EL CONTRABANDO Y LOS MATUTEROS

 

Matuteras

“…las matuteras de Gibraltar. Desde Algeciras a Bobadilla, el estraperlo era el rey. Cuántas historias conocen esos trenes, cuánto mercadeo en los vagones, cuántas vergonzantes transacciones de algunos salidos y lúbricos revisores en los inmundos servicios para que pudieran pasar las pobres mujeres unos plátanos y un poco de café, su marido en la cárcel, o alcoholizado o tuberculoso, y ocho churumbeles esperando la llegada de la mamá procedente de Algeciras. Habrá que hacer una oda a las matuteras del pí..., píí…,pííí…, cuando al tomar el tren la curva de la Silleta comenzaban a caer a la vía bultos sospechosos recogidos por otros bultos más sospechosos aún, camuflados, pegados al terreno como nuestra fiel infantería, para que la guardia civil en pareja no detectara la operación".

Alfonso Valencia Lozano

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Poco tiempo antes de que ocurrían los sucesos de «El Almirez» en la sierra de la Camorra, se producía a finales de noviembre de 1934, la aprehensión en «Las Pilillas», por parte de los Carabineros del puesto de Campillos, de una partida de tabaco de contrabando. La noticia apareció en el Heraldo de Madrid, el 31 de enero de 1935. En el artículo, describen como se realizó el servicio, y realizan una entrevista al brigada D. Eugenio Jiménez Fernández, que era el jefe del puesto.

Me he decidido a publicar el artículo en el Blog por diversos motivos. Porque en él se alaba la acción de los Carabineros de Campillos, un cuerpo que a diferencia del de la Guardia civil, tiene muy pocas referencias, por no decir ninguna, en los libros o artículos que hablan de la historia del pueblo. Porque también trata y define muy bien la actividad de los matuteros, un oficio desconocido para la población menor de cincuenta años, y que en Campillos, durante los siglos del XVIII al XX, lo desempeñaron muchas personas, principalmente mujeres, que hicieron del contrabando un modo de vida.

Al final de la crónica reproduzco íntegro el artículo del Heraldo de Madrid

EL CONTRABANDO Y LOS MATUTEROS

Se llama matutero a la persona que se dedica a introducir matute, y el matute lo define la R.A.E. como: “Introducción de géneros en una población sin pagar el impuesto de consumos”. El impuesto sobre consumos se remonta al reinado de Felipe II. El monarca autorizó al municipio de Madrid, el cobro de un pequeño impuesto a determinadas mercancías que se introducían en la capital para sufragar obras de mejora de la ciudad. Este impuesto se fue aplicando en otras ciudades de España, y pasó a ser el principal ingreso en las arcas municipales.

La palabra matute es un derivado de matutino y parece que se utilizó por primera vez en Murcia en el siglo XVII, y hacía referencia a los matuteros, que eran las personas que intentaban introducir “de matute” mercancías en la ciudad antes de que amaneciera. La utilización de la expresión matutero se expandió por toda España, referida al pequeño contrabandista.

En la baja Andalucía, el matute está íntimamente ligado a la colonia de Gibraltar. El matute se inicia con la ocupación por los británicos de Gibraltar en 1704 y con la firma del Tratado de Utrech en 1713.

Pero fue a partir de mediados de siglo XVIII cuando el contrabando adquirió un gran desarrollo, convirtiéndose en un medio alternativo, muy utilizado, para realizar comercio desde Gibraltar hasta Algeciras. El origen de este intenso contrabando obedecía especialmente a los elevados aranceles que habían de abonar las mercancías extranjeras al pasar por nuestras fronteras.

Durante los siglos XVIII y XIX el contrabando fue tolerado y estimulado por las autoridades británicas, las cuales lo usaron como instrumento de presión en momentos en los que las relaciones con España, por cualquier motivo, se enturbiaban. Dicha política, acabó socavando las endebles estructuras del comercio legal en la bahía de Algeciras y en los pueblos que la rodean. Pero no solo era lesivo para la economía de la zona, era también, uno de los grandes agujeros de la Hacienda pública española. Los esfuerzos de la Administración para atajar la actividad fraudulenta colisionaban con la realidad de una zona con una economía deprimida.

Los contrabandistas eran personajes cercanos y familiares para los habitantes de la sierra de Ronda, que comerciaban con todo tipo de productos que, saltándose a las autoridades, introducían desde Gibraltar, sin pagar impuestos.

El contrabando desde Gibraltar, en especial el de pequeñas mercaderías, que es el típico de la zona, dio la posibilidad de supervivencia a muchas familias de esta tierra. Café, especias, azúcar, jabones, medias, mantequilla y sobre todo tabaco, eran objeto de encargos a los matuteros, que los transportaban amparados por la noche, la mayor parte de las veces en los serones de las recuas de mulos o burros, o en las mochilas a espaldas de los más fuertes, o en los cestos de las matuteras.

Las condiciones geográficas de la sierra de Ronda, facilitaba el tráfico clandestino, favoreciendo, en caso necesario, la huida de los contrabandistas y el escondite seguro de las mercancías.

EL CUERPO DE CARABINEROS

Para combatir el contrabando, realizar la vigilancia de costas y fronteras, y para la represión del fraude fiscal, el rey Fernando VII creó mediante un Real Decreto, publicado en la Gaceta de Madrid el martes 31 de marzo de 1829, el cuerpo de Carabineros. Era, por tanto, más antiguo que la Guardia Civil, que se creó en 1844.

Dependía del Ministerio de Hacienda, aunque en lo referente a su organización, en cuanto a régimen de personal y jurisdicción, lo sería del Ministerio de la Guerra. Para garantizar su éxito, se le dotó por tanto de una naturaleza militar. Estaba presente, en todas las fronteras terrestres, en las provincias marítimas y en Madrid.

En el preámbulo del mencionado Real Decreto decía:

«El contrabando, por consiguiente, constituye un delito o un robo del Estado, además de que por la extensión que ha logrado, y la combinación de los medios y formas que ha llegado a emplear, ha preparado resultados muy funestos, y degenerado en oprobio del honor y del amor a la patria. […] Para hacer la guerra al contrabando, para prevenirlo o atacarlo vigorosamente en sus puntos de generación, y perseguirlo en todas sus direcciones hasta su exterminio, es menester establecer un sistema homogéneo, concentrado y vigilante, bajo un pie militar de servicio activo, que la practica enseña, no debe esperarse de su mezcla y confusión con la dirección y servicio sedentario de recaudación de las rentas. Es necesario para oponer defensas adecuadas a la fuerza de los ataques, apelar a la adopción de un sistema represivo, semejante al que tiene recomendado la experiencia para proteger los habitantes en sus comunicaciones y seguridad interior. Solo la formación de un cuerpo militar especialmente aplicado a destruir el contrabando, organizado con sus buenas condiciones militares, y no heterogéneamente compuesto, dirigido y mandado por jefes familiarizados con el mando, la rapidez del servicio y la disciplina, fundado sobre el honor militar,… »

Como vemos, se hace una mención explícita del honor militar, presentándolo como una garantía moral frente a las tentaciones que recibían los Carabineros, durante la prestación del servicio de vigilancia. Era habitual que los contrabandistas intentasen sobornar a quienes tenían la obligación de perseguirles.

El cuerpo de Carabineros, convivía en muchas ciudades y pueblos, con el de la Guardia civil. Actuaban coordinadamente. Las instrucciones que recibían los Carabineros se realizaban siempre por conducto de los gobernadores civiles que se dirigirían a los respectivos jefes de Comandancia. Asimismo las informaciones que consiguiera el personal de Carabineros, y las intervenciones que realizasen en relación con el orden público, las debían poner en conocimiento de los jefes de las fuerzas de la Guardia Civil más próximas, quienes, sin perjuicio de adoptar las medidas procedentes que se requirieran, las debían transmitir al gobernador civil de la provincia.

Cuando se alteraba el orden público en las localidades donde coincidiesen fuerzas de la Guardia Civil y de Carabineros, ambas deberían coordinar sus servicios y prestarlos con sujeción a sus reglamentos y bajo sus respectivos mandos, salvo que las circunstancias requirieran una acción militar conjunta, en cuyo caso tomaría el mando de toda la fuerza el de mayor graduación de ambos Cuerpos, actuando con arreglo a los preceptos de la legislación militar entonces vigente.

Tras la Guerra Civil, en 1940, el cuerpo de Carabineros desaparecería, siendo integrado dentro de la Guardia Civil, que asumió todas sus funciones.

LOS VIAJEROS ROMÁNTICOS

Andalucía era para los viajeros románticos un lugar insólito, y descubrirla constituía una maravillosa experiencia aventurera. Su paisaje montañoso y multicolor, sus recónditas y arriesgadas sendas, sus pueblos y ciudades, sus misteriosas ruinas, atrajeron la sed de aventura y la moda viajera de unos europeos que huían del racionalismo y la modernidad.

Dichos viajeros europeos, ávidos de conocer y vivir experiencias, cabalgaron a lo ancho y largo de la serranía de Ronda, en busca de contrastes y exotismo. Por el camino se encontraban con los arrieros, contrabandistas y bandoleros que poblaban los caminos, los cuales eran para los viajeros, los protagonistas principales de la atmósfera legendaria que envolvía a la Andalucía romántica.

Son numerosos los viajeros, principalmente británicos, a los que llamó la atención el fenómeno del contrabando y los grandes beneficios que Gibraltar obtenía por medio de este comercio ilegal. Se sorprendían ante la indigencia y miseria que observa en los pueblos españoles, en comparación con la opulencia y riqueza de la colonia británica.

En 1862, el pintor y dibujante Gustave Doré convenció al barón Charles Davillier para emprender juntos un largo viaje por España. Los dos artistas acordaron ir enviando sus impresiones del camino a la editorial francesa Hachette, que publicaba una famosa revista de viajes, Le Tour du Monde. Las colaboraciones de los dos turistas fueron apareciendo por entregas desde 1862 hasta 1873. Davillier y Doré presentaban en sus artículos, una España diferente. Las descripciones de Davillier conducían al lector por una España real, ajena al tópico, sobre todo en la exposición directa de la vida cotidiana. Y la prodigiosa visión del dibujante G. Doré, sumergía al espectador por los caminos de la ensoñación. En 1874, la editorial Hachette reunió en el libro Viaje por España todos los capítulos que había publicado.


Sobre el contrabandista en la serranía de Ronda, decían:

«El tipo más curioso de la Serranía de Ronda es el contrabandista. Estas montañas abruptas, surcadas por senderos a menudo impracticables, incluso para las mulas, están recorridas en todos los sentidos por ágiles y atrevidos serranos que van a aprovisionarse a Gibraltar, ese gran almacén que Inglaterra abastece sin cesar de mercaderías de desecho destinadas a ser introducidas en España y que hacen la fortuna de los contrabandistas, pues trabajan de ordinario con productos gravados en España con más de un 30%, lo que les deja, como se ve, un honrado margen. En una venta cercana a Gaucín, un contrabandista les descubre los misterios de su aventurado oficio: La primera operación del contrabandista consiste en ir a abastecerse a Gibraltar. Casi siempre son judíos los que se encargan de proveerles de las mercancías necesarias: muselinas, sedas y sobre todo cigarros y tabaco. Entrar las mercancías en territorio español es lo dificultoso, que resuelve el corredor, personaje que vive en Gibraltar, donde se ha refugiado para evitar la acción de la Justicia por algunos pecadillos, dos o tres asesinatos por ejemplo.»

La misión del corredor consistía, en allanar las dificultades que los carabineros podrían poner a la introducción del contrabando en territorio español.

«Para ello se ponen de acuerdo con el Comandante de Carabineros, que establece un precio según la naturaleza de las mercancías [...] los contrabandistas están en buena armonía con las autoridades de los pueblos que atraviesan [...] llegado al término de su viaje, entregan la mercancía a sus corresponsales.»

Raro era el día en que no hubiese un encuentro, incluso armado y con muertos de por medio, entre contrabandistas a caballo con cargas de tabaco, café y azúcar, y el cuerpo de la Guardia civil o de Carabineros.

«La guardia civil del puesto de Estepa (Sevilla) tuvo noticia de que en la mañana del día 1º iba a verificarse en la villa de Almargen, la entrega de 35.000 reales a los secuestradores del joven Enrique Rubio, vecino del Arahal, y con objeto de capturar a los criminales, se apostaron varias parejas en las inmediaciones de la población.

Algún tiempo  después, avanzaron hacia el sitio vigilado dos jinetes, y dad con repetición por la fuerza de la guardia civil la voz de “alto”, emprendieron la fuga, visto lo cual se les hizo fuego resultando muerto uno de los desconocidos y gravemente herido su compañero.

Practicado inmediatamente el reconocimiento de las víctimas, se observó con sentimiento que los dos individuos, lejos de ser los malhechores, eran unos infelices, naturales de Campillos, que conducían sal de contrabando.»

18700812 La Correspondencia de España

Un mes antes de este desgraciado suceso, había sido secuestrado el joven de 17 años, Enrique Rubio. Así lo recogió la prensa:

«D. Enrique Rubio fue sorprendido por tres hombres a caballo en la hacienda del Pilar, a media legua escasa de la citada villa. El secuestrado es hijo de D. Manuel Rubio, acomodado labrador en El Arahal y de edad de 17 años, según nuestras noticias. Los malhechores fingieron pertenecer a la Guardia rural, y a la una de la madrugada del viernes perpetraron el hecho, maltratando a un criado de confianza de D. Enrique y llevándose a este a la grupa del caballo del que parecía jefe de los bandidos.»

18700712 003 La Época

El joven fue encontrado vivo por una pareja de la Guardia civil en La Puebla de Cazalla, pocos días después del incidente con los contrabandistas de Campillos, siendo detenidos los cinco secuestradores.

18700816 004 Diario oficial de avisos de Madrid
18700825 004 La Esperanza.

He encontrado en la prensa varias actuaciones de los Carabineros de Campillos contra el contrabando de tabaco.

Por el sargento segundo Julián Salazar Paz, jefe del puesto de Campillos y tres carabineros a sus órdenes, fueron aprehendidas la noche del 9 del actual (octubre), tres caballerías mayores con ocho bultos de tabaco de contrabando.

18821016 Gaceta Universal.

Por el carabinero Juan Martín Notario, perteneciente al punto de Campillos, se efectuó el día 26 del anterior (noviembre) en el molino de D. Félix, carretera de Málaga, la (aprehensión) de un bulto que contenía tabaco de contrabando.

18831213 Gaceta Universal

LA CREACIÓN DE LA COMPAÑÍA ARRENDATARIA DE TABACOS

En 1887 (ley de 22 de abril) se creó la Compañía Arrendataria de Tabacos (CAT). Era una empresa privada, participada mayoritariamente por el Banco de España, a la que se le otorgaba la concesión de gestionar el monopolio de fabricación y venta del tabaco en todo el territorio nacional. El Estado recibiría un canon fijo garantizado de 90 millones de pesetas anuales durante, al menos, el primer trienio.

La CAT, viendo el incremento que iba tomando el contrabando de tabaco en el Campo de Gibraltar, lo que atribuía al abandono en el que se hallaba el servicio de guarda costas, a consecuencias de las continuas supresiones de buques y personal realizadas por el gobierno, decidió la creación de un grupo con empleados propios a los que les confió la vigilancia y represión del contrabando de tabaco. Era por tanto un grupo de vigilantes privados. Por el color de sus uniformes, eran denominados popularmente como «blanquillos».

En el diario “El Correo Militar” del 24 de mayo de 1895. Habla de los «blanquillos» como empleados de una empresa particular, que provocaban continuos roces con la fuerza de la Guardia civil y con los Carabineros

Parece que los empleados del resguardo que allí ha creado la Compañía Tabacalera, y a los cuales llaman blanquillos, no reconocen más ley ni más autoridad que la que de sus personas emana, y haciendo alarde de facultades que no tienen, […] y se permiten además discutir y desobedecer a la Guardia civil cuando ésta interviene, en cumplimiento de su deber, para evitar tales abusos.

Por lo que respecta a los Carabineros, tienen que sufrir la “inmixtión” de esos empleados en operaciones que sólo a ellos y a los del cuerpo pericial de Aduanas compete, viendo como se colocan a su lado para vigilar los registros, y como se atreven a poner las manos encima de los pasajeros, y hasta zarandear a las mujeres de quienes sospechan pueden llevar oculto algún tabaco.

Los «blanquillos» estaban muy mal vistos por el pueblo, que se quejaba del celo y la vigilancia, que rayaba el exceso, pues se llegaba a quitar al pasajero que venía de Gibraltar hasta dos o tres cigarrillos que traía en la petaca o en el bolsillo para su uso.

EL TREN ALGECIRAS - BOBADILLA

A finales del siglo XIX, con la puesta en servicio del tren de Algeciras a Bobadilla, y de los barcos que hacían el trayecto desde Gibraltar a Algeciras, fue creciendo un contrabando de poca monta, que llegó a denominarse «de hormigas», porque era realizado por numerosos matuteros que portaban pequeñas cantidades de género en cada viaje. Eran personas que recurrían al contrabando como una forma de supervivencia y frente al cual las autoridades locales mantenían una actitud pasiva, cuando no de evidente colaboración con el fenómeno que, en teoría, debían perseguir. La inauguración del tren, supuso un antes y un después en las relaciones comerciales con la colonia.

El tránsito de tabaco, café, jabones, azúcares y harinas, chocolates y licores, telas y lanas, era constante en el tren que salía al amanecer de Ronda y volvía de noche de Algeciras. No era difícil encontrar mujeres con las enaguas cargadas de mercancías y con grandes bultos por los que, a veces, pagaban precios extra, cuando no otros favores, a los revisores y a los Carabineros.

Cuando el tren se aproxima a la sierra de Grazalema, el curso del Guadiaro se encaja en un valle estrecho y sombrío entre las poblaciones de Jimera de Líbar y Benaoján. El antiguo camino que conduce a Ronda, discurre en paralelo con la línea férrea y el río.

Este tramo, antes de llegar a la estación de Benaoján, era uno de los puntos establecidos por los contrabandistas para arrojar por la ventanilla del tren los sacos con la mercancía, que eran rápidamente recogidos por los hijos y familiares. Posteriormente, las matuteras se encargaban de transportar los paquetes e introducir el género en casas y comercios.

OTROS VIAJEROS A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

El escritor y político, Vicente Blasco Ibáñez realizó a finales de julio de 1904 un viaje por la provincia de Cádiz, por Gibraltar y Tánger, preparando material para su futura novela “La Bodega que publicaría en 1905. La obra tiene lugar en Jerez y se desarrolla en el ambiente de las bodegas andaluzas. En ella refleja el entorno y los problemas del campo andaluz.

Llegado a Valencia, en agosto, después del viaje, publicó en el diario republicano “El Pueblo”, una serie de artículos relatando sus impresiones del viaje. El primero lo tituló “En la sierra” y lo publicó el 3 de agosto de 1904. 

Llevaba tres días de marcha a caballo por la serranía. Había visitado la campiña de Jerez, Arcos de la Frontera, Ubrique, y se dirigía hacia Algeciras.

«Una tarde, el calor nos obligó a detenernos en una choza al bordo de la vereda. Era una mísera vivienda, poco más alta que un hombre, con paredes de piedra y ramaje, y el techo de cortezas de alcornoque. La puerta era un agujero por el que había que entrar casi a rastras. Bajo un sombrajo de ramas de pino, una mesita con una botella de aguardiente y un botijo, indicaba que aquella choza, solitaria, quería ser un ventorrillo al borde de un camino per donde nadie pasa. Una vieja nos miró echar pie a tierra, con ojos fijos, que revelaban hostilidad. Éramos cuatro, y nos sirvió otras tantas copas sin decir palabra. Con la curiosidad del observador, me asomé al agujero que servía a la par de puerta y ventana a la choza.

—¡Mie usted!—gritó la viaja con voz colérica, en su acento de la sierra—¡Mie usted todo lo que guste! Ná encontrará. Probeza ná más. Aquí no hay más que jambre... ¡mucha jambre!

Comprendimos en la mirada y en el tono de la vieja, que nos tomaba por enemigos, e intentamos excusarnos. Pero ella atajó nuestras explicaciones. Hacíamos bien cumpliendo nuestra obligación: cada uno a su oficio; sólo que ciertos oficios merecían un par de tiros por ser contra los probes.

—¿Pero por quién nos toma usted, señora? Ella me miró burlona y hostil. Ya nos conocía por nuestras barbas y nuestros trajes que no eran de la sierra.

—¿Por quién los he de tomar? Ustés son blanquillos y quieren ver si algún probe ha escondío aquí argo. Busquen, huelan, que ná encontrarán. ¡Jambre ná más! ¡Miseria!...

La vieja nos creía del resguardo de la Tabacalera, los únicos jinetes que pasaban de día por aquella vereda desierta, los “blanquillos” que se apostan en las gargantas de la sierra aguardando a los contrabandistas que vienen de Gibraltar. Por la noche era cuando pasaban los únicos parroquianos del ventorrillo desierto: los caballistas, llevando en las ancas de sus fuertes corceles el par de fardos, y cruzada en la silla la escopeta amartillada; los pobres mochileros que en Algeciras o en La Línea se echan la espalda tres arrobas de tabaco, y con esta cruz abrumadora realizan una marcha de dos días por los montes, siguiendo caminos de águila, ocultándose cuando sale el sol para emprender de nuevo la caminata al llegar la noche, siempre por lugares abruptos que otros no se atreverían a cruzar en plena luz.

Uno de los que venían conmigo me explicó esta vida de sobresaltos y miserias por haberla hecho en su juventud. La cadena de montes que veíamos entre nosotros, todo el oleaje de cumbres que se extendía hasta el mar, guardaba en sus repliegues innumerables dramas de la lucha por la vida. El gañán enérgico y de alguna iniciativa, agobiado por la existencia mísera de los cortijos, busca su salvación en el contrabando. La mochila de tabaco puede proporcionarle una ganancia de unos cuantos duros. Contando los días que emplea para ir de vacio por los caminos de la sierra hasta Gibraltar y las noches que necesita para volver cargado, su jornal diario apenas si llega a tres pesetas; pero prefiere exponer su vida por esta cantidad, a seguir con los dos reales y medio, y los tres gazpachos del cortijo. En cada garganta de la sierra le esperan emboscados los carabineros; los jinetes de la Arrendataria le dan caza como si fuese un corzo apenas desciende a una vereda practicable, y en su afán de huir del hombre, se arrastra encorvado bajo el peso de su jiba de tabaco por alturas que de día sólo son holladas por las cigüeñas. Los cuervos, al verle pasar, adivinan que algún día podrá servirles de festín cuando lo encuentren aplastado en el fondo de un precipicio.

Un tropiezo con los representantes de la ley supone la quiebra del negocio, la pérdida del tabaco que representa todo su capital, y las más de las veces una paliza bárbara en el silencio. de la noche, en la soledad salvaje de la sierra, lejos de todo amparo, como si en la tierra hubiese muerto de pronto la civilización, vengándose la autoridad en el pobre mochilero, en el paria del contrabando, del miedo que la hacen pasar los aristócratas de !a defraudación, los audaces caballistas, varones fuertes que tienen confianza en las patas de sus corceles y en lo certero de su escopeta».

19040803 El Pueblo

Otro viajero fue el misionero protestante escocés Alexander Stewart, que en su libro In Darkest Spain” publicado en 1927, describe como era este tipo de contrabando, y que él pudo observar en el viaje que realizó en uno de los barcos, desde Gibraltar hasta Algeciras en 1912:

«Durante los treinta y cinco minutos que tarda la travesía, se podía contemplar a estos hombres y mujeres afanosamente ocupados en repartir, escondiéndolos por todo el cuerpo, artículos y paquetes de tabaco, usando para ellos, además de los bolsillos secretos, los lugares más inverosímiles, tales como las botas, las gorras, los sombreros; y las mujeres, incluso las medias, los pañuelos y las mantillas. En el momento de tocar el puerto de Algeciras, algunas mujeres, con sus cuerpos más voluminosos de lo presumible, se notaban tan pesadas que muy dificultosamente podían descender por las escalerillas del vapor.

Esperando la llegada del barco había en el muelle de Algeciras, que por aquel entonces era de madera, un grupo de oficiales, policías, carabineros, así como otros funcionarios cuyo especial deber era prevenir el contrabando. Tan pronto como el vapor tocó el malecón y apenas los de la segunda clase se disponían a desembarcar, cuando a bordo unos suboficiales de aduanas, los cuales vestían uniformes de marino con paramentos rojos y sables colgando de sus costados, rápidamente descendieron al departamento de proa, donde ya los contrabandistas estaban esperándolos con varios de sus artículos preparados como obsequios.

Los oficiales escondieron aceleradamente cuanto pudieron en sus zamarras, gorras y otras partes del uniforme. Cuando se hubieron cargado de todo cuanto podían convenientemente llevar, dejaron a los matuteros bajar con el resto del contrabando».

EL CUERPO DE CARABINEROS EN CAMPILLOS

En 1935 en Andalucía había cuatro de las quince Zonas en que se dividía el territorio nacional, a efectos de la estructura del cuerpo de Carabineros:

  • 4ª Zona, que tenía las Comandancias de Almería y Granada.
  • 5ª Zona, que tenía las Comandancias de Málaga y Estepona
  • 6ª Zona, que tenía las Comandancias de Algeciras y Cádiz
  • 7ª Zona que tenía las Comandancias de Sevilla y Huelva

La Comandancia de Estepona, perteneciente a la 5ª Zona, al frente de la cual estaba el teniente coronel Carlos Florán Casasola (59 años), tenía tres compañías:

  • 1ª Compañía en Ronda
  • 2ª Compañía en Estepona
  • 3ª Compañía en Marbella

En Ronda estaba la 1ª Compañía de la Comandancia de Estepona. Al mando de la misma estaba el capitán Ignacio Grau Altés (43 años).

Estaba compuesta por cinco Secciones (una de ellas de caballería ubicada en Ronda). En la Primera Sección estaban los puestos de Ronda, Faraján, Arriate, Almargen y Campillos. En el total de las cinco Secciones de Ronda, había quince puestos. Al frente de la sección de Campillos estaba el brigada Eugenio Jiménez Fernández.


Heraldo de Madrid 31 de enero de 1935

LOS CARABINEROS DEL PUESTO DE CAMPILLOS HAN APREHENDIDO CINCO CABALLERÍAS CARGADAS DE TABACO.

En un bello y apartado rincón de la provincia de Málaga descansa, como un nido de ensueño, el pueblo de Campillos. Sus casas blancas como palomas, algo envejecidas, apoyadas unas y otras se prestan una solidaridad que para sí quisieran los hombres. Sus moradores, al margen de las luchas políticas y sociales, con esa gracia y esa alegría propias del campesino andaluz, se lanzan desde muy temprano a la conquista del pan. Mujeres, muchas mujeres guapas y hermosas, envueltas en sus viejos mantones, invaden los olivares, mientras los yunteros remueven con sus arados las entrañas de la tierra.

Pues bien, en ese típico pueblo andaluz, situado a veinticinco kilómetros del famoso pantano de El Chorro, obra del ex conde de Guadalhorce, los carabineros del puesto, a las órdenes del brigada don Eugenio Jiménez Fernández, han prestado dos servicios que por la forma en que se realizaron y también por su importancia son dignos de elogio.
El día 29 de noviembre, cumpliendo órdenes de la superioridad, el jefe del puesto estableció un servicio de emboscada en la partida denominada “Las Pilillas”, con los carabineros Nemesio Pérez, Juan Montes y José Caravaca. A las once de la noche, hora en que la población dormía, éstos hombres, convenientemente pertrechados, abandonaron su hogar. Dos horas de penosa marcha entre zarzales y malezas hasta el lugar del acecho.
Apostados en un lugar estratégico de la sierra, percibieron, con la consiguiente emoción, un ruido lejano en el silencio de la noche. A tales horas no podía tratarse sino de contrabandistas. Conteniendo la respiración, esperaron y pronto descubrieron las siluetas de unas caballerías que, rendidas por el cansancio, avanzaban lentamente por el sendero con su carga preciosa de tabaco. Cuando los carabineros los tuvieron al alcance de la mano, el preferente, terror de los contrabandistas de la comarca, les dio el alto. Se arma el barullo consiguiente, suenan unos disparos hecho por los carabineros para intimidar, por el barranco se oye el vertiginoso rodar de las piedras, y con ellas, posiblemente, los cuerpos de unos hombres, plenos de romanticismo, que muchas veces prefieren la sombra de la muerte a la luz de la justicia.
Vuelve la calma de la oscuridad de la noche, y tras un detenido reconocimiento se encuentran abandonados entre los accidentes del terreno tres hermosos caballos cargados de tabaco. Satisfechos del deber cumplido, los carabineros regresan a su población, donde sus familias esperan con inquietud su llegada. ¡Cuántos peligros acechan al pobre carabinero!
En la mañana siguiente, o en el mismo día si es posible, el jefe del puesto da a la superioridad el siguiente parte: “Evacuado el servicio por los carabineros Sres. Pérez, Montes y Caravaca, han aprendido tres caballos con un cargamento de 298 kilogramos de tabaco”.
Veinticuatros horas después, los caballos con su carga, son embarcados en la estación de Campillos con destino a Málaga. Mozos de estación, viajantes y curiosos devoran con la mirada el contenido de unos sacos cuyo aroma les impide visitar el estanco por unos días. Al llegar al punto de destino, la Delegación de Hacienda se hace cargo de la expedición. Subasta los caballos y el género pasa a la Tabacalera, por un precio igual o similar al de la clase expendida en los estancos.
La Tabacalera, para estimular a los carabineros que toman parte en la aprehensión, les abona, cuando se detiene a los delincuentes, 3 pesetas por kilo, y cuando no hay detenciones, 75 (pesetas).
Que el personal que forma parte de éste puesto se ha distinguido no cabe la menor duda.  El día 3 de octubre practicaron otro servicio, en el que aprehendieron dos caballos y un contrabandista. El capitán de la primera compañía, don Ignacio Grau, está de enhorabuena, puesto que en un intervalo de tres meses se han practicado por los carabineros a sus órdenes seis importantes servicios, en los que se aprehendieron: nueve caballos en Gaucín, dos en Casares, cinco en Campillos y un auto en Ronda. Todo ello representa un total de 1.800 kilogramos de tabaco.
El inteligente brigada don Eugenio Jiménez, con su característica amabilidad, nos informa:
— Los contrabandistas se clasifican en matuteros, paqueteros, mochileros y cargueros. Los matuteros entran en el Campo de Gibraltar con cananas tan ajustadas y pegadas al cuerpo, que les permiten pasar en cada viaje dos o tres kilos de buen tabaco. Por lo general tienen unos perros a los que aparejan como si fuesen caballos y los cargan con sus diez kilitos. Como la playa está tan vigiladísima, estos canes son lanzados al agua en Gibraltar durante la noche. Olfatean, y cuando ven que los guardianes se retiran unos pasos de su puesto salen del mar y emprenden veloz carrera en busca de su “amo”. Es curiosa la preparación y enseñanza de estos animalitos. Durante el curso, en casa del contrabandista, dos amigos de la casa se visten de carabineros y propinan al can unas palizas de las de llamadas “de abrigo”. Entonces su verdadero propietario le acaricia, le echa de comer y maldice en voz alta a estos funcionarios. Tantos palos llevan sobre sus costillas que, con carga o sin ella, no suelen tropezarse frecuentemente con los subordinados de don Miguel Cabanellas (Inspector General de Carabineros). Los paqueteros llevan el contrabando en un pequeño “lío”, y sobre él la chaqueta, un poco extendida sobre el brazo, simulando la salida del trabajo. Cuando han conseguido reunir unos kilitos los venden a los mochileros, que como el nombre le indica, llevan sobre sus espaldas una chepa muy parecida a la del jorobado de “Nuestra Señora de París”. Éstos, por regla general, suelen transportar tres arrobitas de mercancía, que venden, por ejemplo, en Ubrique, San Roque, Almoraima, San Pablo, Gaucín, etc. En estas poblaciones es donde el contrabando va adquiriendo mayor proporción. De ahí nacen ya los “cargueros”, que con sus diez arrobas de tabaco se internan por las provincias de Málaga, Sevilla, Córdoba, Granada, etc. ¿Se llegará a formar la clase de los “treneros”, encargados de abastecer a Madrid y al resto de España? ¡Quién lo sabe!...
Nosotros tenemos plena confianza en los carabineros, que, mejorada su situación moral y económica por los gobernantes de la República, con el mayor celo e interés irán situando dentro de la ley a estos “trabajadores” legendarios, a quienes tanto gusta andar fuera de ella.
Campillos, enero de 1935
Heraldo de Madrid 19350131-006

Después de la guerra civil, cuando llegaron los días de racionamiento, de miserias y hambruna, algunas mujeres que estaban en situación de desamparo y desesperación, recurrieron al oficio de matutera para poder llevar algo de comida a casa.

La mayoría de estas mujeres tenían un rasgo común: eran mujeres solas, la mayoría, viudas o separadas, con cargas familiares. Sus maridos habían muerto durante la guerra o durante la represión franquista, o estaban en la cárcel, o eran enfermos crónicos. Con suerte, estos hombres estaban huidos o en el exilio.

El número de mujeres dedicadas a esta actividad en Campillos, durante la posguerra, no se puede determinar de forma objetiva, por las características propias de la actividad. No llegué a conocer las matuteras de Campillos, pero sí a las de otras poblaciones.

Las matuteras viajaban en dirección a La Línea llevando algunos productos de la comarca en que vivían, con objeto de recaudar más dinero y poder adquirir todos los productos de contrabando que pudiese transportar: tabaco de picadura y cigarrillos rubios, café, azúcar, sacarina, telas y medias, etc. El viaje lo hacían en pequeños grupos de dos o tres personas.

Tras la carga de los productos adquiridos, volvían al pueblo sorteando como podían las inspecciones de los agentes de la autoridad. La venta a vecinos y conocidos, solían realizarla en su propio domicilio particular.


ANTONIO FERNÁNDEZ DEL POZO «EL ALMIREZ»

 


Antonio Fernández del Pozo era una persona totalmente desconocida para mí. La primera vez que me encontré con él, fue leyendo sobre los sucesos que ocurrieron en octubre de 1934 en Teba. Durante los mismos, hubo un guardia civil muerto y varios heridos. Uno de los heridos, D. José Pendón Pastor, por una perdigonada en la cara y en el brazo derecho. Como siempre me gusta averiguar más detalles de las personas de las que escribo, intenté indagar sobre él, y me encontré con que había fallecido en enero del año siguiente, en un encuentro de la Guardia civil con un bandido apodado «El Almirez».

Ahí quedó la cosa, hasta que otro día, buscando información sobre nuestro paisano, poeta y político, D. José María Hinojosa Lasarte, me encuentro que en una comida de homenaje al ministro de Obras Públicas D. José María Cid, en los Baños del Carmen, solicita el indulto de la pena de muerte para «El Almirez». Aquello me picó la curiosidad, y me puse a intentar averiguar algo más sobre este personaje.

Lo que descubrí, sería lo que hoy llamaríamos una gran noticia mediática. En muy pocos días, casi toda la prensa y revistas gráficas se ocupaban de «El Almirez», y de los sucesos ocurridos en la sierra de la Camorra, del Consejo de Guerra que se celebró posteriormente, y de la solicitud de indulto. Todo ello con un gran alarde de enviados especiales a la zona y de reportajes fotográficos, poco usuales en aquella época. Después de aquello, el silencio. No he conseguido saber nada más de él. Quizá algún lector, pueda aportar algo al final de esta historia.

Era de Mollina, y, en sus andanzas, se movió mucho por la zona de Humilladero, Alameda, Bobadila, Antequera, Campillos, Teba y la zona más próxima de la serranía de Ronda

ANTECEDENTES DE «EL ALMIREZ»

Antonio Fernández del Pozo, apodado «El Almirez», era un hombre de aspecto endeble y enfermizo, casi insignificante, por ser muy delgado y medir sólo 1,50 metros de estatura. Había nacido en diciembre del año 1900. Vivía en Mollina (Málaga) con su madre. Tenía dos hermanas, Olivia, que vivía en Humilladero, y María, la más pequeña. Era totalmente analfabeto y no tenía ninguna filiación política, ni sindical.

Poseedor de una mirada viva e inquieta, su infancia, su adolescencia y su juventud transcurrieron conjugando el juego y el pequeño robo, hasta que cierto día, cuando tenía 18 años, cometió la primera fechoría de cierta importancia, y sufrió una primera detención y condena.

En 1924, cumplió en Antequera, un arresto de dos meses, por otro robo.

Ramón J. Sender, escribió de él en la prensa, que: “Los convecinos de éste desventurado declaran que los primeros robos los cometió para facilitar medicinas a su novia enferma. Ahí comenzó la madeja de las responsabilidades que fue enredándole los pies y empujándolo fuera del pueblo hasta la sierra”. La Libertad 19350203 01

La primera noticia sobre sus andanzas la tenemos la noche del 21 de Abril de 1932. Pasadas las dos de la madrugada, se presentó en el cortijo «La Chinchilla» próximo a Bobadilla, propiedad de los señores Moreno R. de Arellano, junto a otros cuatro individuos de Mollina, con el propósito de robar aceitunas. «El Almirez», junto con otros dos más, saltaron la tapia del cortijo, mientras los otros dos esperaban fuera con los caballos.

Pero dio la casualidad que esa noche, en el cortijo había de vigilancia una pareja de la Guardia Civil, porque la noche anterior se había registrado otro robo en el mismo sitio. Al percatarse los guardias de la presencia de los desconocidos en el patio del cortijo, les dieron el alto, pero en lugar de huir como en otras ocasiones, hicieron frente a las fuerzas de la Benemérita, organizándose un tiroteo que debió ser encarnizado, ya que resultaron heridos los guardias civiles que trataban de reducirles, mientras que uno de los ladrones, Baldomero Álvarez Rodríguez «El Capaó», caía muerto. «El Almirez» resultaba herido, pero aprovechando la oscuridad, pudo darse a la fuga, aunque días después fue detenido.

19320422 023 ABC Madrid

Mientras se celebraba el juicio, disfrutó de una libertad provisional, que aprovechó para darse a la fuga. Al conocer el fallo del jurado, que le condenaba a dos años de prisión por agresión a la fuerza pública, decidió huir a la sierra, declarándose en rebeldía. Antes de marcharse, le pidió a un vecino suyo llamado Leoncio, una escopeta de caza.

Según versiones, se internó en la sierra de Ronda en busca de Pedro Flores Jiménez, sobrino del célebre bandido Francisco Flores Arocha, para unirse a él. Lo buscó muchos días y noches, sin lograr hallarle. Así que él solo, sin más compañía que la de su escopeta, se lanzó a cometer atracos y a realizar otros hechos delictivos.

«El Almirez», permaneció durante dos años en la serranía de Ronda. Durante ese tiempo, los puestos de la Guardia Civil de la demarcación de Teba, trabajaron para su captura. Realizó diversos robos, y en distintas ocasiones hizo frente a la fuerza pública. Pero a pesar de las gestiones de los guardias, de las batidas, y de los diversos reconocimientos en lugares estratégicos, seguía sin poder ser capturado.

Era un formidable tirador. Al encontrarse una tarde, a unos cazadores que ejercitaban su puntería en una lata colocada en posición vertical, se acercó a ellos y les dijo:

“Así tira cualquiera. Lo difícil es hacer blanco así”.

Y colocó la lata en posición horizontal, disminuyendo considerablemente el blanco. Hecho esto disparó y atravesó la lata de un balazo.

En estos años sólo se le vio por Mollina con ocasión de la muerte de su anciana madre. La noticia del fallecimiento le llegó, cuando se encontraba internado en la sierra. Se lo comunicaron los cabreros de la zona, y les dijo que fuera como fuera, iría a dar el último beso a su madre.

Cuando estaban velando el cadáver los familiares y vecinos del pueblo, «El Almirez» hizo acto de presencia. Ni que decir tiene la sorpresa de cuantos se hallaban componiendo tan dramática escena, pero el bandido les dijo:

“¡Déjenme paso libre! No quiero hacer daño a nadie, ¡solo quiero dar un beso a mi madre!”.

Y así lo hizo. Según los testigos de la escena cuando el bandido se marchaba, dos lágrimas rodaban por su curtido rostro. Salió de la habitación y se marchó de nuevo a la sierra, sin decir una palabra más. Enterada la Guardia Civil, varios números salieron en su persecución.

Casa de «El Almirez» en Mollina
 
A mediados de agosto de 1933, salió al paso del vecino de Humilladero, don Jesús Casero Ramírez, cuando éste regresaba de su finca «La Molinilla», y amenazándole con una escopeta le exigió la entrega de diez mil pesetas, conformándose con las mil pesetas que aquél llevaba encima, y quitándole una pistola que guardaba en el bolsillo. El mismo propietario recibió después algunos anónimos que se supusieron enviados por «El Almirez».
19330822 002 El Siglo Futuro

De otro robo fue acusado también «El Almirez»: en unión de otro individuo; penetró en la noche del 18 de Diciembre de ese mismo año, en el domicilio de Valeriano García, en Los Carvajales, una pedanía de Humilladero, y en ausencia de éste exigió a su mujer la entrega de 20.000 pesetas, pero hubieron de contentarse con las 25 que solamente tenía aquélla.

La Guardia Civil no desfallecía en la búsqueda y detenía a cualquiera que le diera protección o abrigo.

En Mollina han sido capturados los campesinos Manuel Pinto Castellar y José Romero Villega, por haberse comprobado que han protegido, encubriéndolo, al atracador Antonio Fernández Pozo (a) Almirez, autor de varios robos, que se ha refugiado en la sierra, donde lo persigue la Guardia Civil.

19330829 001 La Voz

LA ULTIMA ANDANZA DE «EL ALMIREZ»

El día 10 de Enero de 1935, el sargento primero, comandante del puesto de Mollina, Raimundo Pérez Merino y el guardia segundo Antonio Gómez Carmona, supieron que «El Almirez» merodeaba por la cueva de «Los Porqueros», situada en la sierra de la Camorra, entre Mollina y Alameda.

A dicha cueva se dirigió la pareja, y al tratar de penetrar en ella, fue recibida con fuego de escopeta. Los guardias se parapetaron en un lugar estratégico y sostuvieron un vivo tiroteo con el malhechor. Cuando a éste se le acabaron las municiones de la escopeta, disparó con una pistola automática. Como no se entregaba, la pareja consideró necesario pedir refuerzos para rodear la cueva. La sierra de la Camorra cuenta con numerosas cuevas, algunas muy profundas y algunas con salidas traseras por lugares muy distantes de la boca.

Se hizo de noche mientras tanto, y cuando llegaron los nuevos guardias civiles al mando del jefe de la línea de Archidona, teniente Luis Muñoz Muraga, rodearon la cueva para cercar al bandido. Dos guardias, al grito de «¡Manos arriba!», penetraron en ella, pero ya no había nadie.

Registrada minuciosamente, no se encontró a «El Almirez». Este había logrado desaparecer, favorecido por la oscuridad y por su conocimiento de los vericuetos de la serranía, antes de la llegada de los refuerzos, sin que se diera cuenta la pareja que estaba vigilando. Hecho un reconocimiento por los alrededores no se halló el menor rastro del bandido.

19350112 026 La Vanguardia

LA MUERTE DEL GUARDIA CIVIL JOSÉ PENDÓN PASTOR

La benemérita intensificó sus movimientos desde ese día. De todos los puestos próximos a la sierra salieron guardias para cooperar a la captura del bandido. Del pueblo de la Alameda salieron a las tres de la madrugada del sábado día 19 de Enero de 1935, los guardias José Pendón Pastor, Antonio Heredia Martín y Diego García Morente.

Entre las siete y ocho de la mañana, cuando los tres guardias reconocían la sierra de la Camorra, el primero se detuvo a la entrada de la cueva de «El Acebuche» al escuchar ruido en su interior. El guardia Heredia, al ver que Pendón, con gran valentía, se dirigía a la cueva, le dijo:

“No te acerques…”

La cueva tiene unos ocho metros de profundidad, y la entrada es un agujero, por el que pasa el cuerpo de un hombre difícilmente arrastrándose. Se quitó la capa que llevaba echada sobre los hombros, y con precauciones, arrodillándose primero y asomando luego discretamente la cabeza, trató de examinar el interior. De nada sirvieron las recomendaciones de prudencia que hicieron los compañeros. Éste continuó el peligroso descenso.

«El Almirez» estaba refugiado en el fondo de la cueva y al ver al guardia asomarse agachado a la boca de la misma, le disparó con la pistola. Otros disparos, éstos de máuser, confirmaron que el herido se defendía, pero otros más de pistola pusieron fin al terrible duelo. El guardia caía muerto al fondo de la cueva.

Cueva de «El Acebuche»

Sus compañeros Antonio Heredia y Diego García, se parapetaron en las inmediaciones, pues era inútil acercarse. «El Almirez» desde su refugio se hacía fuerte, negándose resueltamente a entregarse, ni a entregar el cadáver:

“Ni me entrego, ni entrego el cadáver; el que lo quiera que baje por él… A mí no me sacáis más que muerto de la cueva”

Después de éste diálogo, «El Almirez» guardó silencio, que lo interrumpió un poco más tarde cantando un fandanguillo:

Le tiré un tiro a una liebre

que estaba detrás de una mata,
y fue tal mi puntería,
que logré darle en la pata…

Los guardas al oírlo, nuevamente le invitaron a que se rindiera, a lo que contestó con una nueva descarga.

Desde Mollina, el teniente Luis Muñoz, comunicó inmediatamente por teléfono a la comandancia de Málaga lo sucedido, pidiendo el envío de bombas de gases para obligar a salir al forajido. De Málaga salieron diez números de la Guardia Civil al mando del teniente don Francisco García Alted.

El teniente García Alted, fue ascendido a capitán el 29 de mayo de 1936 (19360605 003 El Popular), pasando a la Comandancia de Oviedo. Se sumó a la sublevación del ejército el 18 de julio de 1936. El 23 de noviembre de 1936, el gobierno de Burgos, lo nombra gobernador civil de Málaga, una provincia que aún no había sido ocupada por completo por los nacionales. Estableció temporalmente su despacho en Antequera, hasta la caída de Málaga. Permaneció como Gobernador civil, hasta el 25 de agosto de 1939. Durante la Segunda Guerra Mundial se alistó como voluntario de la División Azul. (CG 1060.1 – PÁG. 10)

Las fuerzas de la Guardia Civil, rodearon la cueva del “Acebuche” y prendieron fuego a los matorrales de la entrada, para que el humo entrase en la misma y así se rindiera; pero éste procedimiento resultó inútil. El bandido se negó a entregarse y siguió haciendo disparos. Los guardias lanzaron bombas de mano sobre la cueva, pero no hacían nada contra la roca viva.

Después de que pasaron los efectos de las mismas, se escuchó la voz de «El Almirez», que dijo:

“Seguid tirando bombas, pero yo no me entrego”.

Algunos guardias que se situaron cerca de la cueva hablaron con «El Almirez»:

“¿Por qué has matado a ese guardia?”

“Porque él lo ha querido. ¡A quién se le ocurre venir a buscarme a las ocho de la mañana!”

El teniente García Alted, dispuso que varias patrullas vigilaran constantemente los alrededores de la cueva, temeroso de que el bandido pudiera escapar.

A las cuatro y media de la tarde, llegó en automóvil, al lugar del suceso, el teniente coronel de la Guardia Civil, Jefe de la Comandancia de Málaga, don Aquilino Porras Rodríguez, junto al capitán de la cuarta compañía de Antequera, don Domingo García Poveda. Inspeccionó como se había montado el servicio, y como se hacía de noche, el teniente coronel Porras dispuso que mediante antorchas, se mantuvieran iluminadas aquellos alrededores para evitar que, favorecido por la obscuridad de la noche, «El Almirez» saliera de su escondite y escapase.

El teniente coronel Aquilino Porras, era el Jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Málaga, el 18 de julio. Se sumó a la sublevación, pero cuando vio que esta fracasaba en la capital, mandó un telegrama al día siguiente, al ministro de la Gobernación, general Sebastián Pozas, que también era Inspector general de la Guardia Civil, en el que manifestaba “su más leal e inquebrantable adhesión al Régimen y Gobierno constituidos, estando dispuestos a luchar con el mayor entusiasmo para el restablecimiento de la legalidad republicana”. Sin embargo, el general Pozas, el 3 de agosto de 1936, cesó en el servicio activo a toda la plana mayor de la Guardia Civil de Málaga. El teniente coronel Porras, fue detenido y encarcelado, junto con otros guardias civiles, en el barco-prisión J.J. Sister. El 16 de agosto fue sacado del barco por unos milicianos y asesinado.

Estando allí el Sr Porras, uno de los guardias, desde lejos, preguntó a «El Almirez»:

“¿Te vas a entregar o no?”

“No me entregaré”

“Pues te morirás de hambre”

“Tengo municiones y comida para tres días”

La noche del sábado 19 de enero, fue de las más crudas que se han conocido por aquellos contornos, desde hacía bastantes años. La lluvia, que comenzó a caer menuda, alrededor de las cinco de la tarde, siguió cada vez más intensamente y ya no cesó hasta la mañana del domingo. El frío se hacía cada vez más intenso, y el asedio tenía trazas de no terminar nunca.

Los jefes que mandaban la fuerza se retiraron a pernoctar en el cortijo «La Capuchina», mientras las fuerzas a sus órdenes rodearon la cueva y esperaron al día siguiente para reanudar el ataque más eficazmente. Había en la sierra unos cincuenta guardias.

CÓMO SE EFECTUÓ LA RENDICIÓN DE «EL ALMIREZ»

A las cinco de la mañana del domingo 20 de Enero, el médico don Cristóbal Medina Toledo y el cuñado de «El Almirez», don Gonzalo Vergara, salieron de Mollina para llevar a la Guardia Civil una botella de coñac, varios paquetes de galletas y tabaco. Cuando llegaron a la cueva, vieron a los guardias en sus puestos.

Sobre las seis de mañana, «El Almirez» volvió a dar señales de vida, y los guardias insistieron en que toda resistencia que intentara sería inútil.

¿Te rindes?—le preguntó el guardia.

Sí, quiero rendirme; pero ¿me mataréis?

Nada de eso. Entrégate, y te llevamos ante el Juzgado. Ese es nuestro deber.

Si es así, me entrego.

Ten la seguridad de que no se te hará nada. Entrega las armas.

Pasó algún tiempo y «El Almirez» no salía de su escondrijo, lo que hacía suponer que quería engañar a los guardias o poner en juego una estratagema para lograr la huida. Se analizó volar la cueva con dinamita.

A las ocho de la mañana, en medio de una torrencial lluvia y de un frío intensísimo, el médico pidió autorización al jefe de la fuerza para dirigirle unas palabras en la seguridad de que obtendría resultado.

“¡Entrégate, hombre! ¿No ves que si no te van a matar?”.

El bandido reconoció la voz del médico, y contestó:

“¿Está usted ahí, don Cristóbal? ¿Se acuerda usted de mí?”

El bandido guardó silencio durante unos segundos, y luego prosiguió, con la voz súbitamente velada por la emoción:

“¿No se acuerda usted, don Cristóbal, de una vez que fui a su casa a por una receta para mi novia?”

“Claro que me acuerdo, y también que no te cobré nada”.

«El Almirez» siguió hablando durante un gran rato, para convencerse de que efectivamente era el médico quien estaba en la boca de la cueva. La presencia del médico, el recuerdo de un amor mozo o quien sabe el motivo de que su bravura se viniese abajo, ya que pasado algún tiempo, comenzó a poner condiciones para abandonar la guarida.

“Mira Antonio—dijo el médico—es mejor que te entregues. Si resistes te pueden matar. Sal antes de que vuelen la cueva con dinamita y mueras horriblemente. Me acompaña tu cuñado”

“¡Don Cristóbal! Si usted me promete que los civiles no me van a matar, salgo sin hacer daño a nadie”, propuso «El Almirez».

A lo que el médico aseguró: “Te prometo que no te matarán. Tira las armas fuera de la cueva, y yo mismo te ayudaré a salir”.

“Estaba ya dispuesto a entregarme y con usted me entrego antes. Confío en usted que no me harán nada”.

“No tienes que confiar en mí ni en nadie. Ni ahora ni antes te hubieran hecho nada”.

“Ahí están las armas”.

«El Almirez» lanzó por la boca de la cueva una escopeta de dos cañones y fuego central, y una pistola automática del calibre 9.

El señor Medina Toledo, amarrado a la cintura por una sólida cuerda, descendió apenas un metro en la cueva, viniendo «El Almirez» a su encuentro. El bandido ante el temor de que las fuerzas que esperaban su salida disparasen contra él, se abrazó fuertemente al médico y saliendo de ésta manera a flor de tierra. Vestía mono azul de mecánico y gorra negra.

El médico lo entregó a los guardias que lo esposaron y lo condujeron a Mollina, donde fue interrogado brevemente por el capitán Domingo García Poveda. La fuerza pública despejó a los grupos de vecinos que, en actitud hostil, se situaron frente a la cárcel. Al cabo de una hora, el capitán ordenó su traslado a Antequera, donde llegó en una camioneta escoltada por dos parejas de la Guardia Civil y un sargento, ingresando en la cárcel, rigurosamente incomunicado.

EL GUARDIA CIVIL FALLECIDO

Mientras esto acontecía, los guardias Antonio Heredia y Diego García, compañeros de la víctima, bajaron a la cueva por el cadáver del guardia don José Pastor Pendón, encontrando que tenía aún el fusil entre sus manos, presentando señales de haber sido disparado. Lo subieron de la misma manera en que se hizo con el médico y el forajido. También recogieron la escopeta y la pistola del agresor, ambas cargadas, una caja de municiones vacía y un saquito con 25 cartuchos.

Colocado convenientemente sobre una caballería, fue conducido el cadáver por un conocedor de aquellos terrenos tan dificultosos, en dirección a Alameda. Detrás iban los jefes y oficiales de la Guardia Civil, compañeros del muerto y labriegos que condenaban enérgicamente el trágico suceso.

La comitiva fúnebre llegó a dicho pueblo, mediada la mañana. Una vez en Alameda, a cuyo puesto pertenecía, el cadáver fue expuesto en una de las salas de dicho cuartel, convertido en capilla ardiente. Alrededor de las dos de la tarde, se inició el desfile ante el cadáver del pueblo en masa y numerosísimos vecinos de otros pueblos colindantes.

Don José Pendón Pastor, contaba veinticinco años y estaba soltero. Era natural de Algarrobo. Con motivo de los sucesos revolucionarios del 6 de octubre de 1934, intervino en el pueblo de Teba, donde fue alcanzado de una perdigonada en la cara, estando ingresado, muy gravemente herido, en el Hospital militar de Málaga y a punto de perder la visión. Fue propuesto por sus jefes para una recompensa. Ya restablecido, prestaba servicio en el pueblo de Alameda, y gozaba del aprecio de todos sus jefes y compañeros, por sus relevantes cualidades.


Era hijo de don Sebastián Pendón y doña Carmen Pastor. El padre era guardia civil y prestaba sus servicios de ordenanza en la Comandancia de la Guardia Civil de Málaga. Tenía dos hermanos, Rafael y Sebastián, ambos guardias civiles. El primero de ellos pertenecía al puesto de Fuentes de Andalucía, y el segundo prestaba sus servicios en Barcelona.

TRASLADO DEL GUARDIA MUERTO A MÁLAGA

El lunes 21 en una camioneta perteneciente al Instituto Provincial de Higiene, fue trasladado a Málaga. El pueblo entero de Alameda se sumó a la manifestación de pésame, acompañando hasta la carretera al coche.

Al entrar éste en Antequera, el capitán señor García Poveda, con todos sus subordinados francos de servicio, siguieron al vehículo con objeto de tributar el último homenaje al infortunado guardia, acompañando sus restos mortales hasta la Puerta de Granada. Al llegar a la calle General Ríos, el clero parroquial de San Sebastián, rezó un responso y poniéndose en cabeza de la comitiva, fue acompañado el coche hasta la salida de la población. El improvisado acto fúnebre, resultó una imponente manifestación de duelo.

Aproximadamente a las nueve de la noche, llegó a Málaga la camioneta conduciendo los restos mortales del guardia civil. Detrás de éste vehículo venían otros coches ocupados por los padres del guardia, y por varios jefes y oficiales de la Guardia Civil.

Ya en Málaga, la camioneta se dirigió al Hospital Militar. En el interior del edificio se improvisó una capilla ardiente, por la que desfilaron numerosos oficiales y compañeros de la víctima. Durante toda la noche y la madrugada, numerosos compañeros del guardia civil, se quedaron en el Hospital Militar velando el cadáver.


A las nueve de la mañana del martes 22, le fue practicada la autopsia. Se comprobó que presentaba seis heridas de bala de pistola del calibre 9, cinco de ellas con orificio de entrada y salida, y otra en el antebrazo izquierdo de la que hubo de ser extraído el proyectil. La muerte se produjo a consecuencia de una hemorragia, por el balazo que le partió los vasos femorales.



A las once de la mañana, desde el Hospital Militar, fue conducido al cementerio de San Miguel donde recibió sepultura. La caja blanca que encerraba los restos mortales del guardia asesinado fue llevada a hombros durante todo el trayecto, por guardias civiles y de Asalto.


Junto con el padre del finado, don Sebastián Pendón, acompañado por sus hijos Rafael y Sebastián, presidieron el duelo el gobernador civil don Alberto Insúa, los jefes de la Guardia Civil, el coronel del Regimiento número 17 y otras autoridades civiles.

Todo lo escrito sobre la muerte del guardia civil José Pendón, la rendición de «El Almirez», y el traslado del guardia muerto a Málaga, está extraído de la prensa de los días 20, 21 y 22 de enero de 1935. Concretamente de los periódicos ABC, La Vanguardia, La Libertad, El Sol, La Unión Mercantil, Heraldo de Madrid, La Voz, La Unión de Málaga y El Siglo Futuro. También de la Revista Técnica Guardia Civil  nº 300 193502 010 y 011

«EL ALMIREZ», EN LA PRISIÓN PROVINCIAL DE MÁLAGA

A la una de la madrugada del martes 22, llegó en automóvil desde Antequera «El Almirez», custodiado por la Guardia Civil, ingresando en la Prisión Provincial de Málaga. Pasó a una celda a disposición del juez militar. Se mostraba muy abatido y en un estado deplorable; con barba de muchos días, con el pelo caído sobre el rostro, abatidísimo, no daba la sensación de la fortaleza de que había dado pruebas recientemente.

Efectuadas todas las diligencias de entrada en la prisión, ya en la celda, se le llevaron las disposiciones de régimen interior de los presos, y el bandido dijo:

“Por suerte o por desgracia, no sé leer ni escribir”

Entonces el empleado de la prisión se las leyó, y al terminar la lectura «El Almirez» le dijo:

“Está bien; pero para lo que me queda de vida….”

El bandido hizo manifestaciones de arrepentimiento, y alguien que le escuchaba le hizo ver que si no quería hacer daño a la Guardia Civil, por qué disparo contra ella, cuando por el delito que se le buscaba no revestía la gravedad del que ahora ha cometido.

“No lo sé. Una mala hora. Estaba loco y no sabía lo que hacía; ahora sí me doy cuenta y lo siento de verdad; con toda mi alma…”.

«El Almirez» se encontraba muy decaído de ánimo y algo enfermo, a consecuencia del frío y privaciones pasadas en la cueva.

EL CONSEJO DE GUERRA

El juez militar, comandante de Infantería don Claudio Aláez Bayona, instruyó las primeras diligencias en Mollina y marchó después a Antequera para interrogar a «El Almirez». Desde Antequera se dirigió a Sevilla, para cambiar impresiones sobre este caso, con el Auditor militar de la 2ª División, don Francisco Bohórquez Vecina. Inmediatamente comenzaron los preparativos para la celebración del Consejo de Guerra.

El juez instructor del sumario sería el comandante don Claudio Aláez Bayona. El teniente coronel Román Bello Larrumbe, presidiría el Consejo de Guerra. El teniente coronel auditor de la región, don Eduardo Jiménez Quintanilla, actuaría de fiscal en el juicio, y como defensor actuaría el capitán del Regimiento 17, don Antonio Cabezas Camacho.

El teniente coronel Román Bello Larrumbe, se sumó a la sublevación del 18 de julio. Viendo el fracaso de la misma en Málaga, al día siguiente se entregó al Gobernador Civil. Fue detenido y encarcelado, y el 12 de agosto de 1936 unos milicianos lo sacaron del buque-prisión J.J. Sister, y lo mataron en las tapias del cementerio de San Rafael.

Al capitán Antonio Cabezas Camacho, le ocurrió igual que al anterior, siendo asesinado en la saca que se hizo en la Prisión Provincial el 22 de agosto de 1936.

El comandante Claudio Aláez Bayona, que había participado en la declaración del Estado de Guerra, tuvo más suerte. En el Juzgado de Instrucción Especial nº 2 de Málaga, se le abrió el sumario nº 5, por negligencia. El juicio se celebró el 16 de septiembre en el J.J. Sister, donde estaba preso. El fiscal retiró los cargos que había contra él y fue absuelto.


El día 24 de enero de 1935, cinco días después del asesinato del guardia civil don José Pendón Pastor, a las cuatro menos veinte de la tarde, comenzó en el Salón de Actos de la Prisión Provincial de Málaga, el Consejo de Guerra sumarísimo nº 68/1935, contra Antonio Fernández del Pozo, «El Almirez». La sala se llenó totalmente de público, y hubo necesidad de formar una interminable cola ante el edificio para las numerosísimas personas que aguardaban turno para entrar en ella.

El Consejo duró poco. A las dos horas de su inicio, el presidente del mismo, teniente coronel don Román Bello, declara la causa vista para sentencia, y el Tribunal se retiraba a deliberar. A las once y media de la noche, concluyó el Tribunal su deliberación.

Acto seguido y con arreglo a lo que determinaba la ley, el juez instructor Sr. Aláez Bayona, dio lectura al reo de la sentencia. Ésta no podía ser conocida públicamente hasta que la aprobara la Auditoría militar.

El procesado fue conducido a otra celda, estando vigilado por oficiales de la prisión. No obstante lo abatido que se hallaba, al comunicársele la sentencia, parece que después reaccionó algo. Al preguntársele qué quería comer, «El Almirez» contestó que un par de huevos fritos con patatas y un ponche bien caliente.

En las primeras horas de la mañana del día 25 de enero, salió en automóvil para Sevilla el comandante D. Claudio Aláez Bayona, llevando en un sobre lacrado la sentencia al Auditor de la 2ª División. La sentencia de pena de muerte recaída contra «El Almirez» fue aprobada por el Auditor. El testimonio de la sentencia fue enviado el día 26 a Madrid, con destino a la Sala Sexta del Tribunal Supremo.

La estancia de «El Almirez», en la prisión provincial de Málaga y el desarrollo del Consejo de Guerra, está extraído de la prensa de los días 23, 24, 25 y 26 de enero de 1935 de los diarios La Vanguardia, ABC y La Unión Mercantil. También del semanario El Sol de Antequera del 27 de enero.

LAS SOLICITUDES DE INDULTO PARA «EL ALMIREZ»

Nada más conocerse la sentencia, en toda Málaga se levantó un clamor de todo el pueblo malagueño y de las instituciones privadas y oficiales, solicitando el indulto para «El Almirez». El primero fue su abogado defensor, el capitán Cabezas, que mandó al presidente del Gobierno, D. Alejandro Lerroux una solicitud de indulto para su defendido.

La hermana de «El Almirez», Olivia Fernández del Pozo, casada y con dos hijos pequeños, viajó de Humilladero a Málaga, recorriéndose todos los centros oficiales y las redacciones de los periódicos solicitando la gestión del indulto para su hermano.

Olivia Fernández del Pozo

Nuestro paisano, D. José María Hinojosa Lasarte, que en aquellas fechas era delegado del gobierno en los Servicios Hidráulicos del Sur de España, en un acto de homenaje celebrado en los Baños del Carmen, al ministro de Obras Públicas D. José María Cid, recordando la catolicidad del pueblo malagueño, solicitó al ministro que fuera portador cerca del Gobierno de los deseos de Málaga de que le indulte de la pena de muerte.

MÁLAGA, 26. 3 tarde. El defensor del procesado, capitán de Infantería señor Antonio Cabezas Camacho, ha visitado al mediodía al gobernador civil, señor Alberto Insúa, para decirle que ha dirigido al Presidente del Consejo y al ministro de la Guerra una instancia solicitando el indulto, y para rogarle al señor Insúa que gestione cerca del Gobierno el indulto del reo.
También los presos políticos y sociales en la cárcel de Málaga y varias personas más han dirigido telegramas en éste mismo sentido al presidente del Gobierno, D. Alejandro Lerroux.

«El Almirez» está abatidísimo. Ésta mañana recibió una carta anónima de una señora, a juzgar por la letra, acompañada de un escapulario de la Virgen del Carmen. La misiva decía que tuviera fe en la Virgen.
El procesado ha pasado una noche muy mala, ya que a consecuencia de numerosas pesadillas casi no ha dormido. No hace más que preguntar qué es lo que van a hacer con él.

MÁLAGA, 28. El condenado a muerte, Antonio Fernández del Pozo «El Almirez», sigue abatidísimo, muy inquieto y llora con frecuencia. Sabe que la Auditoria ha aprobado la sentencia dictada por el Consejo sumarísimo. El capitán Sr. Cabezas, su defensor, le visita con mucha frecuencia, le consuela y le hace confiar en el indulto.

Del pueblo de Humilladero, donde vive, ha llegado Oliva Fernández del Pozo, hermana de «El Almirez». Entre ambos hermanos se ha desarrollado la dolorosa escena que cabe suponer. La hermana acompañada de sus hijos y de su esposo, ha recorrido los centros oficiales y las redacciones de los periódicos solicitando la gestión del indulto.
El gobernador, muy conmovido, ha dicho que no sólo telegrafiará en este sentido, sino que pedirá personalmente el indulto al ministro de Obras públicas, señor Cid, aprovechando su estancia en Málaga. Las demás autoridades han ofrecido también dirigirse al Gobierno. Y el presidente de la Diputación, por su parte ha prometido proponer a la Corporación en la sesión de esta tarde, el acuerdo de dirigirse Gobierno en demanda del indulto.
Oliva dice que su hermano no es un criminal, sino un desgraciado a quien la miseria llevó al trance de colocarse fuera de la ley. Tiene otra hermana menor llamada María.
Añade que «El Almirez» está arrepentidísimo y que no deja de llorar un momento. Siguen enviándose al Gobierno numerosos telegramas pidiendo el indulto.

MÁLAGA, 28. A las dos de la tarde se ha obsequiado con un banquete en el Balneario del Carmen, al ministro de Obras Públicas señor Cid, organizado por el Partido Agrario de Málaga. Acudieron unos cuatrocientos comensales, figurando entre ellos las autoridades, elementos oficiales y afiliados al partido, muchos de los cuales acudieron de los pueblos de la provincia, así como elementos directivos de la organización de Sevilla.

El señor Cid fue recibido con muchos aplausos. Ofreció el agasajo don Juan Rodríguez Díaz, presidente del Partido Agrario en Antequera. Habló después en nombre del partido de Málaga don José María Hinojosa, delegado del gobierno en los Servicios Hidráulicos del Sur de España. El orador, al final de su discurso, pidió al ministro sea portador cerca del Gobierno de los deseos de Málaga de que se indulte de la pena de muerte al reo Antonio Fernández del Pozo «El Almirez».
Con éste motivo, recordó la catolicidad del pueblo malagueño e hizo saber al ministro que en Málaga se hallaba una hermana del reo, que había formulado peticiones de indulgencia al presidente de la República y del Gobierno. Ésta petición del Sr. Hinojosa fue subrayada con una gran ovación.
Recoge la petición hecha a favor del «El Almirez» y dice que una de mayores amarguras de los ministros es tener que votar sobre la vida de un hombre. Prometió ocuparse del asunto con arreglo a sus ideales católicos.

MÁLAGA, 29. Siguen cursándose telegramas al Gobierno en demanda del indulto del «El Almirez». Entre los peticionarios figuran la casi totalidad de las sociedades obreras de todos los matices, numerosísimos particulares y partidos políticos

MALAGA, 31. El Ayuntamiento en sesión ordinaria, ha acordado pedir el indulto de «El Almirez». Continúan tramitándose a Madrid, con destino al Gobierno, numerosos despachos telegráficos solicitando el indulto del expresado reo.

Este se encuentra más animado, confiando en que las gestiones que se realizan den buen resultado.

Sigue el envío de telegramas a Madrid solicitando el indulto de «El Almirez». Anoche hicieron la petición la Bolsa de Trabajo, la Cruz Roja, exploradores, dependientes de comercio y otros. La ansiedad es grande y se teme sea ejecutado en Málaga, donde desde mediados del siglo pasado no ha sido ejecutado ningún reo.

Extraído de ABC, La Vanguardia y La Unión Mercantil del 27, 29, 30 de enero, 1 y 5 de febrero.

EL INDULTO

Era preceptivo para que el Gobierno de la República pudiera dar el indulto, que el Tribunal Supremo informara sobre el mismo. Este no era vinculante.

A tal fin, la mañana del día 1 de febrero se reunió la Sala de Gobierno de dicho Tribunal para informar sobre la concesión o no del indulto a dos condenados a la última pena, uno de ellos «El Almirez». 19350202 025 La Vanguardia

En el expediente de indulto nº 15/1935 de Antonio Fernández del Pozo, se puede ver como el presidente del Tribunal Supremo comunicó al Ministro de Justicia el acuerdo de la Sala de Gobierno por el que se denegaba el indulto de la pena de muerte.

Signatura: FC-TRIBUNAL_SUPREMO_RESERVADO, Exp.23, N.16

A pesar de la negativa del Tribunal Supremo, el gobierno de Alejandro Lerroux, el 30 de marzo de 1935 le concedió el indulto:

Usando de la prerrogativa que me confiere el artículo 102 de la Constitución de la República, visto el informe del Tribunal Supremo de Justicia y a propuesta del Consejo de Ministros,

Vengo en decretar lo siguiente:
Artículo único. Se concede al paisano Antonio Fernández del Pozo indulto de la pena de muerte que por el delito de insulto a fuerza armada, causando muerte, le ha sido impuesta en juicio sumarísimo por sentencia de 24 de Enero último en Consejo de Guerra reunido en Málaga y aprobada por el Auditor de Guerra de la segunda División orgánica, cuya pena se conmuta por la de treinta años de reclusión mayor, con las accesorias legales correspondientes.
Dado en Madrid a veintinueve de Marzo de mil novecientos treinta y cinco.
NICETO ALGALA-ZAMORA -Y TORRES
El Presidente del Consejo de Ministros, Ministro de la Guerra,
Alejandro Lerroux García
Gaceta de Madrid, del 30 Marzo de 1935

El conocimiento del indulto de «El Almirez», fue motivo de mucha alegría en toda la capital malagueña. En la cárcel provincial se tocó una diana floreada, y entre los presos se produjo un gran manifestación de júbilo.

«El Almirez», por conducto del director de la cárcel, ha escrito una carta, en la que da las gracias a Málaga por el interés que se ha tomado para evitar su ejecución. También el director, de su peculio particular, hizo un donativo en metálico para los pobres.

19350402 029 La Vanguardia

UN NUEVO CONSEJO DE GUERRA CONTRA «EL ALMIREZ»

A pesar del indulto, a «El Almirez» aún le quedaban cuentas pendientes con la justicia. El día 9 de abril de 1935, se celebró otro Consejo de Guerra, éste fue por el tiroteo que mantuvo el 10 de enero con la Guardia Civil en la cueva de «Los Porqueros», y de la que se escapó por la noche sin que los guardias se percataran.

Ayer a las once treinta de la mañana, en el cuartel de Capuchinos se reunió el Consejo de Guerra contra Antonio Fernández del Pozo «El Almirez». Se le acusa  de haber sostenido un tiroteo contra la Guardia Civil en la sierra de la Camorra, y por un delito de desacato e insulto a la fuerza armada, anterior al por el que se le condenó a la pena de muerte.

El tribunal quedó constituido de la siguiente forma:
Presidente, teniente coronel don Ramón Bello […]; defensor, capitán don Antonio Cabeza, y juez, el comandante don Claudio Aláez
«El Almirez» al sentarse en el banquillo no pudo contener su emoción y no cesó de llorar un momento durante la vista.
El fiscal pidió se le impusiera cuatro años de prisión, y el abogado defensor el capitán señor Cabezas la absolución. Según parece, ha sido condenado a dos años.
19350410 027 La Vanguardia
19350410 030 ABC
19350410 006 El Cronista

El 25 de junio de 1935, Antonio Fernández del Pozo, «El Almirez», fue conducido desde Málaga al presidio de Cartagena para cumplir la cadena perpetua a la que había sido condenado.

19350626 024 La Vanguardia

Desconozco si cumplió integra la pena de treinta años, o si por los avatares del guerra civil y la apertura de las cárceles que se dio en los territorios donde no triunfó el golpe de estado, pudo quedar en libertad.


LA CONQUISTA DE RONDA

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