viajeros en despoblado.

b) Si alguno de los malhechores esgrimiese arma de guerra.

Artículo cuarto.--Los que secuestraren a alguna persona serán castigados:

Primero. Con la pena de muerte, si produjesen la muerte, mutilación o violación de la persona secuestrada o desaparecida ésta, no dieren razón de su paradero.

Segundo. Con la pena de reclusión mayor a muerte en los demás casos.

Este Decreto-ley, fue la herramienta legal de la que se dotó a las fuerzas de seguridad del franquismo para acabar con los guerrilleros y los bandoleros de la sierra. Para ello recurrieron, si era preciso, a los malos tratos de las familias y presuntos «colaboradores» de las montañas y de las zonas rurales. A las torturas y a los fusilamientos extrajudiciales de los bandidos y guerrilleros, a veces aplicando la «ley de fugas».

Así ocurrió con uno de los miembros de la banda del “Rubio Brescia”, Ramón Rosado Ponce (a) el “Moreno”, al que la Guardia civil dio muerte el 11 de octubre de 1948 en la sierra del Hacho, término de Álora. Tenía 24 años.

1949

LA CAÍDA DE LA BANDA DE “DIEGO EL DE LA JUSTA”

En el término de Antequera, lindando con Mollina, en los primeros meses de 1949, secuestran a D. Manuel Anaya Risco, en el cortijo “Zarcos” y le exigen 200.000 pesetas de rescate. Solo pudieron recoger 65.000 pesetas, quedando con la familia que en el verano, cuando recogieran la cosecha, entregaría el resto.

En aquellos días, “Diego el de la Justa”, tuvo una gran discusión con el “Tobalo” y el “Chanca” por motivo de faldas. El disgusto llegó al extremo de tenerse que separar definitivamente, el “Tobalo” con el “Chanca”, y Diego con el “Zaragata”, quedando la banda dividida en dos. (MI VIDA ENTRE BANDOLEROS - 150)

A último de mayo, D. Manuel Anaya recibe una carta del “Tobalo” y del “Chanca”, pidiéndole el resto del dinero que no habían entregado meses antes, cuando le raptaron. En la carta le indicaban con detalle el camino que tenía que hacer el portador del dinero.

El señor Anaya le entregó la carta a la guardia civil, que organizó un dispositivo de vigilancia para detener a los bandidos cuando se hiciera la entrega del dinero. Para ello se sirvieron de un antiguo bandolero que se encontraba en la cárcel, y al que prometieron la libertad si se prestaba a ir al encuentro de los bandidos.

Cuando éste último llegó a un arroyo, le salió al paso el “Tobalo” para recoger el botín. El bandolero encargado de la misión, que iba con un arma oculta, no le fue difícil sacarla y disparar, hiriendo en una pierna a el “Tobalo” que cayó al arroyo, donde los civiles le dispararon y le dieron muerte. Mientras tanto el “Chanca”, que iba con él, huyó sin que pudiera auxiliar a su compañero. Este suceso ocurrió el 2 de junio de 1949. Francisco Rosado Quirós (a) “Tobalo”, tenía 37 años.

MUERTE DE “DIEGO EL DE LA JUSTA”

En 1949, gracias a las herramientas que le proporcionó el Decreto-ley del 18 de abril de 1947, la Guardia civil había llegado a la culminación de descubrimientos de los enlaces y de contactos que la gente de la sierra habían mantenido con algunas personas del pueblo.

Uno de los enlaces de Diego, se puso al habla con el teniente D. Juan Domínguez Rojo e informó con todo detalle, indicándole el sitio exacto de la sierra de Ortegícar, donde se encontraba “Diego el de la Justa” y el “Zaragata”. El teniente preparó a todas las fuerzas, provista de bombas de mano y fusiles ametralladores.

Al llegar al sitio indicado, rodearon la cueva, tomando los sitios más estratégicos para que no tuvieran escapatoria. Ellos no estaban en ese momento dentro de la cueva, porque ésta no era lo suficientemente cómoda como para permanecer en ella. El “Zaragata” fue el primero que se dio cuenta que lo estaban rodeando y le dijo al compañero.

- ¡Diego, estamos copados!

Se metieron en la cueva y esperaron que se acercaran los guardias para disparar si era necesario. El teniente y un guardia se situaron debajo de la cueva, proponiéndoles que salieran con los brazos en alto. La respuesta fue otra, una sarta de disparos. El teniente y el guardia civil, cubiertos por los demás, fueron acercándose y desde lejos les volvió a proponer que depusieran las armas y se entregaran, que no iban a disparar contra ellos, si así lo hacían.

El teniente en vista que no hacían caso, ordenó a su acompañante arrojara una bomba.

Al mismo tiempo que lanzaron la granada, avanzaron tan pronto que quedaron heridos los dos, al querer aprovechar la humareda para acercarse aún más a la cueva.

En esta confusión, Diego y el “Zaragata”, salieron disparando a diestro y siniestro. Diego, que conocía la sierra a la perfección, burló a los guardias que estaban en primera línea, pero uno de los que se encontraba en la retaguardia lo esperó y le disparó, hiriéndolo. Trató de huir y otro de los guardias lo cogió al descubierto, y con el "avispero" le disparó una ráfaga, matándolo.

Mientras tanto a "Zaragata", al que prestaban menos atención, huyó por otro sitio, herido de un tiro de postas en el trasero, disparo que fue hecho por un familiar del teniente, que llevaba una escopeta.

Este suceso tuvo lugar el día 30 de Julio de 1.949 a las 5 de la tarde. Diego tenía 62 años de edad.

A Diego lo transportaron desde la sierra de Ortegícar a Teba en un mulo, que amarraron en la puerta del cuartel.

Al pasar por las calles del pueblo, unos aplaudían y otros callaban. Algunos de los que aplaudieron, lo hicieron hipócritamente para dar a entender que se alegraban de su muerte. Otros que permanecieron impasibles, fueron quizá los que en realidad se alegraron. Porque de la muerte de Diego, dependió su porvenir, ya que manejaron los dineros que ellos obtuvieron con sus atracos.

Para ver al mítico Diego desfiló una multitud durante toda la tarde, y metida ya la noche. El pueblo se había quedado sin luz eléctrica.

Estaba sobre un mulo, como un costal con la cabeza para abajo. Había tanta gente que se hacía difícil llegar a él. (MI VIDA ENTRE BANDOLEROS - 161 y 162)

SIERRA ORTEGÍCAR

"Don Enrique Cazenave Acosta, Teniente de la Guardia Civil perteneciente a la 137 Comandancia, actualmente Jefe de la Línea de Pizarra, Juez Instructor de las presentes diligencias tiene el honor de exponer:

Que habiendo tenido conocimiento el Teniente Jefe de la Línea de la Guardia Civil de Teba Don Juan Domínguez Rojo de la presencia en la Sierra de Ortegícar, término de Teba, de los bandoleros Diego Gómez García (a) Diego el de la Justa y Antonio García González (a) Zaragata, dispuso dar una batida a la referida sierra con las escasas fuerzas que de momento disponía consistente en seis Guardias 2º, al mando del Teniente Domínguez.

Al llegar al pie de la Sierra de Ortegícar distribuyó sus fuerzas procurando ocupar las posibles salidas de la misma, reservándose el Oficial el lugar más sospechoso y en el cual había más posibilidades de que permanecieran estos dos forajidos, este lugar es conocido por "Cancho del Esquilón".

Y a él se dirigió acompañado del Guardia 2º Antonio Ramos Quirós, lanzando desde unas alturas dominantes tres granadas de mano para ver si con la explosión los bandoleros daban señales de su existencia.

Al asomarse ambos por el filo del tajo, los bandoleros que se hallaban ocultos en un ángulo muerto del terreno les lanzaron una granada de fabricación rudimentaria que al explosionar hirió al Oficial y al Guardia Ramos, este último de más gravedad por lo que el Teniente Domínguez le obligó a ser evacuado.

Con esta explosión los forajidos se dieron a la fuga iniciándose una rápida persecución tras ellos y dando como resultado positivo la muerte de uno de ellos que tomó dirección a donde se encontraba apostado el Guardia Felipe Morales Navas, no habiendo dado resultado positivo las batidas que se han realizado con posterioridad para la captura del otro.

El bandolero muerto se llama Diego Gómez García, nacido en Teba, de edad de 62 años, es hijo de Antonio y de Josefa, de estado casado, con Carmen Romero Arroyo, de cuyo matrimonio deja cinco hijos llamados María, Antonio, Diego, Carmen y Dolores, los cuales se encuentran en la actualidad en Lérida.

Este individuo era de instintos perversos y criminales como lo demostró durante su permanencia en la sierra en el transcurso de quince años que estuvo en ella.

Durante el Glorioso Alzamiento Nacional fue Jefe de una Brigada que llevó su nombre, interviniendo en innumerables asesinatos y hechos vandálicos difíciles de reseñar.

Al acabarse la guerra de liberación organizó una partida, realizando igualmente hechos vandálicos, entre los cuales podemos reseñar el asesinato del médico de Árdales, señor Ferreras, asesinato del dueño del Cortijo Las Herrizas del término de Campillos, el secuestro de un hijo del colono del cortijo "El Mayorazgo " del término de Peñarrubia, secuestro de D. Rafael Lora y el del colono del cortijo "Vaca blanca" percibiendo por los mismos 200.000 pesetas, secuestro del vecino de Ardales Juan Bernal Martos, por cuyo rescate percibió 80.000 pesetas, etc., etc., por lo que este individuo estaba considerado como el elemento más sanguinario y feroz de la partida. Por todo lo expuesto el Oficial que suscribe al constituirse en Juez Instructor practicó cuantas diligencias previene el art. 523 del vigente Código de Justicia Militar desprendiendo de las mismas que no existe responsabilidad a juicio del relatante, para la fuerza que ha intervenido en los hechos que nos ocupa si no por el contrario, que ha sabido cumplir e interpretar bien y fielmente en todo momento sus reglamentos dejando alto el honor del Cuerpo al dar muerte en la Cañada de Albalana a uno de los bandoleros más temibles que tenían sembrado el terror en toda la comarca, por lo que considerando terminadas estas diligencias en todas sus partes tiene el honor de elevarlas a la superior Autoridad V.E. para la resolución que a su vista mejor proceda. Pizarra, 3 de agosto de 1949. El Teniente Juez Instructor"

LA DETENCIÓN DEL “ZARAGATA”

El “Zaragata”, fue detenido el 29 de agosto de 1949, aproximadamente un mes después de la muerte de Diego. La Guardia civil sospechaba donde se escondía, y una mañana muy temprano, rodearon el domicilio de su padre. Uno de los guardias penetró en la casa dirigiéndose a la cuadra directamente y dentro de un pesebre, estaba el “Zaragata” acostado.

Al padre no le dio tiempo para avisarle por la rapidez del guardia al adentrarse. Sacó la pistola y poniéndosela en la cabeza le dijo:

—No te muevas que te mato.

Sin ninguna resistencia se levantó y lo condujo al cuerpo de casa donde lo esperaban otros dos civiles. Le pusieron las esposas y se lo llevaron directo al cuartel de la guardia civil.

Uno de los civiles llegó a mi casa mandado por el teniente para que subiera, con el fin de que lo viera. Cuando llegué estaba esposado y así me echó los brazos por la cabeza y abrazándome llorando me decía.

Por ti me encuentro en esta situación.

Por mí no, le dije. Por tu mala cabeza. Si tú no te hubieras ido a la sierra y no hubieses hecho nada no tenías por qué temer, pero así estaría escrito. Porque tu conciencia no estaría lo suficientemente limpia.

Después se lo llevaron a Málaga y como le probaron dos o tres muertes a su cargo, lo condenaron y lo ejecutaron. (MI VIDA ENTRE BANDOLEROS - 175)

MANUEL DEL RÍO ARROYO (24/08/1920) TEBA
Y claro, pues los iban un día, otros días otros, hasta que los fueron eliminando. El último al que eliminaron fue Diego el de la Justa, y otro muchacho, que ese muchacho no tenía pero… De Zaragata, ese que se fue con él. Porque ese empezó llevándole suministros a la sierra, y luego después terminó quedándose con ellos. Molestaban al padre, molestaba… Y la final lo cogieron, y lo mataron. Ese me parece que se llamaba Antonio Zaragata.
YO ESTABA ALLÍ (397)

Un mes más tarde de la detención del “Zaragata”, el 27 de septiembre de 1949, como consecuencia de la sentencia que se dictó contra él, el “Recluta” fue fusilado en la explanada del cementerio de San Rafael. Había sido procesado el día 18 de febrero de 1948. Causa número 176/47

LA MUERTE DE EL “CHANCA”

José Portillo Barba (a) el “Chanca”, con 44 años, estaba oculto, prácticamente desde la muerte de Diego Gómez, en un refugio construido en el pajar que existía en la parte alta de la casa de la calle Santiago nº 55, de Teba.

El “Chanca” llevaba tiempo oculto en una de las casas del barrio (las Pilas), y debido a la presión que la guardia civil ejercía sobre los enlaces, estos delataron donde se encontraba. Tenía un sitio preparado para pasar desapercibido, pero el delator, dio pelos y señales para que no tuviera escapatoria.

Detrás de cada murito de la calle había un civil. La trasera de las casas que daban a la sierra, estaban todas ocupadas por otros guardias. Los vecinos de la barriada, temerosos del posible tiroteo, se encerraron en sus casas.

El cerco estaba perfecto, pero aún así, cogieron a su hija de rehén y parapetado con ella, la asomaron a la boca del hueco para exigirle que se entregara. Al momento se oyeron unos disparos, y sacaron a la niña llorando y gritando.

En realidad no se supo si el “Chanca" fue abatido o se quitó la vida. Lo que sí es verdad, que hubo duras recriminaciones, por el hecho de coger a la niña como rehén para que sirviera de parapeto, y a su corta edad presenciara la muerte de su padre, quedándole ese trauma para el resto de su vida. (180)

En los cinco meses que fueron de junio a noviembre de 1949, cayeron todos los miembros de la banda de “Diego el de la Justa”.

Diego y el “Chanca”, fueron inhumados en el Cementerio Municipal de Teba, concretamente en el recinto denominado Patio Civil.

BANDOLEROS O GUERRILLEROS 

Las guerrillas son una lucha de pequeños grupos armados, a menudo antiguos militares o incluso civiles, que con el apoyo de la población y con unos objetivos políticos, actúan en la clandestinidad, con una movilidad constante, cambiando continuamente de ubicación.

Tras la guerra civil, grupos de guerrilleros realizaban ataques a pequeña escala contra el régimen de Franco con el objetivo de debilitarlo mediante una guerra de desgaste. Estaba liderada por el PCE, y fueron mucho más abundantes en el norte de la península que en el sur. Sus tácticas pueden incluir emboscadas, sabotajes a infraestructuras, saqueos, corte de las líneas de suministro, incendios provocados, secuestro o asesinato de enemigos importantes e interceptación de las comunicaciones.

Los guerrilleros generalmente utilizan su mejor conocimiento del terreno y el apoyo de la población local, para actuar de una manera oculta, rápida y sorpresiva. Fundamentalmente, es un tipo táctico de guerra que lo subordina todo al hostigamiento, por lo cual se busca la larga erosión del enemigo, pero sin una confrontación directa.

La diferencia fundamental entre bandolerismo y guerrilla está en sus orígenes y en sus objetivos. Mientras que el primero tiene como fin prioritario la supervivencia y está desprovisto de contenidos, la guerrilla pretende una transformación política. Las raíces del bandolerismo suelen ser socioeconómicas, mientras que las de la guerrilla son políticas.

Sólo en algunos aspectos guardan similitudes: su actuación al margen de la ley, el recurso a formas de violencia tales como el homicidio, el secuestro o el robo.

Hay mucha literatura que define a “Diego el de la Justa” como un guerrillero antifranquista, así como al “Rubio Brescia” y a sus compañeros de partida. Yo no voy a entrar en la calificación del personaje.

“Por sus obras los conoceréis”, es uno de los mensajes que dejó dicho Jesús en el sermón de la Montaña. En esta Crónica he intentado exponer la obra de Diego Gómez García. Dejo al lector que lo catalogue como bandolero o guerrillero.

LA CONQUISTA DE RONDA

  El general Varela entrando a pie en Ronda. A su derecha el comandante Redondo y a su izquierda el comandante Corrales En las dos anteriore...