MADRID, MÁLAGA Y CAMPILLOS. LA DESTRUCCIÓN Y QUEMA DE EDIFICIOS RELIGIOSOS LOS DÍAS 10, 11 Y 12 DE MAYO DE 1931

 



La primera manifestación claramente hostil de la República hacia la Iglesia católica se produjo los días 10, 11 y 12 de mayo de 1931, cuando aún no había transcurrido un mes de la proclamación de la Segunda República. Una reacción antimonárquica en la capital de España, derivó en el sacrílego ataque a los edificios religiosos y a una orgía incendiaria desplegada en Madrid y en Málaga fundamentalmente. Aquel impulso salvaje desvaneció la posibilidad de que la República agrandara su número de adictos, incorporando a una titubeante masa social, disconforme con la reciente experiencia monárquica y, sobre todo, con lo que supuso el paréntesis dictatorial de Primo de Rivera; una masa social que había confiado en la República en las elecciones del 12 de abril.

Desgraciadamente, los políticos que ayudaron a traer la república, carecieron de sensibilidad para darse cuenta del alcance del rechazo que en sectores muy amplios de la sociedad española suscitaba aquella ofensiva deliberada contra sentimientos demasiado profundos en grandes sectores de la sociedad española, para ser despreciados. Estos acontecimientos, que para el Gobierno provisional no parecieron relevantes, sin embargo produjeron, de forma clara, una gran quiebra social en el pueblo español.

Estos hechos tuvieron sus consecuencias en Campillos, pero para entender lo ocurrido en Campillos, hay que saber lo que ocurrió en Málaga, y para entender lo que ocurrió en Málaga, hay que conocer lo ocurrido en Madrid en esos días del mes de mayo. Voy a relatar someramente los sucesos de Madrid, posteriormente los de Málaga y por último lo ocurrido en Campillos. También haré una mención a lo acontecido en Ardales, donde ocurrieron, esos días, los más graves sucesos de ataque a la iglesia católica entre los pueblos del interior de la provincia de Málaga. Digo mención, porque la información sobre ello es muy escasa; no aparece nada en la prensa de la época y tampoco en los varios libros que sobre este particular están escritos. Solo en el libro “Málaga, tierra de mártires”, el sacerdote Pedro Sánchez Trujillo hace una breve mención a los mismos.

ALTERACIÓN DEL ORDEN PÚBLICO EN MADRID. QUEMA DE EDIFICIOS RELIGIOSOS

Juan Ignacio Luca de Tena, director del ABC, había entrevistado a Alfonso XIII en su exilio en Londres, siendo publicada la misma, el martes 5 de mayo de 1931; en dicha entrevista pedía a los monárquicos lealtad al Gobierno republicano.

—Estoy decidido, absolutamente decido, a no poner la menor dificultad a la actuación del Gobierno republicano, que para mí, y por encima, de todo, es en estos momentos el Gobierno de España. Quiero que lo digas, quiero que lo sepan todos, los monárquicos y los republicanos, cualesquiera que sean las interpretaciones torcidas que la pasión pueda dar a mis palabras. Soy sincero, y mi actuación futura demostrará la lealtad con que voy a cumplir este propósito, Los monárquicos que quieran seguir mis indicaciones deben, no sólo abstenerse de obstaculizar al Gobierno, sino apoyarle en cuanto sea patriótico. En Zamora dije en un discurso que por encima de las ideas formales de República o Monarquía está España, y ahora no tengo sino repetir aquellas palabras.

—Pero hay, Señor—me atrevo a decir—, una corriente de opinión monárquica difusa que no se puede abandonar, que es preciso encauzar en dirección y con propaganda eficaces. Es necesario de todo punto organizar esa opinión.
—Yo no puedo oponerme a ello. Pero si en Madrid se organiza un Comité central, una Junta, o como quiera llamársele, con fines electorales, yo les ruego que actúen públicamente y que, sin perjuicio de propagar con el mayor entusiasmo, pero legalmente, sus convicciones monárquicas, manifiesten su propósito de no crear dificultades al Gobierno español e incluso..., apunta esto para que repitas mis propias palabras - —y me dicta despacio—: E incluso estar con él para todo lo que sea defensa del orden y de la integridad de la Patria.
—Procuraré, Señor, que las cosas se hagan conforme a la voluntad de Vuestra Majestad, Al menos, transmitiré sus deseos.

Terminaba la entrevista con un manifiesto en el que director del ABC, se posicionaba con la Monarquía Constitucional y Parlamentaria.

ABC permanece donde estuvo siempre: con la libertad, con el orden, con la integridad de la Patria, con la Religión y con el Derecho, que es todavía decir, en España, con la Monarquía Constitucional y Parlamentaria.

Para encauzar y organizar esa corriente de opinión monárquica difusa, de la que se habló en la entrevista, Juan Ignacio Luca de Tena pretendió formar una agrupación que denominó «Círculo Monárquico Independiente», para lo cual convocó una asamblea el día 10 de mayo con el fin de realizar el acto fundacional y elegir una junta directiva. Para dicha asamblea, se solicitaron los permisos gubernativos correspondientes, que fueron concedidos.

El acto se realizaba en un tercer piso de la calle de Alcalá, número 67, en el tramo que va de la plaza de Cibeles a la Puerta de Alcalá, cerca del parque del Retiro. El director del periódico ABC, Juan Ignacio Luca de Tena, era uno de los que asistía al mismo en calidad de fundador, juntamente con el conde de Romanones.

Para dicha reunión, tenían el certificado de haber inscrito legalmente a la sociedad en el registro correspondiente, tenían el permiso de la Dirección General de Seguridad para celebrar el acto, y la presencia en el mismo de un delegado gubernativo. Los disturbios empezaron hacia la una del mediodía, cuando finalizaba la asamblea.

Decía la nota oficial del Gobierno, que en esa reunión alguien puso en un gramófono, que colocaron cerca de la ventana, un disco con el himno de la monarquía, la antigua «Marcha Real». El sonido del gramófono, era oído desde la calle, «causando la indignación de las gentes que venían de escuchar el concierto de la Banda de Música Municipal en el cercano Parque del Retiro». El público fue parándose poco a poco, frente al edificio, hasta llegar a formar una respetable masa en actitud hostil.

El hecho es que no había terminado aún la reunión de los monárquicos, cuando ya entre los grupos de personas que se habían detenido en la calle, circulaban los más disparatados rumores de complots, y que aquello era una conspiración de elementos reaccionarios contra la república.

Ni cortos ni perezosos, los viandantes intentaron forzar las puertas del inmueble, cerrada desde dentro, con el propósito de acabar con aquellos reaccionarios monárquicos, lo cual fue impedido por la fuerza pública que había sido llamada con urgencia por teléfono, desde el interior de la casa.

En el tumulto que se originó, se incendiaron tres coches aparcados en la puerta del edificio, a la par que fueron detenidos por los guardias de Seguridad a cuantos en el interior del local se encontraban, entre ellos Juan Ignacio Luca de Tena.

Defraudados y alborotados los asaltantes por la actuación de la fuerza pública, alguien propuso ir a quemar el edificio del periódico ABC, en la cercana calle de Serrano. Enterado de ello el ministro de la Gobernación, Miguel Maura Gamazo, envió un fuerte contingente de la Guardia Civil a pie y a caballo para custodiar el edificio en sus dos fachadas, la que da a la calle Serrano y la del Paseo de la Castellana.

Llegaron allí los manifestantes y se encontraron con la Guardia Civil que, después de dar los tres toques de atención reglamentarios, disparó al aire como advertencia. Sigamos las confesiones de Miguel Maura, que escribió al respecto en su libro “Así cayó Alfonso XIII…”:

«En ese momento sonó un tiro de pistola, y un niño, subido a un árbol, cayó herido levemente, por fortuna. No hizo falta más para que los manifestantes se abalanzaran sobre los guardias que, en legítima defensa, se vieron obligados a disparar; hubo dos muertos y varios heridos entre los asaltantes».

Se dijo que los disparos provenían del edificio del ABC en el que, al ser domingo, sólo había cuatro trabajadores de guardia: un portero, un telefonista en la segunda planta y dos obreros en talleres, todos ellos desarmados.

A raíz de esto, el gobierno suspendió la publicación del ABC y se incautó del edificio de Prensa Española en la calle Serrano. El cierre duró 25 días, hasta el 5 de junio que reapareció de nuevo el periódico con un editorial titulado «Decíamos ayer...». También se suspendió el diario “El Debate” durante una semana, los dos de ideología católica.

Cuenta Miguel Maura en su libro (página 246), que a última hora de la tarde de aquel domingo 10 de mayo de 1931, vino a verlo al Ministerio, donde estaban también otros miembros del Gobierno, el capitán Arturo Menéndez (que llegaría a ser, no mucho después, Director General de Seguridad), para comunicarle en secreto que, en el Ateneo, los jóvenes que habían estado poco antes ante el Ministerio protestando por la actitud de la Guardia civil en las puertas del ABC, preparaban para el día siguiente, lunes día 11, la quema de los conventos de Madrid, como protesta por la lenidad del Gobierno en materia clerical. 

Aseguraba haber oído a los que dirigían el intento, dar las órdenes a unos cuantos mozalbetes a quienes repartían, con las listas de los conventos que habían de ser incendiados, la gasolina y los trapos necesarios para tan labor. El dirigente de esos grupos era el mecánico Pablo Rada, que acompañó a Ramón Franco en el vuelo trasatlántico del avión «Plus Ultra».

«Busqué una vez más a Azaña. Lo hallé en el despacho del subsecretario, merendando tranquilamente. Lo abordé con cara poco apacible, como era lógico, y le referí la confidencia que acababa de hacerme. No se inmutó. Siguió comiendo y me dijo:
- No crea usted en eso. Son tonterías. Pero si fuese verdad, sería una muestra de la "Justicia Inmanente".
Se negó en redondo a ir al Ateneo (del que había sido presidente), como le pedía, para impedir con su autoridad en aquella casa, que se llevase adelante el intento». (Página 246 y 247)

Madrid vivió aquella noche con la tensión propia de un episodio inconcluso.

Al día siguiente, lunes 11 de mayo, a las nueve de la mañana, se reunió el Consejo de Ministros en la sede de Presidencia, para tratar los sucesos de la víspera.

«No habíamos aún tomado asiento en torno a la mesa de Consejos, cuando nos llegó la noticia de que estaba ardiendo la Residencia de los Jesuitas en la calle de la Flor. Recuerdo que hubo ministro que tomó en broma la noticia, y a otro le hizo gracia que fuesen los hijos de San Ignacio los primeros en pagar el "tributo" al “pueblo soberano". La famosa "justicia inmanente" ensalzada por Azaña ya estaba ahí. Prieto y yo nos cruzamos una mirada en la que todo lo que teníamos que decirnos quedó dicho». (Página 250)

El incendio del convento de Jesuitas en la calle de la Flor, junto a la Gran Vía, fue el comienzo. Los sacerdotes hubieron de huir por los tejados ante las amenazas de muerte, insultos y golpes. Se perdió en las llamas su biblioteca, que era considerada la segunda de España tras la Biblioteca Nacional, y que contaba con 80.000 volúmenes que incluían ediciones príncipe de Lope de Vega, Quevedo y Calderón.

Maura, confiesa, que planteó el tema de tomar medidas urgentemente y pidió recabar para sí los poderes necesarios, anunciando que si no los obtenía, se iba a su casa. Complaciente y pacificador, el presidente Alcalá-Zamora, natural de Priego de Córdoba, trataba de calmarle:

«Niceto Alcalá-Zamora, verdadera calamidad presidencial en momentos difíciles, se limitaba a decirme:
-Cálmese, “Migué”, que esto no es sino como “desía” su padre, «fogatas de virutas». No tiene la cosa la importancia que usted le da. Son unos cuantos chiquillos que juegan a la revolución y todo se calmará en seguida. Usted verá.
-¡Conque «fogatas de virutas»! Es usted un insensato. O me dejan ustedes sacar la fuerza a la calle o arderán todos los conventos de Madrid uno tras otro».

Manuel Azaña, ministro de la Guerra, era el más rotundo:

«Eso, no. Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano».

Indalecio Prieto, que había salido a la calle para ver de cerca lo que ocurría, al volver a Presidencia, informó:

«He visto por la calle de Alcalá, las bandas de golfos que están quemando los conventos con latas de gasolina y estropajos, y digo que es una vergüenza que se paseen por Madrid impunemente haciendo daño. Hay que acabar con eso en el acto. Tiene razón Miguel».

Maura quiere tomar medidas, e insiste:

«Con que den ustedes la orden a la Guardia Civil de que salga a la calle, yo les garantizo que en diez minutos no queda en ella ni uno».
«He dicho que me opongo a ello decididamente -amenazó Azaña- y no continuaré un minuto en el Gobierno si hay un solo herido en Madrid por esa estupidez».

Indalecio Prieto, a pesar de lo que vio en la calle, y que le dio la razón a Miguel Maura, se abstuvo en la votación que se le realizó entre los miembros del Gobierno, para ver si se sacaban las fuerzas de la Guardia Civil a la calle. Largo Caballero, que había callado durante toda la mañana, dijo:

«Yo creo que tiene razón Maura. O esos golfos van inmediatamente a la cárcel o vienen a sentarse aquí, y los que estamos de más somos nosotros. Pero yo, ante todo, soy socialista y no tengo por qué cargar con la responsabilidad de lo que pase si sale la fuerza. No voto, me abstengo».

La actitud de Largo Caballero fue, como no podía ser menos, seguida por Prieto y Fernando de los Ríos. Resulta significativa la actitud, ante estos hechos vandálicos, de los líderes de la República. La postura de Azaña condicionó el voto de los otros ministros republicanos que optaron por apoyarle, o por abstenerse, como hicieron los socialistas.

Miguel Maura, ante la negativa de la mayoría de reprimir con contundencia aquellos actos, abandonó la sala y amenazó con presentar la dimisión. 

A partir del incendio del convento de Jesuitas, la quema de edificios se había propagado por toda la ciudad. Los pirómanos, siguieron con el centro de enseñanza de Artes y Oficios de la calle de Areneros, dedicado a enseñar oficios a jóvenes humildes, con el Colegio de los Padres de la Doctrina Cristiana de Cuatro Caminos, escuela para niños de obreros, y lo mismo hicieron con las escuelas de formación profesional de los Salesianos.

A las 13,00 ardió la iglesia de Santa Teresa en la plaza de España, y a la media hora el Instituto Católico de Artes e Industrias (ICAI) de la calle de Alberto Aguilera, 23, regido por la Compañía de Jesús, perdiéndose su biblioteca, 20.000 volúmenes con obras únicas, así como toda la obra de toda la vida del paleógrafo García Villada con sus fichas y fotografías de todos los archivos del mundo. Ardieron para siempre en dichas iglesias obras de Zurbarán, Van Dyck, Coello, etc.

A las 15.00 continuaron con el colegio de Maravillas totalmente destruido con su material científico y museo de mineralogía, siguiendo con el vecino convento de las Mercedarias de la calle Bravo Murillo, donde se desenterró el cadáver momificado de una religiosa fallecida en 1864, a la que pasearon en forma de parodia, desenterrando y lanzando al fuego los otras cuatro momias y un cadáver enterrado hacia 15 días. Siguieron con el próximo Colegio de las Salesianas, que ardió completamente así como el colegio de religiosas del Sagrado Corazón, de Chamartín de la Rosa.

La fiebre de los pirómanos se extendió por todo Madrid, y hasta once edificios en total, fueron pasto de las llamas. 

Finalmente, comprendiendo el Gobierno que algo había que hacer para acabar con la orgía incendiaria, acordaron, a media tarde de ese día, declarar en Madrid el Estado de guerra, para que fuese el Ejército y no la Guardia Civil, quien sofocase la revuelta.

Pero sigamos las confesiones del ministro de la Gobernación:

«Había venido la República principalmente como protesta popular contra el predominio militar de una Dictadura, y, en torno a los abusos del Ejército, se habían centrado las propagandas que condujeron al triunfo de la causa republicana. ¡Y al primer contacto con la minúscula realidad de la calle, porque unos cuantos jovenzuelos desalmados sin fe ni ley organizan una salvajada, el Gobierno de la República no encuentra otro medio para dominar el ridículo motín que echarse en brazos del Ejército!
¡Y ello por no ofender al pueblo, sacando a la calle los tricornios de la Guardia Civil!».

Afirma Miguel Maura:

«El hecho de que la triste jornada resultase incruenta mostraba, bien a las claras, la calidad de la revuelta. Se había tratado tan sólo de quemar iglesias y conventos, no por espíritu revolucionario, ni por deseo de venganza contra frailes y monjas a quienes respetaron, sino como simple manifestación sectaria de un puñado de falsos intelectuales del Ateneo, y como diversión o entretenimiento de una turba de verdaderos golfos, a quienes se aseguraba la más absoluta impunidad».

A instancias del nuncio del Papa y del presidente del Gobierno provisional, Miguel Maura renunció a presentar la dimisión, y se reincorporó a su ministerio, no sin antes garantizar que en el futuro sería de su libre competencia el control del orden público. 

Textos anteriores sacados de Miguel Maura, “Así cayó Alfonso XIII”, páginas 241 a 254, de la editorial ARIEL (1981)


La actitud del Gobierno, a menos de un mes de la proclamación de la república, representó una grave afrenta a su prestigio. El anticlericalismo de la mayoría de sus ministros se convirtió en un escollo insalvable a la hora de tomar las primeras decisiones de orden público. Los detractores de la república tuvieron sobrados argumentos para poner en duda el carácter democrático del nuevo régimen. Desgraciadamente, la débil democracia española tendría que sufrir todavía fuertes tensiones políticas y sociales.

Como dice Jordi Alberti en “La Iglesia en llamas”: «Todo parece indicar, por tanto, que existió premeditación y un cierto grado de organización en los atentados. A los textos que lo denuncian debe sumarse la evidencia de que para llevar a cabo incendios múltiples e importantes en diferentes puntos de la ciudad, y perpetrados en pocas horas de diferencia, se requiere una logística incompatible con la improvisación» (página 61).

A partir de la tarde del 11 de mayo, escenas semejantes a las ocurridas en Madrid se reprodujeron en diversos lugares de otras provincias. Ardieron iglesias y conventos además de en Madrid, en Murcia, Cádiz, Alicante, Sevilla, Córdoba, Granada, Valencia y en pueblos de sus provincias. Sin embargo, en ninguna de ellas alcanzaron la virulencia de Málaga capital. Una ciudad que en dos días perdió gran parte de su patrimonio artístico, religioso, cultural y documental con siglos de existencia.

LOS SUCESOS DE MÁLAGA

Los sucesos del 10 y 11 de mayo en Madrid, provocaron el estallido anticlerical de Málaga al día siguiente. Pero antes de entrar en detalles, quiero presentar unos antecedentes de estos sucesos, que ocurrieron en Málaga el mismo día 14 de abril, día de proclamación de la Segunda República. Ese día se asaltó el edificio del diario “La Unión Mercantil” y se arrojó al agua la estatua del marqués de Larios. Al día siguiente se intentó sin éxito asaltar la Residencia de los Jesuitas y el Seminario.

Pero no todo fueron manifestaciones pacíficas. En Málaga, a las diez de la noche (del 14 de abril), numerosos exaltados consiguieron destrozar, con hierros, la estatua que en la Acera de la Marina, había erigida al Marqués de Larios, cuya figura de bronce quedó inutilizada y los restos de la misma, arrastrados por las calles céntricas.
Frente al edificio del domicilio del ex ministro de Fomento, Sr. Estrada, se estacionó una gran multitud, profiriendo gritos contra el político malagueño, siendo aquellos disueltos gracias a consejos de algunos republicanos.
A las 11, un grupo de exaltados, después de apedrear el edificio de “La Unión Mercantil”, roció con petróleo las puertas y ventanas de la casa, prendiéndole fuego.
19360415 001 El Cronista
LA UNIÓN MERCANTIL”, ASALTADO
Málaga, 14.- Esta noche, un grupo numerosísimo de manifestantes en grado de gran excitación, asaltaron el edificio del periódico “La Unión Mercantil”. En vista de la actitud francamente hostil de los revoltosos, el personal de redacción y talleres, abandonó el edificio a las iras de aquellos, escapándose por los tejados a las casas colindantes. Los manifestantes penetraron en la sala de máquinas y en redacción, haciendo grandes destrozos en la maquinaria y enseres del periódico. La Guardia civil, intervino oportunamente, pues ya los manifestantes se proponían prender fuego al edificio.
19310415 004 El Debate

La noche del día 14 de abril, continuaron prendiendo fuego a varios edificios como el de “La Patronal”, que por tratarse de maderas y material inflamable pronto ardió por los cuatro costados. El fuego se propagó a un almacén de madera próximo, llegando a adquirir las llamas enormes proporciones. Los sucesos duraron hasta las cuatro de la madrugada. Como vemos, un aperitivo para lo que tenía que venir cuatro semanas más tarde.

Desde el 17 de abril de 1931, el Gobernador civil de Málaga era Antonio Jaén Morente. Sobre él ya hablé en la Crónica sobre las elecciones municipales de mayo de 1931. Cuando empezaron los disturbios que dieron lugar a la quema de conventos e iglesias, se encontraba realizando un viaje oficial a Madrid. En su ausencia, actuaba como gobernador interino Enrique Mapelli Raggio (1881), que era en ese momento el presidente de la Diputación. Anteriormente había sido alcalde de Málaga en 1917, pero solo durante un mes.

Con la llegada de la Segunda República, en abril de 1931, el general de infantería Juan García Gómez-Caminero (1871) fue nombrado gobernador militar de Málaga. Al igual que el Gobernador civil, Jaén Morente, era miembro de la masonería, contraria al clericalismo político.

También quiero hacer referencia a la situación institucional de Málaga, esos primeros días de mayo. Los nuevos munícipes de la coalición republicano-socialista que dirigían el Ayuntamiento, se estaban dedicando a realizar política propagandista, más que a dirigir la administración de la capital, por lo que, cuando llevaba funcionando la corporación pocas semanas, los concejales monárquicos abandonaron sus asientos.

LA ACTITUD DE LOS CONCEJALES MONÁRQUICOS
Desgraciadamente se confirmo lo que preveíamos y nos habían anunciado muchísimas personas: lo imposible de nuestra actuación es un ambiente como el que se respira en el Ayuntamiento.
Nosotros, en cumplimiento de un deber ciudadano, al ser elegidos concejales, no dudamos en tomar posesión de los cargos tan pronto como creímos prudente hacerlo, a pesar de haber lamentado el acuerdo tomado por la Corporación en el primer Cabildo y su ejecución inmediata respecto al destrozo de la estatua del señor marqués de Larios, teniendo en cuenta el precedente que se señalaba para el porvenir.
Pero es el caso que en las dos sesiones siguientes se ha enrarecido aún más la atmósfera capitular, permitiéndose no solo la presentación de mociones en absoluto ajenas a la competencia del municipio, sino inoportuna discusión. Nos referimos a los ataques al honorable cuerpo de la Guardia Civil, honra de España y sostén principalísimo de la Nación, y a la petición de que se expulsen las órdenes religiosas, todo ello con el deseo premeditado de herir nuestros sentimientos.
No lo hubiésemos tomado en consideración a no haber visto el aliento de la Alcaldía, bien manifiesto en su moción para el cambio de nombre del grupo escolar “Nuestra Señora del Carmen”.
Por tanto, como hoy la labor municipal es nula, puesto que los concejales no se encuentran todavía enterados de la marcha de los asuntos en aquella casa, pero en cambio si es tiempo ya de hacer política partidista como si el Ayuntamiento fuera el comité directivo de algún sector de ellos, nosotros abandonamos por ahora nuestros escaños y no volveremos a ocuparlos hasta tanto no se haga la verdadera labor administrativa que se impone en estos momentos históricos y se guarde el respeto debido a la idea de cuántos componen la Corporación.
19310508 001 El Cronista

Para relatar los hechos ocurridos, me voy a basar en el libro “Los memorables sucesos desarrollados en Málaga los días 11 y 12 de Mayo de 1931” de Juan Escolar García, publicado ese mismo año 1931. El autor, fue el periodista que desde el diario malagueño “El Cronista” siguió día a día los acontecimientos ocurridos en Málaga. Por tanto, espectador en primera línea de todo lo ocurrido, y que poco después, recopiló en dicho libro. En el prólogo dice:

Ha germinado en mí la idea de recopilar aun más detalladas y comprobados las informaciones y reportajes que, en cumplimiento de mis deberes periodísticos, he publicado en EL CRONISTA de Málaga, así como otras que, por la rapidez y precipitación natural de las informaciones diarias, no han podido ver la luz pública, o bien que, por causas ajenas a mi voluntad, no se pudieron dar a la publicidad en aquellos momentos.

La tarde del lunes 11 de mayo, las calles de Málaga bullían de gentes llegadas desde todos los puntos de la ciudad al rebufo de las noticias que la prensa traía de lo acontecido en Madrid.

Cuando en Málaga, los periódicos de la tarde del lunes divulgaron a los cuatro vientos detalladas noticias de los funestos sucesos de Madrid, produjo la sensación consiguiente y la natural efervescencia en todas partes. Especialmente, entre el elemento exaltado, causó la noticia del exterminio de las Órdenes Religiosas una impresión agradable y fatal, que debía tener consecuencias rápidas, en consonancia con el espíritu de la mayor parte de la clase trabajadora.
La excitación y la inquietud que en la población empezó a notarse, desde las primeras horas de la tarde, llegó a tener la máxima intensidad en el principio de la noche, cuando el elemento trabajador empezó a congregarse en las calles céntricas, desde los distintos barrios de la capital, para conocer nuevas noticias de los sucesos en Madrid y otras capitales y comentar los que se iban sucediendo (página 5).

Algo se mascaba en el ambiente y se materializó con los primeros sucesos, que tuvieron lugar en los conventos del Servicio Doméstico, Barcenillas (La Asunción) y la Sagrada Familia, en la zona de la Victoria.

En la calle de la Victoria se encontraba situado el Convento del Servicio Doméstico, destinado a albergue de jóvenes que se dedicaban al lavado y arreglo de ropas blancas. Al frente del mismo, había una Comunidad compuesta de diez monjas, de las cuales—al conocer los acontecimientos que se habían desarrollado en Madrid el domingo y lunes, — se hizo dueña el miedo más extraordinario. Miedo, no solo a que sufrieran daño sus propias vidas, sino también a que destruyeran ropas y enseres encomendados a su custodia, de los cuales tenían la obligación de responder a sus propietarios.
Por dicha causa, al anochecer, cuando ellas creían que, dada la hora y la semioscuridad de la calle, no podían ser descubiertas, se decidieron a trasladar del Convento a otros lugares y casas particulares bultos de ropas y a varias monjas de más edad, en evitación de que fueran las primeras víctimas de cualquier revuelta.
Frente al Convento del Servicio Doméstico se detuvieron dos automóviles para efectuar aquel cometido. Esto llamó la atención de los transeúntes, que se congregaron curiosamente. Al ver salir una monja vestida de seglar, el hecho fue comentado animadamente. Cuando salieron otras y trasladaron bultos a los automóviles, los comentarios subieron de tono, y, llegaron a mayor grado, cuando, calle abajo, tres monjas, vestida corrientemente, marchaban de forma precipitada presas del mayor pánico.
Entonces, la gente —mejor dicho, grupos nutridos de mozalbetes y niños —salieron detrás de ella, abucheándolas:
—Ahí van las monjas... ¡¡Que se escapan!!... ¡¡A esas!!...
Las monjitas, en una callejuela, lograron desaparecer, refugiándose en una portería o casa particular, y sus perseguidores, exaltados, regresaron nuevamente al Convento, cuya puerta estaba ya cerrada. Sin embargo, en el interior estaban las jóvenes allí recluidas, sintiéndose desde la calle sus lamentaciones y lloros.
Entonces, cundió la voz de que era preciso hacer lo mismo que en Madrid: destrozar y quemar los conventos y expulsar a las religiosas y religiosos. Y la multitud que, en pocos momentos, había engrosado extraordinariamente, empezó a golpear las puertas del Convento, para penetrar en el interior.
La alarma y el revuelo fueron enormes en la calle de la Victoria y adyacentes, empezando desde aquel momento — las ocho y media de la noche del día 11 de mayo—a desarrollarse los históricos sucesos que estamos relatando.
[…]
Inmediatamente, que supo lo que ocurría en el Convento del Servicio Doméstico (se refiere al gobernador interino Enrique Mapelli), y que las turbas se dirigían, entre gritos y exclamaciones subversivas, hacia los Conventos de Barcenillas y la Sagrada Familia, se lanzó a la calle, acompañado de varios republicanos muy conocidos —señores Del Rio, Frapolli, González Salas, Armasa Briales y otros—encaminándose a dicho lugar, deseoso de dirigir la palabra a la masa, y contener sus exaltaciones. Mientras tanto, el Cónsul francés, apercibido de que se pretendía asaltar el Convento de Barcenillas, que es propiedad y está regenteado por una Orden francesa, se dirigió al mismo, acompañado de una personalidad republicana tan caracterizada como don Pedro Gómez Chaix.
Al llegar el Cónsul francés a este Convento, ya los grupos se aproximaban al mismo. La citada autoridad diplomática dispuso que fuera izada en el balcón principal del mismo la bandera de la República francesa, y pidió auxilio a la Autoridad gubernativa, para que no se perturbara ni molestara lo más mínimo la tranquilidad y vida de las personas a quienes protegía el pabellón francés.
Entre tanto, el señor Mapelli y sus acompañantes habían logrado llegar al Convento de la Sagrada Familia, situado en la mediación del Camino Nuevo, después del de Barcenillas, donde se encontraban varios grupos. Estos consiguieron violentar la puerta, penetrando dentro.
En dicho Convento recibían instrucción unas 50 niñas pertenecientes a familias acomodadas, entre cuyas jóvenes el asalto causó un pánico espantoso, registrándose sensibles escenas.
La Superiora se colocó en la puerta, interponiéndose a los amotinados, y, con súplicas, ruegos y consideraciones, logró que contuvieran sus ímpetus de destrucción. En aquel instante llegaba a dicho Convento el Gobernador Civil y sus acompañantes, los cuales lograron de los grupos que depusieran su actitud amotinada, y los acompañasen al edificio de Gobierno Civil, donde quería dirigirles la palabra.

Al conocer el Gobernador Civil, don Antonio Jaén Morente, que se encontraba en Madrid, los sucesos que se desarrollaban en Málaga, le produjo una profunda impresión, y en las primeras horas de la noche del día 11 de mayo, emprendía el regreso hacia la capital en un automóvil que le cedió la Dirección General de Seguridad, para llegar cuanto antes a Málaga, con la intención de intervenir directamente y cortar de raíz los acontecimientos que estaban ocurriendo.

Y serían las once y media de la noche, cuando el gentío, detrás del Gobernador Civil (interino) y los elementos republicanos, llegaron al edificio de la Aduana. El señor Mapelli y el señor Armasa subieron a uno de los balcones del piso principal, dirigiéndole al pueblo, que llenaba la gran plaza aquella, vibrantes arengas.
Ambos expresaron que tuvieran fe y confianza en el Gobierno de la República, que sabían de sobra abrigaba el decidido propósito de abordar todos los problemas, para darle satisfacción al pueblo, que lo había elevado hasta aquel puesto. Les dijo que, por amor a Málaga y a la tranquilidad de la ciudad, se disolvieran, marchando todos a sus domicilios, con plena confianza en el Gobierno y en sus representantes.
El público aplaudió y vitoreó con entusiasmo a los oradores, dándose estentóreos vivas a la república española. Y empezaron a marcharse, en grupos, hacia las calles del centro de la capital, que, a las doce de la noche estaban concurridísimas, especialmente la del Marqués de Larios y la Plaza de la Constitución. Estas eran hervideros humanos, y el rumor de las conversaciones semejaba el aleteo de un inmenso abejorro, que parecía cernirse sobre la capital, ansioso de desplegar su vuelo...
Y bastó, solamente, que alguien dijera algo, para que la excitación y furia que se vislumbraba tuviera rápida expansión. Se respiraba en aquel lugar la efervescencia pública, el odio religioso, el deseo de destrucción.
Por ello, cuando un sujeto, de indumentaria modesta, pero cuyos ojos brillaban siniestros, subido sobre los hombros de otro corpulento, dijo al lado del kiosco de periódicos:

—Es necesario que en Málaga hagamos como en Madrid. ¡¡Vamos a los Jesuitas!!.., ¡¡A incendiarlos, a destruirlos!!.

La locura se desató. Siguiendo el fiel reflejo de lo ocurrido en Madrid, la residencia de los Jesuitas fue el primer objetivo de las iras de los exaltados. Una gran pira frente a la iglesia del Sagrado Corazón consumía muebles, objetos litúrgicos, imágenes... Después, el edificio era pasto de las llamas.

Seguidamente, toda aquella multitud, electrizada, loca, se dirigió hacia la calle de Compañía, ansiosa de destrucción. Pero, al llegar a la Residencia de los Jesuitas, se tropezaron con don Pedro Armasa Briales y otros republicanos, que volvieron a aconsejarles orden, cordura, tranquilidad... Los atendieron, a regañadientes; hicieron como que habían desistido y se marchaban: pero, un grupo de los más exaltados se dirigió hacia la calle de Pozos Dulces, donde daba la puerta de la Residencia, y acceso al local de las Escuelas y a las Congregaciones de San Luis y San Estanislao. Rociaron con gasolina puertas y ventanas, incendiándolas. Otros violentaron la entrada, y, frenéticos, enarbolando barras de hierros y palos, penetraron en el interior, llevando con ellos la destrucción y la anarquía.

Cerca de las dos de la madrugada, cuando la multitud, enardecida, incendiaba y destrozaba la residencia de la Compañía de Jesús, el señor Enrique Mapelli, Gobernador civil interino, dio la orden de que saliera la Guardia civil, al objeto de cortar los sucesos.

Mientras tanto, el fuego iniciado en la parte trasera y bien propagado en el interior, se había hecho dueño de todo el edificio de la Residencia, que, a la una de la noche, ardía completamente. Ello ocasionó una alarma extraordinaria, entre los vecinos de las calles de Compañía, Pozos Dulces y otras, donde comenzaron a registrarse escenas lamentables, por salvar a las personas y los enseres del horror de las llamas.
La multitud entre tanto, en medio de gran griterío y satisfacción, observaba la marcha del fuego y continuaba en su furia destructora.
Rápidamente tuvo noticias el heroico Servicio de Incendio de la capital de la iniciación del fuego, y, minutos más tarde, se presentaba todo el Cuerpo de Bomberos, con el material completo, para trabajar en su extinción. Y, en dicho lugar, los abnegados trabajadores empezaron a tropezar con el entorpecimiento de las gentes, que querían a toda costa la destrucción del Convento de la Compañía de Jesús.
Y, frente al paroxismo de la multitud enloquecida, y luchando con los entorpecimientos de todos, el Cuerpo de Bomberos, entusiasta, abnegado, heroico, continuaba trabajando...

En aquellos momentos hizo su aparición una sección de la Guardia Civil, al mando del teniente jefe de la línea don Calixto Saval, el cual dispuso se procediera al despeje de los alrededores del edificio siniestrado…

Cuando llegó a la residencia de los Jesuitas el general Juan García Gómez-Caminero, y comprobó el descontento de la gente por la presencia de la Guardia civil, mandó que inmediatamente se retiraran a su cuartel para evitar choques con los asaltantes.

El siguiente objetivo fue el Palacio Episcopal, que fue asaltado, tras derribar la puerta de la entrada. Por allí se encontraban dos parejas de la Guardia Civil que se mantuvieron en actitud pasiva e indiferente. En pocos minutos, comenzaron a arrojar por las puertas y balcones del palacio a la calle, imágenes, muebles y enseres. El interior, fue rociado con gasolina y prendido fuego, ardiendo el archivo, la biblioteca. Por las ventanas y balcones salían densas columnas de humo. El obispo, Manuel González García, escapó de milagro por calle Fresca, ayudado por el abogado Alejandro Conde y el ex concejal socialista Antonio Abolafio. Se vio obligado a buscar refugio en la casa de un sacerdote, y en la noche del 13 de mayo pudo escapar a Gibraltar.

Vista la actuación del Gobernador militar, el señor Mapelli, a las dos y media de la madrugada decidió resignar el mando de la provincia en la autoridad militar. Desde ese instante la situación en la calle quedó incontrolada. Los asaltos, saqueos e incendios se prolongaron durante toda la noche.

Cuando se desarrollaba el asalto al Palacio Episcopal, algunos de los presentes se dirigieron al periódico conservador “La Unión Mercantil”. Se repitió la escena de otros edificios, destrozos, saqueos e incendios. Serían las tres de la madrugada cuando por los balcones del periódico, se elevaban grandes columnas de fuego y humo, ardiendo el edificio totalmente. Muchos vecinos de las casas contiguas, hubieron de desalojar las mismas, trasladando los muebles y demás enseres a otras casas particulares, ya que las llamas amenazaban con propagarse a toda la manzana.

Serían las tres de la madrugada cuando, por los balcones de «La Unión Mercantil», se elevaban grandes columnas de fuego y de humo. El incendio se había hecho ya dueño de toda la parte delantera del edificio, que puede decirse ardía totalmente, dándole a la calle de Andrés Mellado (hoy calle Atarazanas), un espectáculo dantesco.

 

Sede de "La Unión Mercantil"

Los bomberos en muchos lugares tuvieron que luchar, no sólo con la acción devastadora de las llamas, sino también con la exaltación de las turbas, que querían evitar, a toda costa su intervención.

Y, hombres, mozalbetes y hasta mujeres de vida airada, con cuchillos, tijeras, palos y otros útiles pretendían amenazarlos e intimarlos a que no intervinieran en los trabajos de extinción, cortándoles las mangas de riego y deteriorando todo el material.

A pesar de que tenían otras iglesias cercanas en el centro de Málaga, las turbas cruzaron el puente hacia el barrio obrero del Perchel, y se fueron a la iglesia de Santo Domingo, porque allí tenían su sede las dos cofradías más emblemáticas de Málaga: la de la Esperanza y la de Mena, que tenía la imagen del Cristo de la Buena Muerte, símbolo de la Semana Santa malagueña. Los asaltantes destrozaron las imágenes de Nuestra Señora de la Soledad, la Virgen de Belén y el Cristo de Mena, del que se salvó solo una pierna.

A las ocho de la mañana, la iglesia de Santo Domingo ardía completamente, sembrando la desolación y alarma por aquellos lugares. Las hogueras formadas en la puerta del templo hacían que por los alrededores de los pasillos y del puente de Santo Domingo, se aglomerara la multitud que seguía silenciosa y expectante la marcha de los acontecimientos destructores.

También ha llegado hasta nosotros la noticia de que un artista malagueño, el notable escultor, Paco Palma, defendió, a toda costa, la inestimable joya artística que representaba la efigie de Nuestro Padre Jesús de la Buena Muerte, obra del inmortal Pedro de Mena. Pero la turba se la logró arrebatar, quedándose solamente con una pierna de la imagen que al arrojarla los amotinados contra el suelo, había quedado rota.

Cuando los grupos se hallaban posesos de furia destructora en el interior de la iglesia y sus alrededores, llegó una sección de soldados del Regimiento de Málaga, al mando de un oficial, logrando desalojar el templo, acordonándolo, para evitar que siguieran los desmanes de la turba. Sin embargo; a la hora escasa de hallarse allí la tropa, dispuesta a garantizar la tranquilidad y cuando había renacido algo el sosiego, se recibió la orden (del Gobernador Militar) de que se restituyeran los soldados a su cuartel, desde donde no debían salir hasta que se les ordenaran. Y, momentos más tarde de abandonar el templo las fuerzas del ejército, los amotinados volvieron a la destrucción y al incendio.

Los incendiarios, desde las cinco de la mañana, se dividieron en varios grupos, cada uno de los cuales tomó un barrio distinto para actuar. Y, por ello, a la vez que incendiaban y destrozaban los templos del barrio del Perchel, ocurrían idénticos sucesos en el de la Trinidad, en el de Capuchinos, en la Victoria...

A las seis y media, llegaba el automóvil del Gobernador Civil, Antonio Jaén Morente, a la puerta del edificio de la Aduana. Inmediatamente intentó oponerse a la labor de los asaltantes, sin mucho éxito, para lo cual fue recorriendo los lugares donde se cometían desmanes, para lograr que no continuaran.

En automóvil, llegó al Asilo de San Manuel situado en la calle Fortuny, del barrio del Perchel. Al darse cuenta de lo que allí ocurría, requirió la presencia de unas cuantas parejas de soldados, que al mando de un cabo, se presentaron en el lugar. El propio señor Jaén Morente, con la pistola en la mano, penetró en la capilla del Asilo, donde se veneraba la imagen de la Purísima Concepción, obligando enérgicamente a los revoltosos a que la desalojaran.

La actitud decidida de la autoridad gubernativa y de los soldados, hizo que cesara el destrozo y saqueo, abandonando muchos el establecimiento. Pero, cuando el Gobernador Civil abandonó aquel lugar, dejándolo, al parecer, pacificado, y quedando en el mismo los soldados de retén, la turba volvió a penetrar en el interior. Las fuerzas del Ejército no quisieron emplear la violencia, prefiriendo marcharse de aquel lugar, del cual quedaron hechos dueños los revoltosos.

Los acontecimientos iban siendo cada vez más graves. Durante la madrugada tuvieron gran intensidad; pero el máximo de ésta, la adquiriría en las primeras horas de la mañana, y lo más doloroso era que, ya en pleno día, seguían los acontecimientos desarrollándose rápidamente, y si cabe con mayor importancia y resultados más graves que los anteriores.

En las primeras horas de la mañana del día 12 fue cuando los acontecimientos adquirieron en Málaga su mayor intensidad, ya que la multitud, enardecida, loca, presa de insanos deseos de destrucción, incendio y robo, estaba, por completo, hecha dueña de la capital.

Cayó la iglesia de San Pablo, en el barrio de la Trinidad, que fue destrozada por completo y las criptas profanadas. Pasearon por las calles del barrio la calavera del padre Francisco Vega, fundador de la iglesia, clavada en la punta de un palo. Entre las imágenes desaparecidas figura la célebre escultura de la Virgen de la Soledad, salida de las gubias del inmortal Pedro de Mena.

Los momentos iban siendo cada vez más graves. El Gobernador civil, a la vista de la magnitud que iban adquiriendo los acontecimientos, convocó en su despacho a todas las autoridades. Todos coincidieron en que las circunstancias eran graves y que la persuasión había sido mal interpretada por algunos elementos, confundiéndola con debilidad. Se acordó proceder enérgicamente, y se declaró a las doce y media el Estado de guerra, dictándose el correspondiente bando por el Gobernador Militar de la provincia, el general de Brigada, Juan García Gómez-Caminero.

Como era de esperar, momentos después de proclamarse el Estado de guerra en la capital, comenzaron a salir a la calle las fuerzas del Ejército de que se disponía en los cuarteles, las cuales tomaron los sitios más estratégicos de la población, mientras que diversas patrullas empezaron a recorrer las calles.

Como quiera que el número de soldados era relativamente escaso, el Gobernador militar telefoneó a Sevilla, Ronda y Algeciras, para que enviasen tropas de refuerzo. También se cursó un telegrama a Melilla, al objeto de que saliera enseguida, con dirección a Málaga, las fuerzas de la Guardia Civil de que se dispusiera.

Además, se constituyó una Guardia Cívica con militantes republicanos y socialistas, que había de cooperar con la fuerza pública al mantenimiento del orden. La CNT publicó un manifiesto exhortando a los compañeros para que volvieran al trabajo y contribuyeran al restablecimiento de la tranquilidad en la capital.

El martes 12, a las nueve de la noche, llegaron dos compañías del batallón “Alba de Tormes” de Ronda, y de Melilla, la mañana del miércoles 13, treinta guardias civiles.

Desde la noche del martes, la Policía, la Guardia civil, las fuerzas del Ejército, el Cuerpo de Seguridad y la Guardia Cívica, se hicieron dueñas de la capital, comenzando a cumplirse las terminantes órdenes que recibían, desarrollando una labor muy activa, procediendo a detener a todos aquellos que eran sorprendidos realizando delitos de saqueo y de incendio, así como a todos aquellos que se tenía la certeza de que habían intervenido directamente en los sucesos desarrollados durante la noche anterior.

Las calles céntricas se quedaron desiertas. Renació la calma en la población, debido a la actuación enérgica de la fuerza pública, o quizás también debido al cansancio producido entre las turbas por haber tenido durante 48 horas un ajetreo formidable y devastador.

El día 13 la ciudad recobraba la tranquilidad. El odio anticlerical arrasó 18 templos, 23 conventos y colegios de órdenes religiosas, el Palacio Episcopal y la sede del diario “La Unión Mercantil”. Hubo más de ciento cincuenta heridos en los enfrentamientos con la fuerza pública, que fueron atendidos en las Casas de Socorro, y más de cien detenciones. El patrimonio artístico y documental de la Iglesia sufrió pérdidas irreparables. Las iglesias de la Merced y la Aurora María, situada a la entrada de la calle Mármoles, desaparecieron para siempre.

A pesar del sentimiento de posesión que el pueblo malagueño tenía de las imágenes religiosas representativas de los distintos barrios, el anticlericalismo arrasó con las mismas. Fueron muy pocas las imágenes que lograron escapar de la quema. El patrimonio artístico cofrade quedó convertido en pavesas a causa de la sinrazón de unos exaltados, y la ineptitud y connivencia de las autoridades, entre ellas la imagen del Cristo de la Buena Muerte y Ánimas, obra de Pedro de Mena y Medrano, verdadero símbolo de la Semana Santa de Málaga, que las turbas destrozaron a hachazos y después arrojaron a las llamas; la Virgen de la Soledad también de Mena, de la iglesia de San Pablo; Jesús Nazareno de los Pasos en el monte Calvario de Francisco Gómez Valdivieso, etc., etc.…

La Agrupación de Cofradías de Málaga decía en un escrito: No se concibe como todo el entusiasmo, todo el alborozo, todo el orgullo que Málaga exteriorizaba ante el espectáculo de sus cultos exteriores, se esfumara súbitamente como leve parva azotada por un furioso vendaval. No es concebible que esa identificación del pueblo con las manifestaciones religiosas que tan alto pusieron el nombre de Málaga, se trocara, no en indiferencia y desvío, sino en abierta hostilidad, y que las admirables esculturas que eran gala de nuestro acervo imaginario, cayeran deshecha para siempre por obra del golpe sacrílego y de la llama impía. (19320323 001 La Unión Mercantil)

Entre los detenidos, figuraban numerosos comunistas, a los que se trataba de responsabilizar de los sucesos, entre ellos el concejal Andrés Rodríguez. Fue uno de los que capitaneó los grupos que asaltaron, saquearon e incendiaron la Iglesia de Santo Domingo. Todos pasaron a la cárcel, a disposición de las autoridades militares.

COMUNISTAS DETENIDOS
Los periodistas preguntaron al Gobernador si era cierto que habían sido detenidos e ingresados en la cárcel algunos comunistas, contestando afirmativamente, añadiendo que era asunto de la incumbencia de la autoridad militar.
19310514 002 El Cronista
LOS DETENIDOS POR EL INCENDIO DEL “NIÑO JESÚS”
Una de las noticias facilitadas por el Gobierno Militar fue que el capitán Silva, acompañado de unos bomberos, detuvo en el tejado del edificio a los significados comunistas incendiarios “Luque el pintor” y “El Chato”, a los cuales se juzgará sumarísimamente.
19310515 002 El Cronista

El juicio sumarísimo se puede ver en “Los memorables sucesos desarrollados en Málaga…”, páginas 74 y 75

CINCO ANARQUISTAS Y UN COMUNISTA DETENIDOS
La Policía, en cumplimiento de la órdenes recibidas, continua dando batidas por la población para lograra la detención de comunistas exaltados o elementos caracterizados del anarquismo que se consideren peligrosos en estos momentos.
Durante la madrugada última fueron encarcelados cinco anarquistas y ayer se detuvo al comunista José Ávila Quero de 26 años, que habita en la calle de San Jacinto.
Todos ellos ingresaron en la Prisión, a disposición del Juzgado Militar.
19320516 007 El Cronista

En las primeras horas de la mañana del día 13 el Gobernador civil señor Jaén Morente, al recibir a los periodistas, les manifestó que se hallaba apesadumbrado y dolorido por los trágicos sucesos que habían tenido a Málaga por escenario. Y que, en vista de ello, estimó oportuno presentarle al Gobierno la dimisión de su cargo. En el telegrama que envió, decía lo siguiente:

«Aunque este Gobernador llegó a Málaga procedente de Madrid, en automóvil, a las 7 de la mañana, cuando se habían desarrollado gran parte de los sucesos, y desde esa hora, antes y después de la proclamación del estado de guerra, actuó en su despacho y en plena calle sin regatear ánimo ni esfuerzo, teniendo, entre otras cosas, la suerte de haber impedido personalmente el asalto e incendio de la Catedral.
Estima, sin embargo, que habiendo tenido por contra la desgracia de presenciar parte de los sucesos, debe poner y pone a su cargo a la disposición del Gobierno»

La dimisión de la autoridad gubernativa fue, aceptada por el Gobierno de la República, horas más tarde, y Antonio Jaén Morente, al día siguiente, abandonaba Málaga, en el tren expreso, siendo despedido por numerosos amigos.

En su lugar fue nombrado Gobernador Civil don Miguel Coloma Rubio, el 20 de mayo de 1931, el cual venía con instrucciones concretas y precisas para actuar en la ciudad malagueña, y como dijo en el andén al descender del tren, «borrar el mal recuerdo, la desagradable impresión y fama que Málaga tenía en todas partes, con motivos de los luctuosos sucesos».

En Málaga la quema de conventos e iglesias superó en número e intensidad a otras poblaciones españolas y algunos autores han señalado como una de las causas "la pasividad de las autoridades ante tales hechos".

En la polémica sobre las responsabilidades, el general Gómez-Caminero se justificó diciendo que decidió retirar a la Guardia Civil para impedir males mayores. El Ayuntamiento, dominado por el grupo radical-socialista, señaló como causantes a los “exaltados” y a la “gente maleante y logrera”.

Los sucesos de 1931 fueron determinantes para restar apoyos al régimen, en el mismo momento que nacía la República en España. Aquella acción salvaje, desvaneció la posibilidad de que la república ensanchara sus filas incorporando a ella una expectante masa social disconforme con la reciente experiencia monárquica. Los incendios de edificios religiosos arruinaron esa atmósfera de ilusión que trajo el nuevo régimen y agravaron considerablemente las tensiones. Quedaron centenares de personas sin vivienda, miles de niños pobres sin escuela y dañada la imagen de la República que decía ser de todos.

Los fundadores de la “Agrupación al Servicio de la República”, que aspiraba a reunir en su seno a los intelectuales españoles partidarios de un nuevo régimen de libertad, abierto a las corrientes mundiales de la democracia, se apresuraron a situarse enfrente de cuanto significara vandalismo e irresponsabilidad. Para ello publicaron, en «El Sol» del día 14 de mayo, el siguiente artículo:

LA MULTITUD CAÓTICA E INFORME NO ES DEMOCRACIA, SINO CARNE CONSIGNADA A TIRANÍAS.- Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset, R. Pérez de Ayala - El Sol, 14 de mayo de 1931

http://www.segundarepublica.com/index.php?opcion=7&id=38

LOS SUCESOS EN CAMPILLOS Y EN OTROS PUEBLOS DE LA PROVINCIA DE MÁLAGA

Los sucesos que ocurrieron en Madrid y en Málaga, rápidamente fueron mimetizados en algunos pueblos de la provincia. No se dispone de un estudio de todos los pueblos en los que se realizaron estos actos vandálicos y sacrílegos. Con mis modestos medios quiero sacar algunas informaciones:

Ayer se recibieron en el Gobierno civil los atestados de los jefes de la Benemérita de los pueblos de Benalmádena, Alhaurín de la Torre, Campanillas, Churriana, La Carihuela, Fuengirola y Puerto de la Torre, en los cuales todos ellos le dan cuenta a la autoridad gubernativa de que han sido asaltadas las iglesias y destruidos los enseres e imágenes que en las mismas habían. En algunas partes les prendieron fuego, sin que ocurrieran desgracias personales.
19310515 002 El Cronista

Pienso que la lista de pueblos que indica el Gobierno civil, era una algo preliminar y debe ser algo más amplia.

Para evitar estos sucesos, en algunos pueblos, entre ellos Campillos, los mismos vecinos se constituyeron en guardianes de sus imágenes e iglesias, formando Guardias cívicas.

El día 12, en Antequera, la mayoría de los religiosos, después de saber lo que estaba pasando en Málaga, decidieron desalojar sus conventos, y en la noche del 13 se alojaron en distintas casas de la ciudad que se prestaron a ello; solo se quedaron en sus instituciones la Hermanitas de los Pobres, las Siervas de María y las Hermanas de la Caridad.

En Ardales, el 13 de mayo las turbas asaltaron la iglesia y el templo parroquial de Ntra. Sra. De los Remedios, destrozando el extraordinario retablo de madera tallada y dorada del altar mayor, las capillas del Señor de la Sangre y de la Virgen de los Dolores. La imagen del Señor de la Sangre, se pudo salvar, gracias a que el sacristán José Campano Fernández, lo pudo ocultar en su casa. Quemaron casi todas las imágenes, algunas de ellas con muchos siglos de antigüedad, así como los objetos y ropas litúrgicas. También asaltaron el convento de los Capuchinos, destruyendo para siempre antiquísimas obras de arte, a las que se les profesaba una gran devoción.

Referente a Campillos, Baltasar Peña Hinojosa, en su libro “Pequeña historia de la Villa de Campillos”, en sus páginas 121 y 188, dice que un grupo de mozalbetes exaltados trató de quemar nuestra iglesia parroquial, siendo salvada en aquellos momentos por la rápida y decisiva intervención de Benito Luna, que logró sujetar y convencer a los iconoclastas”. 

Parece ser que no fue solo por la intervención de Benito Luna, sino también porque el sacristán Antonio Quirós, hizo sonar las campanas de la iglesia cuando quisieron quemarla.

En Campillos, el 15 de mayo se reunieron en el Ayuntamiento las autoridades civiles y religiosas para formar un grupo de vecinos voluntarios, que realizaría unas guardias en el interior de la iglesia y en las ermitas del pueblo, para evitar posibles intentos de destrucción de las mismas. 

Recordemos que estábamos entre las siete semanas que hubo desde las elecciones municipales del 12 de abril y las del 31 de mayo de 1931, y que al frente del Ayuntamiento había una Comisión Gestora presidida por Juan Velasco Olmo, y a la que también pertenecía Benito Luna Anoría y Diego Durán Cuellar.

En la villa de Campillos a quince de Mayo de 1931, siendo las doce, se reunieron en el despacho de la Alcaldía las Autoridades locales siguientes, que fueron previamente convocadas para tratar de las seguridades que sean necesarias al culto católico y a los templos de la villa.
Por la Comisión Gestora del Ayuntamiento, D. Juan Velasco Olmo, Presidente y D. Benito Luna Anoría; el Sr. Juez de Instrucción D. Bonifacio Estrada Arnal; el Sr. Cura Párroco D. Ramón García Ruiz; el Presbítero D. Cecilio Sánchez Molina; el Sr. Juez Municipal D. Diego Moreno Casasola y el comandante del puesto de la Guardia Civil D. Francisco Pérez Rubio.

Previo examen de los acontecimientos actuales y de las circunstancias especiales de la localidad, se adaptaron por unanimidad los acuerdos siguientes:

Se acordó crear una Guardia Cívica, al mando del Comandante del puesto de la Guardia Civil, con ocho individuos voluntarios del pueblo, para la vigilancia nocturna del interior y exterior de la iglesia y de las ermitas.

Don Juan Velasco Olmo, Presidente de la Comisión Gestora de éste Ayuntamiento.
HAGO SABER: Que por acuerdo de la Junta de Autoridades celebrada hoy, se establece una Guardia interna, sin armas, en la Iglesia Parroquial y en los demás templos que se estime necesario compuesta de vecinos del pueblo de mayores de 25 años, los cuales permanecerán en aquellos desde las diez de la noche en adelante, sin perjuicio de la vigilancia exterior que correrá a cargo de la Guardia cívica y que estará dirigida por el comandante del puesto de la Guardia Civil.
Aunque la prestación de este servicio tendrá el carácter de obligatorio para todos los vecinos no incapacitados, se invita a los que voluntariamente deseen prestarlo, sin distinción alguna de clase, para que se presenten a inscribirse en el registro abierto en las oficinas del Ayuntamiento, de 6 a 8 de la tarde. Una vez inscritos en ese registro, se les pasará aviso indicando el día en que les corresponda prestar el servicio y hora y sitio en donde al efecto deban comparecer.
Campillos 15 de Mayo de 1931
Juan Velasco

He recogido esta información de DOCUMENTALIA (pág. 154 y 155) y MISCELÁNEA CAMPILLERA (pág. 355) de Ildefonso Felguera

La relación de las personas que se inscribieron voluntarios en la Guardia Cívica fueron:

NOMBRES

EDAD

PROFESIÓN

DOMICILIO

Juan Velasco Olmo

40

Alcalde

Salgueros

Benito Luna Anoría

50

Abogado

Real

Bonifacio Estrada Arnal

33

Juez 1ª Instrucción

Real

Diego Moreno Casasola

36

Juez Municipal

Guzmanes

Francisco San Martín Moreno

34

Secretario Ayuntamiento

Santa Ana

Baltasar Peña Hinojosa

25

Abogado

San Sebastián

Antonio Cabrera Martínez

46

Secretario Judicial

San Benito, 3

Francisco Asiego Ramírez

65

Empleado

Santa Ana, 8

José Galeote Moreno

30

Labrador

Real, 122

Juan Campos Giles

28

Empleado

Alta, 2

Pedro Casasola Lasarte

35

Propietario

Lavados, 29

Pedro Velasco Olmo

30

Campo

Salgueros, 18

Juan Escribano Gallardo

27

Campo

Santa Ana, 45

Diego Rueda Peña

31

Campo

Vallejos, 41

Francisco Peral Padilla

35

Zapatero

Santa Ana, 56

Luis Barba Bermudo

30

Campo

Molinos, 24

Pedro Albarrán Bermudo

35

Campo

Carmen, 9

Benito Gómez Durán

25

Campo

Guzmanes

Pedro Escribano García

26

Campo

Guzmanes

Ricardo Alonso López

34

Abogado (Registrador Pro.)

San Sebastián, 16

Antonio Quirós Camarena

35

Sochantre (Sacristán)

Real, 36

En DOCUMENTALIA (pág. 156)

Un documento muy interesante al respecto, es la carta que con fecha 26 de mayo, mandó el párroco de Campillos, don Ramón García Ruiz, al Cardenal Arzobispo de Sevilla don Eustaquio Ilundain.

Campillos pertenecía por esas fechas a la Archidiócesis de Sevilla, pasando el 25 de enero de 1958 a la Diócesis de Málaga, junto con Sierra Yeguas, Alameda, Peñarrubia, Teba, Almargen, Cañete la Real y Ardales.


EL ARCIPRESTE Y CURA PROPIO DE CAMPILLOS (MÁLAGA)
PARTICULAR
26 de Mayo de 1931
Emmo. y Rvdmo. Sr. Cardenal Arzobispo de Sevilla.
Emmo. Sr. y muy venerado y amadísimo Prelado: Sé que V. Emcia. Rvdma., está muy bien informado por relato del Sr. Cura de Ardales de los lamentables y sacrílegos sucesos ocurridos en dicho pueblo; también conoce muy bien V. Emcia. la actitud hostil e injustificada del pueblo de Teba contra la religión, la Iglesia, los sacerdotes y muy particularmente contra la persona del buenísimo Don Magín; en Teba, en las circunstancias actuales sólo puede estar Don Rafael Galán porque tiene numerosa familia que lo guarda y lo defiende, si no tampoco podría estar.
Al cura de Peñarrubia, en los días de turbulencia y de peligro, le aconsejó el Alcalde que convenía que se marchara unos días porque no tenía Guardia Civil ni medios para garantizar su vida y el libre ejercicio de su ministerio y éste, asustado, se marchó a Ronda a casa de una hermana suya, que vive en dicha Ciudad, Calle Lorenzo Borrego, 14; y a instancias mías, que le he preparado el terreno, se ha reintegrado a su curato, donde al parecer está todo tranquilo.
En Almargen y Sierra de Yeguas no ha ocurrido nada; en Cañete hubo revueltas, más contra los ricos y patronos que contra la Iglesia, aunque parece que también conspiraban contra Don Cayetano que, como estaba solo y había allí dos sacerdotes, el Capellán y un extradiocesano, se vino aquí a Campillos y ha pasado unos días en casa de su hermano (Francisco); ya está en Cañete al frente de su curato.
En Campillos hemos estado muy en peligro porque existe un centro obrero socialista (muchos comunistas) muy potente, numeroso y muy bien organizado; excitados por los de Málaga y por los de Madrid, abrigaron el propósito de quemar la Iglesia primero; luego sólo los santos y cosas sagradas y establecer su centro en el templo parroquial, pero sin dar ellos la cara ni hacerse responsables, sino hacerlo de tal modo que pudieran echarle la culpa a comunistas forasteros y a los monárquicos de aquí; yo tenía confidencias de todos los proyectos y secretos del centro por obreros que no quieren nada malo contra la Iglesia y contra nosotros los sacerdotes, pero el mayor apuro y peligro era que no contaba con las autoridades que son hoy de ellos mismos, ni había Guardia Civil, nada más que una pareja y los buenos de los católicos, que aquí no son pocos, acorralados y amedrentados estaban metidos dentro de sus casas, y otros muchos, los más pudientes, se habían ido del pueblo a otros más seguros, de modo que la defensa de la Iglesia en esos días estaba sólo en nuestras manos, mejor dicho en las mías, porque Don Cecilio también se asusta mucho; la hora del peligro era de 12 a 4 de la noche; a instancias mías se montó una guardia cívica por el alcalde para vigilar la parroquia, pero es que éstos eran precisamente los incendiarios y sobre ellos habría que reforzar la vigilancia; ya una noche lo intentaron los mismos guardias cívicos y el sacristán tocó las campanas y fracasó por completo su intento; no habrían podido hacer nada porque yo estaba, como todas las noches, levantado y vigilante y no habrían podido sacar los santos sin que yo los viera; a esas horas peligrosas me he parado entre 20 ó 30 tíos con escopeta, yo solo, fumando, alternando con ellos, toreándolos y recibiendo de los mismos aparentes muestras de respeto y de cariño; ya ha tomado parte el teniente y fuerzas de la Guardia Civil y además se van tranquilizado los ánimos y se puede decir que por ahora está vencido el peligro, habiendo conquistado entre mis feligreses fama de valiente, sin serlo y sin tener siquiera un cortaplumas para defenderme; ¡el Señor me ha dado alientos para no temer en esta ocasión!.
Aquí no hemos dejado de celebrar ni de hacer los cultos del mes de María, ni los otros ordinarios de la Parroquia; ni hemos dejado de vestir nuestro hábito talar (aunque ni Don Cecilio ni yo tenemos otro) ni hemos variado nuestra vida ordinaria, aunque hemos pasado días de zozobra, de intranquilidad y de temores.
Veo y estoy observando entre mis buenos feligreses una reacción religiosa muy consoladora, comuniones ordinarias numerosísimas, mayor afluencia de fieles los días de fiesta; en estos días el número de comuniones grandioso, la buena prensa aumentando –venían 5 números del Debate (periódico católico) y ayer se vendieron 50- y otros detalles que animan y consuelan el corazón del buen sacerdote.
Pero también preveo que puedan realizarse actos desconocidos aquí por completo, como matrimonios civiles, etc., etc.; evitaremos lo que se pueda.
Estos días he pedido mucho a nuestro Señor por V. Emcia. Rvdma. y me he acordado mucho. Como las oraciones de V. Emcia. son más valiosas que las mías, no olvide en ellas a quien reverente besa su Pastoral anillo y pide su bendición.
Fdo. Ramón García

D. Ramón García

De los sacerdotes a que hace referencia la carta, de don Ramón García Ruiz y don Cecilio Sánchez Molina, ya comenté que fueron asesinados el 3 de agosto de 1936 en “La Alberquilla”, en la carretera que va a Antequera. A don Cayetano Espinosa Morales, el cura de Cañete, lo asesinan en Málaga el 13 de octubre de 1936, y a don Rafael Galán Escalante, el cura de Teba, el 31 de julio en la Fuente de los Perros en el término municipal de Peñarrubia.

Federico Manzano Sancho, en las páginas 77 y 78 de sus “Memorias”, dice al respecto: “Como el Estado dejó de pagar al clero, organizó Campillos una colecta mensual entre católicos para subvenir a los gastos del culto y clero. También forró las puertas de las iglesias con chapa de cinc y hierro, por si se puede evitar algún conato de incendio, como lo intentaron unos cuantos una noche y se evitó porque el sacristán Quirós se dio cuenta y empezó a tocar a fuego con las campanas”.

En el pleno municipal del 6 de junio de 1931, el primer pleno de la nueva corporación municipal surgida de las elecciones del 31 de mayo, presidida por el nuevo alcalde de Campillos Cristóbal Barquero Reina, deciden por unanimidad, que debe suprimirse la Guardia Cívica, porque estiman innecesarios ya los servicios.

Hasta el 9 de Junio no se levantó el Estado de guerra en Málaga y su provincia.

Federico Manzano Sancho, en sus Memorias (pág. 77 y 78), dice sobre estos hechos: Como protesta a la carta del Cardenal Segura publicada en la prensa pidiendo respeto para los reyes, las turbas y enemigos de la religión, se aprovechan y queman conventos e iglesias en muchos puntos de España impidiendo que los bomberos apagasen los fuegos. Eso fue lo que más le perjudicó a la República, pues estableció la discordia, el odio y la lucha entre derechas e izquierdas, porque el sentido religioso se profesa por la inmensa mayoría de los españoles, que nos hubiéramos conformado y adaptado a los conceptos y normas republicanas y socialistas, siempre que no hubieran perseguido a la religión y a los católicos.

La carta a la que se refiere Federico Manzano Sancho, es una que escribió el 1 de mayo, don Pedro Segura y Sáenz, Arzobispo de Toledo y Primado de España, y que se publicó, en el Boletín Eclesiástico del Arzobispado de Toledo. Era una carta pastoral “Sobre los deberes de los católicos en la hora actual”, en la que hacía una alabanza a la monarquía de Alfonso XIII, y llamaba a la movilización de los católicos en la nueva organización política de la República, cuya legitimidad aceptaba, pero alertaba contra los enemigos de la Iglesia que podían poner en peligro la tradición cristiana de España.

El tono general de la pastoral la convirtió en el primer incidente grave entre la Iglesia y el nuevo Gobierno provisional de la República. El presidente del mismo, Niceto Alcalá-Zamora, dijo que el cardenal Segura «se lanzó al ataque contra la República, sin rodeo ni espera, con arengas más que pastorales, de intempestiva y provocadora fe monárquica».

Se le ha dado mucha importancia a esta carta pastoral, para justificar los terribles sucesos que ocurrieron en casi toda España los días 10, 11 y 12 de mayo. En toda la prensa que he leído de aquellos días, prácticamente en ninguna hace referencia a aquella carta, y en la que la menciona, lo hace como una noticia de agencia más, perdida entre una multitud de noticias. Es del todo imposible que las turbas incendiarias, conocieran dicha carta, y que su lectura les motivara para quemar y destruir las iglesias e imágenes sagradas de su ciudad o pueblo. Más bien creo que es un argumento justificativo, que se ha encontrado a posteriori, para justificar lo injustificable.

Quiero enlazar esta Crónica con la que realicé sobre las elecciones del 12 abril y del 31 de mayo de 1931 en Campillos. En estas últimas vimos que no se presentaron a la elección nada más que los catorce candidatos socialistas. Viendo lo ocurrido veinte días antes, no es de extrañar que a nadie de derechas le apeteciera meterse en problemas, presentándose a las elecciones municipales. 

Comentarios

  1. Unos hechos dramáticos y vergonzantes. Muy buen documentado y presentado.

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